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MARIONETAS

Sorteando el tinglado
el teatrillo de la plaza
me alcanzó
un relámpago
de algarabía
Eran los inocentes gritos
acallando
añagazas de bruja
Alertando
de emboscadas
de peligros
al despistado héroe
a su novia pura
Demoré el paso
para quedarme
en el rumor de la estaca
resonando
en la malvada cabeza
de trapo
Y me volví
para volverme a ver
en el recuerdo
sentado en el suelo
ligado
por la maroma de otros brazos niños
entrando en la fábula
sin miramientos
completo
con las mismas muecas
de tirria
de apego
de desprecio
de alerta
de miedo
de júbilo
que las que veo ahora
Todos los sentimientos
allí juntos
en aquel teatrillo de títeres
en ese tablado de las emociones
que quizás me sirvió
después
para olvidarme
de mi mismo
en la penumbra de un cine
en la soledad de unos versos
en la agreste belleza que me rodea
o frente al deseo de un cuerpo amado
y para ser
no como un niño
sino aquel mismo
que salía de la tramoya
como un limpio río risueño
colmado
de entregarse
a la hermosa mentira
de la vida
©Rubén Lapuente
(Glorieta del Doctor Zubía
Logroño. La Rioja)
SIN AIRE

¡Cómo sentía
la última luz
de la tarde!
Arrimado
a ese abanico de dulces radios
de sol
lucía toda mi piel
Me oía la respiración
como algo
que se sucede
inevitable
Como algo
que no me pertenecía
Aspiré
un sorbo de ese aire
de esa tarde
y la corté en mi boca
(uno dos …)
Desde mi pequeño
oscuro mirador
veía
esa pulpa
de vida
desasosegada
su engendro creciendo
su loco braceo
el clamor de pie
su estertor
(sesenta sesenta y uno…)
el miedo
lo quebradizo de todo
mi resuello!
©Rubén Lapuente
foto M. Gallego
contener la respiración era más
que un juego de niños
PRIMEROS PASOS

Llegaba a casa
herido de oficina
Tarde
al último compás
de su breve pie
No sé en qué hora
se atrevió
con la sima de una llanura
No sé cómo apareció
plantado frente a la puerta
tirando de la cartera
de mis papeles
como de una carreta
rota
Su manecita
me llevaba
me traía
por los rincones
de sus madrigueras
despertando
la jerga de las cosas
Me enseñó
el lenguaje de los pájaros
Cómo se avienta a los bichos
Cómo de una pelusa
sacaba el oro
de su pelo
Y se enroscaba
en las ramas de mi cuerpo
como la más bella
y larga cola de ardilla
Y mientras
el haz de su risa
se perdía en mi mismo
Mientras me miraba
como si me mirara el mar
cansado
dejaba caer sobre mi pecho
su fardel de vida y sueño
Y toda mi niñez
retornaba
©Rubén Lapuente
Con el hijo se revive la niñez que no se recuerda
Que no se te pase dos veces
LA MANO DE NIEVE

Nevaba
por una ventana
de la escuela
sin memoria
En el patio
corría perseguido
por dos breves huellas
que la nieve
me destapaba
Mirado y cegado
por aquel resplandor
metí la mano
en la blancura
y escarbé la veta
de luz
En la bicicleta
llevaba la dulce pala de la orilla
y hacía sonar
la bocina
sin cesar
para que todo saliera
a recibirme
Y junto al río fui
el hondero de la nieve
la gruta fugaz de un cuento
el feliz náufrago oculto
el parlanchín con lo dormido
Y extenuado
me tendí
sobre la gélida fragua de luz.
Sin fuerzas
me eché
sobre el tesoro puro de lo eterno
sin una pizca más de niñez
que arrancarme
Tuve que empezar a oír
lejanas y largas voces
para que todo mi cuerpo
tiritara.
©Rubén Lapuente
al amanecer los niños montaron en sus triciclos
y nunca regresaron (L.M.Panero)
INFLUJOS DE UN BALÓN

Bajo el brazo llevaba
un tesoro de amigo.
Antes fue
un rebujo de periódico,
un atado de hilas,
un limón verde y seco.
Dormía bajo la cama,
bajo mi sueño.
Yo hacía la tijereta,
la vaselina,
el remate de cuchara,
la rabona.
Y daba en la diana,
con los ojos cerrados.
A falta de campo
tomaba las aceras.
Bajo los motores aparcados
se quedaba preso.
Sólo me paraba el juego
el claxon de un vehículo,
el sobresalto en el corazón
de un estallido.
Subía al cielo
a mirarse en los cristales,
y acababa de rehén
en el balcón del primero.
Era la plaga
de las huertas en verano.
Del colegio sólo recuerdo nítido
las patadas a ese cuero.
Y el primer día de la camiseta
a rayas rojas y blancas
iluminada por mi dios falso de niño.
Y cuando me miraba ella,
regateaba hasta los guijarros.
Sobre el horizonte de mi ventana
ocultaba el cielo de estrellas.
Y lo iba a buscar hasta
en el fondo de un barranco.
Antes de ser
el héroe de mi sueño,
me rompió la rodilla
un defensa leñero.
Se desinfló mi balón de futbol,
aunque ahora mi infancia
sea mi propio hijo
y su sueño sea el mismo.
©Rubén Lapuente
para mi hijo Abel imán de todas las patadas
sin más rodillas ya que romperse
PEQUEÑO PESCADOR FURTIVO

Para el niño
los playmobil
son casi sordos.
Y sobre ellos
balbucea
su arenga
mojada en saliva.
Luego
les acerca al oído.
Escucha sus señas.
Y asiente
sereno
con la cabeza.
Sólo para quien
le espía
todo es una fábula.
Le faltaba capitanear
al que dispara
en el agua
balas de burbujas.
Y ha dejado
un vaivén
en la pecera.
Y le ha llevado
al universo
de su alfombra.
Del pobre pez cree
que su barboteo
y sus coletazos
son como los de
un perro amigo.
Y le registra
bajo las escamas
el botón que lanza
chorros
de granadas.
Pero el pez
se desmaya
como una princesa.
Y el niño,
lo agita, lo agita…
Algo ha hecho de malo
cuando vuelve
a dejar un vaivén
en calma
en la pecera.
©Rubén Lapuente
BICHOS

Puro y sin memoria.
Hay una fiera
mugrienta en tu cuerpo.
Capitán de los arrabales
de la cocina.
Rastreador de cubiles.
En un adarme
trizas
lo invisible.
Tu ojo y tu reojo
sigue a todo
lo que se mueve
por el suelo.
Cuanto más veloz sea
más avivas
a gatas
para cazarlo.
Tu lenguaje
lo aprenden antes
los bichos
que los sabios mayores.
Al ácaro
lo encuentras riéndose
del suspiro
del arma de tu madre.
Al escarabajo
errante
le subes a la almena
de tu castillo
para enseñarle
el paisaje.
Y a falta
de enemigo
le encierras
en la mazmorra
con miga de pan
de almohada
y puesta la llave.
Todo
hasta que el grito
de tu madre
aplasta contra la suela
de su zapatilla
tu amigo de viajes.
Ahí empieza
a enturbiarse la pureza.
Ahí nace la memoria.
Y hacina
la primera gota
de cobarde.
©Rubén Lapuente
BURBUJAS

Tu soplo enjabonado
crea un universo
de lunas.
Tu te ves curvada
en el reflejo
de cada una.
Dueña
de cada planeta
de agua.
Si de pie
abres los brazos
caen pompas
de cristal
de tus ramas.
Y revienta
de la pulpa
tu zumo
de aire de niña.
Si corres,
la estela de burbujas
te muda en pez
con las aletas
de tus trenzas.
Yo
fanfarroneo con ella:
que si soy el mejor
cazador al vuelo
de burbujas.
Y le lanzo
una serpentina
de lunas de jabón
sobre la cabeza.
El momento mágico
de esa edad
no me toca.
Ella se queda rígida.
Sin duelo.
No es esa su lluvia
de burbujas.
©Rubén Lapuente
MI PEQUEÑO CABEZUDO

Mi pequeño cabezudo.
Con tus ojos azules
bajo el cielo de cartón
de la boca,
miras la vida
desde el orgullo chico.
¡Cómo oreas estas calles
con tu olor fresco y nuevo
de mágica niñez!
Casi nadie sabe quién eres.
Es un secreto.
Si me busca tu mirada
en un escorzo
me transmite dentro
un incendio de luz.
Suena la dulzaina
y revolamos juntos
para anudarnos
a la memoria
de aceras y balcones.
Y tu nueva cabeza
se tropieza
y gira
a destiempo
de la que piensa.
Al pasar por nuestro barrio
acortas la cuerda
de tu ojeriza.
(No todo iba a ser inocencia)
Y azuzas a quien
garabatea su envidia
en tu pupitre.
A tus amigos
les encumbras
como reyes del amague.
Casi nadie sabe quién eres.
Es un secreto.
Pero tu madre
te ha visto la cara
grabada en los calcetines.
Y sonríe…
Y no te delata.
Ruben Lapuente
foto de Enric Sirera
gigante

A horcajadas,
sobre mis hombros,
soy la mejor montura
para mi hijo.
Desde más allá de arriba,
sin miedo, sin vértigo,
lo mira todo
con ojos de un gigante.
No se bajaría nunca.
Le veo en los cristales
mirarse con suficiencia,
como que le vengan ahora
a toserle los malos.
Como no tiene riendas,
me agarra de los mofletes,
me tapa un ojo, el otro,
los dos, la boca,
y le mordisqueo la mano
para que no me ahogue.
Me clava las espuelas
si me paro en los escaparates.
El está a lo suyo:
a los coches, al bullicio,
a las luces.
En la cabalgata,
le dio la mano,
como un señor,
al Rey Baltasar,
sobre otro corcel igual
de alto que el suyo.
Y se lleva a casa
el calidoscopio
de toda la tarde.
Se echa sobre la alfombra…
Y bajo los párpados cerrados
se le iluminan los ojos.
Rubén Lapuente
EL BIG BANG

Lo hemos llamado universo.
Quien lo deja que toque el suelo
lo mancilla.
Y pierde.
Y lo pena.
Lo avienta el soplo de mi hijo.
Yo le pinto dos ojos
cercanos y una narizota
que al inflarlo
se van separando
más y más
huyendo por la gran curva
como un rebaño de soles
y planetas.
Lo lanzamos al aire.
¡Cuidado que vamos ahí dentro!
Ni el mejor portero llega
como nosotros:
con la coronilla
con las yemas de los dedos
con el trasero
con la punta del dedo gordo
del pie izquierdo.
Siempre rompemos
algo en el juego
pero qué casualidad
de lo que los dos negamos:
Hoy,
ese jarrón de flores eternas
triste funámbulo
sobre el anaquel vencido.
Y el universo,
en un despiste,
bota y rebota en el suelo.
!Papá has perdido!
Frente a mí
suspendo el universo
por su rabillo.
Mi verdugo se desternilla
acercándome el brillo
del alfiler a mi rostro.
Yo aprieto los ojos,
los dientes, el cabello...
mientras otro cosmos
se eleva entre los labios
de mi hijo.
Rubén Lapuente
SÁBANAS DE LUZ

Mi infancia es mi propio hijo
Mis rodillas levantaban
una montaña vacía:
Bóveda de otro planeta.
Bajo ese cielo
de sábanas de luz,
trenzabas niñez
entre mis piernas.
¿Recuerdas?
Te ponía en guardia
un lejano zumbido
de aviones en mi boca:
"¡Que viene
la escuadrilla de besos!"
- te decía-
y mi mano enemiga
viraba hacia
tu escondite:
una algarabía
de aspavientos
y risas.
Luego,
ya en tu reino,
en tu guarida,
(índice y corazón
en zapatillas)
huíamos de un gigante
por la escarpada
ladera de mi pierna:
espalda de un dragón
que dormía.
Hasta la comba
de luz de la sábana,
saltábamos el cráter
de un volcán
de carnes movedizas,
y salíamos indemnes
de la maraña
del bosque de fieras
de mi pecho.
Al final, sólo
la voz firme y cálida,
cada noche repetida,
hundía nuestra bóveda,
hería de sueño
al pequeño acróbata.
Rubén Lapuente
NIÑO PINTOR

El color, ese sufrimiento
de la luz(Goethe)
Dale al brazo del viento
una tiza, un pincel,
un lápiz de colores.
Con ese brazo pinta mi hijo
lo que el tuyo:
la misma casa,
el mismo bólido,
el mismo sol amarillo,
y a un tipo con antenas
que siempre sonríe.
No titubea, no tacha,
no copia, no sufre.
Aprieta el color
para que salga más intenso,
más llameante.
Y, o rompe la mina del lapicero
o se queda sin fuerzas,
medio dormido,
sobre los colores.
Sin una pizca de pintura
en la memoria
lo que le sale es definitivo,
original, puro, sin patraña.
Y lo hace de carrerilla
como si llevara mucho
tiempo en el arte.
Luego pone su nombre
a la lámina con letras
desmedidas:
Y la olvida para siempre.
Y a otra cosa, mariposa.
Rubén Lapuente
de Sábanas de luz
ADOPCIÓN

Garabatea la niña
los ojos a su hermano.
Con achinadas rayas
los perfila.
Mejor: los emborrona
con su rabieta.
De lo que debería
haber sido
un reflejo suyo
de Oriente, es ahora
una mirada recta:
moisés de otra ralea.
A la madre
sólo le queda
curvar su secreto:
marcarlo
hundiendo la uña
sobre la pintura.
Y en el viejo
atlas señala
un color amarillo,
un río de plata,
un pueblo oculto
bajo una peca negra.
La niña, se abraza
ahora a las cosas
con menos fuerza.
Vive aquí, pensando
en su mitad más lejana.
Teclea las letras
de su aldea
y baja su corazón
con el águila de la pantalla:
"Si pudiera respirar
un instante de esa brisa"
Pero su hermano,
fabula ya desde
su batel de lágrimas
y asomada al vaivén
del sueño
la otra mitad de la niña
se despierta.
Rubén Lapuente
NIÑO MÚSICO

Arrastrabas
un cilindro de madera
engastado con cegadoras
llaves de plata.
Y parecía sostenerte
abrazado a tu niñez.
Con su tímido sonido
huías al fondo de la casa
y atrancabas la puerta
como la de una ciudadela
para que no nos llegara
el estridente arpegio
de un aprendiz sonrojado.
Pero, poco a poco,
fuiste quitando cerrojos,
dilatando el largo listón de luz,
acercándonos lentamente
los colores del sonido.
Y el ámbito de la casa
se fue poblando de escalas,
adagios, sonatas, fantasías.
El aire espeso de olas de notas,
vivía, vive con nosotros.
Y ya, qué importa
que el haz del tiempo
te mire y lo sigas,
que nos dejes con su lejana
espalda dibujada.
Si rezuman las cosas melodías.
Si tenemos grabado en el tuétano
la partitura de tu vida.
Si ya somos
náufragos felices en el aire
eterno de tu música.
Rubén Lapuente
de Sábanas de luz