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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

LÁPIZ, PAPEL Y BOMBAS

LÁPIZ, PAPEL Y BOMBAS

Hace unos años me acerqué a la exposición “Lápiz, papel y bombas”. Mostraba los dibujos sobre la guerra civil de aquellos niños que, huyendo de los bombardeos, fueron evacuados hasta ese refugio seguro de las colonias escolares. Allí, separados de sus familias, probaron a que plasmaran sobre un papel, con lápices de colores, esa morralla suya de adentro. Fue la terapia de baldear del pozo sagrado desde donde mira un niño, esa ciega alimaña de la guerra, que la vieran luego, pintarrajeada, retorcerse, como esa lenta agonía de un pez fuera del agua…  

Y me acordé de esos niños cuando al cruzar la puerta de la habitación de mi hijo (¿pero dónde se ha metido este muchacho?), te das de bruces con esa soledad sonora que se queda asaltándote a cualquier hora por la casa, que se ha ido a ganarse la vida en ancas de un ave errante…

Y a poco que soplara el viento del destierro, el velamen del balandro de mi mujer, empezaba a gemir como si cruzara el mismísimo cabo de Hornos. Veía hasta la leve curva trenzada del asiento de su silla, o el desahuciado bote de cacao al que no se atrevía ni a meter la cuchara.

Y como no hay un beso que eternamente se quede a vivir en la mejilla, ni un abrazo que al recordarlo aún se apretuje cálido en el pecho, piensas que si para esto se tienen hijos, para no verlos, para no abrazarlos. La tecnología nos acerca, pero los besos soplados son como mariposas soltadas mar adentro, y los abrazos virtuales no hacen sonar esa agradable música del crujir de las costillas.

Y como remate, la mujer te dice que cómo adivinar sus temores, sus pequeños secretos, cómo verle si desde una infranqueable pared de vidrio, no te deja de mirar: Síndrome del nido vacío lo llaman los psicólogos.

Hasta que te acuerdas de aquellos dibujos, y escribes en una hoja de papel esa melancolía, haces con ella un avión, y desde la ventana, cuando ya el avión se perdía por los tejados, con las tijeras de los dedos, cortamos los dos el hilo de esa tristeza…

 

“Son miradas que nos hacen callar, que lo dicen todo. Un día tenía que ser: Las alas del hijo, su vuelo alto y lejano. Por la puerta entreabierta de su habitación, qué zarpazo del silencio profundo,  

cómo rasguña por dentro esa desierta franja de luz. Cuánta vida parada en esa vislumbre fugaz.

Se nos olvidaba, mujer, que ese trozo tuyo y mío, era nuestro dulce huésped: vagabundo de su porvenir.  

Y ahora nos acostumbraremos a no oler su perfume de muchacho bueno. A no oír su voz templada nunca por encima de un grito.

¿Echaremos de menos la sabiduría de su sencillez? ¿Y mis torpes manos se apañarán sin las suyas?

He llenado dos copas de ese dulce vino de orgullo, que achica además la larga ausencia. Y contigo mujer que te veo ahora ordenando en su armario la ropa que no se ha llevado, brindamos con miradas, que nos hacen callar”

Rubén Lapuente Berriatúa

Publicado en el diario La Rioja 11/12/2021

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