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QUE NO SOY YO

Estoy cansado
como después de un largo viaje,
como si se me hubiera hecho muralla
la tapia que de un brinco
saltaba de muchacho.
Necesitaría un gigante
zarandeándome los hombros
para remover este lago interior mío.
La vida es un estado de ánimo.
Y me siento como la otra media piedra
enterrada de estas calles.
Hoy me ha llamado el maestro del pueblo:
Que si puedo llevarles el telescopio.
He preparado una habitación de la escuela
como si fuera la boca de un lobo.
Apuntando al sol de mediodía
por el balcón entreabierto.
Ciegas con cinta todas las rendijas.
Y en ángulo he puesto una cartulina
como de pantalla de cine.
Hablándoles en la oscuridad sólo les he dicho
que el sol es como el quiosco de la música
de la plazuela de abajo,
todos bailamos a su alrededor, a su son,
sin darnos cuenta de que somos
añico suyo.
Yo creía que iba a ver caminar
un sol de bolsillo, turbio, arrugado,
receloso, como el mirado
en el fondo de una sucia charca.
Pero, de repente, apareció la curva
de un sol amarillo de fuego, vivísimo,
avanzando por el espacio negro
como un juego de magia verdadero.
¿Podemos tocarlo?
Estuvimos casi en silencio
hasta que el sol se arrojó
por los acantilados de la hoja.
Aplaudimos todos.
De vuelta, pisando las calles de piedra,
comencé, sin querer, a tararear una canción
que tenía olvidada, de Humet,
de cuando salvaba de un salto
el trecho del río…
…que no soy yo…
que aún no soy yo…
©Rubén Lapuente
LOS CABELLOS DE MARÍA

a María Bernal
¿De quién es esta fotografía?
Me la han tenido que sacar otros
o enviármela por error.
¿De quién son esos cabellos?
Una melena para adivinar un rostro.
Para empezar a volverse.
¿Y si me la ha enviado ella adrede?
Querrá jugar al requiebro conmigo.
Quizá sepa que en mi sueño
hay una mujer de espaldas
desenredándose el pelo.
Querrá que me embeba
de cada hebra.
Que me haga menudo
para trepar por cada mecha.
Que le tire de cada bucle en llamas
para medirme el deseo.
Yo le llevaría la mano de la brisa,
su taller de orfebre
tejiéndole fugaces arabescos.
Y todo antes de volverse.
¿Pero de quién son esos cabellos?
“Son de María, la que duerme en la dehesa”
¿María? ¡María!
¡La que ha tomado el amarillo ardiente de la era!
¡La que campea por los pastizales del amor!
¡La que se baña desnuda bajo el sonrojo de las charcas!
¡La que en sombra de encina agita su melena de oro!
¡Son los de María!
¡Y antes de volverse!
©Rubén Lapuente
(Vitigudino)
PROFUNDA PIEL

Me gusta acercarme
abrazarte por detrás
que pierda tu cuello
la pureza
ofrecido a mi boca
que arrastra el sutil
tirante de tu vestido
rendida la cremallera
a la luz de tu espalda
y le ayudo a caer
de las caderas
al vértigo del rubor
en tus pies
me gusta volverte luego
por los hombros
manejada
colgada de mi cuello
entre mis brazos
como el último
tesoro de la tierra
y tenderte después
sobre lo que no se siente
bajo mi cuerpo
tenue entregada
casi soñando
para llegar minucioso
a lo más profundo
a tu piel
creyendo
que todo es perpetuo
©Rubén Lapuente
lo más profundo del hombre es la piel (P.Valéry)
poema incluido en el libro De versos encendidos de la Editorial Hipalage
SOLDADOS DE LA EDAD DORADA

amarlo todo para comprenderlo todo (Guyau)
Hay una guerra
que la tiene siempre conquistada el tiempo.
Aún así, mi mujer se ha alistado
como soldado de la edad dorada.
Y tan sólo quiere creer ganar una batalla perdida.
De madrugada,
está la primera levantando heridos,
y a los muy malheridos,
a esos que miran, a lo lejos, lo recóndito,
sólo les roza, al pasar, la mejilla.
Mi mujer es una buena soldado de la muerte.
Sabe que quien se apaga lentamente,
sólo desea que alguien le tome de la mano,
y se ofrece a darle un último pequeño abrazo
si quien le vela son las cuatro frías paredes.
Algún domingo que trabaja
me acerco a pasear por sus galerías.
“¡Qué guapo es el marido de Carmen!”
me dice siempre una anciana.
“Y eso que no se ha operado de cataratas”, le digo.
Y nos reímos juntos.
Desde hace un tiempo
de iluminados ventanales
alguien escribe el porvenir con tinta
de un sudor oculto,
alguien, bien sabe, que aquí no estiban un puerto,
que no son fardos de ninguna grupa,
que unos corazones cogidos con hilvanes
sólo piden ya una brizna de cariño,
y sigue haciendo números.
Cuando regrese a la noche
sobre la cama cruzada por el arco
de una espalda que estampa su diaria fatiga
me hablará de hartazgo, de galeras, de sindicatos,
de deserciones…
Y le pondré la mano en la boca…
Pero de madrugada
estará la primera levantado heridos
y a los muy malheridos,
a esos que miran, a lo lejos, lo recóndito,
sólo les rozará, un momento, al pasar, la mejilla.
©Rubén Lapuente
PIERCING

a Sonya Sedano un ángel con piercing
“Tengo miedo ¿y qué?
¡Como si me inmolara
todos los días!
Y ni soy violenta,
ni amiga de Lucifer,
ni mis sones son metálicos.
Es tan trivial el cuerpo,
sin una leyenda,
sin un aderezo en su entraña,
sin prolongárselo.
Un simple zarcillo
y el miedo se amansa.
Y será el destello
en el cielo de mi boca.
El náufrago sol plateado
en las olas de mi lengua.
Y de esa cuenta de acero
haré mi juguete,
la pradera de mis nervios,
el talismán que alzará
del todo mi cabeza.
Y se la enseñaré a él,
a hurtadillas,
entre los dientes,
como si descubriera
con asombro
la perla del deseo
amarrada conmigo
a su desnudo hechizo.
He sacado la lengua alguna vez
y sólo para burlarme,
menos ahora,
que la aguja, en dos segundos…
¡ay!
Asoma ya
del otro lado”
©Rubén Lapuente