ALTAMIRA
Le despertó la caricia del sol.
Y una mano de hembra
le movió levemente.
(“La misma mañana de siempre.
El mismo tronar del bosque.
El mismo rumor del río bajo mis piernas…”)
Mientras el fuego doraba
los arponeados peces,
el azar le llevó
a un saliente del techo
rocoso de la cueva:
(“La misma forma.
La misma giba en la piedra
que la de un bisonte…”)
Y en su imaginación,
lo fue dibujando,
luminoso,
preciso.
Perfiló la silueta
con un trozo de carbón.
Mezcló raspadas margas,
limados ocres,
bermellón,
con grasa,
con sangre caliente:
Ya tenía la paleta de colores
que rezuma la piedra.
Ya tenía el pincel
en cada yema de los dedos.
Embadurnado
por una lluvia de tintura
se tendió boca arriba
sobre el suelo de la cueva:
Apareció tanta belleza desconocida
y suya (la que veo yo ahora)
que tuvo que empezar a ser otro ahí.
Tuvo que romper a llorar.
©Rubén Lapuente
después de Altamira todo parece
decadente (Picasso)
8 comentarios
Zeltia -
bicos
latorredelossueñosesmeralda -
Ñoco Le Bolo -
Y entre la decadencia, algunas veces, asoma la luz cegadora de un rayo. Debemos encontrarlo. Hay muchos sueltos a falta de un techo sixtino.
saludos
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CristalRasgado & LaMiradaAusente
Anónimo -
Anónimo -
Joselu -
milagros -
ricardo -
Un abrazo