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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

DENUNCIA ( 24 )

LA BATIDA

LA BATIDA

Soy el ciervo

Errante

Orgulloso

Oigo la corneta

que espolea la rabia

Que me trae el fulgor

de sus dentelladas

Me rezago

Con ceño de soldado

soy mi propia carnada

 

La turba de canes

hambrienta

me acorrala

Con mis astas

volteo ladridos

horado hocicos

Mis pezuñas

cocean tarascadas

En un descuido

me desgarran la piel:

Jarcias de mi carne oscura

se retuercen

en la tierra

vivas

Desde el risco

me lanzo

como un suicida

al  agua

Velero del río

tras mi traza de sangre

saltan peces

que me sueñan

 

Soy el ciervo

desmogado

descarnado

sin belleza ya

Digno

de no ser laurel

de venablo

Esperando en mi yacija

agonizante…

 

¡Que sea sólo el bosque

quien devore mi muerte!

 

                               ©Rubén Lapuente

SOLDADOS DE LA EDAD DORADA

SOLDADOS DE LA EDAD DORADA

                amarlo todo para comprenderlo todo (Guyau)

Hay una guerra

que la tiene siempre conquistada el tiempo.

Aún así, mi mujer se ha alistado

como soldado de la edad dorada.

Y tan sólo quiere creer ganar una batalla perdida.

 

De madrugada,

está la primera levantando heridos,

y a los muy malheridos,

a esos que miran, a lo lejos, lo recóndito,

sólo les roza, al pasar, la mejilla.

 

Mi mujer es una buena soldado de la muerte.

Sabe que quien se apaga lentamente,

sólo desea que alguien le tome de la  mano,

y se ofrece a darle un último pequeño abrazo

si quien le vela son las cuatro frías paredes.

 

Algún domingo que trabaja

me acerco a pasear por sus galerías.

“¡Qué guapo es el marido de Carmen!”

me dice siempre una anciana.

“Y eso que no se ha operado de cataratas”, le digo.

Y nos reímos juntos.

 

Desde hace un tiempo

de iluminados ventanales

alguien escribe el porvenir con tinta

de un sudor oculto,

alguien, bien sabe,  que aquí no estiban un puerto,

que no son fardos de ninguna grupa,

que unos corazones cogidos con hilvanes

sólo piden ya una brizna de cariño,

y sigue haciendo números.

 

Cuando regrese a la noche

sobre la cama cruzada por el arco

de una espalda que estampa su diaria fatiga

me hablará de hartazgo, de galeras, de sindicatos,

de deserciones…

Y le pondré la mano en la boca…

Pero de  madrugada

estará la primera levantado heridos

y a los muy malheridos,

a esos que miran, a lo lejos, lo recóndito,

sólo les rozará, un momento, al pasar, la mejilla.

 

                                        ©Rubén Lapuente

LA BARQUILLA

LA BARQUILLA

El chorro de un bidón de agua

le quita el polvo de la piel,

le despega el vestido.

Un algodón embebido

separa cada pestaña,

le limpia el barrillo

de las orillas de las cejas.

Los afeites en los cabellos

y en el cuerpo lavado

le devuelven la dignidad

rosa de la inocencia.

Un vestido blanco,

una flor en el pelo,

y eso es todo.

 

Ahora tiene  

el mismo dulce rostro

que cuando se quedaba

dormida.

 

Un traqueteo sombrío

bajando las escaleras

le hace a su padre

ir más despacio.

 

Al llegar a la calle

sobre un mar de olas

de manos,

la barquilla rompió 

las amarras.

 

        ©Rubén Lapuente

Minas antipersona (26.000 víctimas mutiladas al año)

Minas antipersona (26.000 víctimas mutiladas  al año)

¿Te imaginas que sembraran

bajo el asfalto

semillas del diablo?

¿Salir a la calle de tu ciudad

como a las dunas del Sáhara,

como a un camino de Camboya,

de Irak, de Angola, de Colombia?

¿Te imaginas

ser como uno de ellos?

¿Tener bajo los pies la espoleta?

¿Peor aún, dentro de la cabeza?

¿Buscar, camino de la oficina,

la huella del zapato de ayer

en el reflejo de la acera?

Y si perdieras el rastro…

¿apretar los dientes, los ojos,

y creer huir del miedo

alargando la zancada?

¿Te imaginas que tu hijo

no llegara de la escuela?

¿Que fuera luego en el parque

uno más del corro de muletas

o que te mirara desde una silla

y te rompiera el corazón del alma?

¿Te lo imaginas?

 

En Angola, en Irak,

en Camboya, en Afganistán,

en Sudán, en Colombia...

no se lo imaginan:

lo viven en carne viva.

Sembraron las veredas

con semillas del diablo:

 “Es mejor mutilar al enemigo

que matarlo”,  rezaba ese lema

en las ferias de la guerra.

 

Y cada veinte minutos

dan su fruto

de brazos y piernas.

 

                                                            ©Rubén Lapuente

                                 

                                 

                                 

LOS NIÑOS DE LAS CHABOLAS

LOS NIÑOS DE LAS CHABOLAS

En esta barriada adornada de escombros,

la infancia es un olor oscuro del cuerpo.

 

Por las ingles pasa la pobreza:

el escozor de la mugre

en las ratoneras de la piel.

El día separa la basura de la basura.

Vaga para traer alguna rupia a casa.

Vuelve por el camino largo sin escuela

tirando de un bidón de dudosa agua.

 

Mientras un cohete indio

corteja a la luna,

unas letrinas en bolsas de plástico vuelan,

un albañal a las afueras de las casas de chapa,

gotea y gotea.

 

¿Cómo se consigue vivir

en un acomodo imposible?

 

Menos la sonrisa,

vinieron a la luz dentro de una jaula,

de una casta cuya mera sombra

es a los ojos de los otros,

la más sucia.

 

"Ganaremos el agua,

el agua,

que nos pertenece.

Que se arranca de un reflejo húmedo.

El agua que aquí te moja por dentro.

Que es un río de pureza.

Que te lleva lo amargo.

Que baja sagrada de las manos de los dioses.

Zambullirse,

como llenos de una fe ciega

en un templo verdadero.

 

Ganaremos el agua,

el agua,

que nos pertenece.

Bañarse en la alberca redonda para recordarlo siempre.

Trocito de río Yamura que te abre la camisa de la carne.

Ganaremos el agua

aunque se doble.

Monzón de la fuente que te descubre la vida.

Asaltaremos su hermoso fortín

hacia la estela de los dioses.

Somos los niños de las chabolas.

El agua, ahí está el agua.

No podrán quitárnosla.

Baja sagrada

también para los parias.

 

¡Al abordaje!"

 

       ©Rubén Lapuente

       (Raj-Path,  Nueva Delhi)

LÁGRIMAS

LÁGRIMAS

Sin la luna

la tierra sería

una peonza vertiginosa,

el viento te arrancaría

de ti mismo.

Si no desviara

el eje de la tierra

no habría estaciones

ni naturaleza, ni vida.

 

Si el sol estuviera más cerca

serías arena fina.

Si más lejos

helada sangre en el hielo.

 

La luna y el sol nos mecen

como tu lo harías

columpiando a tu hijo.

 

Si quieres busca un orfebre.

Un sastre con el metro amarillo.

Puedes pensar que todo es un accidente.

Que no ha nacido el universo

para que nosotros existiéramos

o que no tendría sentido

si no estuviéramos de pasajeros.

Piensa lo que quieras.

Pero es inútil que preguntes el por qué.

No hay respuesta.

Pregúntate en cambio

si sabrías dónde está el camino

de vuelta al viejo valle.

Si serías uno de esos pioneros

de los de polvo y carruaje

a la conquista de un fracaso.

Si vivirías en una cabaña de estrellas.

Si derramarías por fin las lágrimas

que te guardaste para empezar a vivir

más despacio.

 

Has abierto el balcón

en la tregua de la película.

Te has quedado absorto

mirando la soleada luna llena:

(“Ser el vaivén en mis brazos de la tierra enferma”)

Ahora ya no piensas lo que quieras.

Vuelves, acabada la cinta,

y no preguntas a nadie   

su final.

Finges un bostezo,

y les haces creer que te vas

a dormir a la cama…

                                     ©Rubén Lapuente

NIÑA SOLDADO (República Democrática del Congo)

NIÑA SOLDADO (República Democrática del Congo)

Me llamo Jasmine y soy de Kivu.

Y sólo quiero un trozo de tela

para acarrear a mi bebé.

Me sacaron de la cama con doce años

los mayi-mayi. Me reclutaron.

¿Para quién lucháis? ¿Para qué causa?

Sólo tenía dos dunas en el pecho.

Y en la vagina, si se cerraba,

palos y trozos de botella.

Era un golpe de autoridad

hacernos andar como patos por la aldea.

Así, seríamos más dóciles y sumisas

en la próxima redada.

 

 

Soldadito niña tienes un marido.

Y te vuelves como un árbol con piernas.

Y sueñas con la piedra hundida

en el sueño de su cabeza.

¿Cuándo iré a los Grandes Lagos

para sentirme pequeña en el paraíso?

 

 

Todas las mañanas, cruzaba el río,

en el andarivel del aire,

iba conmigo el agua

para cocinar y cocer la tapioca.

Y me dieron un machete.

Y un gatillo ardiendo.

Y la regla no me venía.

Soldadito niña tienes un marido.

Parí en el monte, a destiempo,

sola, como una gacela.

Y conseguí llegar a mi aldea, a mi casa:

-Tienes un hijo del enemigo.

(¿Qué enemigo?)

Tu niño es un estigma.

Has perdido la virtud.

Aquí no te puedes quedar

vendrían a buscarte.

 

 

Ahora estoy en el centro de orientación.

Me llamo Jasmine y tengo dieciséis años.

Aprenderé a leer, a escribir

para poder trabajar y salir adelante.

“Ahora lo único que quiero

es un trozo de tela para poder cargar a mi bebé,

como hacen las otras mujeres.”             

                                Rubén Lapuente

                                 (Luvungi  octubre  2006)