Blogia
El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

HERIDAS

BELLO DOLOR

BELLO DOLOR

Oh, bella joven mujer, que siempre, temprano y a solas, nos damos los buenos días. Que estando hoy yo entrando en la oficina, en la trastienda, nada más verme, ha dejado el obrador y como hecha una bruma, muy despacio, sin bajar la mirada,  se me  ha acercado con esa fuente de dolor, con esa casida del llanto íntimo…

¡Y oh Dios mío! ¡! ¡Qué alud me vino! ¡Qué marea! ¡Qué abismo de ojeras de mar de amor herido!

Y qué me importaba a mí  si de amor huido moría. ¡Oh pulgares míos descorriendo sus lágrimas! ¡Que me había  elegido a mí para enjugarlas! ¡A mí! ¡A la oscura orilla del mar de mi pecho! ¡Al pañuelo de espuma blanca de mi regazo!

¡Sí! ¡Qué era a mí a quien clavaba ese bello y dulce dolor mojado!

©Rubén Lapuente Berriatúa

mi nuevo blog http://rubenlapuente.blogspot.com/

REBECOS ACORRALADOS

REBECOS ACORRALADOS

Qué esfuerzo subiendo desde una silla

los escalones de la tristeza

Cómo timbran su dolor las palabras

Hay un oscuro espejo del ser que copia los versos

a esa hoja sucia de blancura

Llegas al último risco del poema

y con los ojos puros de un rebeco acorralado

miras el mundo

 

¡Y qué fácil quedarse herido!

 

Son los poetas

De acre y dulce piel melancólica

Sin un esbozo de sangre en la trastienda

(Pensar en la muerte no es ir a abrazarla)

Pero de súbito

vienen ramalazos

rachas de viento de angustia y…

 

una  ventana que se abre desprevenida

la espita del gas que semeja un gatillo suave

la vía del tren que se torna senda serena

el río que invita a soñar bajo sus aguas

el aspa roja sobre la sombra de una rata que muda su piel en la tuya

el fulgor del filo del cuchillo que saja su crepúsculo

ese corazón dibujado en el pecho que pide el tino de una bala

 

De acre y dulce piel melancólica

son los poetas

 

Y qué esfuerzo desde una silla

hasta los ojos de ese rebeco acorralado

desde donde miran

 

¡Y qué fácil quedarse malherido!

                                                  ©Rubén Lapuente

 a J.A.Goytisolo, W.Rodriguez, V.Ramos, J.Acillona, A.Reyes, J.I.Fuentes, L.Artigas,S.Tormes, E.Freire,L.Hernández, H.Murena,P.Sinos, N.Arnero. Pavese, V.Parra,G.Ferrater, A.Costafreda, S.Plath, J.Arguedas,P.Celan….

SOLDADITOS

SOLDADITOS

                           mi triste soldadito niño

¿De dónde nace la tristeza, hijo?

Hasta la muerte mira de otra manera.

Fue antes del cuento que teje

su red de sueño inquieto.

Antes de subir al traqueteo  

de la camilla del pavor.

Pero si te recuerdo así, hijo,

remueves el fondo de mi vida.

Y estas palabras no son para ti,

tú, que saliste a flote

de aquel pabellón

de malheridos soldaditos :

“Suero de luciérnaga,

avenida de luz en las venas”

te decía , llevando

de liana en liana

aquel leal muñeco

con el que sellamos

una alianza de sangre.

 

Estas palabras no son para ti,

ni para mí tampoco, hijo,

que me daba vergüenza

que me vieran tan débil.

Son para esas mujeres

de ojos como lobas heridas

que por aquellas habitaciones

entre palanganas de orina

enferma de niño,

y tibias esponjas teñidas

veían caer a sus soldaditos,

que eran como tú.

 

De la angustia de tocar el desorden

de un cuarto azul,

de atreverse a borrar en la pizarra

un último monigote,

nace la tristeza, hijo.

 

La vida es una alimaña ciega.

 

¡Y nunca podremos vengarnos!

 

                 ©Rubén Lapuente

LOS DIBUJOS DE LOS NIÑOS SOBRE LA GUERRA

LOS DIBUJOS DE LOS NIÑOS SOBRE LA GUERRA

La guerra se queda grabada

en el estómago:

Cuando suena la sirena,

cuando bajas a trompicones

las escaleras del refugio,

cuando caen las bombas,

cuando te miente tu madre;

cuando la maleta enseña la prisa

y en el autobús, en el tren, en el barco,

vuelves la mirada hacía ningún lugar.

Cuando eres un niño.

 

Si de cuajo te arrancan

de la infancia

amarrada a su sol,

del estómago irradia otra guerra.

Rayadas que vuelven

como zumbidos de aviones en el cielo.

 

En las colonias

cada día es un impasse.

Maduran en vilo

desorientados en la severa

infancia nueva.

 

Pero hay que sacar algo de adentro:

La terapia del lápiz de grafito y de colores,

del dibujo en la lámina amarillenta:

 

 Yo he pintado un bombardeo en la cola de la leche.

Yo un edificio en llamas de mi calle.

Yo el día de mi evacuación corriendo al refugio.

Yo los camilleros con su ambulancia de cruz roja.

Yo un campamento de milicianos.

Yo a la gente  levantando el puño a los aviones.

Yo a mi padre cuando volvía a casa

y corría a abrazarle y a registrarle los bolsillos

Pintan lo que han visto.

Sin dobleces.

Garabatos 

que de los ojos

vuelan al papel:

Dibujos sobre la guerra.

 

Rayadas que se dormirán

bajo los colores.

                                                    ©Rubén Lapuente

los dibujos de los niños evacuados en la guerra civil

 

http://www.columbia.edu/cu/lweb/eresources/exhibitions/children/index_spanish.html

ANOREXIA

ANOREXIA

Mi cuerpo

como debería ser el mundo.

Como la huella en el agua.

Que no tenga nada dentro.

Que sólo suene de alarma

el gemido de mis vísceras.

Siempre voy gélida.

Y mastico nerviosa

cubitos de hielo

para atemperar al corazón.

Lúcida en este frío insomnio.

Ya soy la esbelta silueta

que dibujaba en un papel

el que vestía a las princesas.

Y la comida

esa intrusa que peso en la balanza

me entumece los sentidos.

Pero no es bastante exigua

mi sombra en la pared.

Y el espejo todavía

refleja mi carnosidad

como si la báscula mintiera.

¡Vamos!

Menos calorías.

Más levedad.

Más mentiras.

Más trampas.

¡Vamos!

Más jugos en el remolino del agua…

 

¡Dios mío!

Mi cuerpo como debería ser el mundo.

Tan curvado ya en el tallo.

Con tanta arena en la sed.

Con ese voladizo

que me oculta de la luz.

Con esa hondura

que me da vértigo.

Y mi boca,

mi boca,

cómo regurgita

los latidos que me sobran.

Cómo deviene mi garganta

en ese ojo irritado

como el de una aguja

por el que sólo pasa el asco.

Y este vello fino y largo

que me mece el miedo.

 

¡Dios mío!

Mi cansancio,

mi enorme cansancio…

 

¡¿Es que no hay nadie ahí?!

 

                                  Rubén Lapuente

MEMORIAS DE ÁFRICA

MEMORIAS DE ÁFRICA

      (del diario de un soldado de la edad dorada)

Sedado pero lúcido

puedo imaginarme estar

bajo su piel macilenta

oyéndole el trote lejano

que se acerca sin ritmo.

Me lo balbucea  

a la cabecera de la cama

adonde acudo al oír

el grito de soledad

que me lanza su campanilla:

 

No he sido nunca una persona llana.

No he sabido fingir.                 

He menospreciado a quien

no compartía mis emociones:

El álgebra, la música.

Nunca he hablado por hablar.

Y ahora que llega

ese afilado runrún sin melodía

voy a ser  el mismo

que ha vivido siempre solo

pero fiel  conmigo.

No me arrepiento de nada.

 

Santiago…

¿Y si le ponemos música

a ese zumbido?

¿Y si viniera mi pequeño Mozart

con su clarinete y tu adagio

el de memorias de África?

 

Medio vestido para el concierto

puedo imaginarme estar

bajo ese traje con babuchas

sedado pero lúcido

mientras la caña busca

su frescura y el aire

su vericueto en el ébano.

 

Y Mozart suena

como ojos de cielo sobre

la sabana de su memoria

como presagio

volando sobre el estampido

de un  enjambre voraz que

de pronto…

(lo noto en su rostro)

enmudece e interrumpe

por un momento su viaje.

 

                       Rubén Lapuente

          Memorias de Africa-Mozart

          a la memoria de Santiago

 

CRONOLOGÍA DEL DOLOR

CRONOLOGÍA DEL DOLOR

octubre

esa fogata que nace de repente

ese timbre atascado dentro de la lengua

 

octubre noviembre

esa diminuta isla de dolor

esa quemazón equivocada de la muerte

esa herida centelleante entre las fauces

 

octubre noviembre diciembre

ese incesante biplano

surcando el cielo de la boca

de la frente  del sueño

de lo cotidiano

 

octubre  noviembre  diciembre   enero

rápido  el escalpelo  el escalpelo

que taje un adarme del faro

de luz emponzoñado

que no beba de la raíz todavía

rebana   rebaña   apura

la niña ciénaga del dolor!

 

¿oyes?  ¿oyes el páramo?

 

                          

                                      Rubén Lapuente

 

El buitre.

La niña.

El fotógrafo.

A los tres les ha citado

en un descampado

 la muerte.

 

La niña,

demora mejor,

en cuclillas,

los embates del hambre.

Para no tenderse,

se acoda,

se da golpecillos

con la testuz en la tierra.

 

Se mece

todavía demasiado

para el valor del buitre

que no tiene prisa

y espera su despojo

abatido al sol

del páramo.

 

La estampa

requiere más fotogenia

pero el buitre

no colabora:

no afila el pico en la piedra,

no despunta sus garfios,

no despliega sus alas.

 

Cansado de esperar,

el fotógrafo

 posterga la cita.

 

El buitre.

La niña.

No hubo nunca

un vuelo más sórdido

sobre África.

 

      Rubén Lapuente

 

La foto es de Kevin Carter. Esperó 20 minutos, pero el buitre no extendió las alas. Ganó el premio Pulitzer. “Y después ¿ayudaste a la niña?” le preguntaban ,como una pesadilla, en todas las partes del mundo. A los dos meses de ganarlo se suicidó.