GIGANTE
A horcajadas,
sobre mis hombros,
soy la mejor montura
para mi hijo.
Desde más allá de arriba,
sin miedo, sin vértigo,
lo mira todo
con ojos de un gigante.
No se bajaría nunca.
Le veo en los cristales
mirarse con suficiencia,
como que le vengan ahora
a toserle los malos.
Como no tiene riendas,
me agarra de los mofletes,
me tapa un ojo, el otro,
los dos, la boca,
y le mordisqueo la mano
para que no me ahogue.
Me clava las espuelas
si me paro en los escaparates.
Él está a lo suyo:
a los coches, al bullicio,
a las luces.
En la cabalgata,
le dio la mano,
como un señor,
al Rey Baltasar,
sobre otro corcel igual
de alto que el suyo.
Y se lleva a casa
el calidoscopio
de toda la tarde.
Se echa sobre la alfombra…
Y bajo los párpados cerrados
se le iluminan los ojos.
Rubén Lapuente
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