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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

Para la cofradía de la flagelación de Jesús de Logroño que me pidió un escrito sobre su paso para su revista

 El primer dolor. El que más duele. El que por nuevo más sientes. El que si sabes que desde la primera rozadura irá llevándote lentamente hacia morir, deja en tu entraña un temblor insoportable, un pavor infinito. Sí, el primer dolor de Jesús. Y con el flagelo: esas correas cuyas puntas tienen rabiosos dientes de plomo. Sí, su primer dolor con el grito que estrena la garganta. Luego una miríada de pequeños volcanes reventarán y anegarán su espalda de ese rojo terciopelo escondido: su primera inocente sangre derramada…

 Y ahí, de pie entre la muchedumbre, mira el bellísimo paso, es el de la Cofradía de la Flagelación de Jesús tallado por la gubia mágica del riojano Vicente Ochoa. Sale al anochecer del Martes Santo desde la Iglesia de Santa Teresita. Lo acompaña la banda de timbales, tambores y cornetas de la cofradía, que orea las calles de Logroño de sones que son como jirones de dolor: retumbos mojados con la sangre de un inocente que deja la piel del aire, arrugada, temblorosa, como si alguien desde el cielo arrojara una piedra al estanque de la espesa noche herida de Logroño…

 Míralo, está ahí para que te dejes envolver en el doloroso perfume de la memoria de su entrega. Te invita a buscarte muy adentro ese lugar donde uno no se engaña, a que levantes allí en este monótono rodar de los días tu cabaña de estrellas, que quien se asome por su puerta, siempre entornada, se extrañe de ver lo que no tengas y en los alambres de tus ojos vea la ropa de tu alma tendida con los bolsillos del revés: todo lo que atesoras, y comprenda que la felicidad consiste en no tener casi deseos, ni miedos, como Jesús que empieza su renuncia golpeado por el primer alarido del dolor…

Acompaña el paso por las calles hasta la parroquia, o si pasa por debajo de tu casa, asómate al oír los redobles de los tambores golpeando en el cristal de la ventana su escalofrío. Ese hombre flagelado morirá al caer la tarde en la encrucijada de sus dos maderos. Al verle en ese instante, detenido, azotado, envuelto en las esquirlas de los sones de la música,  por qué no le susurras algo, no sé, bastaría con un requiebro tímido, nadie te verá ni te oirá desde la altura, o simplemente cierra un momento los ojos y deja que se te cuele como un sueño por una rendija de tu cielo, y, seguro que quizá le recuerdes o nazca ahí, para ti, ese hombre inocente, que está empezando a morir para que tú no mueras.

 ©Rubén lapuente Berriatúa

 Mi nuevo blog http://rubenlapuente.blogspot.com/ 

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