UN BALCÓN DE SEVILLA EN CAMEROS
Buscando en internet una colcha bordada (eso puse en el buscador de Google) para esa antigua cama mía de latón, oscura y sucia, a la que con alambrilla y limón y paciencia infinita le hice amanecer su viejo sol dorado, me encontré con el escueto anuncio de la sevillana Josefina Romero. Le acompañaba un par de fotos reveladoras de la belleza que vendía. Y no sólo me limité a comprársela, sino que, al recibirla, quise que me contara algo de la vida de ese retazo suyo. La llamé. Y mientras de su boca salían requiebros de seda bordada, me iba yo preguntando cómo algo que es bandera de una casa puede venderse, así, sin más, casi regalada, si no es por una bofetada de la vida, o tal vez el corazón de Josefina anda de mudanza y a pesar de los daños quiere otra vez empezar de cero…, no sé…
Al colgar, para mi diario reescribí con largas sílabas de seda su escueto reclamo, que así no se pierda la memoria de esta colcha, o mejor la de aquella bordadora que en tardes de posguerra dejó en la tela toda su belleza:
“¿Quién quiere comprarme esta antigua colcha de seda azul cielo? ¿Quién? Fijaros primero en el asombro de que su labor luzca igual del derecho que del revés. Mirad luego en detalle el bordado de esos pájaros del paraíso. ¿Pero cabe más realce en sus alas turquesa? ¿Más glamour en sus tocados de novia? ¿Más boato en sus plumas timoneras de marabú? Si parece que van a una boda celestial. Si les han bordado hasta el sosiego y la gracia en la quietud de su vuelo.
¿Y en las flores de campanillas? Fijaros bien en esos badajos de estambre. Si la hilandera les bordó también sus sones. Si hasta en la seda salvaje tiembla el volteo de sus aires de abril.
¿Y esas dos ramas atravesándola de norte a sur como venas del sueño en el paraíso, pero cabe más belleza? ¿Quién quiere comprármela?
Fue alguien de mí misma sangre en Sevilla quien la bordó en aquellos años de la posguerra. Que cuando pasaba por las calles del barrio la Esperanza de Triana con su manto abullonado y sus cinco lágrimas de cristal, había que ofrecerle los mejores trapos. Se abrían baúles, roperos, cómodas, y en mi casa el arca donde guardábamos esta colcha que nos servía también para cuando enfermábamos, y tan solo para la visita del médico.
Y a esa Esperanza de Triana, los caprichos del sol de Sevilla le lanzaban desde los balcones mil piropos: o con visos de una colcha adamascada, o con el brillo de unos ojos que dejó alguien de mi sangre en la seda, o con el centelleo de los flecos de algún mantón de Manila. Y también con la palidez de sábanas remendadas, pero que olían a espliego, a romero, y que, por detrás de su limpia blancura de pobre, unas pinzas de ropa le sostenían un ramo de flores recién cortadas o una larga hoja de palma rizada.
Y que taparan todo el enrejado del balcón, que no se aprovecharan los de las aceras viendo el largo mareo de unas piernas de mujer hasta su más íntima sombría encrucijada.
Quien quiera comprármela que me llame o me mande un correo…
¡Para el primero que diga para mí!”
(Yo fui el primero)
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el diario La Rioja el 1/5/23
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