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REBECOS ACORRALADOS

Qué esfuerzo subiendo desde una silla
los escalones de la tristeza
Cómo timbran su dolor las palabras
Hay un oscuro espejo del ser que copia los versos
a esa hoja sucia de blancura
Llegas al último risco del poema
y con los ojos puros de un rebeco acorralado
miras el mundo
¡Y qué fácil quedarse herido!
Son los poetas
De acre y dulce piel melancólica
Sin un esbozo de sangre en la trastienda
(Pensar en la muerte no es ir a abrazarla)
Pero de súbito
vienen ramalazos
rachas de viento de angustia y…
una ventana que se abre desprevenida
la espita del gas que semeja un gatillo suave
la vía del tren que se torna senda serena
el río que invita a soñar bajo sus aguas
el aspa roja sobre la sombra de una rata que muda su piel en la tuya
el fulgor del filo del cuchillo que saja su crepúsculo
ese corazón dibujado en el pecho que pide el tino de una bala
De acre y dulce piel melancólica
son los poetas
Y qué esfuerzo desde una silla
hasta los ojos de ese rebeco acorralado
desde donde miran
¡Y qué fácil quedarse malherido!
©Rubén Lapuente
a J.A.Goytisolo, W.Rodriguez, V.Ramos, J.Acillona, A.Reyes, J.I.Fuentes, L.Artigas,S.Tormes, E.Freire,L.Hernández, H.Murena,P.Sinos, N.Arnero. Pavese, V.Parra,G.Ferrater, A.Costafreda, S.Plath, J.Arguedas,P.Celan….
SOLDADITOS

mi triste soldadito niño
¿De dónde nace la tristeza, hijo?
Hasta la muerte mira de otra manera.
Fue antes del cuento que teje
su red de sueño inquieto.
Antes de subir al traqueteo
de la camilla del pavor.
Pero si te recuerdo así, hijo,
remueves el fondo de mi vida.
Y estas palabras no son para ti,
tú, que saliste a flote
de aquel pabellón
de malheridos soldaditos :
“Suero de luciérnaga,
avenida de luz en las venas”
te decía , llevando
de liana en liana
aquel leal muñeco
con el que sellamos
una alianza de sangre.
Estas palabras no son para ti,
ni para mí tampoco, hijo,
que me daba vergüenza
que me vieran tan débil.
Son para esas mujeres
de ojos como lobas heridas
que por aquellas habitaciones
entre palanganas de orina
enferma de niño,
y tibias esponjas teñidas
veían caer a sus soldaditos,
que eran como tú.
De la angustia de tocar el desorden
de un cuarto azul,
de atreverse a borrar en la pizarra
un último monigote,
nace la tristeza, hijo.
La vida es una alimaña ciega.
¡Y nunca podremos vengarnos!
©Rubén Lapuente
LOS DIBUJOS DE LOS NIÑOS SOBRE LA GUERRA

La guerra se queda grabada
en el estómago:
Cuando suena la sirena,
cuando bajas a trompicones
las escaleras del refugio,
cuando caen las bombas,
cuando te miente tu madre;
cuando la maleta enseña la prisa
y en el autobús, en el tren, en el barco,
vuelves la mirada hacía ningún lugar.
Cuando eres un niño.
Si de cuajo te arrancan
de la infancia
amarrada a su sol,
del estómago irradia otra guerra.
Rayadas que vuelven
como zumbidos de aviones en el cielo.
En las colonias
cada día es un impasse.
Maduran en vilo
desorientados en la severa
infancia nueva.
Pero hay que sacar algo de adentro:
La terapia del lápiz de grafito y de colores,
del dibujo en la lámina amarillenta:
Yo he pintado un bombardeo en la cola de la leche.
Yo un edificio en llamas de mi calle.
Yo el día de mi evacuación corriendo al refugio.
Yo los camilleros con su ambulancia de cruz roja.
Yo un campamento de milicianos.
Yo a la gente levantando el puño a los aviones.
Yo a mi padre cuando volvía a casa
y corría a abrazarle y a registrarle los bolsillos
…
Pintan lo que han visto.
Sin dobleces.
Garabatos
que de los ojos
vuelan al papel:
Dibujos sobre la guerra.
Rayadas que se dormirán
bajo los colores.
©Rubén Lapuente
los dibujos de los niños evacuados en la guerra civil
http://www.columbia.edu/cu/lweb/eresources/exhibitions/children/index_spanish.html
ANOREXIA

Mi cuerpo
como debería ser el mundo.
Como la huella en el agua.
Que no tenga nada dentro.
Que sólo suene de alarma
el gemido de mis vísceras.
Siempre voy gélida.
Y mastico nerviosa
cubitos de hielo
para atemperar al corazón.
Lúcida en este frío insomnio.
Ya soy la esbelta silueta
que dibujaba en un papel
el que vestía a las princesas.
Y la comida
esa intrusa que peso en la balanza
me entumece los sentidos.
Pero no es bastante exigua
mi sombra en la pared.
Y el espejo todavía
refleja mi carnosidad
como si la báscula mintiera.
¡Vamos!
Menos calorías.
Más levedad.
Más mentiras.
Más trampas.
¡Vamos!
Más jugos en el remolino del agua…
¡Dios mío!
Mi cuerpo como debería ser el mundo.
Tan curvado ya en el tallo.
Con tanta arena en la sed.
Con ese voladizo
que me oculta de la luz.
Con esa hondura
que me da vértigo.
Y mi boca,
mi boca,
cómo regurgita
los latidos que me sobran.
Cómo deviene mi garganta
en ese ojo irritado
como el de una aguja
por el que sólo pasa el asco.
Y este vello fino y largo
que me mece el miedo.
¡Dios mío!
Mi cansancio,
mi enorme cansancio…
¡¿Es que no hay nadie ahí?!
Rubén Lapuente
MEMORIAS DE ÁFRICA

(del diario de un soldado de la edad dorada)
Sedado pero lúcido
puedo imaginarme estar
bajo su piel macilenta
oyéndole el trote lejano
que se acerca sin ritmo.
Me lo balbucea
a la cabecera de la cama
adonde acudo al oír
el grito de soledad
que me lanza su campanilla:
No he sido nunca una persona llana.
No he sabido fingir.
He menospreciado a quien
no compartía mis emociones:
El álgebra, la música.
Nunca he hablado por hablar.
Y ahora que llega
ese afilado runrún sin melodía
voy a ser el mismo
que ha vivido siempre solo
pero fiel conmigo.
No me arrepiento de nada.
Santiago…
¿Y si le ponemos música
a ese zumbido?
¿Y si viniera mi pequeño Mozart
con su clarinete y tu adagio
el de memorias de África?
Medio vestido para el concierto
puedo imaginarme estar
bajo ese traje con babuchas
sedado pero lúcido
mientras la caña busca
su frescura y el aire
su vericueto en el ébano.
Y Mozart suena
como ojos de cielo sobre
la sabana de su memoria
como presagio
volando sobre el estampido
de un enjambre voraz que
de pronto…
(lo noto en su rostro)
enmudece e interrumpe
por un momento su viaje.
Rubén Lapuente
a la memoria de Santiago
CRONOLOGÍA DEL DOLOR

octubre
esa fogata que nace de repente
ese timbre atascado dentro de la lengua
octubre noviembre
esa diminuta isla de dolor
esa quemazón equivocada de la muerte
esa herida centelleante entre las fauces
octubre noviembre diciembre
ese incesante biplano
surcando el cielo de la boca
de la frente del sueño
de lo cotidiano
octubre noviembre diciembre enero
rápido el escalpelo el escalpelo
que taje un adarme del faro
de luz emponzoñado
que no beba de la raíz todavía
rebana rebaña apura
la niña ciénaga del dolor!
¿oyes? ¿oyes el páramo?
Rubén Lapuente

El buitre.
La niña.
El fotógrafo.
A los tres les ha citado
en un descampado
la muerte.
La niña,
demora mejor,
en cuclillas,
los embates del hambre.
Para no tenderse,
se acoda,
se da golpecillos
con la testuz en la tierra.
Se mece
todavía demasiado
para el valor del buitre
que no tiene prisa
y espera su despojo
abatido al sol
del páramo.
La estampa
requiere más fotogenia
pero el buitre
no colabora:
no afila el pico en la piedra,
no despunta sus garfios,
no despliega sus alas.
Cansado de esperar,
el fotógrafo
posterga la cita.
El buitre.
La niña.
No hubo nunca
un vuelo más sórdido
sobre África.
Rubén Lapuente
La foto es de Kevin Carter. Esperó 20 minutos, pero el buitre no extendió las alas. Ganó el premio Pulitzer. “Y después ¿ayudaste a la niña?” le preguntaban ,como una pesadilla, en todas las partes del mundo. A los dos meses de ganarlo se suicidó.