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INFLUJOS DE UN BALÓN

Bajo el brazo llevaba
un tesoro de amigo.
Antes fue
un rebujo de periódico,
un atado de hilas,
un limón verde y seco.
Dormía bajo la cama,
bajo mi sueño.
Yo hacía la tijereta,
la vaselina,
el remate de cuchara,
la rabona.
Y daba en la diana,
con los ojos cerrados.
A falta de campo
tomaba las aceras.
Bajo los motores aparcados
se quedaba preso.
Sólo me paraba el juego
el claxon de un vehículo,
el sobresalto en el corazón
de un estallido.
Subía al cielo
a mirarse en los cristales,
y acababa de rehén
en el balcón del primero.
Era la plaga
de las huertas en verano.
Del colegio sólo recuerdo nítido
las patadas a ese cuero.
Y el primer día de la camiseta
a rayas rojas y blancas
iluminada por mi dios falso de niño.
Y cuando me miraba ella,
regateaba hasta los guijarros.
Sobre el horizonte de mi ventana
ocultaba el cielo de estrellas.
Y lo iba a buscar hasta
en el fondo de un barranco.
Antes de ser
el héroe de mi sueño,
me rompió la rodilla
un defensa leñero.
Se desinfló mi balón de futbol,
aunque ahora mi infancia
sea mi propio hijo
y su sueño sea el mismo.
©Rubén Lapuente
para mi hijo Abel imán de todas las patadas
sin más rodillas ya que romperse
CIERVO

la vida es ciervo herido que las flechas le dan alas(Góngora)
I
(Berrea)
Brama su sexo candente.
Lo oigo desde casa,
lo oímos.
Si el otoño soñara,
sería con este hermoso ciervo,
altivo mascaron
voceando en los calveros
su profundo y enorme
deseo insatisfecho.
Lo oigo desde casa,
lo oímos.
Y mi mujer bromea conmigo:
¿Eres tú cariño?
II
(Sexo)
Tras los pinos,
le veo cercar su ardiente
establo.
Le basta un hilo de olor
de su tierra orinada.
Dentro,
un harén de hembras
mira el calendario
en el cambiante color
de las agujas.
No sienten
si ganará o no
enredado en otras cuernas
(no he visto grabado
ningún corazón atravesado
por una flecha)
Sólo desean,
que apremia el tiempo,
que las cubra
deprisa,
un pálpito de carne
en el crepúsculo.
III
(Premonición)
Desmogado, agazapado
en su yacija de sueño tembloroso,
al mirar a su alrededor,
le empezará a nacer
una terrible memoria
de ausentes.
Bastará el eco
de un lejano estampido,
para, asustado,
equivocarse de dibujo
en la pared de detrás
que mimetiza
y le esconde.
IV
(Muerte)
Con hambre de hambre,
bajó a ramonear
contenedores.
Sin la espesura.
Como un manojo de nervios.
Con todo el frío del miedo
en las venas.
Acorralado por sí mismo
en el puente,
mis aspavientos
le hicieron creer
que era yo su verdugo.
Por un momento pensé
que iba a desplegar las alas.
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
EL RÍO

Me he tendido a la orilla del río
con mi brazo abrevando en el agua.
Agua mecedora de alguna derrota
que me desvanece
que sabe atemperar el corazón
y me lo rinde.
Su murmullo
me hace desaparecer
en rocío de sentidos
sobre una piel
con venas de su agua
con cauce de mi sangre.
Y siento que ya soy el río.
Por el camino oigo el ritmo de un cayado,
el roce de ropa gruesa a cada instante,
el compás de zancadas acercándoseme.
Los tres sonidos atados en un mismo susurro.
El saber que se acerca alguien
hace que mi brazo sienta el frío de la corriente
que mi corazón despierte
que el río se me aparezca por entre los dedos.
¡Buenos días!
Y hermosos, le digo.
Mientras voy oyendo cómo se aleja su cayado,
el roce de su ropa gruesa,
la zancada firme siempre medida,
cómo los tres sonidos atados en un acorde
bajan hacia el valle...
saco mi brazo del rumor del agua,
ya de otro río.
©Rubén Lapuente
Villoslada de Cameros
Sierra Cebollera . Cascadas de Puente Ra.
Río Iregua.La Rioja
MORTAL Y JOVEN

Sólo fue un momento.
En un escorzo casual mío.
En uno de los dos espejos
que forman ángulo en el baño.
Y de mi lado izquierdo.
Sobre alguna cómoda
sé que habrá algún instante de ella.
El tiempo va poniendo retratos
delante y delante…
En el fondo de un cajón
seguro que duermen sus cosas
a la luz de una rendija olvidada.
Cómo se parece a ti, oía desde niño.
Yo siempre creía
que me parecía más a mi padre.
Menos esta mañana.
Y de mi lado izquierdo.
Ahí estaba.
Casi miro el espejo con recelo.
Su rostro sobre el mío.
El mío sobre ella.
Su cara con la misma edad
que la que tengo yo ahora.
Paralizado me miraba en el espejo:
sus ojos, sus pómulos,
sus labios, su mentón…
Moví un poco la cabeza
para desorientarla,
para desenmascararla.
Me seguía.
Era la misma.
Abrí la sonrisa al mismo tiempo que ella…
Y desaparecimos.
©Rubén Lapuente
Minas antipersona (26.000 víctimas mutiladas al año)

¿Te imaginas que sembraran
bajo el asfalto
semillas del diablo?
¿Salir a la calle de tu ciudad
como a las dunas del Sáhara,
como a un camino de Camboya,
de Irak, de Angola, de Colombia?
¿Te imaginas
ser como uno de ellos?
¿Tener bajo los pies la espoleta?
¿Peor aún, dentro de la cabeza?
¿Buscar, camino de la oficina,
la huella del zapato de ayer
en el reflejo de la acera?
Y si perdieras el rastro…
¿apretar los dientes, los ojos,
y creer huir del miedo
alargando la zancada?
¿Te imaginas que tu hijo
no llegara de la escuela?
¿Que fuera luego en el parque
uno más del corro de muletas
o que te mirara desde una silla
y te rompiera el corazón del alma?
¿Te lo imaginas?
En Angola, en Irak,
en Camboya, en Afganistán,
en Sudán, en Colombia...
no se lo imaginan:
lo viven en carne viva.
Sembraron las veredas
con semillas del diablo:
“Es mejor mutilar al enemigo
que matarlo”, rezaba ese lema
en las ferias de la guerra.
Y cada veinte minutos
dan su fruto
de brazos y piernas.
©Rubén Lapuente
HISTORIAS DE MI TEJADO

por ahí ando lavándole la cara a mi tejado
Cómo voy a talar esos pinos,
mis fieles soldados de madera.
¿Por esa lluvia de gotas de agujas?
¿Por el sobresalto de alguna piña
que abrazados nos despierta?
Antes de que se desborde la canal
me colaré por la lucera
como lo hacía de niño
por la gatera de mi puerta.
Ella no me puede ver.
Camino de espaldas, a gatas,
por un talud de un mar de olas
de barro quietas.
Soy el barrendero de mi tejado,
el que lo limpia y acicala
por si alguien se asoma un día
por el mirador de las estrellas.
Hago vadear la escobilla
por los cien canales
de graneros de verdes agujas,
de arsenales de granadas de salva.
Y lo llevo todo hacia una gárgola
que achico con una larga cuchara
de madera.
Luego me tiendo un rato sobre las tejas
escudriñando el interior de las copas.
Mientras mordisqueo una hebra suya,
pienso que podría haber sido un venado
y ramonear erguido cada brote
de esas ramas.
Como tardo, me llama desde abajo:
¿Pero vas a bajar?
Ya acabo, le digo.
Luego me habla,
de que no quiere que me suba,
del peligro de caerme,
del fuego del verano que no mira,
del hogar en el viento de las cenizas.
Me pondré unos arneses, le digo .
Unas botas con suela de garras de águila,
unas alas que den tiempo a mis pies
a posarse en la yerba.
Todo menos talar esos pinos,
mis fieles soldados de madera.
Guardianes de mi tranquilidad.
El paisaje en la niñez de mi alma.
Contigo no se puede hablar en serio,
me dice, dándose la vuelta.
Volverá a la carga.
Si supiera que hoy
que ha empezado la primavera,
he dado unos pasos de baile…
(que he hecho de volatinero por la cumbrera)
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
BAJO EL INFLUJO DEL LAGO

el rasillo mirándose en el agua
Sólo soy una mirada en el tiempo
sobre este río que pronto anega el valle
donde todas las ventanas giran alrededor
de un redil de agua muda.
La hélice de luz del lago, su fulgor,
conquista cada refugio de intimidad:
Es como el retrato que miras cada mañana
en tu mesilla.
Su influjo,
si hundes los ojos en sus aguas,
recorta las uñas a tu alimaña,
te lleva dulcemente maniatado a la nada.
Un paseante se detiene en mi verja:
“Es una glicinia, su trabazón
revienta en mayo de belleza.
El olor de los racimos de sus flores
te acosa, vuelva si quiere”, le digo.
Mi vecina pasa y me regala
semillas de aliso, de petunias,
raíces de violetas silvestres.
Otro me enseña sus ramas de árbol
naciendo del suelo del baño,
traspasando el falso techo de yeso.
“Lluvia a la orilla de un hayedo”, le digo.
Otro me pide lanilla de acero
para que vuelva a respirar
la ahogada madera de su puerta.
El espejo del lago nos tiende su hechizo.
El tiempo calza aquí zapatillas de paño.
Sólo soy una mirada en el tiempo
sobre esta agua
que viaja conmigo a la ciudad
que se abre paso bajo los puentes
como una joven espalda luminosa.
A la terraza de un café llego
en el ocaso de la tarde.
Una mujer,
con esa breve belleza oscura
que como le sale de un recodo,
le vuelve a aparecer en otro,
me atrapa,
me ancla la mirada sobre ella.
-¡Qué mira!
-Perdón.
La he confundido con alguien.
Tenía mis dudas. Perdón.
Sólo soy una mirada en el tiempo
sobre el agua, sobre la belleza dormida
que rastreo dentro de otra carne.
Al irme, debo de tener el halo del lago rondándome:
La mujer me regala una sonrisa distinta,
aún no tardía…
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)