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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

NIÑERO EN PARO

NIÑERO EN PARO

Venga, vecinita. Déjamelo. Que sólo es para esta tarde de sábado. Que no sabes las ganas que tengo de mandar a este amuermado adulto mío a la esquina, a ver si llueve.

Que llevo una eternidad sin una mano de blancura. Sin un incordio inocente. Sin esa pequeña patria del candor que es un niño.

¡Eh, venga, vecinita! Que ya ni me acuerdo de los míos. Que llegaba herido de oficina a casa, tarde ya al último compás de sus breves pies. Que ya no me suena esa música de corteza de pan saliendo del hatillo de sus huesos abrazados.

Que quiero sufrir un bombardeo de su lengua de trapo. Que me lleve de la mano por los rincones de sus madrigueras despertando la jerga de las cosas. Que me enseñe el lenguaje de los pájaros. Cómo se avienta a los bichos. Cómo de una pelusa saca un cabello de oro perdido de su pelo.

Que tengo un teatrillo de marionetas apolillado de emociones. Que quiero verle sentado en el suelo con las piernas cruzadas, oyendo sus inocentes gritos acallando las añagazas de la bruja Ciriaca o del Ogro Dienteslargos, alertando de emboscadas al despistado héroe Gorgorito, o a su eterna novia Rosalinda.

Verme ese día como viviendo en una viñeta de dibujos animados. Venga, vecinita. Déjamelo. Que le voy a regalar el asombro de la magia de este patán, aprendiz de faquir hambriento de cuchillos de cocina, que de perfil parece que me los meriendo. Y derramando harina de maíz a falta de polvo de estrellas, le encontraré un doblón de chocolate en el cofre de su pelo, y una piedra azul detrás de las orejas, con poderes, le diré, si la aprieta fuerte en el puño.

Y como los sábados sé que tiene en el Ángel dulce barra libre, en un abracadabra, volcaré sobre su cabeza el confite infinito del secreto de mi sombrero puntiagudo.

Y al atardecer quiero ver su silueta de cachorro ciego contra la pared, contando atropelladamente, jugando a buscarnos a tientas…

Y si me dejas dormirle, después de surfear en las olas de las sábanas, y sentirle enroscarse en las ramas de mi cuerpo como la más bella y larga cola de ardilla, como sé que me pedirá, sin respiro, cuento tras cuento, tan agotador, le contaré sólo dos, pero el segundo sin su final, que sólo lo sabrá, le diré, si se duerme en un periquete, y me deja entreabierta la puerta del sueño…

Venga, vecinita. Que mi casa es un desierto sin siroco. Que la vida es alboroto, ruido. Ahora que todavía es luz y olor de pan de madrugada, déjamelo. Si ya sé que soy un pesado egoísta, pero, ¿qué quieres? Si tu niño me devuelve la primera niñez, la que no sé si viví, la que no recuerdo…

 ¡Ah!, vecinita, que sepas que tengo guardado un ¡ale hop! para ti, poca cosa, sólo te saca una sonrisa, pero tan larga como una serpentina, como la que nos salía de niño, de la nada, sin llamarla. Dura poco, pero esta no la olvidas…

Entonces, qué, vecinita, ¿me lo vas a dejar?

-¡Oh, claro que sí!

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario la Rioja el 5/02/2022

mi otro blog http://rubenlapuente.blogspot.com/

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