VIEJO BAÚL DE VIAJES
Uno busca en chamarileros de la ciudad, o en páginas de internet, cosas lejanas en el tiempo. Cosas que lleven a su espalda la estela de un largo viaje. Cosas que, al mirarte desde el fondo del rumor de su ajetreo vivido, dejen correr tu fantasía. Como este viejo baúl de viajes de mundo, huérfano ya de traqueteos de ferrocarril, de vaivenes de océanos, de vértigos de pájaros de acero que compré a una asturiana. La foto que acompañaba a su reclamo era desoladora, sin filtros, como si quisiera espantar a los posibles compradores. Tan herido estaba el baúl con ese rocío de filo dentado tomando casi asiento sobre sus ya desvalidos huesos como mugriento el desván donde penaba.
Un atlas de etiquetas en su periplo por el mundo debió cubrirle todo el cuerpo, por esos retales de memorias de papel que como medallones aún condecoran su aventura, y que, al tirar yo de sus alas de hoteles, de consignas, de correos aéreos, de líneas de barcos de vapor, al querer levantarlas el vuelo, todas se me fueron deshaciendo por entre los dedos como si manoseara alas de mariposa.
Y mientras lo limpio de tiempo y moraduras, me imagino que le hago creer que reanuda, otra vez, desde el andén de su último viaje, aquel mismo lejano y olvidado traqueteo.
Bajo las estrellas, su espalda sostendría a esos jóvenes sueños que forja el huir de una guerra, de un porvenir de pan negro y duro. Todavía su lomo azul de cartón piedra suena fuerte en la aldaba de mis nudillos. Todavía, firme, me aguantaría esa dulce melancolía que te coge desprevenido una tarde al sentarte en su borde, como si fueras uno de aquellos jóvenes que con el corazón temblando de futuro y los ojos perdidos en un camino de raíles, esperaban en una estación el jadeo de un tren luminoso en la noche.
Renacido, lo he puesto al pie de mi cama de latón, y será el vientre donde guarde las cuatro cosas íntimas mías, sobre todo esos poemas que le escribí a mi madre para que no se me muera, que ahora sé que soy el trozo de dulzura y de amargura que me faltaba de ella. Y si una tarde los leo y tengo que correr al fondo de una almohada, que a uno le exprime lo sensible, lo haré orgulloso, sin vergüenza, sin acordarme antes de entornar la ventana, que soy, que somos también lo que lloramos.
Y será el baúl esperando en el muelle del mar de mi cama, a que yo, una noche, le embarque en mi sueño hacia una ciudad que le vierta sobre la espalda, en sus murmullos de luz, el trepidante ajetreo de la vida.
Y es que uno busca cosas lejanas, cosas que te miren desde el fondo del rumor de su revuelo vivido. Sí, cosas de otros, pero tan auténticas, que desde el barranco oscuro de su sueño las oímos pedir socorro, y al pasar ahora delante de ellas, al moverlas el aire, agradecidas, dejan escapar de su entraña ese nómada y añejo perfume suyo: ese intrépido olor a lucha por la vida.
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el diario La Rioja el 28/8/23
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