LA BARQUILLA
El chorro de un bidón de agua
le quita el polvo de la piel,
le despega el vestido.
Un algodón embebido
separa cada pestaña,
le limpia el barrillo
de las orillas de las cejas.
Los afeites en los cabellos
y en el cuerpo lavado
le devuelven la dignidad
rosa de la inocencia.
Un vestido blanco,
una flor en el pelo,
y eso es todo.
Ahora tiene
el mismo dulce rostro
que cuando se quedaba
dormida.
Un traqueteo sombrío
bajando las escaleras
le hace a su padre
ir más despacio.
Al llegar a la calle
sobre un mar de olas
de manos,
la barquilla rompió
las amarras.
©Rubén Lapuente
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