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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

LA FAROLA

LA FAROLA

Eh, vosotros dos! Os conozco ¿verdad? Ah, sí, venís los fines de semana con los papis. Sois hermanos. ¿Cuál de vosotros es el más bandarra? Sí, el más golfo, el más sinvergüenza ¿Los dos? Vamos bien ¿Y qué tal de puntería andáis? ¿Quién el que donde pone el ojo pone la piedra? ¿Los dos también? Conocéis a David, el de la honda, el que de una pedrada derribó al gigante Goliat. Honda no llevo, pero por aquí tengo un viejo tirachinas. Ese que en el bolsillo de atrás del pantalón cose galones de capitán de diez años, o a lo mejor preferís la caricia de un guijarro en la mano.

Tengo un oscuro trabajo para los dos, en periodos de veda permanente, sencillo y bien pagado…

(Pues sí, mira que plantarme el Ayuntamiento, en mi calleja oscura, un Goliat con fanal en la mollera. Sí, una altiva y tosca farola. Y de un plumazo me han borrado el cielo de todas mis noches.

Si ahora mi balcón colgado en mi dulce ladera de trinos es la única rutilante estrella del firmamento. Salgo al iluminado mirador como si fuera un actor de teatro a soltar un monólogo en sesión de noche. Detrás de este velo de luz nocturna estará mi brillante Vega, Cisne volando por la Vía Láctea, mis lágrimas de agosto, Hércules, el Escorpión, el Sagitario Arquero, los lebreles de Orión cazador…

Oh, no quiero cielos violáceos ni de leche, que yo de niño tenía esa manía de contar estrellas en las noches de verano, de agotarme en los números creyendo haber llegado al infinito. Cielos preñados de luceros para hacerse preguntas, y sentirse muy pequeño. Oh, qué niños de ahora, tan ciegos de cielo, le dirán a su madre o mañana a su amada, como el poeta, que sus ojos le recuerdan las noches de verano.

Y cómo vuelvo otra vez al relente de esta sierra, cómo me alejo de esta desperdiciada luz vertida al cielo. Adónde voy, si en el garaje de este costal mío, montaría el rocío una murga con el crujido de mis huesos. Oh, me han robado mi silla de mimbre, mi mapa celeste, el rouge del tocador de Venus, y el café junto al guiño de mis estrellas.)

 

… ¿Veis esa reluciente y altiva farola en mi calleja que acaba de encenderse? Os pago por adelantado, y si os preguntan de dónde ha salido este hermoso papel con cinta de plata, sólo tenéis que decir que os lo ha traído el azar del viento, como una hoja buscavidas. Y no os importe mentir, empezar a ser ya un buen actor, que la mentirijilla también nos salva de la vida.

Eh, y no me falléis, que os contrato hasta que os entre la maldita sesera, o quizá le cojáis gusto a esto, y en guerrilla con el consistorio, queráis ser siempre, a la noche, dos partisanos de las estrellas…

Y hacerlo ya, hoy mismo, durante el pimpampum del estruendo de los fuegos en el puente, o cuando veáis patas arriba a ese ciempiés de la verbena…

Que una piedra en el aire, de golpe, ¡encienda todas mis estrellas!

Rubén Lapuente Berriatúa

Publicado en el diario la Rioja el 14/8/23

 

2 comentarios

Rubén Lapuente Berriatúa -

Demasiada luz vertida al cielo que no nos deja sentirnos pequeños. Un tirachinas enciende el Universo. Un beso

Victoria Heitzmann Zamora -

Me encanta el poema. Conviértete en niño y usa el tirachinas. Vivo en el campo, una vecina quería que pusiéramos una farola justo en la esquina de nuestra casa. Decía que por miedo aunque siempre va en coche... Le dijimos que nosotros también tenemos tirachinas. Podemos seguir viendo las estrellas. Un beso