EL RÍO
ahora publicaré en https://rubenlapuente.blogspot.com/
Subiendo hoy a las cascadas de puente Ra, por un momento me he tendido a la orilla del río, dejando mi mano como un lento remo abrevando en el agua. Agua pura ésta del Iregua, que no sé yo qué tiene, que así, y a escondidas del mundo, te mece la nostalgia, la tristeza, también cualquier pequeña derrota. Sí, sabe atemperarte el corazón, y te lo muda por ese otro monótono e incansable murmullo suyo. A mí, esta niña agua pura, me hace desaparecer, olvidarme de mí, como cuando me pierdo en los versos de un poema, o cierro los ojos para ser la falda de terciopelo de una rosa, y espero, ahí, a oír y sentir, ese rodar tembloroso de una gota de rocío. Y en vez de un rumor de sangre, por mis venas oigo el de esa música tan fresca y pura del agua, esa corta y eterna tonadilla, que enseguida parece callarse, porque de repente, ya eres el río, ya soy el río.
Por el camino alto, bajando, oigo el ritmo de un cayado, el roce preciso de un chubasquero a cada instante, la firme cadencia de una zancada acercándoseme. Los tres sonidos atados en un mismo susurro…
El saber que se acerca alguien, hace que mi corazón despierte de su letargo, que mi mano sienta el frío de la corriente, que el río renazca por entre mis dedos…
¡Buenos días!
Y hermosos, le digo.
Mientras voy oyendo cómo se aleja la voz de su cayado, el chirrido eléctrico del roce preciso de su anorak, el hollar de su zancada firme, siempre medida, cómo los tres sonidos atados en un mismo acorde bajan hacia el valle, mi mano, sin querer, como esa rama que ahora cae del cielo al espejo del río, emerge del agua. Y entonces, comprendo, que todo este sonoro silencio puro del agua, es una paz falsa. Que el río no sabe de derrotas ni de nostalgias. Sí, hay otro eterno rumor, pero no de esta pureza sin memoria, tan acompañada por esta orquesta del bosque en la que nada ni nadie desafina. Que aquí, mimetizándote con este sublime paisaje, no se mece ninguna bofetada de la vida. Que esa lágrima de rocío temblando en la cadera de una rosa, solo dibuja la corriente de un diamante falso. Aquí, solo se viene a beber a morro de esta sublime belleza. Que no soy, que nunca seré el río.
Y voy tras la estela de los tres sonidos atados en un mismo murmullo: El de su cayado, el de su pisada, y el del eléctrico roce preciso de su verde trinchera. Voy con la vieja melodía del corazón que, a cierta edad, empieza a correr, a existir para uno. Voy, tras los pasos de esa otra corriente, de ese otro gemelo latido, de ese otro río de carne y hueso, que seguro bajaría a enfangarse contigo en el rodar del bullicio de los días, mientras vuelven los dioses de comprar tabaco.
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el diario La Rioja el 12/10/2023