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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

LA NÁUSEA

LA NÁUSEA

Estoy boca arriba en la yerba de mi jardín, mirando adormilado pasar las escasas nubes de Agosto, y en un pestañeo, sin proponérmelo, al cruzar por mis ojos un pequeño rebaño de ellas, me subo a la grupa de una que me sorprende por su forma de ballena, o quizá se parezca  más a uno de esos nostálgicos zeppelines volando el mar del cielo, y que me lleva a sobrevolar la tierra, esa que de pronto, me la imagino como lo que es, un globo azul, pero ahora no con piel de arcilla, de tierra, sino toda de pizarra, lisa piel como la de aquel verde encerado de la escuela, y en donde todo lo humano que se mueve, lo que aún vive, deja un trazo de tiza tras de sí. Sí, que desde el cielo, a vista de nube, fueran rayas de tiza rastro de la existencia, caminos de vida de tiza la única huella viva. Y yo, a lomos de esa ballena o a los mandos de ese zeppelín, jinete del cielo, sólo veo eso, líneas que van y vienen, que avanzan, que se entrecruzan, que se paran… Ese enjambre color blanco roto como un añoso ovillo, es una vida, y yo la voy viendo enmarañarse. Cada historia, la tuya, la mía también, es un garabato de tiza que se hace madeja, y sólo desde el cielo se ve así, lo veo yo así, rayas como estelas avanzando, de casa a la escuela, a la fábrica, a la oficina, al bar, a la cita con el amor, al sueño… Se entrecruzan, se confunden: unas van lentas, otras veloces, otras inmóviles pero vivas, algunas rematadas ya por un cabo de quietud…

Y a lomos de esa ballena o piloto de esa fascinante aeronave, aún no adivino que la nube va encinta de lluvia, de lluvia de olvido, de lluvia de nunca jamás: Lluvia de borrador de encerado de la escuela, aquel cepillo de madera cubierto por un cojín de fieltro que en un pispás dejaba virgen la pizarra. Hasta que, de pronto, abre su escotilla el zeppelín o el surtidor la ballena, y la deja caer a cántaros, a mares, diluvia sobre toda esa piel de pizarra caligrafiada de historias, que deshace las rayas, las decolora, las refriega, las borra, pero sólo las ya sin vida, las que están ya paradas, encerradas bajo una lápida o en una urna de cenizas, o en cualquier cuneta de todas las guerras, o las que no dejaron de soñar en nuestra miel ni cuando su cayuco de papel se hundía para siempre bajo las aguas…

 Y tras la tormenta, que ha borrado ya todo lo yermo, lo ya eternamente inmóvil, sólo se ven las nuevas rayuelas de tiza de criaturas que nacen, junto con las que aún sobreviven, esas que van y vienen, de casa a la escuela, al trabajo, al bar, a la cita con el amor, al sueño…

Y de pronto diviso la mía también, la reconozco: garabato parado ahora boca arriba en la yerba…

 Y me despierto, y me viene la náusea.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado el 6/08/22 en el diarío La Rioja

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