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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

LO MÁS MÍO ( 23 )

ALAS ARRIBA

ALAS ARRIBA

 

Sobrevuelo mi ciudad

Alados brazos de avioneta visto

Sobrevuelo miles de historias parecidas

Sabía que navegando los cielos

mágicamente te vas vaciando de ti

Que la pesadumbre no escala nubes

y se queda ovillada en su nido

de bruma esperándote abajo

Sobrevuelo pedazos del puzzle de vida

que  de pronto  descorre los tejados

a la carrerilla de ir a abrazar y registrar

los bolsillos de padre

al bajar de las escaleras

tentando la baranda a trompicones  

hacia el dulce sol de la niñez

Mi piel mojada hombrea aún junto

a la plata del río corriente abajo

Me sube el perfume de los parques

de muchachas en flor

Sobrevuelo aquel corazón mío roto llagado

eterno menhir enquistado en la memoria

a mi madre asomada a la ventana

bajándose en silencio su crepúsculo

los días de otra vida de ahora

con el silbido de hoz de un intruso

barriéndome el estómago

desde la miranda del aire

como si yo fuera otro

como si la carne mía pulpa de luz

 

El piloto vira el aeroplano

y el horizonte se desequilibra se curva:

asoma el perfil del trompo de tierra en el vértigo

de su viaje oscuro que revuelve belleza

con la nausea del por qué hay algo y no nada

Regreso como antes de encaramarme

Recojo el morral del pesar

Un viento rezagado intenta levantarme los brazos…

Zigzagueando voy buscando unas alas…

                                      ©Rubén Lapuente

Foto de José I.Toyas

Real Aeroclub de Logroño y Rioja

MIRADAS

MIRADAS

¿No sabía mirar

o no me habían mirado?

 

Me cuesta demorar una mirada

como si me fueran a decir

que ese lugar es sagrado.

 

Llévalo  todo a la cimera de los ojos

Al umbral de los párpados

como escotillas de luz

 

A la alcoba luminosa

de los solitarios faros

Llévalo todo.

 

Que no se quede nada

bajo  los ademes del cuerpo:

El  deseo, el paladar,

el perfume, la voz…

Y  todo

a la distancia de la belleza.

Para tu solaz y el mío.

 

Que la caligrafía de tu mirada

no sea un jeroglífico.

Que señale el rictus de tu corazón.

El fracaso que te achica.

 

Que oigas el silbo

desde la azotea

cuando te pese el secreto

que encaramas.

 

¡A l pajar de la luz!

¡A la borda del cielo!

 

Aprehende la esencia

de esos ojos ofrecidos.

Que después

la sonrisa se alarga

como una cinta.

 

Que retorne la boca niña

que nunca recela

Y amanse la monotonía

de tantos silencios ciegos

 

A habitar en tus ojos.

 

¿Nos miramos?

                                                  ©Rubén Lapuente

LA HABITACIÓN DEL HIJO

LA HABITACIÓN DEL HIJO

Son miradas

que nos hacen callar

Que lo dicen todo

Un día tenía que ser:

Las alas del hijo

Su vuelo alto y lejano

 

Por la puerta entreabierta

de su habitación

qué zarpazo

del silencio profundo

Cómo rasguña por dentro

esa franja de luz

Cuánta vida parada

en esa vislumbre fugaz

 

Se nos olvidaba

que ese trozo tuyo y mío

era nuestro dulce huésped:

vagabundo de su porvenir

 

Y ahora

nos acostumbraremos

a no oler su perfume 

de muchacho bueno

A no oír su voz templada

nunca por encima de un grito

¿Echaremos de menos

la sabiduría de su sencillez?

¿Y mis torpes manos

se apañaran sin las suyas?

 

He llenado dos copas

de ese dulce vino de orgullo

que achica además

la ausencia

Y contigo mujer

que te veo ahora

ordenando 

en su armario

la ropa que no se ha llevado

brindamos con miradas

que nos hacen

callar

                           ©Rubén Lapuente

 a mi hijo Rubén

MIS HUESOS

MIS HUESOS

Son mis huesos

los que suenan

No sé si su voz traspasa mi cuerpo

si se oye fuera

Me han dejado

sin silencio:

¿Rumorean  o claman?

Será la humedad

o la pálida lenta herida

de los años

 

Por dentro de los dedos

de mis manos

siento como  

si un intruso

me los fuera

lentamente astillando:

será el continuo

y alado

tamborileo

sobre el ciego alfabeto

de las teclas

 

Ahora

cuando de madrugada

cruje la madera

del armario

rumia

la melliza mía

como si se consolaran

mutuamente

 

Y sueño

que me levanto de la cama

sólo con mi pulpa

y le veo a él

tumbado

sin ternura

como una barroca

imaginería

de tabas

como una coraza en mi vida

como un tamiz en mi muerte

 

Son mis huesos

los que suenan

Me han dejado

sin silencio

con un otro más

dentro

recordándome

que estoy vivo

                 ©Rubén Lapuente

A LA LUZ DEL MEDIODÍA

A LA LUZ DEL MEDIODÍA

¿Te sientes como

un océano varado

en un estanque?

 ¿No has volcado aún

esa nube cautiva de sollozos?

¿No clarea rebelde

por ese raído abrigo

toda la debilidad

que ocultas?

¿Oyes dentro de ti 

el motín de un suspiro?

 

Compañero

dolor

tráeme otra vez

lo irremediable:

A mi madre

la que se quemaba

ella misma

para que yo no sintiera frío

Ponme a la altura de un palmo

de puntillas

asustado de que la vida

no se moviera

en aquel moisés

navío de bandera rosa

y negra

Tráeme respirando la herida

la que se quedó adentro

de la entraña

la que se hizo carne en el tiempo

pero de otro cuerpo

y tullida

Búscame el rellano de un hombro

que no me pregunte:

¿Por quién lloras?

¿Por quién mueres?

Déjame rezagado

Dame tu memoria de dolor

en cada ola de mi océano de sollozos:

débil barca sola soy

pero ahora

a la luz

del

mediodía

                    ©Rubén Lapuente

LA SILLA

LA SILLA

Hay cosas que crecen

todos los días

que se hacen

de la medida de un gigante

que se apropiaron de alguien

que tomaron su forma

y que al quedar

huérfanas de su hueco

aciagas

se  desfiguran

como esta silla

sostén de cansancios

de vida anclada

en torno a un velador

Le veo ahora

ese alabeado

en la celosía de tallos

del asiento

que le da zozobra

y me rasguña el estómago

me desasosiega

La cambié de sitio

a una habitación vacía

pero su oscuro fardel

de inquieta ausencia

lo llenaba todo

 

Una noche en secreto

la bajé a la calle

la abandoné cubierta

junto al contenedor

de la basura

Creía irme ya libre

cuando tras mi espalda

un silencio a desamparo

clamando

me atravesó

                    ©Rubén Lapuente

EL TIEMPO AMARILLO

EL TIEMPO AMARILLO

algún día se pondrá el tiempo amarillo

sobre mi fotografía (M. Hernández)

 

Cuando se que nadie

va a llamar a mi puerta.

Cuando cada recodo de la casa

me ofrece su intimidad.

Cuando se que ella lejana

se empapa de su niñez

en el cálido vientre  

de la misma eterna dehesa.

Cuando puedo ya abandonarme…

Giro la llave

del cajón de mi armario

y entro a vaciarme

en el tiempo amarillo.

Ahí tengo

momentos que al mirarlos

regresan a su origen

y retoman su andadura

hasta que se vuelven a quedar

en la estampa quietos.

Ahí tengo

la medalla que ella besaba tanto,

sus últimas palabras escritas

sobre la hoja rasgada de un periódico,

la alianza segada por un legado

y los poemas que le escribí

cuando me lo pidió el corazón

y que me atrevo a leer ahora

entornando antes el ventanal

por si me derrumbo

y llego tarde al fondo de la almohada.

Luego lo guardo todo,

cierro la gaveta, escondo la llave,

y llamo con la presteza

de un niño perdido:

-¿Cómo está mi princesa?

-Mejor que tú, no creo,

ahí sólo, sin que nadie te moleste.

-(El silencio necesita bullicio

para saborearlo luego;

sin ti la soledad es un desorden,

se ajetrea y se me cobija en lo débil)

-¿Eh…? ¿Te callas?

-No, sabes que te echo mucho de menos.

-¿Quieres que regrese antes?

-No. Disfruta.

Sáciate de todo…

(Es su tiempo amarillo)

 

©Rubén Lapuente

LA MANÍA DE CONTAR

LA MANÍA DE CONTAR

Esa manía de contar…

los ojillos de alba de la persiana

que no llegara mi madre antes;

la de sus primeras canas

con aquel presumido

revuelo de su melena

que me hacía comenzar de nuevo;

los pétalos de las margaritas

y que me fueran todos impares

me iba en ello su cariño.

¡Y quería que me contara

el equilibrio de un cayado

subido al índice de mi dedo!

 

¿Y esa manía de contar estrellas

en las noches de verano,

de agotarme en los números

creyendo haber llegado al infinito?

 

¿Y mis zancadas,

medida de aquel puente

que escalonaban mi altura

de muchacho?

¿Y las horas que faltaban

para irme a desaparecer

en el agua del río?

 

¿Y la angustia de fijar el año

en el que me vería con el mismo

perfil de mi padre derrotado?

 

Hace ya mucho tiempo

que perdí la manía de contar.

Sólo alguna noche, en la cama

y piel adentro,

me vuelve:  aquel trasluz,

la hebra de nieve,

los “me quiere” en el viento,

su fatiga en mi alarde,

mi mirada de estelas,

el soldadito en el puente,

el recodo del agua,

la cabeza contra la pared de mi padre.

 

Y piel adentro,

quieto todo, lo sobrevuelo …

una, dos, tres,…

hasta que me quedo dormido.

 

                                            ©Rubén Lapuente