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El cuaderno de poemas de Rubén Lapuente

SOLO QUINCE METROS

SOLO QUINCE METROS

La casa donde un niño se arroja al vacío duele tanto, que se cierra. Y  es por esa angustia de tocar el desorden de una habitación, de atreverse a borrar en la pizarra su último dibujo, o su monigote, o de leer en su cuaderno el postrero renglón, oscuro y torcido. La casa se cierra a cal y canto por no añadir más tristeza a la infinita tristeza.

Se llamaba Diego. Antes de nacer, su madre tuvo cuatro abortos. Era un niño inmensamente deseado. No le sientes con fulanito le decía a la profesora. “Son cosas de críos, no tiene importancia”. “Pero, es que ahora no quiere nunca estar solo. Es que me dice que no quiere ir al  colegio. Pero si ha dejado el futbol. Si no le saco de ese silencio. Algo pasa, algo le pasa”

Cuando Diego de once años escribía su última carta… “papá, mamá, espero que algún día podáis odiarme un poquito menos…” Las siluetas de las hienas con mochila asomaban ya por la plazuela de su corazón. Poco a poco le fueron llenando de arena la garganta, y mudas de miedo, no le subían las palabras. Cuatro meses estuvo afónico y nadie menos él sabía la causa, o a lo mejor alguien la sabía, y había que preservar al colegio de habladurías, quizá se instaló la ley muda como un velado aviso a navegantes, quizá el prestigio de la escuela está por encima de cosas de críos, o de desequilibrados y sensibleros niños.    

Pero un pupitre rosa de la clase, aunque demasiado tarde, dibujó, secretamente, las viñetas de la afonía del acoso, de la cacería:

 

Era la sirena del recreo el aullido de los depredadores. Algún aterrador preludio había en el roce buscado al atravesar el pequeño pasillo infinito que daba a las aulas. En el patio, en los vestuarios, rodeándole, le asestaban tan cortas y certeras y afiladas cuchilladas con el puñal de sus soeces palabras, que le iban haciendo un siete en el suave terciopelo del corazón: “soso, empollón de mierda, maricón, andas raro…” Y cómo te proteges, cómo si tu guardaespaldas aún es Lucho, el muñeco amarillo de los Lunnis, cómo se planta cara a pequeños grandes monstruos si no te deja el miedo ni silbar, cómo si hasta en el cielo de la noche de sus sueños, las estrellas no eran deseos, sino asteriscos que le llevaban a ese escalofrío diario de las turbias palabras.

 Diego era de sensible como si el viento al cruzar por entre los rosales, sangrara. Vulnerable como una manzana desnuda. Inocente como un ternero viajando feliz rumbo matarife. Bello y tímido como un corzo hambriento bajando a ramonear contenedores. Y tan dulce como esos certeros besos de madre volando desde la ventana.

 Cuando escribía…”no hay otra manera para no ir al colegio…” la silueta de las hienas con mochila ya abandonaban la plaza en llamas de su corazón.

Y cuando rubricó la nota, sin zapatillas, corrió y corrió hacia la ventana abierta del patio interior, sólo eran quince metros hacia el olvido, sólo quince metros hacia nunca más sufrir. 

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 12/03/2022

 mi otro blog https://rubenlapuente.blogspot.com/

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