LANA DE LAS CIEN TIENDAS
El tiempo que todo lo fatiga, que todo lo muele, a veces se viste de emperador y coloca su dedo pulgar hacia arriba, hacia la vida, indultándote ciertas cosas: unas por su eterna herida abierta, otras por su buena estrella o su hechura mágica, y alguna por tener en su envés, o en tus ojos, un trampantojo tapando su lenta agonía. Y ya no se tambalean nunca. Son las cosas que te verán morir.
Y ahí está el miedo de abrir el álbum de fotos por si el azar te juega una mala pasada, y tienes que ir a ahogarte al fondo de una almohada; o mi antigua cama de latón, que limpié hasta quitarle el vaho de la muerte en su cabezal, y su lecho es ya como echarse a la sombra de un sol de mimbre, como si navegaras en una barca por las aguas del sueño de todos tus amores; o esas golondrinas de cerámica en la fachada de mi casa(señuelo para que vuelvan las de Bécquer), que trisan silenciosos brillos al sol, intentando alcanzar los aleros del cielo; o mi enredadera, mi amada glicinia, que ya es la colcha de mi casa, el teatrillo de sombras chinescas en las cortinas de mi habitación, cuando en la ventana el viento mueve sus hojas. Pero sobre todo me ha indultado a lo más frágil, a cierta prenda de vestir, de lo poco de lana mío que no ha acabado junto a las mondas de patata, y es sólo un jersey que espera alguna tarde en la palomilla del armario, el recuerdo del ala de mi mano.
Lo compré en los años 80, en una de las cien tiendas (la prenda eterna anida por ahí), marca elipse, burgalesa, de Lerma, tristemente cerrada hoy. Y que esconda el reclinar de un cuerpo de muchacha, o diamantes de saliva de besos furtivos que le cayeron, que tenga pequeñas huellas de lágrimas del dolor en su regazo, o agujas de rocío de noches, yo colgado de aquella ladera de trinos en Villoslada buscando estrellas, no me basta para comprender el por qué dura tanto este idilio mío, aún con mariposas de lana en el estómago.
Si me contaron que en la posguerra la pobreza iba a por lana enredada en los alambres de los cercados, para tejerse con humildad e infinita paciencia una rebeca o un jersey, seguro que de eso estará hecho este bicho mío: de jirones de lana virgen de oveja en alambradas de púas, y al frío viento de los montes.
Tiene una enmarañada piel de hebras de color tierra, y una miríada de pequeños vellones azules, blancos y naranjas, como planetas de esquilados carneros que giran en mi torso como si mi corazón fuera su sol de lana.
Por la casa lo luzco alguna tarde de sábado, y me sonrío imaginando que algún día podría cansarse de mí, como si fuera indigno el que yo lo llevara. Pero hay tardes que pienso, si no seré yo quien anda como sonámbulo, cegado, como si tuviera un espejismo delante, y lo que realmente llevo puesto es ya un remiendo. Pero no sé, no creo, porque al asomarme a la luna del espejo, ya dentro de su abrazo de lana, al único que veo tambalearse en este viaje hacia el cansancio que es la vida, y como un harapo, soy yo, sólo soy yo.
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado hoy 4/2/2023 en el diario La Rioja
mi otro blog http://rubenlapuente.blogspot.com/
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