MIRADAS
Por la larga calle del bulevar, bien temprano, camino de mi diaria rutina, me cruzo desde hace un par de semanas, tan puntual como una estrella, con un rostro de mujer, dulce en la penumbra.
Yo voy con ese cuerpo que finge mal despertarse cada mañana, y no es la mejor manera de atender la dulzura de unos hermosos ojos nuevos.
Al principio ella sólo era un perfume delicado que me llegaba tan recién florecido, que me hacía buscarle los ojos a ese aroma rosa, pero con una mirada rápida, que no son estos buenos tiempo para la galantería, y menos para la ya tan criminalizada seducción, y cuesta demorarse en unos ojos desconocidos, como si te fueran a decir que ese lugar es sagrado, que qué haces tú ahí, que quién te ha dado permiso, que esa no es tu capilla.
Pero con la frecuencia de los encuentros, ya nos reconocíamos, y al verla, o al verme ella a lo lejos, de ir a buen paso, bajábamos el ritmo para que durara un poquito más el tiempo de nuestra ya agradable diaria coincidencia.
Las miradas eran mutuas, cada vez más cercanas, más cómplices, más sostenidas. Al cabo de dos semanas, ya nos dábamos, y a la vez, esa media sonrisa que nos contagiaba también los ojos, como si alguien o algo los iluminara por dentro. Nos gustábamos, o quizá sólo era pura cortesía, o necesitábamos entretener, aunque fuera con un fingido escarceo, esa monotonía de la vida, pero no creo, porque íbamos estrechando la acera, porque ya nos ladeábamos para no rozarnos, para ser amables, sutiles…
” Hasta luego”, me dijo ayer.” Adiós”, a media voz trastabillada y a destiempo, le dije. Y nos volvimos a la vez para darnos nuestra mejor y más radiante guardada sonrisa…
Al día siguiente, sabía que era la mañana de pararnos, y frente a frente. De las primeras preguntas: “¿Cómo te llamas? Mira que nos ha costado dar el paso ¿eh? ¿Trabajas por aquí? ¿Tienes tiempo de tomar un café? ¿Sí? ...” Luego, quizá fuera la mañana de las mentiras, o de las medias verdades. ¿Sólo de una amistad?: Difícil, que somos hombre y mujer, pero ya maduritos para perder el tiempo en devaneos, y tanta mirada cómplice, ¿adónde nos llevaría sino es a un mullido pajar de besos?
Ahora estará ella bajando por el bulevar. Adelantándose al tiempo. Buscando mi silueta en la lejanía. Seguro que, con un bonito vestido, algo más maquillada, oyéndose el timbal enajenado en el pecho…
Pero hoy he cambiado de trayecto. He tomado una calle paralela a la avenida. Y mientras la veo fugaz rebasarme por entre dos esquinas del bulevar, yo ya por el nuevo camino de mi diaria rutina, y aún con la huella viva del suave vaivén de una mano en mi espalda: mi despertador esta mañana, me imagino, que hay ahora alguien, tan puntual como una estrella, que descorre unas cortinas, que abre un balcón de par en par, y que, recogiendo mi silencioso pijama sobre la cama, tal vez, por un momento, cerrando los ojos, aspire su olor.
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el diario La Rioja el 07/01/23
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