SEXO EN CAMEROS
Vivo en una casa tan hundida en esta hermosa hoguera verde de la sierra riojana, que cuando enfilo el camino que sube a lo más alto del pueblo donde respira, anda ya tan enredada entre pinos que casi ni se la vislumbra, como que ya es pino de piedra, prima de los verdes pinos.
En una de estas últimas noches de septiembre, leyendo mi mujer y yo en la cama, oímos un desesperado y enorme ronco vozarrón que nos hizo quitar los ojos del libro, para buscarnos esa grata y cómplice mirada de asombro que tiene lo inesperado, y aunque sea puntual cada año, siempre sorprende, vuelve cada otoño adolescente y nuevo.
Es la berrea. Es este barítono ciervo riojano bramando en los calveros su sexo en llamas. Si el bosque usara despertador lo haría con la música de este bramido, con este mascarón de bronce clamando como campanas de espadaña al viento, su infinito deseo insatisfecho.
Con los ojos perdidos en el libro abierto, revivo las veces que he soñado pasar mi mano sobre la espalda de estos venados tan huidizos, tan puros, tan esbeltos.
Tras los pinos, alguna vez he sido el espía del bosque de este barítono ciervo. Le he visto alambrar su candente establo con la llama del olor de su tierra orinada. He visto, dentro de ese vaporoso corral, acordonadas, un harem de hembras que ahora estarán mirando, bajo sus pezuñas, el calendario de su instinto en el reloj del cambiante color de las hojas. Ellas no sufren si el semental ganará o no la refriega enredado en otras cuernas (nunca he visto tatuado en un árbol un corazón de corza atravesado por una flecha) que sólo quieren, que apremia el tiempo, que las cubra deprisa un fértil pálpito de carne en el crepúsculo.
Con los ojos perdidos en el libro abierto, aún está grabado a fuego en mi memoria, la aventura de aquel pobre venado, que hecho un manojo de nervios, con hambre de perro callejero, sin un renuevo tierno que echarse a la boca, vadeando el río Iregua, se atrevió, muy temprano, a acercarse hasta las primeras casas de Villoslada a ramonear en los contenedores de la basura.
En mitad del puente medieval, acorralado por un humeante y garañón todo terreno que lo cruzaba, y por mí, que por el otro lado bajaba con el pan bajo el brazo, mis inocentes aspavientos quizá le harían creer que era yo su verdugo, que el martilleo estridente de la bocina del coche eran acaso retumbos de viejos disparos. Y empezó a temblar como una hoja, como una luna apedreada en el agua, y las mil agujas del miedo le hicieron brincar, saltar por el pretil del puente al mortal vacío…
Al verle arrojarse a los brazos del aire, por un momento pensé que tenía alas, que iba a desplegarlas, que iba a remontar el vuelo…
Al volver otra vez más fuerte, más ávido el bramido, mi mujer, cerrando el libro, bajándose las gafas con el dedo hasta la punta de la nariz, volviéndose hacia mí, bromeando, o quizá no…
“¿Eres tú cariño?”
Rubén Lapuente Berriatúa
Publicado en el diario La Rioja el 2/10/2022
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