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VEO,VEO

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No sé si hay alguien en Logroño que alguna vez al salir a la calle mira detenidamente las aceras. Lo digo porque el otro día me crucé con mi barrendera, la que solo tiene ojos para el suelo, y la vi como siempre con su pala y su escobillón, pero esta vez me fijé mucho más en su trabajo, cómo iba recogiendo con paciencia infinita, una a una, de aquí y de allá, ese aluvión de colillas que me dice está sembrado Logroño.

Y ahora que miro más al suelo, que ya me he graduado en colillas de cigarrillos, duele ver de cenicero o de papelera las aceras, los alcorques, la calzada. Mi barrendera me dice que como ese carricoche barredor de barrios nobles ni está ni se le espera, no da abasto a pescar tantas colillas aún vivas, que esperan a que la lluvia o el viento o el agua de esa manguera aseando las calles, les haga entrar en las alcantarillas, y comiencen ese tortuoso viaje que va emponzoñando todo lo que tocan. Luego dicen que el mar nos las devuelve invisibles sobre el mostrador de hielo picado de una pescadería.

Mi barrendera me habla de que algo habrá que hacer para que ese dardo envenenado dude entre los dedos el tiempo suficiente para que aparezca una papelera cercana (pocas hay con cenicero, se queja).

Uno echa aquí de menos la manera de protestar de otras ciudades contra esta plaga: junto a alcorques y papeleras y alcantarillas pintan coloridos círculos de tiza depositando dentro un montoncito de esa lluvia de colillas, luego escriben al lado una frase de reproche. Y ahí lo dejan como un efímero grafiti para que zarandee las conciencias de todos.

Yo le digo a mi barrendera que haga rayuelas en la calle, erigiendo ahí dentro ese túmulo tóxico de señuelo, y al lado escriba una leyenda: soy un árbol, no tu cenicero; Logroño no es una papelera; stop colillas…, cosas así.

Pero me temo que si la vieran pintando esas viñetas en las aceras, al principio la tomarían por activista y gamberra, y eso que las rayas de tiza solo duran dos días alegres por diez años lúgubres las colillas, pero, después, seguro que el Ayuntamiento tan pinturero, al ver en las calles cómo cada vez menos fumadores se atreverían a arrojar una colilla al suelo al sentirse espetados por cualquiera que al cruzarse lo viese (eh, señor, se le ha caído una colilla;¿necesita gafas para leer el suelo?; ¿esto lo hace también en su casa?), sino también por ellos mismos: de verse y leerse su vergüenza en cada rincón del suelo, la condecorarían con alguna cruz de Tiza al Mérito Civil.

Ahora sueña con el día de pasearse por las aceras jugando con su hijo al veo, veo, y no encontrar ya esa vergüenza de cosita que empieza con la letra c. Y así ganar tiempo para hacer como que barre el polvo de oro del primer rayito de sol entrando en su calle, o pasar la escoba bajo los bancos de madera solo por recoger los besos caídos, o echarse al suelo, raspando y raspando las aceras con un cepillo, por sacar esa pátina (de caoba, Rubén, es de caoba), que dice esconde Logroño.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 22/05/2023

23/05/2023 19:44 rubenlapuente #. DENUNCIA ( 24 ) No hay comentarios. Comentar.

UN BALCÓN DE SEVILLA EN CAMEROS

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Buscando en internet una colcha bordada (eso puse en el buscador de Google) para esa antigua cama mía de latón, oscura y sucia, a la que con alambrilla y limón y paciencia infinita le hice amanecer su viejo sol dorado, me encontré con el escueto anuncio de la sevillana Josefina Romero. Le acompañaba un par de fotos reveladoras de la belleza que vendía. Y no sólo me limité a comprársela, sino que, al recibirla, quise que me contara algo de la vida de ese retazo suyo. La llamé. Y mientras de su boca salían requiebros de seda bordada, me iba yo preguntando cómo algo que es bandera de una casa puede venderse, así, sin más, casi regalada, si no es por una bofetada de la vida, o tal vez el corazón de Josefina anda de mudanza y a pesar de los daños quiere otra vez empezar de cero…, no sé…

Al colgar, para mi diario reescribí con largas sílabas de seda su escueto reclamo, que así no se pierda la memoria de esta colcha, o mejor la de aquella bordadora que en tardes de posguerra dejó en la tela toda su belleza:

“¿Quién quiere comprarme esta antigua colcha de seda azul cielo? ¿Quién? Fijaros primero en el asombro de que su labor luzca igual del derecho que del revés. Mirad luego en detalle el bordado de esos pájaros del paraíso. ¿Pero cabe más realce en sus alas turquesa? ¿Más glamour en sus tocados de novia? ¿Más boato en sus plumas timoneras de marabú? Si parece que van a una boda celestial. Si les han bordado hasta el sosiego y la gracia en la quietud de su vuelo.

¿Y en las flores de campanillas? Fijaros bien en esos badajos de estambre. Si la hilandera les bordó también sus sones. Si hasta en la seda salvaje tiembla el volteo de sus aires de abril.

¿Y esas dos ramas atravesándola de norte a sur como venas del sueño en el paraíso, pero cabe más belleza? ¿Quién quiere comprármela?

Fue alguien de mí misma sangre en Sevilla quien la bordó en aquellos años de la posguerra. Que cuando pasaba por las calles del barrio la Esperanza de Triana con su manto abullonado y sus cinco lágrimas de cristal, había que ofrecerle los mejores trapos. Se abrían baúles, roperos, cómodas, y en mi casa el arca donde guardábamos esta colcha que nos servía también para cuando enfermábamos, y tan solo para la visita del médico.  

Y a esa Esperanza de Triana, los caprichos del sol de Sevilla le lanzaban desde los balcones mil piropos: o con visos de una colcha adamascada, o con el brillo de unos ojos que dejó alguien de mi sangre en la seda, o con el centelleo de los flecos de algún mantón de Manila. Y también con la palidez de sábanas remendadas, pero que olían a espliego, a romero, y que, por detrás de su limpia blancura de pobre, unas pinzas de ropa le sostenían un ramo de flores recién cortadas o una larga hoja de palma rizada.

Y que taparan todo el enrejado del balcón, que no se aprovecharan los de las aceras viendo el largo mareo de unas piernas de mujer hasta su más íntima sombría encrucijada.

Quien quiera comprármela que me llame o me mande un correo…

 ¡Para el primero que diga para mí!”

                    (Yo fui el primero)

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja el 1/5/23

07/05/2023 16:37 rubenlapuente #. BREVES MOMENTOS ETERNOS( 23 ) No hay comentarios. Comentar.

QUÉ PODEMOS HACER

                                                                 A la memoria de Toño Lapuente

 

Ya, ya, ya lo sé. Solo nos queda recordarle. Y qué poco nos cuesta si tenía algo solo suyo que no se muere con los años: ese gesto que se adelanta siempre como un perfume: esa sonrisa a medias, risueña sonrisa, algo pícara, que no le abandonaba ni dormido de muerte.

Ahora no lo encontraremos en las calles, en los bares, en la vida. Sí, ya sé que no responde a la aldaba de su puerta, pero al doblar ayer yo la esquina del Laurel creí verle en otro, o también estos días cuando en el wasap aun dudo y le doy un instante de vida (¡hombre, Toño!), aunque luego se me hiele el cristal, incluso alguna tarde vencida, la mano de su memoria se me posa en la espalda, así, por las buenas (estamos bien, Toño, le digo), o cuando desde el corazón me lanza a menudo su ademán imborrable, como recordándome que está ahí, que no le dejemos solo, entonces, del álbum de mis recuerdos, para que no sea tan pesado, he rescatado una fotografía suya conmigo que milagrosamente cobra vida (tranquilo, Toño, tranquilo, que ya he puesto la foto de Almuñécar en un marco orlado de plata).

Oh, quien entiende que cuando ayer eras un río, de repente hoy dejas de moverte para siempre. Pero si aún tu edad hacía novillos, y te esperaban abriles, tiempo de besos, lágrimas de alegría, y esa copa de vino de terciopelo en la barra de tu bar...

¿Sabéis?, cuando era un niño grande y yo un muchacho, en las vacaciones en el mar, fuimos a ver una película muy mala de terror, y nos echó el acomodador de tanto reírnos. Luego, al salir, me cogía de la mano como a un héroe (menudo héroe).

Ahora estoy llorando.

La vida es una alimaña ciega. Y qué podemos hacer.

Dime, ¡¡qué otra cosa podemos hacer!!

                           Rubén Lapuente Berriatúa

         publicado en el diario la Rioja    06/04 /23

  https://rubenlapuente.blogspot.com/  (nuevo articulo en el periodico

02/04/2023 09:50 rubenlapuente #. DOLOR ( 21 ) No hay comentarios. Comentar.

EL COMETA HALLEY

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Fue en el 86, en aquel cielo tan limpio de Villoslada de Cameros, y a simple vista. Quienes mirábamos el cielo estrellado con frecuencia. Los que buscábamos planetas, o carros, o lebreles, o arqueros en la clara oscuridad de la noche, lo ansiábamos. Y se vio, yo lo vi, como se ve lo extraordinario: boquiabierto por la sorpresa. Solo le faltaba bajo su estela, la recortada silueta de los reyes magos.

 Aproximadamente cada 75 años vuelve. El anterior de 1910, la poca contaminación de las ciudades lo enseñaba tan claro, que ese escalofrió de plata endemoniado no cupo en la cabeza de aquella mentalidad. Y las crónicas hablan del temor que vivió la gente ante la venida del cometa, como si el fin del mundo llegara.

 Lo más, son dos veces verlo en una vida: si de niño lo descubriste, de anciano quizá repitas. Yo, al de 2062, ya no llego. Sí, un día volverá el cometa Halley, y ya no estaremos aquí, es cierto, pero nuestros descendientes, nuestros hijos, sí estarán, y ojalá después los hijos de nuestros hijos. Yo he dejado escrito en un cuaderno la huella de aquellos días del cometa, para que ese largo hilo de la memoria no se rompa, y así, ¿por qué no?, despertándonos del olvido, nos den las gracias por haber hecho que puedan experimentar lo mismo que nosotros, muchos años atrás. La vida, en sí misma, es el cuento de hadas más maravilloso que se pueda contar…

 

“Era casi de noche. En aquel abril tan limpio de oscuridad, llegaba yo a esa casa colgada de una ladera de trinos, herido de números, de papeles, de oficina, y corría hacia el bálsamo del refugio de mi pequeño balcón, donde me esperaba mi luna redonda de cristal: mi catalejo de espía del cielo. E iba, errante, de rama en rama de cada estrella…

 De pronto, sobre el alto granero del agua, como una alada herida luminosa, deslumbrante, apareció el cometa.

  Desde el zaguán, mi mujer que andaba enredada en haces de leña, al verlo así tal como si de repente una estrella se soltara al viento su cana melena, sobresaltada, me subió hasta el balcón todas las alharacas que aún guardaba de chiquilla: con las manos señalándolo, llamándome a gritos como si en la garganta tuviera un alborotado nido de polluelos.

 Ese trazo de tiza atado como una yegua a su rueda de molino, eterno viajero de plata solo, que por primera vez veíamos, y por última también cuando regresara a mojar su larga cola de hielo y polvo, pero ya sobre el seco río del tuétano de nuestros huesos, nos señalaba lo que en realidad éramos: tan solo una breve mirada en el tiempo.

Cada atardecer de aquellos días del cometa, con nuestro hijo sobre los hombros, salíamos a acompañarlo en su viaje, a arrojar en su fontana de Trevi nuestro sencillo deseo de ser felices. Y al perderlo una noche, le pusimos año a su regreso, y como nos citaba en el olvido, quisimos ver un último destello suyo, como ese guiño que al lanzarlo siempre guarda un secreto compartido: la esperanza que al desaparecer aparecemos en otros ojos, y a su vuelta, por entre la sonrisa de una mirada nacida de nuestro amor, otra vez nos asomaremos.”  

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado hoy 4/03/2023 en el diario La rioja

04/03/2023 16:34 rubenlapuente #. BREVES MOMENTOS ETERNOS( 23 ) No hay comentarios. Comentar.

LANA DE LAS CIEN TIENDAS

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El tiempo que todo lo fatiga, que todo lo muele, a veces se viste de emperador y coloca su dedo pulgar hacia arriba, hacia la vida, indultándote ciertas cosas: unas por su eterna herida abierta, otras por su buena estrella o su hechura mágica, y alguna por tener en su envés, o en tus ojos, un trampantojo tapando su lenta agonía. Y ya no se tambalean nunca. Son las cosas que te verán morir.

 Y ahí está el miedo de abrir el álbum de fotos por si el azar te juega una mala pasada, y tienes que ir a ahogarte al fondo de una almohada; o mi antigua cama de latón, que limpié hasta quitarle el vaho de la muerte en su cabezal, y su lecho es ya como echarse a la sombra de un sol de mimbre, como si navegaras en una barca por las aguas del sueño de todos tus amores; o esas golondrinas de cerámica en la fachada de mi casa(señuelo para que vuelvan las de Bécquer), que trisan silenciosos brillos al sol, intentando alcanzar los aleros del cielo; o mi enredadera, mi amada glicinia, que ya es la colcha de mi casa, el teatrillo de sombras chinescas en las cortinas de mi habitación, cuando en la ventana el viento mueve sus hojas. Pero sobre todo me ha indultado a lo más frágil, a cierta prenda de vestir, de lo poco de lana mío que no ha acabado junto a las mondas de patata, y es sólo un jersey que espera alguna tarde en la palomilla del armario, el recuerdo del ala de mi mano.

Lo compré en los años 80, en una de las cien tiendas (la prenda eterna anida por ahí), marca elipse, burgalesa, de Lerma, tristemente cerrada hoy. Y que esconda el reclinar de un cuerpo de muchacha, o diamantes de saliva de besos furtivos que le cayeron, que tenga pequeñas huellas de lágrimas del dolor en su regazo, o agujas de rocío de noches, yo colgado de aquella ladera de trinos en Villoslada buscando estrellas, no me basta para comprender el por qué dura tanto este idilio mío, aún con mariposas de lana en el estómago.

Si me contaron que en la posguerra la pobreza iba a por lana enredada en los alambres de los cercados, para tejerse con humildad e infinita paciencia una rebeca o un jersey, seguro que de eso estará hecho este bicho mío: de jirones de lana virgen de oveja en alambradas de púas, y al frío viento de los montes.

Tiene una enmarañada piel de hebras de color tierra, y una miríada de pequeños vellones azules, blancos y naranjas, como planetas de esquilados carneros que giran en mi torso como si mi corazón fuera su sol de lana.

 Por la casa lo luzco alguna tarde de sábado, y me sonrío imaginando que algún día podría cansarse de mí, como si fuera indigno el que yo lo llevara. Pero hay tardes que pienso, si no seré yo quien anda como sonámbulo, cegado, como si tuviera un espejismo delante, y lo que realmente llevo puesto es ya un remiendo. Pero no sé, no creo, porque al asomarme a la luna del espejo, ya dentro de su abrazo de lana, al único que veo tambalearse en este viaje hacia el cansancio que es la vida, y como un harapo, soy yo, sólo soy yo.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado hoy 4/2/2023 en el diario La Rioja

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MIRADAS

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Por la larga calle del bulevar, bien temprano, camino de mi diaria rutina, me cruzo desde hace un par de semanas, tan puntual como una estrella, con un rostro de mujer, dulce en la penumbra.

Yo voy con ese cuerpo que finge mal despertarse cada mañana, y no es la mejor manera de atender la dulzura de unos hermosos ojos nuevos.

Al principio ella sólo era un perfume delicado que me llegaba tan recién florecido, que me hacía buscarle los ojos a ese aroma rosa, pero con una mirada rápida, que no son estos buenos tiempo para la galantería, y menos para la ya tan criminalizada seducción, y cuesta demorarse en unos ojos desconocidos, como si te fueran a decir que ese lugar es sagrado, que qué haces tú ahí, que quién te ha dado permiso, que esa no es tu capilla.  

Pero con la frecuencia de los encuentros, ya nos reconocíamos, y al verla, o al verme ella a lo lejos, de ir a buen paso, bajábamos el ritmo para que durara un poquito más el tiempo de nuestra ya agradable diaria coincidencia.

Las miradas eran mutuas, cada vez más cercanas, más cómplices, más sostenidas. Al cabo de dos semanas, ya nos dábamos, y a la vez, esa media sonrisa que nos contagiaba también los ojos, como si alguien o algo los iluminara por dentro. Nos gustábamos, o quizá sólo era pura cortesía, o necesitábamos entretener, aunque fuera con un fingido escarceo, esa monotonía de la vida, pero no creo, porque íbamos estrechando la acera, porque ya nos ladeábamos para no rozarnos, para ser amables, sutiles…

” Hasta luego”, me dijo ayer.” Adiós”, a media voz trastabillada y a destiempo, le dije. Y nos volvimos a la vez para darnos nuestra mejor y más radiante guardada sonrisa…

 Al día siguiente, sabía que era la mañana de pararnos, y frente a frente. De las primeras preguntas: “¿Cómo te llamas? Mira que nos ha costado dar el paso ¿eh? ¿Trabajas por aquí? ¿Tienes tiempo de tomar un café? ¿Sí? ...”  Luego, quizá fuera la mañana de las mentiras, o de las medias verdades. ¿Sólo de una amistad?: Difícil, que somos hombre y mujer, pero ya maduritos para perder el tiempo en devaneos, y tanta mirada cómplice, ¿adónde nos llevaría sino es a un mullido pajar de besos?

Ahora estará ella bajando por el bulevar. Adelantándose al tiempo. Buscando mi silueta en la lejanía. Seguro que, con un bonito vestido, algo más maquillada, oyéndose el timbal enajenado en el pecho…

 Pero hoy he cambiado de trayecto. He tomado una calle paralela a la avenida. Y mientras la veo fugaz rebasarme por entre dos esquinas del bulevar, yo ya por el nuevo camino de mi diaria rutina,  y aún con la huella viva del suave vaivén de una mano en mi espalda: mi despertador esta mañana, me imagino, que hay ahora alguien, tan puntual como una estrella, que descorre unas cortinas, que abre un balcón de par en par, y que, recogiendo mi silencioso pijama sobre la cama, tal vez, por un momento, cerrando los ojos, aspire su olor. 

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja el 07/01/23

08/01/2023 12:12 rubenlapuente #. AMOR MÍO ( 22 ) No hay comentarios. Comentar.

DINOSAURIOS

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Como media vida lleva el trastero de mi casa inmaculado de oscuridad. Un milagro que aún luzca la polvorienta bombilla que limpio por deferencia a tanto despechado olvido.  Ahora que a los hijos les han salido alas para volar de casa, toca remover el pasado, hacer sitio al nuevo, tirarlo todo por la borda de un contenedor. Y removiendo unas cajas (yo creía que nadie deja un beso en el desván), ahí estaba en una bolsa el osario de los terroríficos amigotes de mi hijo, los juguetes de sus primeros Reyes y cumpleaños: sus impávidos dinosaurios.   

Y es que andaba el enano siempre por la casa con sus bichos. Entrabas en su habitación como a un parque de atracciones del jurásico. Una patrulla de reptiles velaba su primera peonza junto a su bólido de cuerda y sus canicas de colores que, pasadas ya de moda, las había reconvertido en fértiles huevos que incubaba una fiel maternal tiranosauria. ¡Hasta en una cubitera tenía a un triceratops haciéndole pasar la edad del hielo!

 Y nada de saurios con un hoyuelo de Kirk Douglas en la barbilla, los quería bañados en azogue terrorífico con gordos golondrinos de acné cavernario, bien curtidos en zurrar la badana. Ah, y de tan sanguinarios como los que ves en las películas o en los escaparates, a punto de descuajeringarse las mandíbulas.

Era su otra familia, a la que llegaba en un pestañeo, pero llevándose también esa mueca de dolor que le venía a veces, y que por esos andurriales suyos, ninguna bata blanca mirando al trasluz su radiografía, le había encontrado aún esa esquiva rama de espino que, al viento de su sangre, le iba arañando la vida.

Y ahora que hago limpieza de media vida, que vuelan estos dinosaurios hacia el país de nunca jamás, parecería que tanto bicharraco fueran sólo gramos de escamas de goma, cadena de una manufactura. Pero, tendido sobre una sonora camilla, cruzando aquella batiente puerta de hospital, al asomarme a su ojo de buey, le vi cómo se apretaba a uno de estos dinosaurios, el único que le llevé a su cama, enarbolándolo luego como una espada de madera, hasta que dobló la última esquina blanca del largo pasillo, camino del pavor.

Ese leal muñeco con el que sellamos en la convalecencia una alianza de sangre, llevándole en mi mano y en su manecita libre de sonda en sonda, por aquel pabellón de La Paz de niños malheridos, donde entre palanganas de orina enferma de niño y tibias esponjas teñidas, te cruzabas con alguna mujer de mirada de loba herida, por ese infinito dolor de ver cómo caía lentamente su soldadito, que era igual al mío.

 Ahora sé, que al principio de la vida, hay hilos de memoria rota, como ese momento mío de belleza temblorosa, viendo a mi hijo (que no lo recuerda) enarbolando a uno de estos desahuciados dinosaurios,  pero que yo ahí estaba para atraparla,  y rescatarla hoy que viene en un viaje relámpago a su nidal riojano, ya vagabundo de su porvenir, poder verle, afortunado que soy, también, también desde su olvido…

Adiós, bicharracos, adiós, y gracias. 

Rubén Lapuente Berriatúa

Publicado en el diario La Rioja el 3/12/2022

04/12/2022 09:58 rubenlapuente #. BREVES MOMENTOS ETERNOS( 23 ) No hay comentarios. Comentar.

EL VESTIDO DE NOVIA

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“Oh, más de treinta años siendo una bagatela en mi memoria. Olvidado. Sólo fue para una promesa en un día de mayo, para un altar sobre lirios blancos, para un solo baile en la plaza con luna y sueño de una princesa, que una noche se escapó de un cuento.

Tiene campanadas, lluvia de azahar, caricias de arroz, burbujas de brindis enamorados. Tiene mis viejos veintitrés años.

Y cuando se apagaron las candilejas, me dejé caer sobre la cama con él aún puesto, demorando un momento el desvestirme, que no quería que se acabara su pequeña eternidad, que yo era una de esas muchachas chapadas a la antigua, de un tiempo en el que todas nacíamos con una diadema de princesa.

 Y lo metí en una caja de cartón, le hice un sitio en el altillo de algún armario, para años después bajarlo al indigno resguardo de la oscuridad de un trastero. Hasta que al ver con Rubén la película de Thomas Anderson “El hilo invisible”, en esa escena del vestido de novia colocado en el centro de la habitación, rodeado por un sinfín de costureras como si tuviera alma, con el célebre modisto Reynolds girando alrededor de él, buscándole hasta al contraluz su duende, tomándole el pulso con la mirada como un dios interrogando a su nueva criatura, validando su belleza, me dijo:

-¿Y si rescatáramos del olvido y le dieras aire a ese precioso vestido tuyo de novia? Tenemos un descorazonado maniquí, y mucho sitio en la buhardilla, quedaría de cine mirándose en el espejo de pie, además, por las fotos, recuerdo era único, tenía áurea, y podrías verlo cuando quisieras, y yo también, que al final sólo somos recuerdos, que es el primer retazo luminoso de nuestra vida juntos…

Y lo encontré en el último recoveco del trastero, bajo una pila de cajas, tiritando de olvido. Y nerviosa lo saqué de su cárcel de cartón. Desperté a la apolillada bella durmiente de adentro. Ni se me ocurrió enfundármelo de nuevo, que una celebra también con sorna el cumpleaños de cada nueva talla.

Y tenía esa humedad amarilla de la ropa encerrada: salpicaba encaje y organza y enaguas plisadas de seda, y con la matriz de una lágrima ocre de una vena suya rota de tanto despecho, que le bajaba en meandros por la escarpada filigrana de la pechera…

Lo puse a remojo en un cuenco lleno de agua tibia con un puñado de sal, jabón suave, y el jugo de unos limones. Y lo tendí al mediodía en la terraza, al enjuague de los rayos de este melancólico y dulce sol de otoño.

Ahora reluce como aquel día de promesas con campanas y lirios blancos. Y al cruzarme con él, y sola, no siento ninguna herida del tiempo, no, que bastante tengo con un atormentado poeta en casa, que cuando mis largas cicatrices le rozan, aún me invita a bailar, aún me contagia, de nuevo, su blanca alegría de vivir.”

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado el 05/11/2022 en el diario la Rioja

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06/11/2022 16:26 rubenlapuente #. BREVES MOMENTOS ETERNOS( 23 ) No hay comentarios. Comentar.

SEXO EN CAMEROS

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Vivo en una casa tan hundida en esta hermosa hoguera verde de la sierra riojana, que cuando enfilo el camino que sube a lo más alto del pueblo donde respira, anda ya tan enredada entre pinos que casi ni se la vislumbra, como que ya es pino de piedra, prima de los verdes pinos.

En una de estas últimas noches de septiembre, leyendo mi mujer y yo en la cama, oímos un desesperado y enorme ronco vozarrón que nos hizo quitar los ojos del libro, para buscarnos esa grata y cómplice mirada de asombro que tiene lo inesperado, y aunque sea puntual cada año, siempre sorprende, vuelve cada otoño adolescente y nuevo.

Es la berrea. Es este barítono ciervo riojano bramando en los calveros su sexo en llamas. Si el bosque usara despertador lo haría con la música de este bramido, con este mascarón de bronce clamando como campanas de espadaña al viento, su infinito deseo insatisfecho.

Con los ojos perdidos en el libro abierto, revivo las veces que he soñado pasar mi mano sobre la espalda de estos venados tan huidizos, tan puros, tan esbeltos.

 Tras los pinos, alguna vez he sido el espía del bosque de este barítono ciervo. Le he visto alambrar su candente establo con la llama del olor de su tierra orinada. He visto, dentro de ese vaporoso corral, acordonadas, un harem de hembras que ahora estarán mirando, bajo sus pezuñas, el calendario de su instinto en el reloj del cambiante color de las hojas. Ellas no sufren si el semental ganará o no la refriega enredado en otras cuernas (nunca he visto tatuado en un árbol un corazón de corza atravesado por una flecha) que sólo quieren, que apremia el tiempo, que las cubra deprisa un fértil pálpito de carne en el crepúsculo.

Con los ojos perdidos en el libro abierto, aún está grabado a fuego en mi memoria, la aventura de aquel pobre venado, que hecho un manojo de nervios, con hambre de perro callejero, sin un renuevo tierno que echarse a la boca, vadeando el río Iregua, se atrevió, muy temprano, a acercarse hasta las primeras casas de Villoslada a ramonear en los contenedores de la basura.

En mitad del puente medieval, acorralado por un humeante y garañón todo terreno que lo cruzaba, y por mí, que por el otro lado bajaba con el pan bajo el brazo, mis inocentes aspavientos quizá le harían creer que era yo su verdugo, que el martilleo estridente de la bocina del coche eran acaso retumbos de viejos disparos. Y empezó a temblar como una hoja, como una luna apedreada en el agua, y las mil agujas del miedo le hicieron brincar, saltar por el pretil del puente al mortal vacío…

Al verle arrojarse a los brazos del aire, por un momento pensé que tenía alas, que iba a desplegarlas, que iba a remontar el vuelo…

 

 Al volver otra vez más fuerte, más ávido el bramido, mi mujer, cerrando el libro, bajándose las gafas con el dedo hasta la punta de la nariz, volviéndose hacia mí, bromeando, o quizá no…

 “¿Eres tú cariño?”

 Rubén Lapuente Berriatúa

Publicado en el diario La Rioja el 2/10/2022

04/10/2022 15:33 rubenlapuente #. ALGO MÁS QUE NATURALEZA ( 22 ) No hay comentarios. Comentar.

LA NÁUSEA

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Estoy boca arriba en la yerba de mi jardín, mirando adormilado pasar las escasas nubes de Agosto, y en un pestañeo, sin proponérmelo, al cruzar por mis ojos un pequeño rebaño de ellas, me subo a la grupa de una que me sorprende por su forma de ballena, o quizá se parezca  más a uno de esos nostálgicos zeppelines volando el mar del cielo, y que me lleva a sobrevolar la tierra, esa que de pronto, me la imagino como lo que es, un globo azul, pero ahora no con piel de arcilla, de tierra, sino toda de pizarra, lisa piel como la de aquel verde encerado de la escuela, y en donde todo lo humano que se mueve, lo que aún vive, deja un trazo de tiza tras de sí. Sí, que desde el cielo, a vista de nube, fueran rayas de tiza rastro de la existencia, caminos de vida de tiza la única huella viva. Y yo, a lomos de esa ballena o a los mandos de ese zeppelín, jinete del cielo, sólo veo eso, líneas que van y vienen, que avanzan, que se entrecruzan, que se paran… Ese enjambre color blanco roto como un añoso ovillo, es una vida, y yo la voy viendo enmarañarse. Cada historia, la tuya, la mía también, es un garabato de tiza que se hace madeja, y sólo desde el cielo se ve así, lo veo yo así, rayas como estelas avanzando, de casa a la escuela, a la fábrica, a la oficina, al bar, a la cita con el amor, al sueño… Se entrecruzan, se confunden: unas van lentas, otras veloces, otras inmóviles pero vivas, algunas rematadas ya por un cabo de quietud…

Y a lomos de esa ballena o piloto de esa fascinante aeronave, aún no adivino que la nube va encinta de lluvia, de lluvia de olvido, de lluvia de nunca jamás: Lluvia de borrador de encerado de la escuela, aquel cepillo de madera cubierto por un cojín de fieltro que en un pispás dejaba virgen la pizarra. Hasta que, de pronto, abre su escotilla el zeppelín o el surtidor la ballena, y la deja caer a cántaros, a mares, diluvia sobre toda esa piel de pizarra caligrafiada de historias, que deshace las rayas, las decolora, las refriega, las borra, pero sólo las ya sin vida, las que están ya paradas, encerradas bajo una lápida o en una urna de cenizas, o en cualquier cuneta de todas las guerras, o las que no dejaron de soñar en nuestra miel ni cuando su cayuco de papel se hundía para siempre bajo las aguas…

 Y tras la tormenta, que ha borrado ya todo lo yermo, lo ya eternamente inmóvil, sólo se ven las nuevas rayuelas de tiza de criaturas que nacen, junto con las que aún sobreviven, esas que van y vienen, de casa a la escuela, al trabajo, al bar, a la cita con el amor, al sueño…

Y de pronto diviso la mía también, la reconozco: garabato parado ahora boca arriba en la yerba…

 Y me despierto, y me viene la náusea.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado el 6/08/22 en el diarío La Rioja

01/09/2022 08:11 rubenlapuente #. SUEÑOS ( 15 ) No hay comentarios. Comentar.

BUITRES

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Los buitres, Rubén, son carroñeros, no comen animales vivos. Pero ahora escasean las reses muertas que era su manduca. Dejábamos los cadáveres en el campo para su alimento, pero, ya sabes, está sanidad, y es ahora un camión quien los recoge, y, o son incinerados, o van a los escasos muladares dispuestos. Pero a esos cenadores no llega la suficiente carne como para alimentar a tanto buitre pandillero. Y ahí están, sobrevolando el monte, que todos los días la gazuza les aprieta. Ayer, Rubén, aquí en Salamanca, se comieron vivos a una débil vaca y a su ternero prematuramente nacido, como en Lérida, como en Castellón, como en Zamora… Veía las cuencas vacías del becerro y se me caía el alma. Como esto siga así, tendremos una desgracia humana. Que estos carroñeros, en proceso de reconvertirse en alados homicidas, ataquen a personas indefensas como ancianos y niños en el campo, no creo que tarde mucho en llegar, tiempo al tiempo…

Y mientras me iban picoteando sus palabras, en el teatro de mi cabeza levantaban el sangriento telón, salía el espanto a escena…

 (Se rezagaba monte arriba el animal. Buscaba un aparte, un recodo, un remanso a su pudor de hembra preñada. Y muy débil se tendió en el pasto.

Una bandada de buitres lo adivinó enseguida, y sobre su grávido vientre, empezaron a tejer, en su lenta y fingida danza, un rosario de sangrienta corona.

El ternero salió prematuro, como un niño por la gatera, culebreando, con la cabeza entre los patas, y tan mojado de cálida oscuridad que, así, echado sobre el pasto, parecía el papel de celofán, no sé si de envolver al bebé de una estrella…

Pero la vaca, acostada, no podía lamerlo. Tan débil, no lo alcanzaba. Erguía la cabeza. La volvía. Empujaba con el cuello. Tiraba de sí…

Y de ver cómo su morral de calostros se quedaba tan sólo a un palmo infinito del hocico de su cría, todo el corazón como un papel entre las manos se le arrugaba,  y su mugido tan roto de angustia, sólo daba un aliento a presa fácil, a rapiña, a despojo…

 Alrededor. Ya en tierra. Apiñados. En comuna. El corro de buitres enfatizaba con las alas:

Si ya nos cierran los muladares, neguémonos camaradas a pasar tanta hambre, deberíamos acortar los tiempos, dejar de ser carroñeros. Hacernos antes verdugos, como esos matarifes que desde las claraboyas de los mataderos (oh, qué bien huele la muerte), les vemos, sin piedad, colgarles boca abajo de un garfio, buscándoles la yugular con un cuchillo, que así, qué listos, recogen en un caldero hasta la última golosa gota de su sangre…”

Y cobardes se lanzaron primero a por lo más indefenso, a por lo más tierno, a por las mullidas cuencas de los ojos del inocente ternero,  como si, así, al cegarlo antes, les hiciera más impunes, más sanguinarios, más sádicos…

Y mientras el mugido de violín roto de la madre, era más enorme que el dolor, hería hasta la muerte, el pobre becerro miraba desde las tinieblas, el infinito horror de haber nacido...)

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado el 30/07/2022 en el diario La Rioja

LA SAL DE LA VIDA

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Lo descubrí de casualidad, que uno ya no gasta vista de lince. La fachada de mi casa es de cuarcita, ruda piedra, como todas, pero que al cortarla el disco del cantero o del albañil destapa unos paisajes de cielos íntimos bellísimos: como si la novia del tiempo pintara en la piedra con besos de carmín de ocres de desiertos, o de oscura sangre de hierro…

A veces pienso, que después de contemplar los tatuajes de la Naturaleza, cualquier parecido lienzo humano posterior, es redundancia, copia mala.

 Yo estaba a un palmo de esa sajada piedra, colocando unos amarres de alambre para guiar a mi enredadera, cuando vi pequeñas concavidades en el cemento que une las piedras, como si algo o alguien lo hubiera agujereado, pequeños cubiles por doquier (la belleza es distancia, costura si te das de bruces con ella).

Estuve algunos días atento, echando un ojo a la fachada, y nada ocurría. Pensé que sería porque estaba yo ahí de pasmarote, visible centinela espanta misterios, y que debería mejor esconderme para descubrirlo, o, a lo mejor, el hecho ocurría de noche, o a primera hora de la mañana…

Así que empecé primero bajando al jardín, a esa hora en la que el madrugador sol comienza a hacerse las uñas en la coqueta de la pared. Y de pronto, ¡voilá!, ahí los tenía, verticales, con su piqueta lamiendo el muro. Eran alados alpinistas con piolets en sus patitas de alambre. Puros pájaros, casi picapedreros, lugareños de esta hoguera verde de la sierra riojana.

¡Claro! ¡Acabáramos!  Vienen a desayunar el rocío salado que rezuma la pared. Untan su rebanada de pan de esa oculta mermelada en salmuera…

Claro. Es la sal. Todos los animales la buscan donde sea: la lamen en las piedras, se lengüetean unos a otros la piel, hasta salen a la carretera en invierno a bebérsela: la que sembramos a voleo en el blanco trigal de la nieve, o la que suben en bloques los ganaderos al monte…

Sí, la sal, y también en nosotros, que venimos del mar, que encalló nuestro moisés y dimos un valiente salto de esbozo de anfibio al embeleso en tierra del primer amanecer, el que todavía hoy nos hace hincar las rodillas de tanta belleza y misterio, y tan sólo nos llevamos un estanque de lágrimas de nuestro océano, para sentarnos a llorar eternamente la pena de ver morir, o la alegría de ver nacer…

Sí, y una pizca de sal en cualquier cháchara, entre las sílabas de las palabras, y otra diaria en la cocina, con ojillos abiertos de salero en el salobreño mantel de la mesa…

Me acerqué a hurtadillas para verlos mejor, y siempre el miedo, la desconfianza: quizá nuestra torpe inteligencia con la Naturaleza no les ha debido dar nunca mucho sosiego…

Y antes de que apuren su tazón de salitre en la pared, cruzo, con una palmada, con mi regañina, esa linde roja que nos trazan siempre…

¡Y a volar!

Que por su salud y la de mi pellizcada casa, ahora seré la diaria sirena de su jornada glotona, y su médico de cabecera, que tanta gollería salada no debe ser muy recomendable ni para su tensión ni su colesterol, que nadie me negará que sus niveles son demasiado altos,  como que andan siempre por las nubes.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado hoy 10/07/22 en el diarío La Rioja

10/07/2022 16:57 rubenlapuente #. HISTORIAS NATURALES( 13 ) No hay comentarios. Comentar.

SIN PÁRPADOS

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El vivir dentro de esta hoguera verde que es la sierra de Cameros, y más después de ver quemarse el año pasado el monte Yerga, me hace pensar (temblar si me lo imagino cerrando los ojos), que, un día, por un descuido, o por una vileza, o provocado por la mente enferma de un pirómano, puede llegar a ser esto un verdadero infierno.

Echo un leño al hogar de mi casa, y mi mirada busca algo escondido que anide en el pecho de estas llamas, que, así, descabelladas en su cárcel de ladrillo y piedra, claro que fascinan, pero por desgracia, hay  a alguien, que ese bello fulgor se le vuelve vidrioso en los ojos: se le mal atraviesa en el corazón.

Quizá todo surja de la llama de un fósforo que un día prende la manecita inocente de un niño, y al aventarla, mágicamente, le hace clavar sus ojos en ese baile púrpura, o quizá ya venga todo empaquetado en el maldito azar del abrasado ramaje de la sangre, en su ADN, no lo sé. 

Hablo primero de un pirómano, de un magnetismo, de una cabeza en llamas, de un ludópata del fuego, de un enfermo que ha mirado siempre con luz de barrena la lumbre, que no conjura, que no negocia con las brasas, que sale al monte iluminado por la voz de un dios de centella, prendiendo, bajo unas ramas sedientas, un rebujo de periódicos. Y que no huye del lugar del crimen, sino que se sube a la platea del más alto cerro a contemplar la hazaña de ver cómo salta su fogata de rama en rama, de copa en copa... Y espera allí, el ulular de las sirenas, las espadas de agua, los calderos alados… ¡Su velada con música del crepitar de las llamas!

 Hay otro que no está enfermo, es un incendiario, es ese asesino de la tea que compra y vende fuego, que cuando el viento cálido arrecia y amarillea el estío, cuando bajo los pies le restalla la rama, sale tranquilo y canalla al monte como si fuese a la rutina del trabajo. Ese sicario que vuelve luego a un paisaje de pavesas y, sobre su execrable hazaña, sobre el verde dolor de los demás, miserable, orina.

 Pero antes de que el descuido de un fuego mal apagado, o el de una colilla volando desde un coche, antes de que la ruindad del traficante de fuego o del pirómano, tan difícil de prevenir, se vuelvan alas de muerte, me quedo, me agarro siempre a esa primera voz de alarma de unos verdes ojos. Altos ojos que velan. Ojos que no pueden dormirse. Que no pueden dejar de mirar. Oh, qué difícil estar alerta en la soledad de una torre bajo el sol y las estrellas (en Mojón Alto de Villoslada, ve y sube a ese faro de nuestro mar verde y comprendas).

Tener que llegar a ser el primero en ver una llama, su color, el primero en avisar, raudo, nervioso...

Cuando miro la belleza de este bosque nuestro, veo también a esos forestales, impagables, colgados de las altas torres como peces navegando los cielos, y como ellos, sin párpados, que tienen que mantener siempre los ojos abiertos.

Son una mirada verde en el tiempo. Una mirada que acompañamos cada vez que entornan los ojos, como para que vean, más claro en la lejanía, esa temblorosa y asesina primera trenza de humo y oro y miedo.

 ©Rubén Lapuente Berriatúa

Publicado en el diario La Rioja el 4/6/2022

    El futbolín o el hijo de la guerra en https://rubenlapuente.blogspot.com/

09/06/2022 15:48 rubenlapuente #. ALGO MÁS QUE NATURALEZA ( 22 ) No hay comentarios. Comentar.

DESAHUCIO

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Hoy, después de unos años, me ha visto por la calle. Iba sola. Me ha reconocido con mascarilla y todo. He dudado hasta que se ha bajado la suya hasta la barbilla “¿No sabes quién soy?”

En esta historia ella me parecía la más débil, pero ahí está, aguantó la embestida, la peor, cuando el puñetazo de la vida creía yo que no la dejaría nunca más levantarse.

Recuerdo las últimas madrugadas con el ascensor para arriba, para abajo. Las ventanas abiertas sólo para poder respirar dentro. El eco del último portazo. Los alambres del patio sin sus pinzas de colores. Y la indiferencia mía (maldito trajín de la vida) cuando la crisis financiera dejaba tantas paredes sin memoria. Recuerdo que sólo fui una cobarde mirada entre visillos a una furgoneta de mudanzas en la calle.

Al irme, le di un abrazo, y me vino rabioso aquel otro, el que olvidé cuando yo tan sólo estaba al otro lado de la pared…

 

“¿Garantía?  Hijo, sólo tenemos esta casa. Aunque con tal de verte salir adelante. Es un buen producto. Con maquinaria moderna, fieles trabajadores, una buena imagen, el éxito lo tienes asegurado. Hasta yo podría ser el Presidente de Honor. A mis años, sólo a figurar, ¿eh?, no te vayas a creer…Y le daría el aire a ese viejo traje del armario. Claro que te avalaríamos, hijo. Con tal de verte salir adelante.

 

¿El producto? ¿Te lo copiaron? ¿Más barato? ¿La mitad de la mitad?  ¿Tanto? ¿Pero quién? ¿Un desaprensivo? ¿De aquí? .Claro, entiendo, compra la mercancía en una tienda, y luego son esas espigas de Oriente las que hacen el trabajo sucio, esas que huelen a esclavitud.

Pero, entonces, ¿si el dinero está en algo que no se mueve, no habrá liquidez, no, hijo? ¿Y los plazos? ¿Los intereses? Habla con el banco, un aplazamiento… ¿Qué no te lo dieron? Pero si no nos dijiste nunca nada. Ah, claro, por mamá. Oh, Dios mío ¿Entonces? ¿La casa?   ¡Ah!  Firmamos hace días una carta, sí, pero bueno, a mis años, ni quise acabar de entenderla. Casi ni la leí. Cómo iba a sospechar algo. Creía sería un puro formulismo… ¿Entonces? Pero, ¿cómo se lo dices a mamá? Oh, no, no, no te preocupes, ya lo hago yo. Siempre hay una manera de suavizar las cosas, aunque son demasiados recuerdos para ella, y abandonarlos así, tan de golpe…  

¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer? Podríamos irnos los tres, a un apartamento pequeño, sin gastos. Apoyarnos. Mi pensión, ya sabes, es tan…Ah, que te vas de la ciudad. Claro, lo entiendo, hijo. Empezar otra vez de cero: otro lugar, otra gente, sin ataduras. Aún eres joven. Seguro que encuentras algo. Ya nos llamarás. Lo malo es tu madre. No, no te preocupes, ya te he dicho que se lo diré todo yo. Siempre hay otra manera de contar las cosas. Aunque para ella son demasiadas vivencias para abandonarlas así tras un portazo, y tú, aunque la conoces bien, tú no sabes lo que puede ser el espanto en sus ojos…

Pero haz tu vida, hijo, haz tu vida. Ya nos apañaremos como sea.

 ¡Con tal de verte salir adelante!”

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 9/04/2022

02/05/2022 15:47 rubenlapuente #. POEMAS ESCÉNICOS( 20 ) No hay comentarios. Comentar.

NIÑERO EN PARO

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Venga, vecinita. Déjamelo. Que sólo es para esta tarde de sábado. Que no sabes las ganas que tengo de mandar a este amuermado adulto mío a la esquina, a ver si llueve.

Que llevo una eternidad sin una mano de blancura. Sin un incordio inocente. Sin esa pequeña patria del candor que es un niño.

¡Eh, venga, vecinita! Que ya ni me acuerdo de los míos. Que llegaba herido de oficina a casa, tarde ya al último compás de sus breves pies. Que ya no me suena esa música de corteza de pan saliendo del hatillo de sus huesos abrazados.

Que quiero sufrir un bombardeo de su lengua de trapo. Que me lleve de la mano por los rincones de sus madrigueras despertando la jerga de las cosas. Que me enseñe el lenguaje de los pájaros. Cómo se avienta a los bichos. Cómo de una pelusa saca un cabello de oro perdido de su pelo.

Que tengo un teatrillo de marionetas apolillado de emociones. Que quiero verle sentado en el suelo con las piernas cruzadas, oyendo sus inocentes gritos acallando las añagazas de la bruja Ciriaca o del Ogro Dienteslargos, alertando de emboscadas al despistado héroe Gorgorito, o a su eterna novia Rosalinda.

Verme ese día como viviendo en una viñeta de dibujos animados. Venga, vecinita. Déjamelo. Que le voy a regalar el asombro de la magia de este patán, aprendiz de faquir hambriento de cuchillos de cocina, que de perfil parece que me los meriendo. Y derramando harina de maíz a falta de polvo de estrellas, le encontraré un doblón de chocolate en el cofre de su pelo, y una piedra azul detrás de las orejas, con poderes, le diré, si la aprieta fuerte en el puño.

Y como los sábados sé que tiene en el Ángel dulce barra libre, en un abracadabra, volcaré sobre su cabeza el confite infinito del secreto de mi sombrero puntiagudo.

Y al atardecer quiero ver su silueta de cachorro ciego contra la pared, contando atropelladamente, jugando a buscarnos a tientas…

Y si me dejas dormirle, después de surfear en las olas de las sábanas, y sentirle enroscarse en las ramas de mi cuerpo como la más bella y larga cola de ardilla, como sé que me pedirá, sin respiro, cuento tras cuento, tan agotador, le contaré sólo dos, pero el segundo sin su final, que sólo lo sabrá, le diré, si se duerme en un periquete, y me deja entreabierta la puerta del sueño…

Venga, vecinita. Que mi casa es un desierto sin siroco. Que la vida es alboroto, ruido. Ahora que todavía es luz y olor de pan de madrugada, déjamelo. Si ya sé que soy un pesado egoísta, pero, ¿qué quieres? Si tu niño me devuelve la primera niñez, la que no sé si viví, la que no recuerdo…

 ¡Ah!, vecinita, que sepas que tengo guardado un ¡ale hop! para ti, poca cosa, sólo te saca una sonrisa, pero tan larga como una serpentina, como la que nos salía de niño, de la nada, sin llamarla. Dura poco, pero esta no la olvidas…

Entonces, qué, vecinita, ¿me lo vas a dejar?

-¡Oh, claro que sí!

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario la Rioja el 5/02/2022

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02/04/2022 10:29 rubenlapuente #. NIÑEZ ( 21 ) No hay comentarios. Comentar.

SOLO QUINCE METROS

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La casa donde un niño se arroja al vacío duele tanto, que se cierra. Y  es por esa angustia de tocar el desorden de una habitación, de atreverse a borrar en la pizarra su último dibujo, o su monigote, o de leer en su cuaderno el postrero renglón, oscuro y torcido. La casa se cierra a cal y canto por no añadir más tristeza a la infinita tristeza.

Se llamaba Diego. Antes de nacer, su madre tuvo cuatro abortos. Era un niño inmensamente deseado. No le sientes con fulanito le decía a la profesora. “Son cosas de críos, no tiene importancia”. “Pero, es que ahora no quiere nunca estar solo. Es que me dice que no quiere ir al  colegio. Pero si ha dejado el futbol. Si no le saco de ese silencio. Algo pasa, algo le pasa”

Cuando Diego de once años escribía su última carta… “papá, mamá, espero que algún día podáis odiarme un poquito menos…” Las siluetas de las hienas con mochila asomaban ya por la plazuela de su corazón. Poco a poco le fueron llenando de arena la garganta, y mudas de miedo, no le subían las palabras. Cuatro meses estuvo afónico y nadie menos él sabía la causa, o a lo mejor alguien la sabía, y había que preservar al colegio de habladurías, quizá se instaló la ley muda como un velado aviso a navegantes, quizá el prestigio de la escuela está por encima de cosas de críos, o de desequilibrados y sensibleros niños.    

Pero un pupitre rosa de la clase, aunque demasiado tarde, dibujó, secretamente, las viñetas de la afonía del acoso, de la cacería:

 

Era la sirena del recreo el aullido de los depredadores. Algún aterrador preludio había en el roce buscado al atravesar el pequeño pasillo infinito que daba a las aulas. En el patio, en los vestuarios, rodeándole, le asestaban tan cortas y certeras y afiladas cuchilladas con el puñal de sus soeces palabras, que le iban haciendo un siete en el suave terciopelo del corazón: “soso, empollón de mierda, maricón, andas raro…” Y cómo te proteges, cómo si tu guardaespaldas aún es Lucho, el muñeco amarillo de los Lunnis, cómo se planta cara a pequeños grandes monstruos si no te deja el miedo ni silbar, cómo si hasta en el cielo de la noche de sus sueños, las estrellas no eran deseos, sino asteriscos que le llevaban a ese escalofrío diario de las turbias palabras.

 Diego era de sensible como si el viento al cruzar por entre los rosales, sangrara. Vulnerable como una manzana desnuda. Inocente como un ternero viajando feliz rumbo matarife. Bello y tímido como un corzo hambriento bajando a ramonear contenedores. Y tan dulce como esos certeros besos de madre volando desde la ventana.

 Cuando escribía…”no hay otra manera para no ir al colegio…” la silueta de las hienas con mochila ya abandonaban la plaza en llamas de su corazón.

Y cuando rubricó la nota, sin zapatillas, corrió y corrió hacia la ventana abierta del patio interior, sólo eran quince metros hacia el olvido, sólo quince metros hacia nunca más sufrir. 

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 12/03/2022

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16/03/2022 14:32 rubenlapuente #. DOLOR ( 21 ) No hay comentarios. Comentar.

GOLONDRINAS, ORONETAS

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Si envejecer es ver cómo se van alejando las cosas de uno, estoy de enhorabuena, porque a mí todavía me llaman, tiran melosas de mi manga, hacen que siempre vuelva la cabeza. Puede ser un centro de flores secas, una acuarela, un biscuit, un baúl de mundo…, o las pequeñas cosas que heredé de mis padres. Y que todas con el tiempo peinen pátina, maduren su historia, y lleguen a ser como trocitos de uno.

Y siempre falta algo que poner, o que cambiar. Ahí, hay un hueco. Ahí, cabe un detalle. Eso de toparse cada día con la faz de la nada en una pared, o en un rincón de la casa, esa trillada frase de la modernidad en el diseño, lo de que menos es más, lo de quitar en vez de añadir, a mí me llevaría al bostezo. ¿Pero no somos sólo memoria, recuerdos?

Ayer, mirando la fachada de mi casa de El Rasillo, tan enredada entre pinos, la vi pueril, sin una anécdota, sin merecerse una larga mirada. ¿Y qué pondría? ¿Cosas para alimentar el espíritu? ¿Poesía? Oh, sí, eso, le falta poesía, le falta gratitud, hospitalidad. ¿Y por qué no esas tijeras del cielo, esas golondrinas que les basta una esquina, un ángulo, un rinconcito para saludar a la nueva mañana?

 Si fuera marinero, de los puros, de los que se casan con el mar, seguiría esa ceremonia suya de tatuarse una golondrina cada cinco mil millas marinas, o mejor, tantas como veces regresara al puerto del noray donde tuviera amarrados los besos.

Pero sólo soy un grumete subido a la cesta de la gavia del pino mayor, de este océano verde de Cameros, y ya no avisto tantas anunciando la primavera, que no todas vuelven a colgar sus nidos en los balcones. Andan tan desaparecidos sus gorjeos, sus vuelos circenses, su carrusel de campanadas perdidas, y todo por esa manera nuestra de enredar, cambiando el paisaje, abandonando la agricultura, o nuestros pueblos, que las tienen medio exiliadas, confundidas.

Y mientras regresan las mortales, en la fachada de mi casa, como un señuelo, como un trampantojo, he colocado una bandada de ellas, pero de cerámica, “oronetas”  se llaman en el musical idioma valenciano. Un siglo llevan volando quietas por las casas levantinas. Faltaba poesía en la faz de mi casa. Ahí las tengo, dispersas, elegantes, simpáticas, humildes, intentando alcanzar los inalcanzables aleros del cielo. La verdad es que a lo mejor se animan en marzo las de verdad, y se emplazan bajo la larga cornisa de mi tejado, junto a ese anzuelo de la colonia de las que hermosean mi casa, y trisan silenciosos brillos al sol…

Dicen que traen felicidad, fidelidad, buena suerte. Yo las veo desde la calle y algo pasa, algo como un revuelo se me mueve dentro, como si estuvieran dando cuerda al tiovivo de aquel campanario de la infancia, y eso que son de cerámica. No te digo nada cuando vuelvan  las de Bécquer, las que traen siempre en un temblor del ala, la primavera de un cerezo.

 ©Rubén Lapuente Berriatúa

 Publicado en el diario La Rioja 22/01/2022

UN OKUPA EN MI CASA

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Vino bohemio de noche. Vino con su hermoso abrigo de plumas leonadas. Y con toda la miel del otoño en los ojos. Desde mi tejado, por la chimenea, se lanzó tan osado, tan ave magna. Nunca lo entenderé ¿Creería ver desde la altura, entre las aún cálidas cenizas de mi hogar, los tizones ojos de un mirlo? ¿O fue que esa noche, huyendo de la cellisca, creyó que esa marea de ascua tibia subiendo hasta envolverle, era por fin su edén perdido? ¿O quizá me vio el otro día deshollinando, metiendo la escoba y la cabeza por esa boca negra, dicharachero, al compás del Chim, Chim, Cheree de Mary Poppins? Nadie podrá saberlo ¿Y por qué tan audaz? Pero si debió bajar abismándose. Si ni nosotros mismos nos atreveríamos en la vida a atravesar un túnel oscuro.

Y aterrizó en el planeta cerrado de mi casa de El Rasillo. Y lo siento por su angustia. Claro que el grifo no goteaba. Ni sabía que la ganzúa de su pico abría la alacena. Allí tenía un tabal de sardinas en arenque, una perdiz escabechada de calendario, y una tableta de chocolate negro para calmarse y resistir y darme tiempo a volver…

Cuando abrí la puerta de mi casa, pensé en los ladrones, al ver en el suelo el jarrón chino hecho añicos, destripados los pájaros bordados de la colcha, y la lámpara del techo indecorosamente condecorada.

Y cómo siento no haberle dejado sólo la profunda noche dentro. Y cómo me duele su angustia de que no pudiera traspasar como la luz el cristal, sin herirse, sin caerse, una y otra y otra vez, contumaz.

Y al pie del ventanal, cayó, ahí cayó, boca abajo, ahí muerto. Y mientras me acercaba, ese atado de plumas me iba recordando el ulular de su agonía…

Y sin cayado miedoso. Sin puntera de zapato. Con mi misma mano desnuda, como si fuera el cadáver de un hombre, le di la vuelta, y entonces, el cuello se le desenroscó, como un tiovivo giró la cabeza ¡Oh, era un hermoso búho real!

Y no lo arrojé a la basura, lo envolví en un retal de arpillera y lo enterré en el jardín…

(¿Sabes? Yo tenía diez años y pájaros volando por la cocina. Tenía  mis hombros para darles besos de miga de pan y piquitos de lechuga. Tenía a Pinito del Oro en el trapecio de mis dedos. Y al anochecer, me regalaban un bis de trinos, creyendo que la luz de la bombilla era otra vez el sol de la mañana. Y tenía a mi madre, que iba por detrás con un trapo, recogiendo las plumas, restregando las heces…

Y cuando caía alguno a plomo del nido de la pared, caía a ese agujero mío sin fondo del sueño… Una tarde se fueron todos volando por la ventana (la abriste aposta, verdad mamá), a esa escuela del sol, de la lluvia, del viento, a graduarse en indigencia. Y con ellos, yo también abandoné el paraíso, para irme a ese oficio de vivir, a ese mal invento, a esa batalla inútil con uno mismo)

...Encima de la fosa puse unas piedras, para esas alimañas que huelen y desentierran la muerte.

©Rubén Lapuente Berriatúa

Publicado en el diario La Rioja 29/12/21 

30/01/2022 16:26 rubenlapuente #. ALGO MÁS QUE NATURALEZA ( 22 ) No hay comentarios. Comentar.

LÁPIZ, PAPEL Y BOMBAS

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Hace unos años me acerqué a la exposición “Lápiz, papel y bombas”. Mostraba los dibujos sobre la guerra civil de aquellos niños que, huyendo de los bombardeos, fueron evacuados hasta ese refugio seguro de las colonias escolares. Allí, separados de sus familias, probaron a que plasmaran sobre un papel, con lápices de colores, esa morralla suya de adentro. Fue la terapia de baldear del pozo sagrado desde donde mira un niño, esa ciega alimaña de la guerra, que la vieran luego, pintarrajeada, retorcerse, como esa lenta agonía de un pez fuera del agua…  

Y me acordé de esos niños cuando al cruzar la puerta de la habitación de mi hijo (¿pero dónde se ha metido este muchacho?), te das de bruces con esa soledad sonora que se queda asaltándote a cualquier hora por la casa, que se ha ido a ganarse la vida en ancas de un ave errante…

Y a poco que soplara el viento del destierro, el velamen del balandro de mi mujer, empezaba a gemir como si cruzara el mismísimo cabo de Hornos. Veía hasta la leve curva trenzada del asiento de su silla, o el desahuciado bote de cacao al que no se atrevía ni a meter la cuchara.

Y como no hay un beso que eternamente se quede a vivir en la mejilla, ni un abrazo que al recordarlo aún se apretuje cálido en el pecho, piensas que si para esto se tienen hijos, para no verlos, para no abrazarlos. La tecnología nos acerca, pero los besos soplados son como mariposas soltadas mar adentro, y los abrazos virtuales no hacen sonar esa agradable música del crujir de las costillas.

Y como remate, la mujer te dice que cómo adivinar sus temores, sus pequeños secretos, cómo verle si desde una infranqueable pared de vidrio, no te deja de mirar: Síndrome del nido vacío lo llaman los psicólogos.

Hasta que te acuerdas de aquellos dibujos, y escribes en una hoja de papel esa melancolía, haces con ella un avión, y desde la ventana, cuando ya el avión se perdía por los tejados, con las tijeras de los dedos, cortamos los dos el hilo de esa tristeza…

 

“Son miradas que nos hacen callar, que lo dicen todo. Un día tenía que ser: Las alas del hijo, su vuelo alto y lejano. Por la puerta entreabierta de su habitación, qué zarpazo del silencio profundo,  

cómo rasguña por dentro esa desierta franja de luz. Cuánta vida parada en esa vislumbre fugaz.

Se nos olvidaba, mujer, que ese trozo tuyo y mío, era nuestro dulce huésped: vagabundo de su porvenir.

Y ahora nos acostumbraremos a no oler su perfume de muchacho bueno. A no oír su voz templada nunca por encima de un grito.

¿Echaremos de menos la sabiduría de su sencillez? ¿Y mis torpes manos se apañarán sin las suyas?

He llenado dos copas de ese dulce vino de orgullo, que achica además la larga ausencia. Y contigo mujer que te veo ahora ordenando en su armario la ropa que no se ha llevado, brindamos con miradas, que nos hacen callar”

Rubén Lapuente Berriatúa

Publicado en el diario La Rioja 11/12/2021

 

30/12/2021 13:48 rubenlapuente #. LO MÁS MÍO ( 23 ) No hay comentarios. Comentar.

SI LLEGAS A TIEMPO

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Si llegas a tiempo, si alrededor tuyo hay alguien, cercano, que mira desde dónde se alegra la muerte. Si cada vez más su atavío va tomando la hechura de su sudario, no le digas que la vida es bella. Dile primero, gracioso, si llegas a tiempo, que qué buenas vistas al vacío tiene…

 Que así se vuelva. Que así te mire.

 Quizá alguien suyo muy amado, cerró antes los ojos, y ya no soporte morir todos los días. O sea una adolescente enamorada, cuyos primeros labios amados, los vio infieles libar en el carmín de otra boca. O quizá sea alguien tan vulnerable como corona de arena del viento, o tenga tanto miedo a su miedo que no salga de casa, que le venga grande haber nacido. O quizá sea ese joven que todas las noches se acuesta con la incertidumbre, y se ovilla y ovilla como buscando en el sueño un olvidado vientre cálido...

 O sea ese crío, tan acosado por esa pandilla de alimañas con mochila, que el miedo sólo le haga gritar silencio, silencio roto…

 Y todos dejan un reguero de luz sombría por el camino. Demasiadas pistas nos dan para no darnos cuenta, para no acertar el fácil jeroglífico de sus miradas remotas, mas cuando en un sobresalto, te viene esa corazonada de que algo pavoroso va a suceder.

 Pero, enseguida, la vida, esa que nunca mira atrás, te golpea sin parar con su fusta en las ancas, y, así, ¿quién refrena, quién descabalga, quién se tiende al lado de un corazón que suena roto?

 Pero, si decides, samaritano, gastar, o quizás mejor ganar tu tiempo, e intentas recomponer el puzzle de tanto cascote desperdigado, no le digas que la vida es bella. Dile primero, gracioso, que si deja una nota, que sea con una buena caligrafía…

Que así se vuelva. Que así te mire.  

Y luego, dile que se sale de ese pozo de tristeza; que nadie es un pedazo de carne con ojos; que si quiere encontrar la paz, no puede orillar la vida; que si es capaz de arrancarse y darte un solo hilillo de luz de sus tinieblas, tu mano siempre la tiene, ahí abierta, tendida...

 ¡Dios mío, si llegas a tiempo!

                                Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 27/11/2021

 

28/11/2021 17:47 rubenlapuente #. DOLOR ( 21 ) No hay comentarios. Comentar.

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