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LA PEONZA

La peonza
Lo más banal
Casi nada
La encontraste
al vaciar la casa
cerrada
por la muerte
Es la tuya
Tiznada
La tocas
y te quema la savia
de sus días azules
Tiene vida
Ocho años
más joven que tú
Aún con limaduras
de apretado color
de lapicero
de tu mano
infantil
Son tus huellas
Bajo el agua
la limpias
de sombras
primero
Le abres las ventanas
La secas
Es la tuya
Llena de tumbos
de niño
De vitola de tirones de zumbel
En la piel de loza
de tu palma
estirada
bailaba
hasta emborracharse
Es la tuya
Tiene tus huellas
Y te la llevas
a un estante
de tu casa
Y todo lo de a su lado
se empequeñece
Tiene entraña
Y recuperas algo
que te mira
Ya a alguien
que comparte
contigo
la misma herida
del tiempo
©Rubén Lapuente
ODA A SU CUELLO

Como a su boca
como a sus ojos
como a su pecho
Verlo así también
como retazo solo:
Como leño de madera preciosa
o como veleta
de apretado ramo de tallos
de juncos
Verlo largo e inquieto
como el de esa gacela
cuando le trae el viento
olor a pólvora
Y siempre a punto de crecer
Siempre de puntillas
Levando su luz de álamo
o el desaire
de diadema a sus cabellos
Y en esa pasarela
camino del magín
o de vuelta
arrollados
en niebla de sueños
pongo la palma de mi mano
de ajorca
un segundo ahí la paro
como si mis dedos tocaran
el rumor de un río
Verlo como vira
en el sigilo
o en algún murmullo
o levísimo en el presagio
Verlo con sus ojos en la nuca
dándome su mejor perfil
o llevándome besos en escorzo
rezagado yo
amante
a su espalda asomado
Y ladeándolo
me lo ofrece
como una copa llena
de noche de estío
que apuro hasta el fondo
de su lecho de estrellas
Y con la tea de mi lengua
ardiendo
le dejo un largo reguero
de saliva de plata:
una herida de placer abierta
en su cuello
©Rubén Lapuente
LA ERMITA

No le bastaba
con cerrar los ojos
Tenía que ir a
ese claro del bosque
Mirarla de frente
Hablarla bajito
Tenía que decirle
lo de la sombra en el pecho
Y subió a la ermita
Yo sabía que
en la corriente
de su sangre
de romería
navega la carreta
de sus días
de cielos azules
y el tambaleo
bellísimo
del paso
por los caminos
en andas de todo el valle
Y que le pida
lo imposible
que está ahí
para que egoísta
eche mano de su hechizo
para que le abra
su regazo
quedo y silencioso
de cálida carne
de madera
Y que le regale
tarros de ungüento
de madre
para la congoja
Y ganas de vivir envenenada
Y si vas tú progreso
no hace falta que creas
déjate llevar
y sube a pedirle
a esa hermosa
boticaria
de fábula de letanías
mentiras
verdaderas
Que la sencillez
es el espejo
de la belleza
Y no le basta
con cerrar los ojos
ya deshojada
la flor del miedo
la sombra
del pecho quemada
Hoy vuelve a subir
hasta ese claro del bosque
a mirarla de frente
a hablarla bajito
a darle las gracias
©Rubén Lapuente