ABLACIÓN
Yo no sabía lo que era la ablación, la ablación cardiaca, pero al notar que mi vecino y amigo del bosque había cambiado de costumbres, como ya no le veía con la bicicleta por los senderos de esta hoguera verde... ¿ A ti Luis te pasa algo, no? y entonces…
“De repente, Rubén, el corazón no sabe calmarse. No te habla bajito. Parece dentro del pecho un potro sin domar, una campana con toque a rebato. Y da igual caminando, que soñando de madrugada, que feliz en un bar. De pronto se pone a saltar, a golpearte. Y pones la mano en el pecho, asustado, como cuando de niño te lo descubrió el resuello o el primer miedo, pero ahora no lo sientes como aquel limpio y vigoroso volteo de campanas, sino como uno de los últimos coletazos de un motor viejo.
Y de pronto, el corazón detiene su locura, se olvida de vocear, te ignora, vuelve a su cotidiano murmullo. Y vives cada minuto con el acecho de su sombra, con el terror de su revuelta…
Y el médico te habla de la ablación, que al oírlo te sorprende, te suena a otra cosa: “¿Pero, eso no es capar los genitales femeninos?” Y no. Se sonríe. Te dice que también es entrar en las venas, subir por el río de la sangre con un bajel pirata que asalte ese amotinado camarote. Abordarlo, para quemarlo, para tacharlo: cegar esa sublevada habitación del pánico relampagueando en la roja oscuridad. Y con bozal de gañidos me han calibrado su brújula. Supongo que ya dejará de perder el norte, pero qué difícil, Rubén, volver a ser el mismo cuando la vida te asesta esta sonora puñalada. Difícil dejar de pensar en ese tambor cuando lo intuyes en el silencio de todas las noches, que ya tengo una cita ineludible con cada uno de sus latidos. Y sí, el tiempo te alcanza, empieza a existir para uno, y mucho más deprisa. Ahora me parece que todos los meses las hojas del calendario en la pared, son de otoño, son amarillas…
La vida es un viaje hacia el cansancio, pero habrá que aparcar el miedo, aprender de nuevo a vivir, ser el mismo, por lo menos de puertas a fuera, y procurar no dar mucho la lata a nadie con el sonsonete de mis goteras.
Ahora lo siento como un huésped, o mejor como un reo o demente que viste camisa de fuerza. Y todas las noches le llevo, cálida, la palma de mi mano, y la redoblo con la otra, para que esté más arropado, como más tranquilo, y en esa postura, casi angelical, me duerme o le duermo, que ya no se quién cierra primero los ojos…
©Rubén Lapuente Berriatúa
http://rubenlapuente.blogspot.com/
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