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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

CUPIDO EN LA LAUREL

CUPIDO EN LA LAUREL

-Para ser lunes, Teresa, vienes radiante. Ayer pillaste cacho, ¿eh? Menuda crema es ésa para el cutis.

-Qué va, qué va, de eso brujillo, bien poco. Conoces siempre a alguien, pero una está ya tan escamada, tan de vuelta de todo…

-Cuéntame, cuéntame, Santa Teresa…

-Oye, que no, que no es así. Que confundes tiento con témpano. Que sé lo que es enamorarse, y hasta las trancas. Lo que no sé es si a esta lata mía de corazón le cabe otra abolladura. Y tú me has visto en esta oficina más que llorar.

-Bueno, perdona, perdona…

-Deja. Si ya sé que al final eres mi confidente. Si estoy contigo media vida. Lo conocí en La Laurel, el sábado. Nos juntamos con una cuadrilla nueva, y ya sabes: de bar en bar, de palique, echándonos unas risas… Y de pronto, una mirada como un rayo tomó mis ojos, me partió los huesos, y ahí supe que los ojos no envejecen, que si los amas, vas a quererlos siempre… Y ni nos contamos la vida, ni nada. Sólo sé que trabaja en una farmacia…

-Eh, perdona. Pero ése es el amor de tu vida. Uf, ya me veo de tigre en los portones del templo en mi senectud. Tú, pasándome el elixir de la eterna virilidad…

-Oh, calla, menuda cruz tengo contigo. Y no me hagas de esto gracietas, que por fin algo hermoso me está sucediendo…

- Vale, vale, pero, entonces, tuvo que haber algo más, ¿no?

-Tú siempre al grano, ¿eh? Bueno, para qué mentirte. ¿Sabes? Se me presentó el domingo. Y solo. Y nos fuimos a comer. En la mesa, lo veía cómo comía despacio, pero muy despacio…

- ¿Y?

-Es que para mí es muy importante ese detalle.

- ¿Cómo?

-Que comía despacio, pero muy despacio, como si no tuviera apetito. Muy tranquilo. Igual que yo. Sin prisas. Y era como si me sedara la sangre, como si el tiempo me olvidara. Si ya ni recuerdo lo que comí, y eso que fue ayer. Oh, sí, algo distinto y bueno me está esperando. Qué ya me toca.

-Pero, Teresa… ¿Sólo eso?  ¿Al final no hubo mondongo?

- ¿Mondongo?

 -Sí, mujer, mover el mondongo, mover las carnes, mover la grasa, los michelines, moverlo todo.

-Oh, Dios mío, qué martirio contigo. Si no fueras mi jefe, ahora mismo te despediría.

-Ja, ja, ja, Teresa, que sólo quiero verte feliz. Saber que lo puedes ser, y ojalá para siempre, que eso es lo que yo y la empresa ganamos.

-Sí, patrono morboso, hubo mondongo, mondongo del bueno, del lento, del que me encontró lo que extravié una tarde entre los brazos de aquel primer amor huido. Que ya era hora de que la vida coincidiera con una. Que estoy harta de darle vueltas al asa de una taza de café en un bar esperando otra vez al desamor. Que ya tengo unos cuantos tacos. Que esta vez el Cupido de La Laurel se ha acordado de guiñarnos un ojo. Y sé que ha dado en el centro de esta abollada lata mía de corazón, porque vuelve a curvarse, a temblar, como el de aquella muchacha que cada mañana saltaba de la cama, sólo porque por los ojillos de la persiana, se colaba el sol, el mismo sol, Rubén, de todos los días.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diarío La Rioja 31/7/2023

 

3 comentarios

Rubén Lapuente Berriatúa -

La famosa calle laurel de logroño que cupido o el vino ha hecho enamorarse a tantos. Un beso Victoria

mucha -

fascinante lo que eres y escribes

Victoria Heitzmann Zamora -

¡Caray! Cortito, pero así perfecto. Me ha encantado. Un abrazo