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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

VEO,VEO

VEO,VEO

No sé si hay alguien en Logroño que alguna vez al salir a la calle mira detenidamente las aceras. Lo digo porque el otro día me crucé con mi barrendera, la que solo tiene ojos para el suelo, y la vi como siempre con su pala y su escobillón, pero esta vez me fijé mucho más en su trabajo, cómo iba recogiendo con paciencia infinita, una a una, de aquí y de allá, ese aluvión de colillas que me dice está sembrado Logroño.

Y ahora que miro más al suelo, que ya me he graduado en colillas de cigarrillos, duele ver de cenicero o de papelera las aceras, los alcorques, la calzada. Mi barrendera me dice que como ese carricoche barredor de barrios nobles ni está ni se le espera, no da abasto a pescar tantas colillas aún vivas, que esperan a que la lluvia o el viento o el agua de esa manguera aseando las calles, les haga entrar en las alcantarillas, y comiencen ese tortuoso viaje que va emponzoñando todo lo que tocan. Luego dicen que el mar nos las devuelve invisibles sobre el mostrador de hielo picado de una pescadería.

Mi barrendera me habla de que algo habrá que hacer para que ese dardo envenenado dude entre los dedos el tiempo suficiente para que aparezca una papelera cercana (pocas hay con cenicero, se queja).

Uno echa aquí de menos la manera de protestar de otras ciudades contra esta plaga: junto a alcorques y papeleras y alcantarillas pintan coloridos círculos de tiza depositando dentro un montoncito de esa lluvia de colillas, luego escriben al lado una frase de reproche. Y ahí lo dejan como un efímero grafiti para que zarandee las conciencias de todos.

Yo le digo a mi barrendera que haga rayuelas en la calle, erigiendo ahí dentro ese túmulo tóxico de señuelo, y al lado escriba una leyenda: soy un árbol, no tu cenicero; Logroño no es una papelera; stop colillas…, cosas así.

Pero me temo que si la vieran pintando esas viñetas en las aceras, al principio la tomarían por activista y gamberra, y eso que las rayas de tiza solo duran dos días alegres por diez años lúgubres las colillas, pero, después, seguro que el Ayuntamiento tan pinturero, al ver en las calles cómo cada vez menos fumadores se atreverían a arrojar una colilla al suelo al sentirse espetados por cualquiera que al cruzarse lo viese (eh, señor, se le ha caído una colilla;¿necesita gafas para leer el suelo?; ¿esto lo hace también en su casa?), sino también por ellos mismos: de verse y leerse su vergüenza en cada rincón del suelo, la condecorarían con alguna cruz de Tiza al Mérito Civil.

Ahora sueña con el día de pasearse por las aceras jugando con su hijo al veo, veo, y no encontrar ya esa vergüenza de cosita que empieza con la letra c. Y así ganar tiempo para hacer como que barre el polvo de oro del primer rayito de sol entrando en su calle, o pasar la escoba bajo los bancos de madera solo por recoger los besos caídos, o echarse al suelo, raspando y raspando las aceras con un cepillo, por sacar esa pátina (de caoba, Rubén, es de caoba), que dice esconde Logroño.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 22/05/2023

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