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Se muestran los artículos pertenecientes a Marzo de 2009.

INFLUJOS DE UN BALÓN

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Bajo el brazo llevaba

un tesoro de amigo.

Antes fue

un rebujo de periódico,

un atado de hilas,

un limón verde y seco.

 

Dormía bajo la cama,

bajo mi sueño.

Yo hacía la tijereta,

la vaselina,

el remate de cuchara,

la rabona.

Y daba en la diana,

con los ojos cerrados.

 

A falta de campo

tomaba las aceras.

Bajo los motores aparcados

se quedaba preso.

Sólo me paraba el juego

el claxon de un vehículo,

el sobresalto en el corazón

de un estallido.

Subía al cielo

a mirarse en los cristales,

y acababa de rehén

en el balcón del primero.

Era la plaga

de las huertas en verano.

Del colegio sólo recuerdo nítido

las patadas a ese cuero.

Y el primer día de la camiseta

a rayas rojas y blancas

iluminada por mi dios falso de niño.

Y cuando me miraba ella,

regateaba hasta los guijarros.

 

Sobre el horizonte de mi ventana

ocultaba el cielo de estrellas.

Y lo iba a buscar hasta

en el fondo de un barranco.

 

Antes de ser

el héroe de mi sueño,

me rompió la rodilla

un defensa leñero.

Se desinfló mi balón de futbol,

aunque ahora mi infancia

sea mi propio hijo

y su sueño sea el mismo.

                           ©Rubén Lapuente

        para mi hijo Abel imán de todas las patadas

       sin más rodillas ya que romperse

CIERVO

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    la vida es ciervo herido que las flechas le dan alas(Góngora)

                      I

                          (Berrea)

 

Brama su sexo candente.

Lo oigo desde casa,

lo oímos.

Si el otoño soñara,

sería con este hermoso ciervo,

altivo  mascaron

voceando en los calveros

su profundo y enorme

deseo insatisfecho.

Lo oigo desde casa,

lo oímos.

Y mi mujer bromea conmigo:

¿Eres tú cariño?

 

 

        II

     (Sexo)

 

Tras los pinos,

le veo cercar su ardiente

establo.

Le basta un hilo de olor

de su tierra orinada.

Dentro,

un harén de hembras

mira el calendario

en el cambiante color

de las agujas.

No sienten

si ganará o no

enredado en otras cuernas

(no he visto grabado

ningún corazón atravesado

por una flecha)

Sólo desean,

que apremia el tiempo,

que las cubra

deprisa,

un pálpito de carne

en el crepúsculo.

 

  

 

           III

   (Premonición)

 

Desmogado, agazapado

en su yacija de sueño tembloroso,

al mirar a su alrededor,

le empezará a nacer

una terrible memoria

de ausentes.

Bastará el eco

de un lejano estampido,

para, asustado,

equivocarse de dibujo

en la pared de detrás

que mimetiza

y le esconde.

 

 

          IV

     (Muerte)

 

Con hambre de hambre,

bajó a ramonear

contenedores.

Sin la espesura.

Como un manojo de nervios.

Con todo el frío del miedo

en las venas.

Acorralado por sí mismo

en el puente,

mis aspavientos

le hicieron creer

que era yo su verdugo.

Por un momento pensé

         que iba a desplegar las alas.

 

                       ©Rubén Lapuente

               (El Rasillo de Cameros)

 

EL RÍO

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Me he tendido a la orilla del  río

con mi brazo abrevando en el agua.

Agua mecedora de alguna derrota

que me desvanece

que sabe atemperar el corazón

y me lo rinde.

Su murmullo

me hace desaparecer

en rocío de sentidos

sobre una piel

con venas de su agua

con cauce de mi sangre.

Y siento que ya soy el río.

 

Por el camino oigo el ritmo de un cayado,

el roce de ropa gruesa a cada instante,

el compás de zancadas acercándoseme.

Los tres sonidos atados en un mismo susurro.

El saber que se acerca alguien

hace que mi brazo sienta el frío de la corriente

que mi corazón despierte

que el río se me aparezca por entre los dedos.

¡Buenos días!

Y hermosos, le digo.

 

Mientras voy oyendo cómo se aleja su cayado,

el roce de su ropa gruesa,

la zancada firme siempre medida,

cómo los tres sonidos atados en un acorde

bajan hacia el valle...

saco mi brazo del rumor del agua,

ya de otro río.

                     ©Rubén Lapuente

                    Villoslada de Cameros

                    Sierra Cebollera . Cascadas de Puente Ra.

                           Río Iregua.La Rioja

MORTAL Y JOVEN

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Sólo fue un momento.

En un escorzo casual mío.

En uno de los dos espejos

que forman ángulo en el baño.

Y de mi lado izquierdo.

Sobre alguna cómoda

sé que habrá algún instante de ella.

El tiempo va poniendo retratos

delante y delante…

En el fondo de un cajón

seguro que duermen sus cosas

a la luz de una rendija olvidada.

Cómo se parece a ti, oía desde niño.

Yo siempre creía

que me parecía más a mi padre.

Menos esta mañana.

Y de mi lado izquierdo.

Ahí estaba.

Casi miro el espejo con recelo.

Su rostro sobre el mío.

El mío sobre ella.

Su cara con la misma edad

que la que tengo yo ahora.

Paralizado me miraba en el espejo:

sus ojos, sus pómulos,

sus labios, su mentón…

Moví un poco la cabeza

para desorientarla,

para desenmascararla.

Me seguía.

Era la misma.

 

Abrí la sonrisa al mismo tiempo que ella…

 

Y desaparecimos.

 

               ©Rubén Lapuente

Minas antipersona (26.000 víctimas mutiladas al año)

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¿Te imaginas que sembraran

bajo el asfalto

semillas del diablo?

¿Salir a la calle de tu ciudad

como a las dunas del Sáhara,

como a un camino de Camboya,

de Irak, de Angola, de Colombia?

¿Te imaginas

ser como uno de ellos?

¿Tener bajo los pies la espoleta?

¿Peor aún, dentro de la cabeza?

¿Buscar, camino de la oficina,

la huella del zapato de ayer

en el reflejo de la acera?

Y si perdieras el rastro…

¿apretar los dientes, los ojos,

y creer huir del miedo

alargando la zancada?

¿Te imaginas que tu hijo

no llegara de la escuela?

¿Que fuera luego en el parque

uno más del corro de muletas

o que te mirara desde una silla

y te rompiera el corazón del alma?

¿Te lo imaginas?

 

En Angola, en Irak,

en Camboya, en Afganistán,

en Sudán, en Colombia...

no se lo imaginan:

lo viven en carne viva.

Sembraron las veredas

con semillas del diablo:

 “Es mejor mutilar al enemigo

que matarlo”,  rezaba ese lema

en las ferias de la guerra.

 

Y cada veinte minutos

dan su fruto

de brazos y piernas.

 

                                                            ©Rubén Lapuente

                                 

                                 

                                 

HISTORIAS DE MI TEJADO

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                       por ahí ando lavándole la cara a mi tejado

Cómo voy a talar esos pinos,

mis  fieles soldados de madera.

¿Por esa lluvia de gotas de agujas?

¿Por el sobresalto de alguna piña

que abrazados nos despierta?

Antes de que se desborde la canal

me colaré por la lucera

como lo hacía de niño

por la gatera de mi puerta.

Ella no me puede ver.

Camino de espaldas, a gatas,

por un talud de un mar de olas

de barro quietas.

Soy el barrendero de mi tejado,

el que lo limpia y acicala

por si alguien se asoma un día  

por el mirador de las estrellas.

Hago vadear la escobilla

por los cien canales

de graneros de verdes agujas,

de arsenales de granadas de salva.

Y lo llevo todo hacia una gárgola

que achico con una larga cuchara

de madera.

Luego me tiendo un rato sobre las tejas

escudriñando el interior de las copas.

Mientras mordisqueo  una hebra suya,

pienso que podría haber sido un venado

y ramonear erguido cada brote

de esas ramas.

 

Como tardo, me llama desde abajo:

¿Pero vas a bajar?

Ya acabo, le digo.

Luego me habla,

de que no quiere que me suba,

del peligro de caerme,

del fuego del verano que no mira,

del hogar en el viento de las cenizas.

Me pondré unos arneses, le digo .

Unas botas con suela de garras de águila,

unas alas que den tiempo a mis pies

a posarse en la yerba.

Todo menos talar esos pinos,

mis fieles soldados de madera.

Guardianes de mi tranquilidad.

El paisaje en la niñez de mi alma.

Contigo no se puede hablar en serio,

me dice, dándose la vuelta.

Volverá a la carga.

 

Si supiera que hoy

que ha empezado la primavera,

he dado unos pasos de baile…

(que he hecho de volatinero por la cumbrera)

 

                       ©Rubén Lapuente

                      (El Rasillo de Cameros)

 

BAJO EL INFLUJO DEL LAGO

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                     el rasillo mirándose en el agua

Sólo soy una mirada en el tiempo

sobre este río que pronto anega el valle

donde todas las ventanas giran alrededor

de un redil de agua muda.

La hélice de luz del lago, su fulgor,

conquista cada refugio de intimidad:

Es como el retrato que miras cada mañana

en tu mesilla.

Su influjo,

si hundes los ojos en sus aguas,

recorta las uñas a tu alimaña,

te lleva dulcemente maniatado a la nada.

 

Un paseante se detiene en mi verja:

“Es una glicinia, su trabazón

revienta en mayo de belleza.

El olor de los racimos de sus flores

te acosa, vuelva si quiere”, le digo.

Mi vecina pasa y me regala

semillas de aliso, de petunias,

raíces de violetas silvestres.

Otro me enseña sus ramas de árbol

naciendo del suelo del baño,

traspasando el falso techo de yeso.

“Lluvia a la orilla de un hayedo”, le digo.

Otro me pide lanilla de acero

para que vuelva a respirar

la ahogada  madera de su puerta.

El espejo del lago nos tiende su hechizo.

El tiempo calza aquí zapatillas de paño.

       

Sólo soy una mirada en el tiempo

sobre esta agua

que viaja conmigo a la ciudad

que se abre paso bajo los puentes

como una joven espalda luminosa.

 

A la terraza de un café llego

en el ocaso de la tarde.

Una mujer,

con esa breve belleza oscura

que como le sale de un recodo,

le vuelve a aparecer en otro,

me atrapa,

me ancla la mirada sobre ella.

-¡Qué mira!

-Perdón.

La he confundido con alguien.

Tenía mis dudas. Perdón.

 

Sólo soy una mirada en el tiempo

sobre el agua, sobre la belleza dormida

que rastreo dentro de otra carne.

 

Al irme, debo de tener el halo del lago rondándome:

La mujer me regala una sonrisa distinta,

aún no tardía…

                                ©Rubén Lapuente

                                 (El Rasillo de Cameros)

 

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