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RITUAL DE SUS MANOS

Cuando arrecia el frio de madrugada,
yo con un pie navegando los cielos
y con el otro de vigilia,
comienza el ritual de sus manos.
Dice que el frío le entra
por la yema de los dedos,
que hay algunos huesos
que le parece que duermen
junto al rocío.
¿No será por la maldita costumbre
de no cerrar la ventana
por si nos quedamos sin oxígeno
o es que ese aire frío
es el que quiere colarse de rondón
y robarnos la tibieza
de nuestro lecho?
Bajo la brasa de mi cuerpo
desliza los primeros
cinco carámbanos.
Yo mientras tanto ato
la cola de un tardío cometa
a mi entresueño.
Y poco a poco mi fogón arriba
a cada gélido tuétano.
Es el instinto quien le lleva al bálsamo
de mi sangre caliente.
Y haría mal en taponarle
mi costado sobre la sábana:
No es bueno despertar al sonámbulo.
Cuando me desliza
los otros cinco témpanos,
ya de un salto me apeo
de los mapas del cielo.
Me doy la media vuelta,
le emparejo las palmas de las manos
y como lapas entre las mías,
se las cierro.
Y ahí frente a mí, está ella,
con esa fría y cálida somnolencia
que le deja todavía un pequeño
temblor en un párpado,
que nunca sabré si es un guiño
desde el amor del sueño…
No es bueno despertar al sonámbulo.
©Rubén Lapuente
LA VIDA ES VER VOLVER

la vida es ver volver(Azorín)
Me quedé parado frente a la puerta
con la mano en el aire sobre la manilla.
Pensaba que los sollozos
los escribían ya sobre un papel,
tan reales y habituales en la mentira
que hasta los míos
si los rescatara del recuerdo,
parecerían ante ellos
encogidos.
Volví sobre mis pasos
hasta la dueña de los secretos.
-¿Qué le pasa?
El corazón.
-¿El corazón?...
(El perfume adolescente
que dábamos
sobre los bancos de madera.
La primera mirada
despeñándoseme dentro.
El esfuerzo necio por parecer cultos
cuando sólo soñábamos con la piel.
El temblor naciéndome
de otro temblor.
La brasa de aquel incendio
que huyó de la memoria,
hoy tatuada,
y que sólo borrará la muerte.
Y en un adiós, te arrancan de cuajo…)
…El corazón.
¡Vete! ¡Vete!
Y antes de girar la manilla,
se me vuelve
y me sonríe con los ojos.
¡Qué estrella tiene!
El mejor trozo de nuestra vida, le toca.
Todos los sollozos,
todo el candor, sobre ella.
La vida es ver volver.
La vida es ahora.
©Rubén Lapuente
ATADURAS

Si no me llamaran desde la debilidad
Si no supiera ver la belleza dentro del escombro
Si no me rozara esa mano herida el sueño
Si no tuviera que arroparla desde el silencio
Si no hubiese sollozos que rescatar del viento
Si en la larga fila de la calle no buscara algunos ojos
Si no me persiguiese la mirada de la niña en el espanto
Si no levantara la mano para alistarme en el barro
Si al verme no me leyeran en la frente sublevado
Podría morir
©Rubén Lapuente
LA BARQUILLA

El chorro de un bidón de agua
le quita el polvo de la piel,
le despega el vestido.
Un algodón embebido
separa cada pestaña,
le limpia el barrillo
de las orillas de las cejas.
Los afeites en los cabellos
y en el cuerpo lavado
le devuelven la dignidad
rosa de la inocencia.
Un vestido blanco,
una flor en el pelo,
y eso es todo.
Ahora tiene
el mismo dulce rostro
que cuando se quedaba
dormida.
Un traqueteo sombrío
bajando las escaleras
le hace a su padre
ir más despacio.
Al llegar a la calle
sobre un mar de olas
de manos,
la barquilla rompió
las amarras.
©Rubén Lapuente
EL MALEFICIO DE LA RAMA

La medida del río era la de mi cintura.
Aunque me veía en el agua reflejado,
sólo miraba su fondo, su vida:
La pandilla de renacuajos,
el cangrejo de curva de guijarro,
el pez bajo la arcada de mis piernas.
Ni oía mi corazón,
ni el rumor del agua.
Lanzaba las ramas,
contracorriente,
esperándolas.
Y que no se me escapara ninguna.
Me iba en ello, el azar, el futuro,
el maleficio.
La medida del río es la de mis rodillas.
Y ahora, sí, me veo en el agua reflejado:
La fauna de mi vida en el légamo,
el corazón al ritmo
de aquel mismo rumor mudo.
El niño que llevo dentro,
con la cara aplastada
al cristal de mi cuerpo,
me señala una rama,
y la lanzo río arriba,
esperándola.
Pero al moverme,
al hacer un ademán para cogerla,
me resbalo,
y se pierde, rauda, corriente abajo.
“Que no se me escapara ninguna”
Dentro de mí, todavía hoy,
se revuelve aquel niño.
©Rubén Lapuente
Sierra Cebollera. Río Iregua.La Rioja
LA LLUVIA

Siempre vuelve la misma lluvia.
¿La reconoces?
Cada migaja que te toca
que te despierta
que te cala
punza su memoria en tu piel.
¡Sal!
¡Sal a la lluvia!
Como a una derrota,
como a una alegría.
Que el hueco del corazón
lo llene el prodigio del agua.
Que te moje la gota
que rozó aquel beso,
que limpió la herida del ciervo,
que en el terraplén
alivió la muerte del soldado.
¡A la lluvia!
¡Sal a la lluvia!
Que se embeba de ti,
que se amalgame
con tus lágrimas.
Regresará un día,
y otro, y mil,
hasta que la ventura la deje
en la comisura de unos labios
e inunde una boca
de lluvia de memoria tuya.
¡Sal!
¡Sal a la lluvia!
©Rubén Lapuente
Mariamor

Hoy no se detiene mi corazón en la piel,
va muy por delante mío
con esta blanca y rubia luz trasparente,
con esta naturaleza
que necesita bien poco que la mire
para ser una parte mía.
¡Qué poco he tardado en habitarla!
Hoy no se detiene mi corazón en la piel.
Y con ella voy a mi arboleda,
a echarme con la cabeza sobre su vientre.
Y por primera vez siento el vértigo
del entramado de la vida bajo mi mejilla.
Ese maderaje que cobija
el empuje de memoria tras memoria.
Sazonada vasija de vida y muerte irrepetible.
¿Cuánto tiempo más voy a tardar en habitarla
si todavía me paro en su puerta
con los nudillos en el aire?
¿Porqué no recalar en cada herida
que trae a casa?
¿Porqué no asfixiarme con ella
si nos hemos elegido?
¿Cuánto tiempo más voy a tardar en vivirla?
¿Y si empezara por cambiar las formas?
Y ahora mismo.
Que todo diera un giro inesperado.
Empezar añadiendo
como un guiño suave mío
una hermosa palabra a su nombre:
“Mariamor, ese paisaje interior
pide una mano de belleza,” le digo
Y al mirarme,
mi cabeza ladeada sobre su vientre,
sonriéndola,
le enseño lo más oculto
que guardo.
Lo que no se arropa.
Lo que no muda nunca.
Y empiezo ya a sentir mi vacío.
©Rubén Lapuente
SOLDADITOS

mi triste soldadito niño
¿De dónde nace la tristeza, hijo?
Hasta la muerte mira de otra manera.
Fue antes del cuento que teje
su red de sueño inquieto.
Antes de subir al traqueteo
de la camilla del pavor.
Pero si te recuerdo así, hijo,
remueves el fondo de mi vida.
Y estas palabras no son para ti,
tú, que saliste a flote
de aquel pabellón
de malheridos soldaditos :
“Suero de luciérnaga,
avenida de luz en las venas”
te decía , llevando
de liana en liana
aquel leal muñeco
con el que sellamos
una alianza de sangre.
Estas palabras no son para ti,
ni para mí tampoco, hijo,
que me daba vergüenza
que me vieran tan débil.
Son para esas mujeres
de ojos como lobas heridas
que por aquellas habitaciones
entre palanganas de orina
enferma de niño,
y tibias esponjas teñidas
veían caer a sus soldaditos,
que eran como tú.
De la angustia de tocar el desorden
de un cuarto azul,
de atreverse a borrar en la pizarra
un último monigote,
nace la tristeza, hijo.
La vida es una alimaña ciega.
¡Y nunca podremos vengarnos!
©Rubén Lapuente
Vuelo en Ala Delta

de niño soñaba que tenía unas alas para volar de casa (rubén lapuente)
Erizada la piel, lo espero.
Con mi arnés de pájaro,
mi disfraz de libélula.
Desde aquel niño
que agitaba las manitas
y se arrojaba al vacío en sueños.
Viento que me arranca
del tobogán de la ladera
y a su espalda me abandono,
y me lleva,
me eleva, me eleva...
sobre la estela romana que corona el azor,
por encima de las copas de los pinos,
de las torres de asalto a la inocente paloma,
del rebaño de corzos que barruntan
la venida de un nuevo enemigo.
Y al virar las alas, en un escorzo,
veo al bosque elevarse
mucho más allá de mi cabeza.
Y me ciño a su cintura verde.
Y me aferro a las riendas
de aquel dulce miedo de infancia.
Se estira el viento
en los hilos de mi marioneta
y aunque pierdo altura
todavía me lleva, me deja, me lleva…
por encima de los tejados ofrecidos
a un diluvio de agujas y piñas,
sobre la nueva vía verde al embalse,
siguiendo la sombra de mi sueño
de azor en el agua.
Y desciendo,
tenso, vaciado.
Con la sensación de que de detrás mío
viajan aún todas las imágenes,
que me alcanzan, me rebasan,
y que es ahora, cuando,
de pie, sin salir de la crisálida,
el viento me arranca
del tobogán de la ladera
y me lleva,
me eleva, me eleva...
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)