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PALABRAS DE AMOR

Le digo que me bese de puntillas
que gateen sus pies hasta mi boca
que si me alcanza,
le voy a dejar abrir
la caja de mis sueños,
le voy a pedir que se venga
a respirar conmigo,
con este medio paréntesis
abierto de vida y muerte
que necesita de un otro medio delante,
luminoso y creciendo.
Que no sólo nos hallaremos
sobre la ardiente piel dorada
del deseo.
Que nos encontraremos también
en los olvidos de la cocina;
en el sabor del errado e igual
cepillo de dientes;
enmarañados de crines
en el vértigo del lavabo;
en el agua gastada de la bañera;
en el duro perfil sorprendido
por un presagio de angustia;
en las huellas raídas de las sábanas;
en el olor quieto de las dos
mitades del armario;
en la noche que cambiemos
de lado en la cama
esperando inquietos soñar
secretos del otro;
en la ira de algún día
que su mano parará en mi boca.
Se lo iba diciendo todo,
mientras subía a mis labios,
y, poquito a poco, ella,
se fue atando a mi cuello…
©Rubén Lapuente
HORMIGAS

Se topan con mi mano.
Las extravío.
(Como si la vida no les fuera dura.
Gigante que me tirara
de los cabellos)
Salen ligeras.
Entran con pinzados fardos.
Génesis gemela
nuestra:
Cubil sin alba y
batida de migajas.
Retiro mi mano
y la fila se restablece.
Una, ¿traviesa?
deserta de la hilera.
Se para.
Todavía no me mira,
como yo
estrellas.
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
TATUAJE

"¿Donde habría de ser?
Donde rezume humedad.
A la verita del musgo.
¿No vive por ahí ese anfibio?
Será la estampa de mi genio.
El antojo de mi calma.
La encrucijada inevitable
ante mi cuerpo desnudo.
Y la veré en el espejo,
de relámpago.
Caminaré sintiéndola
asomarse al pellizco
de la cremallera
de mi pantalón.
Al equilibrio imposible
del horizonte de mi falda.
¿Y su medieval leyenda
de atemperar el fuego?
Póngamela ahí.
A la verita del musgo.
Sinuosa silueta para el cortejo.
Branquia respirando deseos de saliva.
Reojo testigo de empellones en mi carne.
Y verla luego deformada en la preñez,
tomando mis estrías.
Quizá la mire ya cansada de creerme
que es algo más que un tatuaje,
que un torpe dibujo de salamandra,
y se me vaya borrando
de la piel de la vida,
escondiéndola de mí misma,
como una cicatriz más
de otro sueño roto."
©Rubén Lapuente
a Teresa que ya recela de su salamandra
LA MANÍA DE CONTAR

Esa manía de contar…
los ojillos de alba de la persiana
que no llegara mi madre antes;
la de sus primeras canas
con aquel presumido
revuelo de su melena
que me hacía comenzar de nuevo;
los pétalos de las margaritas
y que me fueran todos impares
me iba en ello su cariño.
¡Y quería que me contara
el equilibrio de un cayado
subido al índice de mi dedo!
¿Y esa manía de contar estrellas
en las noches de verano,
de agotarme en los números
creyendo haber llegado al infinito?
¿Y mis zancadas,
medida de aquel puente
que escalonaban mi altura
de muchacho?
¿Y las horas que faltaban
para irme a desaparecer
en el agua del río?
¿Y la angustia de fijar el año
en el que me vería con el mismo
perfil de mi padre derrotado?
Hace ya mucho tiempo
que perdí la manía de contar.
Sólo alguna noche, en la cama
y piel adentro,
me vuelve: aquel trasluz,
la hebra de nieve,
los “me quiere” en el viento,
su fatiga en mi alarde,
mi mirada de estelas,
el soldadito en el puente,
el recodo del agua,
la cabeza contra la pared de mi padre.
Y piel adentro,
quieto todo, lo sobrevuelo …
una, dos, tres,…
hasta que me quedo dormido.
©Rubén Lapuente
ODA A LOS PINOS

Si la luz tomara otra altura,
estos avizores de vanos,
de claridades,
escalarían reflejos,
su nuevo espigado cielo.
Bajo estos hijos
de aquellos mástiles velados
que surcaron los mares:
camino, grito, me escondo,
me hallo a mí mismo.
Y tomo sus troncos
como brazos en jarras,
y voy de uno a otro,
girando, bailando
en el tronar de la verbena
de esta verde plaza
que huele ya a tristeza.
Antes de que el hacha se lleve
los pinos marcados,
como un enajenado capitán
formo a la compañía
y voy repartiendo consuelos:
Tú, serás mi libreta rayada,
la del esbozo de mis poemas
que escribiré sobre tu entraña abierta.
Tú, la espalda blanca encuadernada
con la caligrafía en tinta de versos
de Neruda, de Juan Ramón, de Benedetti:
el breviario eterno de mis poetas.
Tú, serás los largueros de mi tálamo
en el corral erizado de placer.
Tú, qué suerte, sin marca,
morirás enhiesto, altivo,
sin que lo sepa nadie.
Tú, serás el banco
junto a la puerta de mi casa.
…
Y pasada la revista,
como un soldado más,
me pongo al lado
del que más conozco.
De pie. Y erguido.
Y cierro un momento los ojos.
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)