el azar quiso que fuera en San Valentín
Hoy me he despertado de la vida.
Sin ninguna llama sobre la cabeza.
Como debería sentirse un árbol
si escuchara su madera.
He sembrado de cereales
la mesa de la cocina.
He dibujado un corazón
como una vez uno en la arena.
Y me lo he desayunado con mimo
que luego vendrá el bostezo
atónito de mi princesa,
que la silueta que le he dejado,
es para ella.
Y al trabajo voy
con unos versos en la cabeza:
“Creo en mí porque algún día seré
todas las cosas que amo”.
Y como hay tan poco lirismo en los libros
de contabilidad que encuaderno,
le he agregado una hoja
con el preámbulo de Cernuda.
Y con mucho engrudo de aroma.
Luego me vuelve a llamar
la operadora de Orange:
Que navegue con ellos,
que me embarque en su veloz crucero.
Yo le digo que sí, que me cambio,
pero sólo,
(la chantajeo un poco),
si me deja diez mensajes
en mi cuaderno de versos.
He entrado en el bar como todos los días.
Pero hoy con parsimonia.
No me interesa cómo está el mundo.
Y eso que el periódico me saluda.
Me he sentado en el taburete de la barra.
Le he dado cien vueltas al café
con la cucharilla.
Y al verme en el espejo, frente a mí,
(creo que era yo),
me he sonreído como nunca.
Y a la tarde,
me ha enviado un mensaje la princesa:
“No he desecho todavía la silueta del corazón,
le faltan dos nombres
atravesados por una flecha.
No tardes.”
Hoy me he despertado de la vida.
©Rubén Lapuente