MEMORIAS DE ÁFRICA
(del diario de un soldado de la edad dorada)
Sedado pero lúcido
puedo imaginarme estar
bajo su piel macilenta
oyéndole el trote lejano
que se acerca sin ritmo.
Me lo balbucea
a la cabecera de la cama
adonde acudo al oír
el grito de soledad
que me lanza su campanilla:
No he sido nunca una persona llana.
No he sabido fingir.
He menospreciado a quien
no compartía mis emociones:
El álgebra, la música.
Nunca he hablado por hablar.
Y ahora que llega
ese afilado runrún sin melodía
voy a ser el mismo
que ha vivido siempre solo
pero fiel conmigo.
No me arrepiento de nada.
Santiago…
¿Y si le ponemos música
a ese zumbido?
¿Y si viniera mi pequeño Mozart
con su clarinete y tu adagio
el de memorias de África?
Medio vestido para el concierto
puedo imaginarme estar
bajo ese traje con babuchas
sedado pero lúcido
mientras la caña busca
su frescura y el aire
su vericueto en el ébano.
Y Mozart suena
como ojos de cielo sobre
la sabana de su memoria
como presagio
volando sobre el estampido
de un enjambre voraz que
de pronto…
(lo noto en su rostro)
enmudece e interrumpe
por un momento su viaje.
Rubén Lapuente
a la memoria de Santiago
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