Blogia
El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

INTIMISMO ( 22 )

ATADURAS

ATADURAS

Si no me llamaran desde la debilidad

Si no supiera ver la belleza dentro del escombro

Si no me rozara esa mano herida el sueño

Si no tuviera que arroparla desde el silencio

Si no hubiese sollozos que rescatar del viento

Si en la larga fila de la calle no buscara algunos ojos

Si no me persiguiese la mirada de la niña en el espanto

Si no levantara la mano para alistarme en el barro

Si al verme no me leyeran en la frente sublevado

Podría morir

                                  ©Rubén Lapuente

EL RÍO

EL RÍO

Me he tendido a la orilla del  río

con mi brazo abrevando en el agua.

Agua mecedora de alguna derrota

que me desvanece

que sabe atemperar el corazón

y me lo rinde.

Su murmullo

me hace desaparecer

en rocío de sentidos

sobre una piel

con venas de su agua

con cauce de mi sangre.

Y siento que ya soy el río.

 

Por el camino oigo el ritmo de un cayado,

el roce de ropa gruesa a cada instante,

el compás de zancadas acercándoseme.

Los tres sonidos atados en un mismo susurro.

El saber que se acerca alguien

hace que mi brazo sienta el frío de la corriente

que mi corazón despierte

que el río se me aparezca por entre los dedos.

¡Buenos días!

Y hermosos, le digo.

 

Mientras voy oyendo cómo se aleja su cayado,

el roce de su ropa gruesa,

la zancada firme siempre medida,

cómo los tres sonidos atados en un acorde

bajan hacia el valle...

saco mi brazo del rumor del agua,

ya de otro río.

                     ©Rubén Lapuente

                    Villoslada de Cameros

                    Sierra Cebollera . Cascadas de Puente Ra.

                           Río Iregua.La Rioja

DEBILIDAD

DEBILIDAD

        Tú serás amado el día que puedas mostrar tu debilidad

         sin que el otro se sirva para afirmar su fuerza (Pavese)

 

Cuando estoy solo,

cuando me ha vencido,

bajo a la tierra de mi cuerpo.

Por ahí anda

el rebelde capitán

de mi hueste,

de eterna algarada.

Ha conseguido

ahogarme la voz  

si intento mostrar

mi ternura.

Me vierte

el cuenco de las lágrimas

por la orilla equivocada.

Esa rata que deja un rastro

de costra por mis galerías,

se ha hecho muy valiente.

Se cree un partisano.

Ahora dice,

lo pinta en los ademes,

que yo soy el otro,

que huye de mi tiranía.

Que él es quien quiere

enseñar su corazón

y yo le cerceno la boca.

Que necesita librar el dolor

y que le apuro las lágrimas.

Pero esta traza mía de escara

que dejo tras de mí,

se parece tanto a la suya,

que yo ya no las distingo.

No puedo seguir su rastro.

Se zafa tan bien de mí

en estos parajes sombríos.

Estará subido a la atalaya de mi cielo,

ocupándome, claro.

Pero no me tomará los sentimientos.

Ahora soy yo el partisano

de los suyos.

Su tumor  

que le hará bajar a buscarme

en esta tanda

incesante y absurda

en la que ninguno de los dos

enseñará su debilidad.

                                ©Rubén Lapuente

RISAS

RISAS

Le digo que me enseñe la sonrisa

que quiero verle la alegría.

Y mira que me desarma

si le alcanza a la mirada…

me deja callada la mía.

 

Lo que daría por subir con ella

o ser ella misma.

Y que no se le acabara nunca

esa veta del alma.

 

Le hace más bella,

si bucea en aguas profundas,

y la llama,

aún somnolienta.

Risa sin que yo la espere.

Mitad de la risa por entre la rendija

de la puerta de su alcoba

y desnuda.

Risa antes de hundirme en su boca.

Y si me remolonea

voy a provocársela con la mía.

Que corra, que se desboque,

y me salpique

el renuevo del corazón

que me regala.

 

Risa del náufrago salvado.

Del soldado de vuelta a casa.

Risa bajo los trapecios de la carpa.

Risas de mi hijo

como una boca de naranja abierta.

 

Luego se pierde.

Nace del brocal, mecánica,

disciplinada,

o es un gesto torcido

tamizada por el miedo

a la muerte o a la vida, no sé…

 

…Te das cuenta al verte

reflejado en el barniz de las cosas

y ya no es la misma,

no es la misma.

 

                              ©Rubén Lapuente

UN DIOS DESCONOCIDO

UN DIOS DESCONOCIDO

Que sea un dios desconocido.

Que haya nacido

de un vientre cualquiera.

Un dios que no multiplique.

Que no adivine la mano

que le ha rozado la túnica.

Que los únicos ojos que abra

sean los del alma.

Que sea timonel de corazones.

Y nade contigo hasta la orilla.

 

Un dios que no le escriban  

la historia a su espalda.

Que sea una parábola en la  vida

y en la muerte

te sostenga en la encrucijada

de sus dos maderas.

Que no sepa ir al paraíso.

Que tenga siempre  

una rosa roja sobre una losa.

Que se te aparezca

en los versos de un poema.

Un dios desconocido para verle

un día eterno en un segundo.

 

Que sea en la pobreza

más digno que cualquiera

en la cimera del mundo.

 

Que puedas oírle

al otro lado de la pared

y que a este otro lado tuyo 

pueda él oírte como

a su dios desconocido.                     

                                     ©Rubén Lapuente

                                 

MARIPOSA

MARIPOSA

La luz de mis ojos

es la de mi corazón

mariposa

huyes del amor

que es tu muerte

que te mira la muerte

el amor

mariposa

no vivas con el espanto

de adentrarte

en el mar

de perderte en el desierto

del sueño

revolotea

pósate en el rayo 

de luz de esta mirada

en la flor del remolino

de mi aliento

"no puedo esperar tanto

es ese veneno

del deseo que libo y libo..."

mariposa

que te mira

la muerte el amor

que huyes del amor

que es tu muerte

 

                                              ©Rubén Lapuente

HIELO AZUL

HIELO AZUL

Hay una soledad pura.

Blanca y helada.

Sin gritos que nadie oiría.

Sin rescate.

Hermosa

para quien la muerte

es una conquista.

 

El aliento del mundo

desmorona la pared

de la helada cantera

del Océano.

Y va saliendo la nieve azul.

Sin aire.

Libre del peso del tiempo.

Fósil de la memoria del agua.

 

Y ya eres timonel

de la galera desgajada.

Marinero de sus gélidas jarcias.

E imitas el desnudo

de la nieve:

Tu azul puro, tu grial,

espejea como un fanal

de luz en la noche.

 

Y naufragas  en un mar sin cielo

que se mira a sí mísmo

como tú, ahora, sumergido.

 

Y que nunca  nadie lo sepa:

Que te sueñe el frió azul del olvido

que has conquistado.

 

                               Rubén Lapuente