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EL HUÉSPED

No me preguntéis
quién es
ni de dónde viene
Algunas veces coincide conmigo
Me aborda
como un corsario
en alta mar
Y me pinta una sonrisa
de rueda de luna
Y me hace tararear
baladas no escritas
Si me viene
su ráfaga de la calle
la aguja del reloj
apresura la sirena
Y con un brazo en mi hombro
se toma conmigo
un par de cervezas
Sé cuándo me habita
por la manera
de cómo me mira ella
de insinuárseme en una rendija
flechada
sabiendo que se le cumple
aquel sueño de niña
Algunas veces coincide conmigo
en la tristeza
Y me lleva hasta el balcón
que abre la vida
Y me enseña a vivir
allí con la muerte
asomada a los cristales
perezosa
Me gustaría
que se quedara
siempre conmigo
pero hay muchos días que no le agrado
Y recela
Y espera a que haga
una seña
cuando esté
de buenas
©Rubén Lapuente
LA FLOR DE LA HIGUERA

Lo que me duele lo hago rápido
Lo miro todo de soslayo
Y doy la temida última vuelta
de cerradura a la casa de mis padres
Yo quería salir de prisa
de ese silencio insoportable
pero sobre la tapia del patio
al volverme
se asomaba la dulzura de mi infancia
¡Ay! ¡Mi higuera!
Aquella noche de San Juan
subida yo a sus ramas
Quien arrancara su flor
que nacía y moría
eterna en un instante
sería por siempre feliz
Leyenda que me creía
a pies juntillas
¡Ay! Esa noche
en la espesura
bajo ese olor grave
asfixiante
me moría de inquietud
Y al encenderse las hogueras
se prendió la higuera
de fugaces luciérnagas
Aparecía y desaparecía
en cada brote
la oculta flor efímera
Pero no me dio tiempo
a atraparla en mi puñito de luz
¡Ay! ¡Mi higuera!
Entré otra vez en la casa
Ahora si oía respirar a alguien
Y como aquella noche de San Juan
me subí a su enramada
a su profunda dulzura
Le arranqué una rama
joven y luminosa
de la copa
La vida es un simple esqueje- pensé-
como yo soy el trozo
que tanto buscaba de mis padres
Y me fui alejando
empuñando otra vez
los sueños.
©Rubén Lapuente
a mi mujer y a su dulce higuera centinela de su casa cerrada
en comentarios hay otro final del poema
LA BATIDA

Soy el ciervo
Errante
Orgulloso
Oigo la corneta
que espolea la rabia
Que me trae el fulgor
de sus dentelladas
Me rezago
Con ceño de soldado
soy mi propia carnada
La turba de canes
hambrienta
me acorrala
Con mis astas
volteo ladridos
horado hocicos
Mis pezuñas
cocean tarascadas
En un descuido
me desgarran la piel:
Jarcias de mi carne oscura
se retuercen
en la tierra
vivas
Desde el risco
me lanzo
como un suicida
al agua
Velero del río
tras mi traza de sangre
saltan peces
que me sueñan
Soy el ciervo
desmogado
descarnado
sin belleza ya
Digno
de no ser laurel
de venablo
Esperando en mi yacija
agonizante…
¡Que sea sólo el bosque
quien devore mi muerte!
©Rubén Lapuente
UNA HISTORIA DE NUBES

Esta inquietud mía
Esta ráfaga de pureza
que me tiende sobre ella
desde la glorieta de su frente
a los ocho breves valles de sus pies
Debajo de mí
no sabe lo que busco
Somos sólo una historia de nubes
Sólo una memoria de sábanas
Con los brazos en cruz
le arrebato las manos
entrelazándolas con fuerza
a las mías
Y lentamente
ruedo mi rostro
de un lado al otro del suyo
La hablo se azara:
Cuéntame tu vida como sé la mía
como si fuera la niebla
y yo la orilla del río
Se afloja el ramal que le puso el tiempo
Me abre la ventana
que da a la ensenada de su patio oscuro
y me lleva a las lágrimas tras la puerta
al jirón de aquella promesa
al orgullo que le agranda el olvido
al camino en zigzag que era el bueno
Luego bajamos al barranco
donde guarda su tesoro
y me lo señala
Y escarbo allí hasta dónde
no hay nada ni nadie detrás:
su piedra desnuda intacta
de dónde nace la mirada
el deseo lo insondable
el milagro en flor
la inocencia tierna
Y al salir de su cuerpo
colmado
la veo distinta transparente
desarmada más dulce
inacabable
Ahora somos una historia de nubes
que se reflejan
Una memoria de sábanas eternas
©Rubén Lapuente