LA LIBÉLULA
Desde el cielo del sueño
baja hacia el río
Un cuerpo menudo
entra en el agua
Es la luz que juega
sobre esa pequeña
espalda mojada
Son sus visos de satén
Sus tornasoles
de escamas prendiendo
en esas dos paletillas
que le sobresalen
como lomos de peces dorados…
Es la mano
del destello del sueño
desempañando
lentamente
el vaho del cristal
del olvido…
La mareta de su cuerpo
de rama rota atada
al viento del agua
que los remos de sus brazos
van tejiendo en abanico
lleva a la orilla
mucho antes
su pequeño temblor...
En la aguja de un junco
ensarta una infeliz mariposa
De malherirla
se sacude de los dedos
de las manos
los polvillos de oro
de sus alas
de ocelos ciegos
pegados
como si por ese ademán
la maquillase
como si así
la devolviera
rociada
una pizca del decoro perdido…
Y luego con presteza
la remienda
como cuando él
se desempolva la niñez
antes de cruzar
el umbral del fuego
enemigo de su madre
con un sarmiento
de alfanje
atado al cinto…
De rodillas
Sumergido
justo hasta que la línea
del agua le corra por la mitad
de los labios…
Espera a la aguja del diablo
que cosía la boca
a los deslenguados
de cuando era
menos que un rapaz
Sabe que es más rápida
que un relámpago
Que sus diabólicos ojos facetados
le sorprenderían
con tan sólo el simple tris
de un pestañeo…
Y la joya turquesa
colgada de un punto
de la nada del aire
aparece ya arriba
en el culmen del festín
de su señuelo
en su cercano pavor
en su sufrido temple
Hecha de sueño y azar y secreto…
En el puño cerrado
mordiéndose los labios
aprieta y aguanta
la muerte
de la belleza y el miedo juntos…
Por el filo de las alas rotas de la libélula
el niño se va muriendo…
II
Para perder el miedo
grita en silencio:
Tengo miedo
Ahora tiene que adentrarse
como en un túnel:
Ya sabes:
El ruido de sombras
que se entrechocan
La estridencia de unas voces
El espanto de algo extraño
que espera al fondo sin luz…
Él se aferra
a lo que no se le muere:
La de su mano niña
que aún recuerda
el frío de la carne rosa
dormida de muerte en su arrullo
y que aún ahora tan añosa
la lleva a su mejilla…
Se aferra
a sus pequeñas victorias:
Qué triunfo cuando atravesó
por primera vez solo
camino de la escuela fría
el bosque de niebla del largo puente
sobre las aguas del Ebro
¿Cómo pudo arrojarse al río
sin saber si haría pie
si aún no sabía nadar ?
¿Y cómo resistiría la
eternidad del pavor de aquel
caballito del diablo
vibrando preso en su puño?
(¿Todas las conquistas están en la infancia?)
Antes de que se adentre en el túnel
le tomo una mano
La otra la lleva cerrada
©Rubén Lapuente
1 comentario
Anónimo -
Me he sentido sugestionado por las imágenes de este poema que habla consigo mismo, como un poema dentro de otro poema, y esa deriva dramática que sustenta.