VECINOS
Si corro las sillas.
Si rechinan.
(si supiera tocarlas)
El lunático vecino de debajo de mis pies
nombra a toda mi familia.
Pero cuando a una hora del día
se desahoga el clarinete en mi casa
me queda la satisfacción
de que su profundo silencio denota
un buen oído musical.
Le di permiso a mi vecina de al lado
para que su glicinia colonizara
también mi terraza.
Y ahora la tengo volando
sobre mi cabeza
bajándome en oleadas su intenso aroma.
Pero no puedo entregarme del todo a su olor.
Tengo la sensación de que no es mío.
¡Vecina! le digo, ¿me dejas oler
tus colgantes racimos violetas?
Mis vecinos del primero
han adoptado dos párvulos del África negra.
Llegaron con la afectada mueca del desarraigo,
inquietos como corderos.
Y al ver la jarra del agua sobre la mesa,
se la bebieron de un trago los dos :
Temían que mañana ya sólo manara aire del grifo.
Justo frente a mi balcón
al otro lado de la calle
mi vecino de hola y adiós, poco más,
ya no se asoma.
Le hacía últimamente un gesto
con la mano cerrada.
Ahora su mujer
no falta a la cita de adornar
la barandilla de su balconada
con plantas de moradas, blancas y rojas flores.
La percepción mía ahora es distinta.
La suya desde su azotea
debe ser la misma de siempre:
ninguno de los dos ha cruzado el umbral del otro,
nunca hemos quebrado las formas.
¿Y por qué no ahora?
¿Por qué no romper la imagen de siempre?
Que todo de un giro inesperado.
¡Vecina! le digo, entre tanto vergel,
no se te ve lo guapa que eres.
Y se levanta.
Y se acoda frente a mí
en la baranda…
©Rubén Lapuente
6 comentarios
ricardo -
reconcilian con la vida.
Saludos
milagros -
Teresa -
Un beso
Zeltia -
optimista,
e
incluso anima también,
a abrir, a entrar
Maria Socorro Luis -
Soco
Anónimo -
Te mareces dos besos sonoros, con fondo de clarinete.