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Se muestran los artículos pertenecientes a Diciembre de 2009.

ODA AL ALBORNOZ

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Aquí está

la calidez,

como un lento abrazo desprevenido

como si fuera el pelaje de un shar pei

o el dócil león

de felpa

con el que me peleo

sobre la cama

por desaparecer

un momento,

ese viejo roce

de algodón

pequeño gran deleite

que por primera vez siento que puedo

retenerlo

al enfundarme

en su abrigo

largo como un hábito

arrollándomelo

por su rollizo vacío

de mangas como dorsos de almohada

de elegante

cuello de esmoquin

que subo

y me sella

toda su caricia.

 

Ceñido

por un cinturón

que si desato

una larga abertura baila al paso

del acertijo

de mi cuerpo:

cobertizo

de los besos

cuando el cordón lace

aquella  escurridiza

cintura.

 

Pequeño gran deleite

que me hace sentir

cada rizo

como lenguas de rebaño abrevando

en mi piel:

esponja diaria  

a mi escarpado mar

dulce,

que en las mañanas

de invierno

asaetado de frío

me guarda en el envés

su tórrida sangre

de estambre.

 

Ahora

que lo llevo puesto

todos esos pequeños grandes goces

los siento a flor de piel

de albornoz.

               ©Rubén Lapuente

 

 

 

 

EL LENTO MUDAR DE LAS PAREDES

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Soy un objeto

arrojado en un rincón

de una habitación cualquiera,

desde aquí contemplo

el lento mudar

de la vida:

Aquel tiempo que no vi de mi hijo

acercándoseme

como un hermoso paisaje

mío

íntimo.

La cepa de su cepa después

alzando visajes

de niña

acunando nuevos sollozos.

Vinieron luego

aquellos tránsitos

apresurados

de gentes

y gentes

que se cruzaron conmigo

aquí

como aparecidos

como temblores de arena.

Y aquel augurio antiguo

de rayuelas bajo el agua

que trajo el desasosiego,

el apremio,

el tumulto,

el saqueo en los armarios…

Y ese último paso renco en el pasillo,

la puerta cerrándose

con un enorme estruendo,

el silencio de la calle como un misterio,

la voz de la carcoma en los muebles

con esa duna amarilla

que aún avanza hacia mi canto…

El pausado polvo cubriendo

el cristal de la ventana,

la luz volviéndose

lúgubre,

casi,

casi ciega,

desde aquí,

y ahora,

sin poder saber nada,

contemplando

el lento mudar de las paredes.

                                    ©Rubén Lapuente

                                                           Foto pepe alfonso

ALTAMIRA

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Le despertó la caricia del sol.

Y una mano de hembra

le movió levemente.

(“La misma mañana de siempre.

El mismo tronar del bosque.

El mismo rumor del río bajo mis piernas…”)

 

Mientras el fuego doraba

los arponeados peces,

el azar le llevó

a un saliente del techo

rocoso de la cueva:

(“La misma forma.

La misma giba en la piedra

que la de un bisonte…”)

Y en su imaginación,

lo fue dibujando,

luminoso,

preciso.

 

Perfiló la silueta

con un trozo de carbón.

Mezcló raspadas margas,

limados ocres,

bermellón,

con grasa,

con sangre caliente:

Ya tenía la paleta de colores

que rezuma la piedra.

Ya tenía el pincel

en cada yema de los dedos.

 

Embadurnado

por una lluvia de tintura

se tendió boca arriba

sobre el suelo de la cueva:

Apareció tanta belleza desconocida

y suya (la que veo yo ahora)

que tuvo que empezar a ser otro ahí.

 

Tuvo que romper a llorar.

                            ©Rubén Lapuente

                                    

    después de Altamira todo parece

     decadente (Picasso)

LA SERRANA

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Por la carretera 

me cruzo

con el autobús

que lleva a la serrana

Huye

del paisaje eterno de montaña

pintado

en su  ventanal

como yo de un horizonte de ojillos

en hilera

Huye

de su plazuela de piedra

junto al río

bajo el mirlo acuático en la rama

como yo de una arboleda

de mentira

 

 Y cambia

las calles de piedra 

las cancelas

los portones

las boñigas que le cercan

por avenidas de luces

de escaparates

por miradas que la desnudan

Y sus noches

de silencio

de estrellas como ascuas

de grillos que se callan a su paso

por baraúndas

y amores

de madrugada

 

Y cambiaría

su trabajo

de acarrear leña

de guarda de ganado

en el monte

de hortelana de carámbanos verdes

por ser una tijera

y un peine

por ser un eslabón

más  

de una cadena

 

Por la carretera

los sábados

me cruzo con el autobús

que la lleva 

Y hago sonar la bocina:

La serrana sabe

quien soy

Y que intercambiamos

 la vida.

            ©Rubén Lapuente

          (Villoslada de Cameros)

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