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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

LO MÁS MÍO ( 23 )

EL MALEFICIO DE LA RAMA

EL MALEFICIO DE LA RAMA

La medida del río era la de mi cintura.

Aunque me veía en el agua reflejado,

sólo miraba su fondo, su vida:

La pandilla de renacuajos,

el cangrejo de curva de guijarro,

el pez bajo la arcada de mis piernas.

Ni oía mi corazón,

ni el rumor del agua.

Lanzaba las ramas,

contracorriente,

esperándolas.

Y que no se me escapara ninguna.

Me iba en ello, el azar, el futuro,

el maleficio.

 

La medida del río es la de mis rodillas.

Y ahora, sí, me veo en el agua reflejado:

La fauna de mi vida en el légamo,

el corazón al ritmo

de aquel mismo rumor mudo.

 

El niño que llevo dentro,

con la cara aplastada

al cristal de mi cuerpo,

me señala una rama,

y la lanzo río arriba,

esperándola.

Pero al moverme,

al hacer un ademán para cogerla,

me resbalo,

y se pierde, rauda, corriente abajo.

 

“Que no se me escapara ninguna”

Dentro de mí, todavía hoy,

se revuelve aquel niño.

 

                        ©Rubén Lapuente

                      Sierra Cebollera. Río Iregua.La Rioja

LA VIDA ES VER VOLVER

LA VIDA ES VER VOLVER

                                   la vida es ver volver(Azorín)

Me quedé parado frente a la puerta

con la mano en el aire sobre la manilla.

Pensaba que los sollozos

los escribían ya sobre un papel,

tan reales y habituales en la mentira

que hasta los míos

si los rescatara del recuerdo,

parecerían ante ellos

encogidos.

 

Volví sobre mis pasos

hasta la dueña de los secretos.

-¿Qué le pasa?

El corazón.

-¿El corazón?...

 

(El perfume adolescente

que dábamos

sobre los bancos de madera.

La primera mirada

despeñándoseme dentro.

El esfuerzo necio por parecer cultos

cuando sólo soñábamos con  la piel.

El temblor naciéndome  

de otro temblor.

La brasa de aquel incendio

que huyó de la memoria,

hoy tatuada,  

y que sólo borrará la muerte.

Y en un adiós, te arrancan de cuajo…)

 

…El corazón.

¡Vete! ¡Vete!

 

Y antes de girar la manilla,

se me vuelve

y me sonríe con los ojos.

 

¡Qué estrella tiene!

El mejor trozo de nuestra vida, le toca.

Todos los sollozos,

todo el candor, sobre ella.

 

La vida es ver volver.

La vida es ahora.

 

                              ©Rubén Lapuente

 

BAJO EL INFLUJO DEL LAGO

BAJO EL INFLUJO DEL LAGO

                     el rasillo mirándose en el agua

Sólo soy una mirada en el tiempo

sobre este río que pronto anega el valle

donde todas las ventanas giran alrededor

de un redil de agua muda.

La hélice de luz del lago, su fulgor,

conquista cada refugio de intimidad:

Es como el retrato que miras cada mañana

en tu mesilla.

Su influjo,

si hundes los ojos en sus aguas,

recorta las uñas a tu alimaña,

te lleva dulcemente maniatado a la nada.

 

Un paseante se detiene en mi verja:

“Es una glicinia, su trabazón

revienta en mayo de belleza.

El olor de los racimos de sus flores

te acosa, vuelva si quiere”, le digo.

Mi vecina pasa y me regala

semillas de aliso, de petunias,

raíces de violetas silvestres.

Otro me enseña sus ramas de árbol

naciendo del suelo del baño,

traspasando el falso techo de yeso.

“Lluvia a la orilla de un hayedo”, le digo.

Otro me pide lanilla de acero

para que vuelva a respirar

la ahogada  madera de su puerta.

El espejo del lago nos tiende su hechizo.

El tiempo calza aquí zapatillas de paño.

       

Sólo soy una mirada en el tiempo

sobre esta agua

que viaja conmigo a la ciudad

que se abre paso bajo los puentes

como una joven espalda luminosa.

 

A la terraza de un café llego

en el ocaso de la tarde.

Una mujer,

con esa breve belleza oscura

que como le sale de un recodo,

le vuelve a aparecer en otro,

me atrapa,

me ancla la mirada sobre ella.

-¡Qué mira!

-Perdón.

La he confundido con alguien.

Tenía mis dudas. Perdón.

 

Sólo soy una mirada en el tiempo

sobre el agua, sobre la belleza dormida

que rastreo dentro de otra carne.

 

Al irme, debo de tener el halo del lago rondándome:

La mujer me regala una sonrisa distinta,

aún no tardía…

                                ©Rubén Lapuente

                                 (El Rasillo de Cameros)

 

HISTORIAS DE MI TEJADO

HISTORIAS DE MI TEJADO

                       por ahí ando lavándole la cara a mi tejado

Cómo voy a talar esos pinos,

mis  fieles soldados de madera.

¿Por esa lluvia de gotas de agujas?

¿Por el sobresalto de alguna piña

que abrazados nos despierta?

Antes de que se desborde la canal

me colaré por la lucera

como lo hacía de niño

por la gatera de mi puerta.

Ella no me puede ver.

Camino de espaldas, a gatas,

por un talud de un mar de olas

de barro quietas.

Soy el barrendero de mi tejado,

el que lo limpia y acicala

por si alguien se asoma un día  

por el mirador de las estrellas.

Hago vadear la escobilla

por los cien canales

de graneros de verdes agujas,

de arsenales de granadas de salva.

Y lo llevo todo hacia una gárgola

que achico con una larga cuchara

de madera.

Luego me tiendo un rato sobre las tejas

escudriñando el interior de las copas.

Mientras mordisqueo  una hebra suya,

pienso que podría haber sido un venado

y ramonear erguido cada brote

de esas ramas.

 

Como tardo, me llama desde abajo:

¿Pero vas a bajar?

Ya acabo, le digo.

Luego me habla,

de que no quiere que me suba,

del peligro de caerme,

del fuego del verano que no mira,

del hogar en el viento de las cenizas.

Me pondré unos arneses, le digo .

Unas botas con suela de garras de águila,

unas alas que den tiempo a mis pies

a posarse en la yerba.

Todo menos talar esos pinos,

mis fieles soldados de madera.

Guardianes de mi tranquilidad.

El paisaje en la niñez de mi alma.

Contigo no se puede hablar en serio,

me dice, dándose la vuelta.

Volverá a la carga.

 

Si supiera que hoy

que ha empezado la primavera,

he dado unos pasos de baile…

(que he hecho de volatinero por la cumbrera)

 

                       ©Rubén Lapuente

                      (El Rasillo de Cameros)

 

MORTAL Y JOVEN

MORTAL Y JOVEN

Sólo fue un momento.

En un escorzo casual mío.

En uno de los dos espejos

que forman ángulo en el baño.

Y de mi lado izquierdo.

Sobre alguna cómoda

sé que habrá algún instante de ella.

El tiempo va poniendo retratos

delante y delante…

En el fondo de un cajón

seguro que duermen sus cosas

a la luz de una rendija olvidada.

Cómo se parece a ti, oía desde niño.

Yo siempre creía

que me parecía más a mi padre.

Menos esta mañana.

Y de mi lado izquierdo.

Ahí estaba.

Casi miro el espejo con recelo.

Su rostro sobre el mío.

El mío sobre ella.

Su cara con la misma edad

que la que tengo yo ahora.

Paralizado me miraba en el espejo:

sus ojos, sus pómulos,

sus labios, su mentón…

Moví un poco la cabeza

para desorientarla,

para desenmascararla.

Me seguía.

Era la misma.

 

Abrí la sonrisa al mismo tiempo que ella…

 

Y desaparecimos.

 

               ©Rubén Lapuente

VEGETARIANO

VEGETARIANO

                          Mercado de San Blas de Logroño

 

Voy al rumor fresco del mercado.

A este templo de vergel en los altares.

Vitral de frutas y hortalizas.

¡Cómo huele aquí a incienso

de huerta, a parto de tierra!  

Me rodea la acuarela

del fondo del mundo.

El taller de lo adrede.

La hechura mágica

que será naufragio dentro de uno.

¡Qué belleza de colores

de esta vega talada!

¡Cómo remueve la pureza

de un nuevo deseo!:

La cintura de mujer en la fruta.

Émbolos de asombro en el racimo de plátanos.

Los senos tempranos en las cerezas.

El bróculi como bosque

visto a ojos de pájaro.

Las rosas verdes de las alcachofas.

Los pétalos de endivias como góndolas varadas.

Las vainas preñadas de perlas en sus gibas.

Minuciosas nalgas de carne de pulpa

de melocotón de terciopelo.

 

Y yo voy hoy y lleno mi capazo:

Kiwi para el valle verde de mis pulmones.

Fresones para la doble mejilla de mi corazón.

Guisantes para mi iris apagado.

Témpanos de sandía a la deriva

para el talud de mi garganta.

Dulces manzanas para el perfume

de mis calles.

Naranjas para el atardecer último de mis venas.

      

Necesitan de mí para continuarse,

de mi papel secante de cosechas.

Y aprendo más de esta bodega de jugos,

de siglos de estío, de olores, de pulpa de milagro,

que se amalgama conmigo

que de esa hilera de párvulos colgados de garfios

que me recuerdan la historia que tenemos.

 

Y salgo dándome un tirón en el renuevo

de mi capazo.

                                    ©Rubén Lapuente

ENFERMA MONOTONÍA

ENFERMA MONOTONÍA

la monotonía tiene una fiera 

dormida en mis piernas

y tan sólo por esos quince minutos de ida al trabajo

por ese mismo escenario en cada calle de mi trecho

por el horizonte que despunta a ras de suelo

por el atajo

camino

a un sudor seco que me anula

 

un día

mi paso olvidado

dio un giro brusco

y probó por otra calle mi encuentro

 

lo igual asomaba distinto

un detalle

el perfume de alguien al cruzarse

un rostro dulce en la penumbra

 

la monotonía tiene una fiera

dormida en mis piernas

y otra mañana

hastiado del mismo recorrido

media vuelta

y cambié el rumbo

 

y ya estaba en otra avenida

cada vez me alejaba más de mi lugar de brega

mi ritmo era más vivo

más frecuente el viraje

 

y madrugaba inquieto en la maleza de otra calle

los rodeos me dejaban en la silla rendido

y empecé a llegar cada vez con más demora

 

mis evasivas

como mi rostro

eran ya toda una condena

 

pero había más pasajes

más esquinas sin doblar

más aire y vida sin abrir

que llevarme

más

 

y puede que entre medio alguna vez

me ocurra algo

distinto

                                    ©Rubén Lapuente

LA OTRA

LA OTRA

Uno no sabe bien porqué se enamora.

La piel es joven.

La mirada rebosa de luz.

Andan por ahí los hados…

Y el cuerpo

enseña su pureza:

se estremece.

 

Le basta un resplandor.

Un chispazo y  prende

nuestro cuarto oscuro.

 

Así  fue.

Pero en aquel  rostro enamorado

surgía  por momentos

otra cara

que se borraba

que reaparecía en un gesto:

 

En aquella sonrisa era otra.

En ese arrebato era ella.

En la tristeza eran las dos

en una  misma cualquiera.

 

Cada vez  me perturbaba más.

 

Uno no sabe bien de qué se enamora.

Pero aquel  rostro

en tantos instantes revelado

¡cómo me fascinaba!

 

Fue en el fondo de una caja,

reparto de vivencias

que acostumbra la muerte

donde encontré la revelación.

 

Ahora las distingo más claramente.

 

¡Me he aprendido tan bien

los rasgos de ese velado rostro!

 

Sé por la dulzura cual me besa.

Por el deseo

cual turba mi piel bajo la ropa.

Por el amor

cual me llamará antes

al verme hundido.

 

No se lo diré nunca.

 

La que me muestra,

la otra.

La que yo vislumbro.

La que me hechiza.

Es la de la imagen hallada

y  que oculto.

 

La niña que no se ha ido.

 

Que aún vive en ella.

                              Rubén Lapuente