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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

HISTORIAS NATURALES( 13 )

¡AMPARO!

¡AMPARO!

Se llama, ¡Amparo!, con signo de exclamación, porque todos en El Rasillo de Cameros la llamamos desde la calle, gritamos su nombre a voces, que sabemos que siempre anda enredada, como sonámbula, dentro de su frondoso vergel.

Es Amparo: Perita en plantas, maestra del verdor, jardinera para todos.

Y sin decirle nada, como una sorpresa, le he dejado en el buzón de hierro de su puerta, una hoja doblada con unas líneas mías escritas. Enseguida me ha venido con la rosa de papel manuscrita en la mano, y un estanque anegado en los ojos…

“Me has dibujado, me siento así, soy así, oh qué regalo. Ya tiene palabras todo mi ser, que necesitaré leer, y muy a menudo, que un poema para una es la mejor receta, el mejor brebaje para no extraviarse, para no salirse nunca del camino…, gracias, gracias”   

 

“¡Llámala! Desde la calle. ¡Grita su nombre! Ella está dentro de un vergel. Siempre acaba oyéndote.

 ¡Espera! Que aquí, al paso de un aroma, la voz se entretiene, se embriaga, se pierde, se equivoca de oído…

 ¡Llámala otra vez! Estará tirando muy suave de una raíz. Cribando la tierra para ese tallo perezoso. Dejando   una gota de luz de diamante en cada hebra verde...

 Ayer me trajo en su regazo los primeros brotes de belleza: Una altea, un lilo, un laurel…

 Es Amparo. La que sabe lo que arraiga. La que tiene, saliendo de sus labios, esa nana de madre y sueño que   hechiza las plantas, o ese mimo, esa ternura que atesora en las manos, que doma lo verde…

 Ah, pero no, no…Deja, deja… No la llames ya más.

 Se habrá quedado dormida…

 ¿Sabes? Un día la llamó el dolor. Pero, ahora, de beber del oro de los días, se ha hecho de cristal, de agua   pura: transparente.

 Ayer me dijo que la vida es ver crecer lo que amas.

 Oh, déjala que siga trepando por esa eterna enredadera del sueño…”

 Rubén Lapuente Berriatúa

El Rasillo de Cameros

publicado en el diario La Rioja el 5/7/2021

ABLACIÓN

ABLACIÓN

Yo no sabía lo que era la ablación, la ablación  cardiaca, pero al notar  que mi vecino y amigo del bosque había cambiado de costumbres, como ya no le veía con la bicicleta por los senderos de esta hoguera verde... ¿ A ti Luis te  pasa  algo, no?  y entonces…

 “De repente, Rubén, el corazón no sabe calmarse. No te habla bajito. Parece dentro del pecho un potro sin domar,  una campana con toque a rebato. Y da igual caminando, que soñando de madrugada, que feliz en un bar. De pronto se pone a saltar, a golpearte. Y pones la mano en el pecho, asustado, como cuando de niño te lo descubrió el resuello o el primer miedo, pero ahora no lo sientes como aquel limpio y vigoroso volteo de campanas, sino como uno de los últimos coletazos de un motor viejo.

 Y de pronto, el corazón detiene su locura, se olvida de vocear, te ignora, vuelve a su cotidiano murmullo. Y vives cada minuto con el acecho de su sombra, con el terror de su revuelta…

 Y el médico te habla de la ablación, que al oírlo te sorprende, te suena a otra cosa: “¿Pero, eso no es capar los genitales femeninos?”  Y no. Se sonríe. Te dice que también es entrar en las venas, subir por el río de la sangre con un bajel pirata que asalte ese amotinado camarote. Abordarlo, para quemarlo, para tacharlo: cegar esa sublevada habitación del pánico relampagueando en la roja oscuridad. Y con bozal de gañidos me han calibrado su brújula. Supongo que ya dejará de perder el norte, pero qué difícil, Rubén, volver a ser el mismo cuando la vida te asesta esta sonora puñalada. Difícil dejar de pensar en ese tambor cuando lo intuyes en el silencio de todas las noches, que ya tengo una cita ineludible con cada uno de sus latidos. Y sí, el tiempo te alcanza, empieza a existir para uno, y mucho más deprisa. Ahora me parece que todos los meses las hojas del calendario en la pared, son de otoño, son amarillas…

La vida es un viaje hacia el cansancio, pero habrá que aparcar el miedo, aprender de nuevo a vivir, ser el mismo, por lo menos de puertas a fuera, y procurar no dar mucho la lata a nadie con el sonsonete de mis goteras.

Ahora lo siento como un huésped, o mejor como un reo o demente que viste camisa de fuerza. Y  todas las noches le llevo, cálida, la palma de mi mano, y la redoblo con la otra, para que esté más arropado, como más tranquilo, y en esa postura, casi angelical, me duerme o le duermo, que ya no se quién cierra primero los ojos…

©Rubén Lapuente Berriatúa

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GUIOMAR, LA BARRENDERA

GUIOMAR, LA BARRENDERA

Se llama Guiomar, y es la nueva barrendera de mi barrio. La que ves arrastrar en el parque Gallarza sus aperos en un carrito. La que sólo tiene ojos para el suelo.

Maldice las colillas, los chicles pegados, la piel de los plátanos. Le revienen los gargajos. Prohibiría las pipas con cáscara, los palillos de los helados, los alcorques de los árboles…

 ¡Y hasta estaría por la labor de fundar una inclusa de descarriadas bolsas huérfanas de manos!

Se agarra tal rebote al tropezarse en la calle con alguna "olvidada y delicada delicia canina", que en mañanas de asueto, temprano, anda por el parque de incógnito, disfrazada de detective, con ganas de pillar a alguno de esos chulos del barrio con perro: insolentes finolis con máster en hacerse el longuis, y con más morro que un pintor de arte abstracto.

Pero lo que le gusta de verdad es recoger las hojas del otoño, los primeros pétalos de abril en alas del viento, los aviones de papel cuadriculado bajando del cielo de los balcones del barrio.

Y en Mayo, juega a cazar al vuelo la bohemia bandada de pelusas de los chopos del Ebro, que tiene en la corteza de uno su nombre escrito dentro de un corazón atravesado por una flecha...

Le agradaría pasar por las calles, pero como las dejó ayer, refregadas, relucientes. Y hacer como que barre el polvo de oro del primer rayito de sol entrando, o recoger, de mentirijillas, bajo los bancos de madera, esos fugaces besos furtivos que el rubor de las miradas cercanas no da tiempo a saborear, y se abandonan recién nacidos, o raspar y raspar las aceras con un cepillo, hasta dar con el dorado escondite de la pátina del tiempo…

Pero la ciudad es tan fértil, que da una cosecha diaria de inmundicia, de barreduras, de hartazgo. Y a primera hora, siempre piensa en dejar el escobillón, la pala, el basurero con ruedas, y colgar su uniforme de luciérnaga. Pero basta que se levante un viento en la calle, que su rimero de hojas amarillas revolotee, que corra detrás de todas, y a la vez de ninguna, que casi las tiente en el aire, para que al pararse y darse cuenta de que no son ni mariposas, se pregunte, si no será que, a lo mejor, sólo ha nacido para barrendera.

                              Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el digiatl nueve cuatro uno de La Rioja el 24/01/2020

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LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

Para la cofradía de la flagelación de Jesús de Logroño que me pidió un escrito sobre su paso para su revista

 El primer dolor. El que más duele. El que por nuevo más sientes. El que si sabes que desde la primera rozadura irá llevándote lentamente hacia morir, deja en tu entraña un temblor insoportable, un pavor infinito. Sí, el primer dolor de Jesús. Y con el flagelo: esas correas cuyas puntas tienen rabiosos dientes de plomo. Sí, su primer dolor con el grito que estrena la garganta. Luego una miríada de pequeños volcanes reventarán y anegarán su espalda de ese rojo terciopelo escondido: su primera inocente sangre derramada…

 Y ahí, de pie entre la muchedumbre, mira el bellísimo paso, es el de la Cofradía de la Flagelación de Jesús tallado por la gubia mágica del riojano Vicente Ochoa. Sale al anochecer del Martes Santo desde la Iglesia de Santa Teresita. Lo acompaña la banda de timbales, tambores y cornetas de la cofradía, que orea las calles de Logroño de sones que son como jirones de dolor: retumbos mojados con la sangre de un inocente que deja la piel del aire, arrugada, temblorosa, como si alguien desde el cielo arrojara una piedra al estanque de la espesa noche herida de Logroño…

 Míralo, está ahí para que te dejes envolver en el doloroso perfume de la memoria de su entrega. Te invita a buscarte muy adentro ese lugar donde uno no se engaña, a que levantes allí en este monótono rodar de los días tu cabaña de estrellas, que quien se asome por su puerta, siempre entornada, se extrañe de ver lo que no tengas y en los alambres de tus ojos vea la ropa de tu alma tendida con los bolsillos del revés: todo lo que atesoras, y comprenda que la felicidad consiste en no tener casi deseos, ni miedos, como Jesús que empieza su renuncia golpeado por el primer alarido del dolor…

Acompaña el paso por las calles hasta la parroquia, o si pasa por debajo de tu casa, asómate al oír los redobles de los tambores golpeando en el cristal de la ventana su escalofrío. Ese hombre flagelado morirá al caer la tarde en la encrucijada de sus dos maderos. Al verle en ese instante, detenido, azotado, envuelto en las esquirlas de los sones de la música,  por qué no le susurras algo, no sé, bastaría con un requiebro tímido, nadie te verá ni te oirá desde la altura, o simplemente cierra un momento los ojos y deja que se te cuele como un sueño por una rendija de tu cielo, y, seguro que quizá le recuerdes o nazca ahí, para ti, ese hombre inocente, que está empezando a morir para que tú no mueras.

 ©Rubén lapuente Berriatúa

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LA PIEDAD

LA PIEDAD

Orgulloso de que en la asamblea de la Cofradía de la Piedad de Logroño se leyera mi escrito:

Mira qué hermoso y doliente paso de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad. Sale este Jueves Santo a las 20:00 desde la Iglesia de Ntra. Sra. de Valvanera recorriendo los aledaños de la parroquia. Ponte un momento en el lugar de María, mejor tú, mujer, que quizá tuviste una criatura en el regazo con esa calidez de un pan en las manos nacido a la vez que la luz.

Ahí, de pie, entre la muchedumbre, imagínate que después de los años, a tu hijo te lo entregan así: escupido, flagelado, crucificado,  lanceado… Y dormido ya de muerte, manándole aún tibia la sangre por sus cinco heridas, te lo llevas con ternura al cuenco a solas del regazo tiñéndote las ropas, atravesándote la piel… ¿No sentirías como si te fueras cayendo eternamente hasta el fondo de un pozo de dolor infinito?

Ahí, de pie, entre la muchedumbre, mira el rostro de María. Sus lágrimas duras hirviendo de dolor. No tiene esperanza, ni consuelo. Mírala bien. María acuna a Jesús como cuando nació en un establo de Belén o cuando de niño corría hacia ella a enterrar los miedos en el cálido valle de su túnica. Muerto y ensangrentado e inocente en su regazo de mirra, ahora ya sólo se aferra a un dulce y hermoso despojo amado mientras todo su ser va sumergiéndose en un inmenso océano de amargura.

Y parece como si, mientras le acaricia los cabellos, repasara toda la vida vivida con él, como si le fuese susurrando dulcemente al oído: “Te acuerdas hijo mío de cuando…”

Pero María aún no sabe que al tercer día su hijo abrirá los ojos. No sabe que el nidal de su pecho muerto dará lirios. Que su hijo puede borrar cualquier turbio pasado: Escribir esperanza y vida eterna en tus ojos.

 ©Rubén Lapuente Berriatúa

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SOLDADOS DE LA EDAD DORADA

SOLDADOS DE LA EDAD DORADA

Hay una guerra

que la tiene siempre

conquistada el tiempo.

Aún así  Carmen

se ha alistado

como soldado de la edad dorada.

Y tan sólo

quiere creer ganar

una batalla

perdida.

 

De madrugada está

la primera

levantando heridos.

Y a los muy malheridos,

a esos que miran

a lo lejos

lo recóndito,

sólo les roza

un momento

al pasar

la mejilla.

Carmen

es una buena soldado

de la muerte.

Sabe que quien se apaga

lentamente

sólo desea

que alguien le tome de la mano.

Y se ofrece a darle

un último pequeño abrazo

si quien le vela

tan sólo son

las cuatro frías paredes.

 

Cuando regresa

a la noche,

sobre la cama

cruzada por el arco

de una espalda que estampa

su diaria fatiga,

me dice siempre que no sirve

para esto

que no puede evitar

encariñarse

de esas miradas

que le duele luego tanto,

y  es tan a menudo,

tan pronto,

perderlas…

Me dice que

desde hace un tiempo

desde altos ventanales

ya les cronometran el cariño

que han puesto precio

a la brizna

diaria de ternura

que esto no debería

ser un negocio

que lo tiene decidido

que va a desertar mañana…

 

 Y yo le pongo la mano en la boca…

 

Pero de madrugada

está ya la primera

levantando heridos

Y a los muy malheridos

a esos que miran a lo lejos

lo recóndito

sólo les roza

un momento

al pasar      

la mejilla

©Rubén Lapuente Berriatúa

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El 14 de enero en el hogar de Lardero. La Rioja C/ Marqués de la Ensenada, 6, a las seis de la tarde hablaré de esas pequeñas historias del corazón que deberíamos atrapar en la cárcel de un papel antes de que el hilo de la memoria, tan frágil a partir de cierta edad, nos juegue una mala pasada…. La memoria, nuestra patria, nuestro paraíso, nuestro refugio. Sin ella no somos nada, ni nadie. 

VECINOS

VECINOS

Si corro las sillas, si rechinan (si supiera tocarlas), el lunático vecino de debajo de mis pies, nombra a toda mi familia. Pero, cuando a cualquier hora del día, se desata  el clarinete en mi casa, me queda la satisfacción de que, su profundo silencio, denota un buen oído musical.

Le di permiso a mi vecina de al lado, para que su glicinia colonizara también mi terraza. Y ahora la tengo ya volando sobre mi cabeza, bajándome en oleadas malvas su intenso y mareante aroma. Pero, tengo la sensación de que no es del todo mía, como si tuviera que pedirle permiso para hundirme en su perfume, y sonriéndola, le digo… ¡eh vecina!  Hoy voy a robarte hasta la última gota  de chanel de tu glicinia  ?

Mis vecinos del primero, han adoptado dos párvulos de la profunda África negra. Llegaron con la afectada mueca del desarraigo, inquietos como si soltaran dos cervatillos en la Gran Vía. Y me contaron, que nada más llegar, al ver la jarra del agua sobre la mesa de la cocina, se la bebieron los dos, sin miramientos, de un trago: Quizá temían que mañana ya sólo manara aire del grifo.

 Justo frente a mi balcón, al otro lado de la calle peatonal, mi vecino de hola y adiós, poco más, ya no se asoma. Últimamente le hacía yo un gesto levantando el brazo con la mano cerrada. Ahora, su mujer, no falta a la cita de adornar la barandilla de su balconada con tiestos de blancas, rosas, amarillas y rojas flores. La percepción mía ahora es distinta. La suya, desde su azotea, debe ser la misma de siempre: ninguno de los dos ha cruzado el umbral del otro, nunca hemos quebrado las formas… ¿Y por qué no ahora? ¿Por qué no romper la imagen de siempre? Que todo dé un giro inesperado… ¡Vecina!  le digo, entre tanto vergel, no se te ve bien lo guapa que eres.

Y se levanta. Y se acoda frente a mí en la baranda…

©Rubén Lapuente

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A UN AVIÓN DE PAPEL

A UN AVIÓN DE PAPEL

                                      a mi hijo Abel

Es la belleza niña

hablándome

esperando a que doble

y desdoble

pliegue en acordeón

levante

espigados alerones

ponga de horma del viento

arambeles de cola

a una hoja de papel

 

Es la belleza

de verle de puntillas

salvando enrejados

con la barbilla anclada

al barandal

con los dedos tirando de sí

Es su grito alocado

en la zozobra

del fallido vuelo

cayendo

como una serpentina

 

Es la belleza niña

aplaudiendo

como si tocara

unos platillos

a ese nuevo avión de papel

que volaba

sereno

a media ala

y que de pronto

cuando iba ya del codo

de la suave brisa

una cabriola

caprichosa

del viento

nos lo trajo de vuelta

para que yo

comulgara

de ese puro y bello

rostro de asombro

que guardo y rescato

ahora del tiempo

sobre el de este ya

espigado muchacho

para verlo también

oh afortunado de mi

también desde su olvido

                 © Rubén Lapuente

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