SIN PÁRPADOS

El vivir dentro de esta hoguera verde que es la sierra de Cameros, y más después de ver quemarse el año pasado el monte Yerga, me hace pensar (temblar si me lo imagino cerrando los ojos), que, un día, por un descuido, o por una vileza, o provocado por la mente enferma de un pirómano, puede llegar a ser esto un verdadero infierno.
Echo un leño al hogar de mi casa, y mi mirada busca algo escondido que anide en el pecho de estas llamas, que, así, descabelladas en su cárcel de ladrillo y piedra, claro que fascinan, pero por desgracia, hay a alguien, que ese bello fulgor se le vuelve vidrioso en los ojos: se le mal atraviesa en el corazón.
Quizá todo surja de la llama de un fósforo que un día prende la manecita inocente de un niño, y al aventarla, mágicamente, le hace clavar sus ojos en ese baile púrpura, o quizá ya venga todo empaquetado en el maldito azar del abrasado ramaje de la sangre, en su ADN, no lo sé.
Hablo primero de un pirómano, de un magnetismo, de una cabeza en llamas, de un ludópata del fuego, de un enfermo que ha mirado siempre con luz de barrena la lumbre, que no conjura, que no negocia con las brasas, que sale al monte iluminado por la voz de un dios de centella, prendiendo, bajo unas ramas sedientas, un rebujo de periódicos. Y que no huye del lugar del crimen, sino que se sube a la platea del más alto cerro a contemplar la hazaña de ver cómo salta su fogata de rama en rama, de copa en copa... Y espera allí, el ulular de las sirenas, las espadas de agua, los calderos alados… ¡Su velada con música del crepitar de las llamas!
Hay otro que no está enfermo, es un incendiario, es ese asesino de la tea que compra y vende fuego, que cuando el viento cálido arrecia y amarillea el estío, cuando bajo los pies le restalla la rama, sale tranquilo y canalla al monte como si fuese a la rutina del trabajo. Ese sicario que vuelve luego a un paisaje de pavesas y, sobre su execrable hazaña, sobre el verde dolor de los demás, miserable, orina.
Pero antes de que el descuido de un fuego mal apagado, o el de una colilla volando desde un coche, antes de que la ruindad del traficante de fuego o del pirómano, tan difícil de prevenir, se vuelvan alas de muerte, me quedo, me agarro siempre a esa primera voz de alarma de unos verdes ojos. Altos ojos que velan. Ojos que no pueden dormirse. Que no pueden dejar de mirar. Oh, qué difícil estar alerta en la soledad de una torre bajo el sol y las estrellas (en Mojón Alto de Villoslada, ve y sube a ese faro de nuestro mar verde y comprendas).
Tener que llegar a ser el primero en ver una llama, su color, el primero en avisar, raudo, nervioso...
Cuando miro la belleza de este bosque nuestro, veo también a esos forestales, impagables, colgados de las altas torres como peces navegando los cielos, y como ellos, sin párpados, que tienen que mantener siempre los ojos abiertos.
Son una mirada verde en el tiempo. Una mirada que acompañamos cada vez que entornan los ojos, como para que vean, más claro en la lejanía, esa temblorosa y asesina primera trenza de humo y oro y miedo.
©Rubén Lapuente Berriatúa
Publicado en el diario La Rioja el 4/6/2022
El futbolín o el hijo de la guerra en https://rubenlapuente.blogspot.com/
DESAHUCIO

Hoy, después de unos años, me ha visto por la calle. Iba sola. Me ha reconocido con mascarilla y todo. He dudado hasta que se ha bajado la suya hasta la barbilla “¿No sabes quién soy?”
En esta historia ella me parecía la más débil, pero ahí está, aguantó la embestida, la peor, cuando el puñetazo de la vida creía yo que no la dejaría nunca más levantarse.
Recuerdo las últimas madrugadas con el ascensor para arriba, para abajo. Las ventanas abiertas sólo para poder respirar dentro. El eco del último portazo. Los alambres del patio sin sus pinzas de colores. Y la indiferencia mía (maldito trajín de la vida) cuando la crisis financiera dejaba tantas paredes sin memoria. Recuerdo que sólo fui una cobarde mirada entre visillos a una furgoneta de mudanzas en la calle.
Al irme, le di un abrazo, y me vino rabioso aquel otro, el que olvidé cuando yo tan sólo estaba al otro lado de la pared…
“¿Garantía? Hijo, sólo tenemos esta casa. Aunque con tal de verte salir adelante. Es un buen producto. Con maquinaria moderna, fieles trabajadores, una buena imagen, el éxito lo tienes asegurado. Hasta yo podría ser el Presidente de Honor. A mis años, sólo a figurar, ¿eh?, no te vayas a creer…Y le daría el aire a ese viejo traje del armario. Claro que te avalaríamos, hijo. Con tal de verte salir adelante.
¿El producto? ¿Te lo copiaron? ¿Más barato? ¿La mitad de la mitad? ¿Tanto? ¿Pero quién? ¿Un desaprensivo? ¿De aquí? .Claro, entiendo, compra la mercancía en una tienda, y luego son esas espigas de Oriente las que hacen el trabajo sucio, esas que huelen a esclavitud.
Pero, entonces, ¿si el dinero está en algo que no se mueve, no habrá liquidez, no, hijo? ¿Y los plazos? ¿Los intereses? Habla con el banco, un aplazamiento… ¿Qué no te lo dieron? Pero si no nos dijiste nunca nada. Ah, claro, por mamá. Oh, Dios mío ¿Entonces? ¿La casa? ¡Ah! Firmamos hace días una carta, sí, pero bueno, a mis años, ni quise acabar de entenderla. Casi ni la leí. Cómo iba a sospechar algo. Creía sería un puro formulismo… ¿Entonces? Pero, ¿cómo se lo dices a mamá? Oh, no, no, no te preocupes, ya lo hago yo. Siempre hay una manera de suavizar las cosas, aunque son demasiados recuerdos para ella, y abandonarlos así, tan de golpe…
¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer? Podríamos irnos los tres, a un apartamento pequeño, sin gastos. Apoyarnos. Mi pensión, ya sabes, es tan…Ah, que te vas de la ciudad. Claro, lo entiendo, hijo. Empezar otra vez de cero: otro lugar, otra gente, sin ataduras. Aún eres joven. Seguro que encuentras algo. Ya nos llamarás. Lo malo es tu madre. No, no te preocupes, ya te he dicho que se lo diré todo yo. Siempre hay otra manera de contar las cosas. Aunque para ella son demasiadas vivencias para abandonarlas así tras un portazo, y tú, aunque la conoces bien, tú no sabes lo que puede ser el espanto en sus ojos…
Pero haz tu vida, hijo, haz tu vida. Ya nos apañaremos como sea.
¡Con tal de verte salir adelante!”
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el diario La Rioja 9/04/2022
NIÑERO EN PARO

Venga, vecinita. Déjamelo. Que sólo es para esta tarde de sábado. Que no sabes las ganas que tengo de mandar a este amuermado adulto mío a la esquina, a ver si llueve.
Que llevo una eternidad sin una mano de blancura. Sin un incordio inocente. Sin esa pequeña patria del candor que es un niño.
¡Eh, venga, vecinita! Que ya ni me acuerdo de los míos. Que llegaba herido de oficina a casa, tarde ya al último compás de sus breves pies. Que ya no me suena esa música de corteza de pan saliendo del hatillo de sus huesos abrazados.
Que quiero sufrir un bombardeo de su lengua de trapo. Que me lleve de la mano por los rincones de sus madrigueras despertando la jerga de las cosas. Que me enseñe el lenguaje de los pájaros. Cómo se avienta a los bichos. Cómo de una pelusa saca un cabello de oro perdido de su pelo.
Que tengo un teatrillo de marionetas apolillado de emociones. Que quiero verle sentado en el suelo con las piernas cruzadas, oyendo sus inocentes gritos acallando las añagazas de la bruja Ciriaca o del Ogro Dienteslargos, alertando de emboscadas al despistado héroe Gorgorito, o a su eterna novia Rosalinda.
Verme ese día como viviendo en una viñeta de dibujos animados. Venga, vecinita. Déjamelo. Que le voy a regalar el asombro de la magia de este patán, aprendiz de faquir hambriento de cuchillos de cocina, que de perfil parece que me los meriendo. Y derramando harina de maíz a falta de polvo de estrellas, le encontraré un doblón de chocolate en el cofre de su pelo, y una piedra azul detrás de las orejas, con poderes, le diré, si la aprieta fuerte en el puño.
Y como los sábados sé que tiene en el Ángel dulce barra libre, en un abracadabra, volcaré sobre su cabeza el confite infinito del secreto de mi sombrero puntiagudo.
Y al atardecer quiero ver su silueta de cachorro ciego contra la pared, contando atropelladamente, jugando a buscarnos a tientas…
Y si me dejas dormirle, después de surfear en las olas de las sábanas, y sentirle enroscarse en las ramas de mi cuerpo como la más bella y larga cola de ardilla, como sé que me pedirá, sin respiro, cuento tras cuento, tan agotador, le contaré sólo dos, pero el segundo sin su final, que sólo lo sabrá, le diré, si se duerme en un periquete, y me deja entreabierta la puerta del sueño…
Venga, vecinita. Que mi casa es un desierto sin siroco. Que la vida es alboroto, ruido. Ahora que todavía es luz y olor de pan de madrugada, déjamelo. Si ya sé que soy un pesado egoísta, pero, ¿qué quieres? Si tu niño me devuelve la primera niñez, la que no sé si viví, la que no recuerdo…
¡Ah!, vecinita, que sepas que tengo guardado un ¡ale hop! para ti, poca cosa, sólo te saca una sonrisa, pero tan larga como una serpentina, como la que nos salía de niño, de la nada, sin llamarla. Dura poco, pero esta no la olvidas…
Entonces, qué, vecinita, ¿me lo vas a dejar?
-¡Oh, claro que sí!
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el diario la Rioja el 5/02/2022
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SOLO QUINCE METROS

La casa donde un niño se arroja al vacío duele tanto, que se cierra. Y es por esa angustia de tocar el desorden de una habitación, de atreverse a borrar en la pizarra su último dibujo, o su monigote, o de leer en su cuaderno el postrero renglón, oscuro y torcido. La casa se cierra a cal y canto por no añadir más tristeza a la infinita tristeza.
Se llamaba Diego. Antes de nacer, su madre tuvo cuatro abortos. Era un niño inmensamente deseado. No le sientes con fulanito le decía a la profesora. “Son cosas de críos, no tiene importancia”. “Pero, es que ahora no quiere nunca estar solo. Es que me dice que no quiere ir al colegio. Pero si ha dejado el futbol. Si no le saco de ese silencio. Algo pasa, algo le pasa”
Cuando Diego de once años escribía su última carta… “papá, mamá, espero que algún día podáis odiarme un poquito menos…” Las siluetas de las hienas con mochila asomaban ya por la plazuela de su corazón. Poco a poco le fueron llenando de arena la garganta, y mudas de miedo, no le subían las palabras. Cuatro meses estuvo afónico y nadie menos él sabía la causa, o a lo mejor alguien la sabía, y había que preservar al colegio de habladurías, quizá se instaló la ley muda como un velado aviso a navegantes, quizá el prestigio de la escuela está por encima de cosas de críos, o de desequilibrados y sensibleros niños.
Pero un pupitre rosa de la clase, aunque demasiado tarde, dibujó, secretamente, las viñetas de la afonía del acoso, de la cacería:
Era la sirena del recreo el aullido de los depredadores. Algún aterrador preludio había en el roce buscado al atravesar el pequeño pasillo infinito que daba a las aulas. En el patio, en los vestuarios, rodeándole, le asestaban tan cortas y certeras y afiladas cuchilladas con el puñal de sus soeces palabras, que le iban haciendo un siete en el suave terciopelo del corazón: “soso, empollón de mierda, maricón, andas raro…” Y cómo te proteges, cómo si tu guardaespaldas aún es Lucho, el muñeco amarillo de los Lunnis, cómo se planta cara a pequeños grandes monstruos si no te deja el miedo ni silbar, cómo si hasta en el cielo de la noche de sus sueños, las estrellas no eran deseos, sino asteriscos que le llevaban a ese escalofrío diario de las turbias palabras.
Diego era de sensible como si el viento al cruzar por entre los rosales, sangrara. Vulnerable como una manzana desnuda. Inocente como un ternero viajando feliz rumbo matarife. Bello y tímido como un corzo hambriento bajando a ramonear contenedores. Y tan dulce como esos certeros besos de madre volando desde la ventana.
Cuando escribía…”no hay otra manera para no ir al colegio…” la silueta de las hienas con mochila ya abandonaban la plaza en llamas de su corazón.
Y cuando rubricó la nota, sin zapatillas, corrió y corrió hacia la ventana abierta del patio interior, sólo eran quince metros hacia el olvido, sólo quince metros hacia nunca más sufrir.
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el diario La Rioja 12/03/2022
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GOLONDRINAS, ORONETAS

Si envejecer es ver cómo se van alejando las cosas de uno, estoy de enhorabuena, porque a mí todavía me llaman, tiran melosas de mi manga, hacen que siempre vuelva la cabeza. Puede ser un centro de flores secas, una acuarela, un biscuit, un baúl de mundo…, o las pequeñas cosas que heredé de mis padres. Y que todas con el tiempo peinen pátina, maduren su historia, y lleguen a ser como trocitos de uno.
Y siempre falta algo que poner, o que cambiar. Ahí, hay un hueco. Ahí, cabe un detalle. Eso de toparse cada día con la faz de la nada en una pared, o en un rincón de la casa, esa trillada frase de la modernidad en el diseño, lo de que menos es más, lo de quitar en vez de añadir, a mí me llevaría al bostezo. ¿Pero no somos sólo memoria, recuerdos?
Ayer, mirando la fachada de mi casa de El Rasillo, tan enredada entre pinos, la vi pueril, sin una anécdota, sin merecerse una larga mirada. ¿Y qué pondría? ¿Cosas para alimentar el espíritu? ¿Poesía? Oh, sí, eso, le falta poesía, le falta gratitud, hospitalidad. ¿Y por qué no esas tijeras del cielo, esas golondrinas que les basta una esquina, un ángulo, un rinconcito para saludar a la nueva mañana?
Si fuera marinero, de los puros, de los que se casan con el mar, seguiría esa ceremonia suya de tatuarse una golondrina cada cinco mil millas marinas, o mejor, tantas como veces regresara al puerto del noray donde tuviera amarrados los besos.
Pero sólo soy un grumete subido a la cesta de la gavia del pino mayor, de este océano verde de Cameros, y ya no avisto tantas anunciando la primavera, que no todas vuelven a colgar sus nidos en los balcones. Andan tan desaparecidos sus gorjeos, sus vuelos circenses, su carrusel de campanadas perdidas, y todo por esa manera nuestra de enredar, cambiando el paisaje, abandonando la agricultura, o nuestros pueblos, que las tienen medio exiliadas, confundidas.
Y mientras regresan las mortales, en la fachada de mi casa, como un señuelo, como un trampantojo, he colocado una bandada de ellas, pero de cerámica, “oronetas” se llaman en el musical idioma valenciano. Un siglo llevan volando quietas por las casas levantinas. Faltaba poesía en la faz de mi casa. Ahí las tengo, dispersas, elegantes, simpáticas, humildes, intentando alcanzar los inalcanzables aleros del cielo. La verdad es que a lo mejor se animan en marzo las de verdad, y se emplazan bajo la larga cornisa de mi tejado, junto a ese anzuelo de la colonia de las que hermosean mi casa, y trisan silenciosos brillos al sol…
Dicen que traen felicidad, fidelidad, buena suerte. Yo las veo desde la calle y algo pasa, algo como un revuelo se me mueve dentro, como si estuvieran dando cuerda al tiovivo de aquel campanario de la infancia, y eso que son de cerámica. No te digo nada cuando vuelvan las de Bécquer, las que traen siempre en un temblor del ala, la primavera de un cerezo.
©Rubén Lapuente Berriatúa
Publicado en el diario La Rioja 22/01/2022
UN OKUPA EN MI CASA

Vino bohemio de noche. Vino con su hermoso abrigo de plumas leonadas. Y con toda la miel del otoño en los ojos. Desde mi tejado, por la chimenea, se lanzó tan osado, tan ave magna. Nunca lo entenderé ¿Creería ver desde la altura, entre las aún cálidas cenizas de mi hogar, los tizones ojos de un mirlo? ¿O fue que esa noche, huyendo de la cellisca, creyó que esa marea de ascua tibia subiendo hasta envolverle, era por fin su edén perdido? ¿O quizá me vio el otro día deshollinando, metiendo la escoba y la cabeza por esa boca negra, dicharachero, al compás del Chim, Chim, Cheree de Mary Poppins? Nadie podrá saberlo ¿Y por qué tan audaz? Pero si debió bajar abismándose. Si ni nosotros mismos nos atreveríamos en la vida a atravesar un túnel oscuro.
Y aterrizó en el planeta cerrado de mi casa de El Rasillo. Y lo siento por su angustia. Claro que el grifo no goteaba. Ni sabía que la ganzúa de su pico abría la alacena. Allí tenía un tabal de sardinas en arenque, una perdiz escabechada de calendario, y una tableta de chocolate negro para calmarse y resistir y darme tiempo a volver…
Cuando abrí la puerta de mi casa, pensé en los ladrones, al ver en el suelo el jarrón chino hecho añicos, destripados los pájaros bordados de la colcha, y la lámpara del techo indecorosamente condecorada.
Y cómo siento no haberle dejado sólo la profunda noche dentro. Y cómo me duele su angustia de que no pudiera traspasar como la luz el cristal, sin herirse, sin caerse, una y otra y otra vez, contumaz.
Y al pie del ventanal, cayó, ahí cayó, boca abajo, ahí muerto. Y mientras me acercaba, ese atado de plumas me iba recordando el ulular de su agonía…
Y sin cayado miedoso. Sin puntera de zapato. Con mi misma mano desnuda, como si fuera el cadáver de un hombre, le di la vuelta, y entonces, el cuello se le desenroscó, como un tiovivo giró la cabeza ¡Oh, era un hermoso búho real!
Y no lo arrojé a la basura, lo envolví en un retal de arpillera y lo enterré en el jardín…
(¿Sabes? Yo tenía diez años y pájaros volando por la cocina. Tenía mis hombros para darles besos de miga de pan y piquitos de lechuga. Tenía a Pinito del Oro en el trapecio de mis dedos. Y al anochecer, me regalaban un bis de trinos, creyendo que la luz de la bombilla era otra vez el sol de la mañana. Y tenía a mi madre, que iba por detrás con un trapo, recogiendo las plumas, restregando las heces…
Y cuando caía alguno a plomo del nido de la pared, caía a ese agujero mío sin fondo del sueño… Una tarde se fueron todos volando por la ventana (la abriste aposta, verdad mamá), a esa escuela del sol, de la lluvia, del viento, a graduarse en indigencia. Y con ellos, yo también abandoné el paraíso, para irme a ese oficio de vivir, a ese mal invento, a esa batalla inútil con uno mismo)
...Encima de la fosa puse unas piedras, para esas alimañas que huelen y desentierran la muerte.
©Rubén Lapuente Berriatúa
Publicado en el diario La Rioja 29/12/21
LÁPIZ, PAPEL Y BOMBAS

Hace unos años me acerqué a la exposición “Lápiz, papel y bombas”. Mostraba los dibujos sobre la guerra civil de aquellos niños que, huyendo de los bombardeos, fueron evacuados hasta ese refugio seguro de las colonias escolares. Allí, separados de sus familias, probaron a que plasmaran sobre un papel, con lápices de colores, esa morralla suya de adentro. Fue la terapia de baldear del pozo sagrado desde donde mira un niño, esa ciega alimaña de la guerra, que la vieran luego, pintarrajeada, retorcerse, como esa lenta agonía de un pez fuera del agua…
Y me acordé de esos niños cuando al cruzar la puerta de la habitación de mi hijo (¿pero dónde se ha metido este muchacho?), te das de bruces con esa soledad sonora que se queda asaltándote a cualquier hora por la casa, que se ha ido a ganarse la vida en ancas de un ave errante…
Y a poco que soplara el viento del destierro, el velamen del balandro de mi mujer, empezaba a gemir como si cruzara el mismísimo cabo de Hornos. Veía hasta la leve curva trenzada del asiento de su silla, o el desahuciado bote de cacao al que no se atrevía ni a meter la cuchara.
Y como no hay un beso que eternamente se quede a vivir en la mejilla, ni un abrazo que al recordarlo aún se apretuje cálido en el pecho, piensas que si para esto se tienen hijos, para no verlos, para no abrazarlos. La tecnología nos acerca, pero los besos soplados son como mariposas soltadas mar adentro, y los abrazos virtuales no hacen sonar esa agradable música del crujir de las costillas.
Y como remate, la mujer te dice que cómo adivinar sus temores, sus pequeños secretos, cómo verle si desde una infranqueable pared de vidrio, no te deja de mirar: Síndrome del nido vacío lo llaman los psicólogos.
Hasta que te acuerdas de aquellos dibujos, y escribes en una hoja de papel esa melancolía, haces con ella un avión, y desde la ventana, cuando ya el avión se perdía por los tejados, con las tijeras de los dedos, cortamos los dos el hilo de esa tristeza…
“Son miradas que nos hacen callar, que lo dicen todo. Un día tenía que ser: Las alas del hijo, su vuelo alto y lejano. Por la puerta entreabierta de su habitación, qué zarpazo del silencio profundo,
cómo rasguña por dentro esa desierta franja de luz. Cuánta vida parada en esa vislumbre fugaz.
Se nos olvidaba, mujer, que ese trozo tuyo y mío, era nuestro dulce huésped: vagabundo de su porvenir.
Y ahora nos acostumbraremos a no oler su perfume de muchacho bueno. A no oír su voz templada nunca por encima de un grito.
¿Echaremos de menos la sabiduría de su sencillez? ¿Y mis torpes manos se apañarán sin las suyas?
He llenado dos copas de ese dulce vino de orgullo, que achica además la larga ausencia. Y contigo mujer que te veo ahora ordenando en su armario la ropa que no se ha llevado, brindamos con miradas, que nos hacen callar”
Rubén Lapuente Berriatúa
Publicado en el diario La Rioja 11/12/2021
SI LLEGAS A TIEMPO

Si llegas a tiempo, si alrededor tuyo hay alguien, cercano, que mira desde dónde se alegra la muerte. Si cada vez más su atavío va tomando la hechura de su sudario, no le digas que la vida es bella. Dile primero, gracioso, si llegas a tiempo, que qué buenas vistas al vacío tiene…
Que así se vuelva. Que así te mire.
Quizá alguien suyo muy amado, cerró antes los ojos, y ya no soporte morir todos los días. O sea una adolescente enamorada, cuyos primeros labios amados, los vio infieles libar en el carmín de otra boca. O quizá sea alguien tan vulnerable como corona de arena del viento, o tenga tanto miedo a su miedo que no salga de casa, que le venga grande haber nacido. O quizá sea ese joven que todas las noches se acuesta con la incertidumbre, y se ovilla y ovilla como buscando en el sueño un olvidado vientre cálido...
O sea ese crío, tan acosado por esa pandilla de alimañas con mochila, que el miedo sólo le haga gritar silencio, silencio roto…
Y todos dejan un reguero de luz sombría por el camino. Demasiadas pistas nos dan para no darnos cuenta, para no acertar el fácil jeroglífico de sus miradas remotas, mas cuando en un sobresalto, te viene esa corazonada de que algo pavoroso va a suceder.
Pero, enseguida, la vida, esa que nunca mira atrás, te golpea sin parar con su fusta en las ancas, y, así, ¿quién refrena, quién descabalga, quién se tiende al lado de un corazón que suena roto?
Pero, si decides, samaritano, gastar, o quizás mejor ganar tu tiempo, e intentas recomponer el puzzle de tanto cascote desperdigado, no le digas que la vida es bella. Dile primero, gracioso, que si deja una nota, que sea con una buena caligrafía…
Que así se vuelva. Que así te mire.
Y luego, dile que se sale de ese pozo de tristeza; que nadie es un pedazo de carne con ojos; que si quiere encontrar la paz, no puede orillar la vida; que si es capaz de arrancarse y darte un solo hilillo de luz de sus tinieblas, tu mano siempre la tiene, ahí abierta, tendida...
¡Dios mío, si llegas a tiempo!
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el diario La Rioja 27/11/2021
EN EL FONDO DEL SUEÑO ETERNO

“No sé por qué le quiero tanto, Rubén, si me cita siempre en el fondo del sueño. Vuelan las luces de la mesilla sobre mis párpados cerrados, y ya él tira de un mechón de mi cabello, ya es el capitán de mis labios.
Y me llama luciérnaga de su penumbra; pequeña llama de amor puro; mullido pajar de bruma. Y entra en el cenador de mi cuerpo empapándolo todo como la mar en la arena de la orilla.
Y me ama como en una guerra al último panecillo blanco y duro.
Y de atizar tanto en el sueño el rescoldo de las caricias, con cresta de calentura, mojada del aroma de su sexo, sobresaltada, palpitando despierto.
En el remolino de la taza del café del desayuno, abstraída, busco algún gesto igual en mi memoria, o en el viejo álbum de fotos persigo ese mismo fulgor que quizá fuera antaño de algunos ojos, que ya he olvidado…
Y cada vez más ansiosa, un par de grageas impacientes, me adelanta cada noche en la ventana de mi alcoba, esa pálida luna que siempre vislumbro bajo el vaivén de su cuerpo…”-me decía.
Somnolienta de deseo, preludio de esos largos bostezos, en el espejo retrovisor del coche, camino del pajar del sueño, apresuraría su aderezo de raudal de arrebol en los labios. Adelantaría a destiempo el regazo nocturno con un titubeo de pastillas bailando dudosas en la palma de su mano, porque con una congelada sonrisa de placer junto a su hilillo de sangre de carmín rojo, entre un amasijo de hierros, de su berlina azul la sacaron, muy, muy despacio, como si temieran al verla tan dulcemente dormida de muerte, que despertara de un sueño eterno…
No sé por qué le quiero tanto, Rubén, me decía, si me cita siempre en el fondo del sueño…
©Rubén Lapuente Berriatúa
http://rubenlapuente.blogspot.com/
SOLAMENTE TU MANO

Solamente tu mano, tenerla como un sapito que duerme, así contento… J. Cortázar
Mira
al tiempo que vuelan
sobre los párpados
esas chiribitas
que espolvorea
la luz de la mesilla al apagarla…
Ya me da la mano
Y no pierde ni un segundo
No creo que sea
para regalarme
el tesoro mejor de su sueño
que antes no me la daba
Se aprieta a algo
que ha perdido
Quizás sea porque
valiente
le ha dado la espalda
a esa gragea
que subía a su campanario
a descolgarle
el badajo de la noche…
Y mira
ahora tengo
algo sencillo y cálido
y hermoso:
Un puente
como hecho
de latidos de mimbre
por donde pasa
en el silencio oscuro
su rumor
con su perfume más granado…
Y me sabe
como a savia tibia
como a fogata
en noche de luna ebria
de arena dorada…
Ah Y se está bien así
Yo dejo arriba los ojos
para vernos
sobre la cama abierta
en una bella silueta
que me entretengo
en recortarla
con tiza de luz de noche blanca…
(Y Oh Sí Sí Lírico siempre)
Ella dormida y yo
sin moverme
como si de ello dependiera
la armonía de nuestro
pequeño mundo…
Pero antes no me la daba
Y no me regalará
el tesoro mejor de su sueño
pero mira lo que he ganado:
tenerla así
como un sapito que duerme…
como si me cruzara
un río en la noche
hacia el estuario de mi sueño
hacia verlo morir
©Rubén Lapuente Berriatúa
AINA

para Rubén y Eli
Nadie entiende la vida.
Quizá sólo desde un milagro.
Mírala,
como todos
Aina empieza de cero.
Ahora ella no sabe
qué es esto que la envuelve,
que la arropa,
que dulce la zarandea :
ella mueve sus bracitos
como aspas de un molinete
aún tarambana
como si espantara
las primeras luces oscuras.
Mírala.
La vida que nunca mira atrás,
es un calco,
un papel de seda,
la misma eterna calcomanía
de una hoja
que nace y se agota
y reverdece y…
Mírala.
Esta infancia primera
que no le dejará memoria
-que nadie recuerda la suya-
vívela con ella,
no te la pierdas,
es única.
Deja tu montón de papeles,
y corre, corre,
entra en esa muñeca
de dulce carne de preciosa lana…
Sí, ahora que mil veces
la vistes y desnudas
y bañas, y duermes
en el suave vaivén de los brazos,
tan frágil,
recuerda que fuimos
este mismo cálido panecillo
de harina de rosa
y agua
de tiemblo de estrella…
Mírala,
el tiempo la hará crecer, trastear,
balbucear, unir silabas…
cuando te pida el álbum de su vida
y quiera saber,
desde su primera luz
cuéntale esta infancia
que desde el asombro
estás reviviendo
que también es la tuya:
la misma
que no recuerdas.
Cuéntasela, entera, minuciosa,
de pe a pa,
mientras en el espejo
la peinas, la vas desenredando,
muy suave,
esa rebelde melena de oro
que ya se le adivina …
Mírala,
ahí la tienes,
es un pedazo tuyo,
tu relevo,
es tu memoria
en el collar del corazón
de sus cuatro letras.
Y es esa dulce manecita
que se agarra a tu dedo
que crecerá y crecerá
hasta que pueda
tomar la tuya,
cuando la vida,
esa que nunca mira atrás,
de un solo golpe,
te apee del camino.
© Rubén Lapuente Berriatúa
http://rubenlapuente.blogspot.com/
¡AMPARO!

Se llama, ¡Amparo!, con signo de exclamación, porque todos en El Rasillo de Cameros la llamamos desde la calle, gritamos su nombre a voces, que sabemos que siempre anda enredada, como sonámbula, dentro de su frondoso vergel.
Es Amparo: Perita en plantas, maestra del verdor, jardinera para todos.
Y sin decirle nada, como una sorpresa, le he dejado en el buzón de hierro de su puerta, una hoja doblada con unas líneas mías escritas. Enseguida me ha venido con la rosa de papel manuscrita en la mano, y un estanque anegado en los ojos…
“Me has dibujado, me siento así, soy así, oh qué regalo. Ya tiene palabras todo mi ser, que necesitaré leer, y muy a menudo, que un poema para una es la mejor receta, el mejor brebaje para no extraviarse, para no salirse nunca del camino…, gracias, gracias”
“¡Llámala! Desde la calle. ¡Grita su nombre! Ella está dentro de un vergel. Siempre acaba oyéndote.
¡Espera! Que aquí, al paso de un aroma, la voz se entretiene, se embriaga, se pierde, se equivoca de oído…
¡Llámala otra vez! Estará tirando muy suave de una raíz. Cribando la tierra para ese tallo perezoso. Dejando una gota de luz de diamante en cada hebra verde...
Ayer me trajo en su regazo los primeros brotes de belleza: Una altea, un lilo, un laurel…
Es Amparo. La que sabe lo que arraiga. La que tiene, saliendo de sus labios, esa nana de madre y sueño que hechiza las plantas, o ese mimo, esa ternura que atesora en las manos, que doma lo verde…
Ah, pero no, no…Deja, deja… No la llames ya más.
Se habrá quedado dormida…
¿Sabes? Un día la llamó el dolor. Pero, ahora, de beber del oro de los días, se ha hecho de cristal, de agua pura: transparente.
Ayer me dijo que la vida es ver crecer lo que amas.
Oh, déjala que siga trepando por esa eterna enredadera del sueño…”
Rubén Lapuente Berriatúa
El Rasillo de Cameros
publicado en el diario La Rioja el 5/7/2021
ABLACIÓN

Yo no sabía lo que era la ablación, la ablación cardiaca, pero al notar que mi vecino y amigo del bosque había cambiado de costumbres, como ya no le veía con la bicicleta por los senderos de esta hoguera verde... ¿ A ti Luis te pasa algo, no? y entonces…
“De repente, Rubén, el corazón no sabe calmarse. No te habla bajito. Parece dentro del pecho un potro sin domar, una campana con toque a rebato. Y da igual caminando, que soñando de madrugada, que feliz en un bar. De pronto se pone a saltar, a golpearte. Y pones la mano en el pecho, asustado, como cuando de niño te lo descubrió el resuello o el primer miedo, pero ahora no lo sientes como aquel limpio y vigoroso volteo de campanas, sino como uno de los últimos coletazos de un motor viejo.
Y de pronto, el corazón detiene su locura, se olvida de vocear, te ignora, vuelve a su cotidiano murmullo. Y vives cada minuto con el acecho de su sombra, con el terror de su revuelta…
Y el médico te habla de la ablación, que al oírlo te sorprende, te suena a otra cosa: “¿Pero, eso no es capar los genitales femeninos?” Y no. Se sonríe. Te dice que también es entrar en las venas, subir por el río de la sangre con un bajel pirata que asalte ese amotinado camarote. Abordarlo, para quemarlo, para tacharlo: cegar esa sublevada habitación del pánico relampagueando en la roja oscuridad. Y con bozal de gañidos me han calibrado su brújula. Supongo que ya dejará de perder el norte, pero qué difícil, Rubén, volver a ser el mismo cuando la vida te asesta esta sonora puñalada. Difícil dejar de pensar en ese tambor cuando lo intuyes en el silencio de todas las noches, que ya tengo una cita ineludible con cada uno de sus latidos. Y sí, el tiempo te alcanza, empieza a existir para uno, y mucho más deprisa. Ahora me parece que todos los meses las hojas del calendario en la pared, son de otoño, son amarillas…
La vida es un viaje hacia el cansancio, pero habrá que aparcar el miedo, aprender de nuevo a vivir, ser el mismo, por lo menos de puertas a fuera, y procurar no dar mucho la lata a nadie con el sonsonete de mis goteras.
Ahora lo siento como un huésped, o mejor como un reo o demente que viste camisa de fuerza. Y todas las noches le llevo, cálida, la palma de mi mano, y la redoblo con la otra, para que esté más arropado, como más tranquilo, y en esa postura, casi angelical, me duerme o le duermo, que ya no se quién cierra primero los ojos…
©Rubén Lapuente Berriatúa
http://rubenlapuente.blogspot.com/
EL COMETA HALLEY

Fue en el 86, en aquel cielo tan limpio de la sierra de Cameros y a simple vista. Varios meses siguiéndolo. Quienes mirábamos el cielo estrellado con frecuencia. Los que buscábamos planetas en la clara oscuridad, o carros o lebreles o arqueros en las constelaciones, lo ansiábamos. Cada 75 años vuelve y se ve como esa estampa de los Reyes Magos con el cometa sobre sus cabezas. El anterior, en 1910, la poca contaminación de las ciudades lo enseñaba tan claro que ese escalofrió de plata endemoniado no cupo en la cabeza de aquella mentalidad, como si el fin del mundo llegara. Y las crónicas de la época en todo el mundo hablan de suicidios, de miedo, también de belleza, de asombro. Lo más son dos veces verlo en una vida: si de niño lo viste, de anciano quizás repitas. Yo al de 2062 ya no llego. Sí, un día volverá el cometa Halley y ya no estaremos aquí, es cierto. Pero nuestros descendientes, mis hijos sí estarán, y ojalá los hijos de mis hijos, y darán gracias por haber hecho que puedan experimentar lo mismo que nosotros, muchos años atrás. La vida, en sí misma, es el cuento de hadas más maravilloso que se pueda contar. Por eso he dejado escrito este poema
Era de noche
En mi pequeño balcón
colgado
de esa dulce ladera
de trinos
En aquel abril
tan limpio de oscuridad
Magullado de números
de papeles
de oficina
con mi luna redonda de cristal
de espía del cielo…
iba de rama en rama
de cada estrella…
De pronto
sobre el alto
granero del agua
como una alada herida luminosa
como una cana melena
rota de viento
apareció el cometa
Ese trazo de tiza
atado a su radio
a su vida
Viajero de plata solo
que por primera vez veía
y por última
también
cuando regresara
a mojar su larga cola de lumbre
pero ya
sobre el seco río
del tuétano de mis huesos
me señalaba
lo que en realidad yo era:
tan sólo una breve
mirada en el tiempo…
Desde el zaguán
me subiste ese alboroto
de nido de gorriones
en la garganta
de asombro de chiquilla
al llamarme
al verlo…
Cada atardecer
de aquellos mágicos días
del año del cometa
jóvenes y enamorados
salíamos a robarlo del cielo
a bañarnos
en su indeleble fulgor
A tu vuelta
oh cometa viejo amigo
por entre los párpados
de otros ojos
nacidos de nuestro amor
nos asomaremos
©Rubén Lapuente Berriatúa
Villoslada de Cameros (La Rioja)
En el 2062 regresará su cola plateada
MAR ADENTRO

Uno muere cuando nadie le recuerda
Ya volvíamos al viejo puerto. El de la desafinada sonata de bocinas y gaviotas. El de la acicalada hilera de boquitas recién pintadas con toda la fila de puntillas moviendo frenética, ya fin de cuarentena, las ardientes alas de las manos.
Semanas de tobogán de atunes bajando al vientre de salmuera del barco, preñándolo de recamadas luces heladas.
Un cercano compañero del babel de los ronquidos, haciéndome ese gesto de tijereta al acercarse dos dedos a la boca, abandonó la litera…Tenía esa sonrisa sin acabar de romperse. Esa mirada callada envuelta en lejanías.
Desde la cubierta, subiría una trenza de humo hacia la arboladura de las estrellas. Volaría sobre la popa su apurada última amarga colilla, antes de que sus botas hicieran de noray de su ropa bien doblada…
Una nota en un pósit azul asomaba por el bolsillo de su camisa…
Ya en el puerto, rota la fila de carmín, rodeándome de la cintura mi añorada rama de carne de tierra, caminando con el arrebol de sus mejillas, con paso rápido hacia un barbecho tálamo anclado en los besos de ayer, me buscó sobre las aguas, en un reflejo de luz de acero, el charol de su memoria, mientras en el bolsillo de mi chaqueta, mis dedos desleían una nota, amasaban una bolita de papel azul…
El mar quiere a sus hijos desnudos. El claro olvido habita mar adentro.
©Rubén Lapuente Berriatúa
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CAREO

Tú la cumbre
Yo el rebeco
Tú el rayar del día
Yo el rocío
Tú la rosa
Yo el rapaz del patio
Tú el botín del corazón
Yo el bandolero
Tú adiós de azahares
Yo trampero del viento
Tú la dehesa sin fin
Yo encina en tus ojos
Tú quien entorna las sábanas
Yo quien se cuela dentro
Tú pequeña lumbre de dolor
Yo ungüento de besos
Yo la ira de algún día
Tú la mano en mis labios
Yo soldado caído
Tú la lluvia en mi rostro
Yo hueco en el lecho
Tú la mano dentro
©Rubén Lapuente Berriatúa
PUREZA

La nieve dibuja
un corazón sobre el agua,
bordea los labios de una hoja
verde y oculta
¿Sabes que la belleza
que nace eterna
sólo perdura un instante?
¿Estabas tú ahí, te diste cuenta?
¿Sobre esa pureza
pusiste toda la tuya,
te enredaste con ella,
o la mirabas sin verla?
¿Y si el brillo de aquellos ojos
era sólo para ti?
¿Y si el jadeo
que oías a oscuras,
era codicia de tu piel?
¿Y si aquel tembloroso
cuerpo entregado,
era el amor que buscabas?
La nieve dibuja un corazón
sobre el agua…
¿Y si lo salvaras?
¿Y si muriera en tu palma?
© Rubén Lapuente Berriatúa
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BAILE DE SOMBRAS

Ha sido una canción.
Su chispazo en mi sangre
me ha soltado los pies,
me los ha calzado de un suave y melodioso
vuelo de hoja muerta.
Siempre hay un recodo
que no le enseñas
que no le entregas
Y el baile te arranca de tu plácido refugio
Y te obliga
Te detalla
Te desenmascara
Y la he cogido tan dulce de la cintura…
La pequeñez del espacio
nos hace girar en el remolino
de dos miradas
de dos sonrisas
Imposible escaparse del acecho
sin tregua
de una boca, de unos ojos.
De pronto,
ahí en la pared,
en nuestras sombras
(¿el envés de la apariencia?)
cómo se siente el peso
de esta larga andadura juntos,
el cansancio también del viejo latido
del eterno amor
Si se diera cuenta ahora ella
podría hasta sumergirse
en este rio mío oculto
reflejado en el espejo
tan claro del suyo
(Oh cómo se entrega esta mujer)
por el que me cuelo
hasta donde ya no puede haber nada más
Alargo la melodía en mi garganta
en la última vuelta
que demoro con ella…
Y al pararnos
me fijo cómo dos sombras en la pared
(¿Por qué aún extrañas?)
se amalgaman.
©Rubén Lapuente Berriatúa
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BELLO DOLOR

Oh, bella joven mujer, que siempre, temprano y a solas, nos damos los buenos días. Que estando hoy yo entrando en la oficina, en la trastienda, nada más verme, ha dejado el obrador y como hecha una bruma, muy despacio, sin bajar la mirada, se me ha acercado con esa fuente de dolor, con esa casida del llanto íntimo…
¡Y oh Dios mío! ¡! ¡Qué alud me vino! ¡Qué marea! ¡Qué abismo de ojeras de mar de amor herido!
Y qué me importaba a mí si de amor huido moría. ¡Oh pulgares míos descorriendo sus lágrimas! ¡Que me había elegido a mí para enjugarlas! ¡A mí! ¡A la oscura orilla del mar de mi pecho! ¡Al pañuelo de espuma blanca de mi regazo!
¡Sí! ¡Qué era a mí a quien clavaba ese bello y dulce dolor mojado!
©Rubén Lapuente Berriatúa
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EL BIOMBO

Nos hemos comprado
un biombo:
El último cerrojo
de nuestro dormitorio
Y le ha dado
un aire
como de suite de saloon del oeste
desvergonzado
En una de sus hojas
descansan
mis pantalones
Vivaquea
de una esquina
mi camisa
Si fuera un cowboy
colgaría también
el sombrero de ala ancha
las botas con espuela de estrella
con cinco puntas
y la cartuchera
con la culata
de mi revólver
asomándose
como una víbora de plata
Luego entra ella
por un lado y…
¡ale hop!
planta
su sostén en el medio
como si luego fuera a enjabonarse
en una de esas bañeras
de patas con garras
de bronce de leona
Tiene allí en lo alto
algo de triángulo
celestial
Una prenda
que si le oigo su pequeña tralla
me evoca
dos proas por la casa
dos lebreles sin bozal
dos turgencias…
¡Oh! “La gauche divine et á droite aussi…”
Que si duermes
toda la noche
sobre ellas
olvidas los sueños
amaneces sin memoria…
Luego cuelga la falda y…
¡ale hop!
aparece
por el otro lado
la misma
pero oh qué distinta
Viendo todo eso
en tu cumbre
biombo
Sólo nos queda
apagar los móviles…
Y encima
con
tarde
de
lluvia!
©Rubén Lapuente Berriatúa