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LA CICATRIZ

Una cicatriz conocida
Olvidada
Andaba
por entre los visos rubios
de mi rodilla izquierda
Le paso la esponja
un toque rápido sólo
y es ella quien me mira
Fue de esa brasa
para mi estrella fugaz
entre sus dedos
que merodeaba
cada noche
sobre lo tierno
sobre los cuentos
sobre el preludio del sueño
con su trenza
de humo de seda
ciñendo la cintura
de cristal
sola arriba encendida…
Paso la mano
por ese quemado nido del tiempo
y me hace daño
encontrarme ahí
con ese huésped
mensajero de la memoria
que tirará ahora de mis pies
bajo su limo de huesos tiernos
en algún momento del día
que sé que me hará
más mortal más triste…
como si ya no pudiera escapar
de la herida del tiempo
en la rodilla de sus ojos…
oh se nota que me estoy
haciendo mayor
por estas lágrimas
que me vuelven
rodando hacia el agua
gastada de la bañera…
Pero qué me pasa?
Y me sumerjo un momento
©Rubén Lapuente
SUICIDIO

dos voces en la cocina…
Cuantos años han pasado hermano
¿Tantos?
Oh
Y sigue ahí ahí …
Es como una mala costura en el corazón ¿verdad?
A veces toma un billete de vuelta
hacía mi sol de noche…
El horror que conoce el camino
de regreso hermano
y no sabe acunarlo el tiempo ¿verdad?
No hay lanceta
que no vuele temblando
sobre esa astilla enquistada…
¿Y a ti?
¿Te pasa a ti también?
El silbido del vértigo en el entresueño ¿no?
La silueta en el patio entre
los alambres de la ropa tendida
no se borra ¿no hermano?
Y la recuerdas como a través de un rayado cristal
Y ni abres las hojas del álbum por si el azar
te juega una mala pasada
Es el mismo deje en el corazón hermano
El mismo
Cuantos años han pasado
¿Tantos?
¡Ay! ¡Ay de nosotros!
©Rubén Lapuente
LA TRISTEZA

A veces
llega la tristeza
tan sola
que la dejo
un momento
pasarme su mano de bruma
sobre mi vida:
Ésa que aún uno
no sabe del todo
de qué va
Llega
de improviso
y notas que
va devanando
en la rueca del corazón
un hilo triste
de vieja
lluvia gris
Es la tristeza
La que te hace creer
que el mar ya no te mira
o que el ocaso
te cierra su abanico
de rojo rocío
A veces te hace creer
que la piel ajada
ya nunca sabrá
a terciopelo ardiente
o te murmura:
oh qué hubieras hecho
sin el miedo
Es así
Yo la he visto llenar
los bolsillos
de mi madre
de piedras
y sumergida
en sus aguas grises…
verla dormida
soñar llorando!
Pero a veces
la tristeza
al filo de una cálida voz
del fondo de la casa:
hoy de ropa tendida en peligro
se viste con mi mismo
traje de faena
Y es que no es tan mala chica
conmigo
©Rubén Lapuente
EL ÁNGEL DEL DOLOR

Mi madre me subía el cuello del abrigo para que empezara a nevar (C.Vallejo)
Camino de la calle Santo Tomás
entre hermosos cipreses
Cómo no pararme a contemplar
la desolación de este ángel
si la muerte siempre le va a doler
Me acercaría a pasarle la mano
sobre sus cabellos
sobre sus rizos de piedra
Pero ¿Tú me entenderías
si me vieras hacerlo?
¿Mañana no sería yo en tu mirada
o en tus labios aire o murmullo
de poeta enajenado?
Camino de la calle Santo Tomás
siento sus goterones
como los que yo me apartaba
con las palmas de las manos
cuando un silbido del vértigo
me despertó en el sueño
como un aterrorizado pez
Como este dolor infinito
de piedra alada
Sé que el mío tampoco se acabará
o es que el pavor del regazo
de unos huesos rotos
alguna vez dio lirios
Camino de la calle Santo Tomás
si te cuento esto
es para que no estalle en mi cabeza
Que aquí me siento
como ese ángel anclado a su dolor
al que quisiera pasarle la mano
sobre sus rizos de piedra
porque como a él
la muerte me va a doler a mí
siempre siempre siempre…
©Rubén Lapuente
Foto: cementerio municipal de Logroño
TERCIOPELO

No se de que oculto rincón
mío sale el perfume
de esta vieja melodía
a la que ni los zarpazos del tiempo
le ha rayado la voz
Y cuando le viene bien
sin avisarme
toma dulcemente mi garganta
No sabes cuantos días
me viene el murmullo
de esa canción
bajando las escaleras
y más ahora
desde que se murió Joan
Siente, siente…
…Olvida el mundo conmigo…
o mirando a esas muchachas
bajo los soportales
cruzándose conmigo
temprano
camino del trabajo
me musita dentro
Fuego, fuego
para perder estribos
y acurrucarse luego
o la tarareo alguna vez
a media mañana
en el lento sorbo de la tregua
que me da el café
Tuyo, tuyo
Y ciego entre tus dientes
por donde me destruyo
Y siempre la oigo tardío
como si no coincidiera
mi susurro con el de esa
eterna joven intrusa
que parece amarrada
al palo mayor de mis huesos
Como un huésped la tengo
Y la verdad es que hermosea mi casa
A la noche me deja en paz
se me calla porque sabe que
quiero hallar bajo mi peso
terciopelo ardiente
Y es entonces cuando
se hace mía
©Rubén Lapuente
foto: Joan Bautista Humet
LA TERRAZA DEL IBIZA

Al pasar por la terraza del bar Ibiza
bajo los soportales
aún extraño no oír mi nombre
invitándome a su velador
a este territorio que fue suyo
eterno portal de su solaz
Y avivo el paso
Nos pasa a los que nos exprime lo sensible
Y tarde aprendimos que el cariño
no venía ya en la corriente
de nuestra misma sangre
Mirando la ausencia de unas sillas
(él también era esas sillas)
una niebla afilada de tristeza
me acompaña hasta cruzar
la linde de su zaguán
y sólo al sobrepasarla
ladeo un poco la cabeza
para que mi perfil roce el recuerdo
de quien fuera
novio de la muerte
del muchacho que escribía versos
("oh el verla sacarse el vestido
cruzando los brazos
de una sola vez
como si se desnudara la luz...")
del que vino a mi casa
torpe anciano niño
"¿Hay un sitio para mí?"
Desde el primer recuerdo
en el que mis ojos asomándose
por el cráter del volcán de arena de la calle
subían por el andamio
al ballet de su paleta de albañil
a la terraza de este bar
en el que se sujetaba
el dolor último
con la palma de la mano
a la sirena de ambulancia
acercándose y alejándose
como las alas de un alarido
hasta la dureza
de verle morir tan lentamente…
Nos pasa a los que nos exprime lo sensible
y tarde aprendimos que el cariño
no venía ya mezclado
en la corriente de nuestra misma sangre
Que arrastras siempre lo que no has sabido querer
¡Con lo poco que pesa una carreta de abrazos!
Por eso avivo el paso
Algún día me sentaré en esa terraza
territorio suyo
de vuelta de mí
a conversar primero con mis lágrimas
©Rubén Lapuente
ALAS ARRIBA

Sobrevuelo mi ciudad
Alados brazos de avioneta visto
Sobrevuelo miles de historias parecidas
Sabía que navegando los cielos
mágicamente te vas vaciando de ti
Que la pesadumbre no escala nubes
y se queda ovillada en su nido
de bruma esperándote abajo
Sobrevuelo pedazos del puzzle de vida
que de pronto descorre los tejados
a la carrerilla de ir a abrazar y registrar
los bolsillos de padre
al bajar de las escaleras
tentando la baranda a trompicones
hacia el dulce sol de la niñez
Mi piel mojada hombrea aún junto
a la plata del río corriente abajo
Me sube el perfume de los parques
de muchachas en flor
Sobrevuelo aquel corazón mío roto llagado
eterno menhir enquistado en la memoria
a mi madre asomada a la ventana
bajándose en silencio su crepúsculo
los días de otra vida de ahora
con el silbido de hoz de un intruso
barriéndome el estómago
desde la miranda del aire
como si yo fuera otro
como si la carne mía pulpa de luz
El piloto vira el aeroplano
y el horizonte se desequilibra se curva:
asoma el perfil del trompo de tierra en el vértigo
de su viaje oscuro que revuelve belleza
con la nausea del por qué hay algo y no nada
Regreso como antes de encaramarme
Recojo el morral del pesar
Un viento rezagado intenta levantarme los brazos…
Zigzagueando voy buscando unas alas…
©Rubén Lapuente
Foto de José I.Toyas
Real Aeroclub de Logroño y Rioja
MIRADAS

¿No sabía mirar
o no me habían mirado?
Me cuesta demorar una mirada
como si me fueran a decir
que ese lugar es sagrado.
Llévalo todo a la cimera de los ojos
Al umbral de los párpados
como escotillas de luz
A la alcoba luminosa
de los solitarios faros
Llévalo todo.
Que no se quede nada
bajo los ademes del cuerpo:
El deseo, el paladar,
el perfume, la voz…
Y todo
a la distancia de la belleza.
Para tu solaz y el mío.
Que la caligrafía de tu mirada
no sea un jeroglífico.
Que señale el rictus de tu corazón.
El fracaso que te achica.
Que oigas el silbo
desde la azotea
cuando te pese el secreto
que encaramas.
¡A l pajar de la luz!
¡A la borda del cielo!
Aprehende la esencia
de esos ojos ofrecidos.
Que después
la sonrisa se alarga
como una cinta.
Que retorne la boca niña
que nunca recela
Y amanse la monotonía
de tantos silencios ciegos
A habitar en tus ojos.
¿Nos miramos?
©Rubén Lapuente
LA HABITACIÓN DEL HIJO

Son miradas
que nos hacen callar
Que lo dicen todo
Un día tenía que ser:
Las alas del hijo
Su vuelo alto y lejano
Por la puerta entreabierta
de su habitación
qué zarpazo
del silencio profundo
Cómo rasguña por dentro
esa franja de luz
Cuánta vida parada
en esa vislumbre fugaz
Se nos olvidaba
que ese trozo tuyo y mío
era nuestro dulce huésped:
vagabundo de su porvenir
Y ahora
nos acostumbraremos
a no oler su perfume
de muchacho bueno
A no oír su voz templada
nunca por encima de un grito
¿Echaremos de menos
la sabiduría de su sencillez?
¿Y mis torpes manos
se apañaran sin las suyas?
He llenado dos copas
de ese dulce vino de orgullo
que achica además
la ausencia
Y contigo mujer
que te veo ahora
ordenando
en su armario
la ropa que no se ha llevado
brindamos con miradas
que nos hacen
callar
©Rubén Lapuente
a mi hijo Rubén
MIS HUESOS

Son mis huesos
los que suenan
No sé si su voz traspasa mi cuerpo
si se oye fuera
Me han dejado
sin silencio:
¿Rumorean o claman?
Será la humedad
o la pálida lenta herida
de los años
Por dentro de los dedos
de mis manos
siento como
si un intruso
me los fuera
lentamente astillando:
será el continuo
y alado
tamborileo
sobre el ciego alfabeto
de las teclas
Ahora
cuando de madrugada
cruje la madera
del armario
rumia
la melliza mía
como si se consolaran
mutuamente
Y sueño
que me levanto de la cama
sólo con mi pulpa
y le veo a él
tumbado
sin ternura
como una barroca
imaginería
de tabas
como una coraza en mi vida
como un tamiz en mi muerte
Son mis huesos
los que suenan
Me han dejado
sin silencio
con un otro más
dentro
recordándome
que estoy vivo
©Rubén Lapuente
A LA LUZ DEL MEDIODÍA

¿Te sientes como
un océano varado
en un estanque?
¿No has volcado aún
esa nube cautiva de sollozos?
¿No clarea rebelde
por ese raído abrigo
toda la debilidad
que ocultas?
¿Oyes dentro de ti
el motín de un suspiro?
Compañero
dolor
tráeme otra vez
lo irremediable:
A mi madre
la que se quemaba
ella misma
para que yo no sintiera frío
Ponme a la altura de un palmo
de puntillas
asustado de que la vida
no se moviera
en aquel moisés
navío de bandera rosa
y negra
Tráeme respirando la herida
la que se quedó adentro
de la entraña
la que se hizo carne en el tiempo
pero de otro cuerpo
y tullida
Búscame el rellano de un hombro
que no me pregunte:
¿Por quién lloras?
¿Por quién mueres?
Déjame rezagado
Dame tu memoria de dolor
en cada ola de mi océano de sollozos:
débil barca sola soy
pero ahora
a la luz
del
mediodía
©Rubén Lapuente
LA SILLA

Hay cosas que crecen
todos los días
que se hacen
de la medida de un gigante
que se apropiaron de alguien
que tomaron su forma
y que al quedar
huérfanas de su hueco
aciagas
se desfiguran
como esta silla
sostén de cansancios
de vida anclada
en torno a un velador
Le veo ahora
ese alabeado
en la celosía de tallos
del asiento
que le da zozobra
y me rasguña el estómago
me desasosiega
La cambié de sitio
a una habitación vacía
pero su oscuro fardel
de inquieta ausencia
lo llenaba todo
Una noche en secreto
la bajé a la calle
la abandoné cubierta
junto al contenedor
de la basura
Creía irme ya libre
cuando tras mi espalda
un silencio a desamparo
clamando
me atravesó
©Rubén Lapuente
EL TIEMPO AMARILLO

algún día se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía (M. Hernández)
Cuando se que nadie
va a llamar a mi puerta.
Cuando cada recodo de la casa
me ofrece su intimidad.
Cuando se que ella lejana
se empapa de su niñez
en el cálido vientre
de la misma eterna dehesa.
Cuando puedo ya abandonarme…
Giro la llave
del cajón de mi armario
y entro a vaciarme
en el tiempo amarillo.
Ahí tengo
momentos que al mirarlos
regresan a su origen
y retoman su andadura
hasta que se vuelven a quedar
en la estampa quietos.
Ahí tengo
la medalla que ella besaba tanto,
sus últimas palabras escritas
sobre la hoja rasgada de un periódico,
la alianza segada por un legado
y los poemas que le escribí
cuando me lo pidió el corazón
y que me atrevo a leer ahora
entornando antes el ventanal
por si me derrumbo
y llego tarde al fondo de la almohada.
Luego lo guardo todo,
cierro la gaveta, escondo la llave,
y llamo con la presteza
de un niño perdido:
-¿Cómo está mi princesa?
-Mejor que tú, no creo,
ahí sólo, sin que nadie te moleste.
-(El silencio necesita bullicio
para saborearlo luego;
sin ti la soledad es un desorden,
se ajetrea y se me cobija en lo débil)
-¿Eh…? ¿Te callas?
-No, sabes que te echo mucho de menos.
-¿Quieres que regrese antes?
-No. Disfruta.
Sáciate de todo…
(Es su tiempo amarillo)
©Rubén Lapuente
LA MANÍA DE CONTAR

Esa manía de contar…
los ojillos de alba de la persiana
que no llegara mi madre antes;
la de sus primeras canas
con aquel presumido
revuelo de su melena
que me hacía comenzar de nuevo;
los pétalos de las margaritas
y que me fueran todos impares
me iba en ello su cariño.
¡Y quería que me contara
el equilibrio de un cayado
subido al índice de mi dedo!
¿Y esa manía de contar estrellas
en las noches de verano,
de agotarme en los números
creyendo haber llegado al infinito?
¿Y mis zancadas,
medida de aquel puente
que escalonaban mi altura
de muchacho?
¿Y las horas que faltaban
para irme a desaparecer
en el agua del río?
¿Y la angustia de fijar el año
en el que me vería con el mismo
perfil de mi padre derrotado?
Hace ya mucho tiempo
que perdí la manía de contar.
Sólo alguna noche, en la cama
y piel adentro,
me vuelve: aquel trasluz,
la hebra de nieve,
los “me quiere” en el viento,
su fatiga en mi alarde,
mi mirada de estelas,
el soldadito en el puente,
el recodo del agua,
la cabeza contra la pared de mi padre.
Y piel adentro,
quieto todo, lo sobrevuelo …
una, dos, tres,…
hasta que me quedo dormido.
©Rubén Lapuente
EL MALEFICIO DE LA RAMA

La medida del río era la de mi cintura.
Aunque me veía en el agua reflejado,
sólo miraba su fondo, su vida:
La pandilla de renacuajos,
el cangrejo de curva de guijarro,
el pez bajo la arcada de mis piernas.
Ni oía mi corazón,
ni el rumor del agua.
Lanzaba las ramas,
contracorriente,
esperándolas.
Y que no se me escapara ninguna.
Me iba en ello, el azar, el futuro,
el maleficio.
La medida del río es la de mis rodillas.
Y ahora, sí, me veo en el agua reflejado:
La fauna de mi vida en el légamo,
el corazón al ritmo
de aquel mismo rumor mudo.
El niño que llevo dentro,
con la cara aplastada
al cristal de mi cuerpo,
me señala una rama,
y la lanzo río arriba,
esperándola.
Pero al moverme,
al hacer un ademán para cogerla,
me resbalo,
y se pierde, rauda, corriente abajo.
“Que no se me escapara ninguna”
Dentro de mí, todavía hoy,
se revuelve aquel niño.
©Rubén Lapuente
Sierra Cebollera. Río Iregua.La Rioja
LA VIDA ES VER VOLVER

la vida es ver volver(Azorín)
Me quedé parado frente a la puerta
con la mano en el aire sobre la manilla.
Pensaba que los sollozos
los escribían ya sobre un papel,
tan reales y habituales en la mentira
que hasta los míos
si los rescatara del recuerdo,
parecerían ante ellos
encogidos.
Volví sobre mis pasos
hasta la dueña de los secretos.
-¿Qué le pasa?
El corazón.
-¿El corazón?...
(El perfume adolescente
que dábamos
sobre los bancos de madera.
La primera mirada
despeñándoseme dentro.
El esfuerzo necio por parecer cultos
cuando sólo soñábamos con la piel.
El temblor naciéndome
de otro temblor.
La brasa de aquel incendio
que huyó de la memoria,
hoy tatuada,
y que sólo borrará la muerte.
Y en un adiós, te arrancan de cuajo…)
…El corazón.
¡Vete! ¡Vete!
Y antes de girar la manilla,
se me vuelve
y me sonríe con los ojos.
¡Qué estrella tiene!
El mejor trozo de nuestra vida, le toca.
Todos los sollozos,
todo el candor, sobre ella.
La vida es ver volver.
La vida es ahora.
©Rubén Lapuente
BAJO EL INFLUJO DEL LAGO

el rasillo mirándose en el agua
Sólo soy una mirada en el tiempo
sobre este río que pronto anega el valle
donde todas las ventanas giran alrededor
de un redil de agua muda.
La hélice de luz del lago, su fulgor,
conquista cada refugio de intimidad:
Es como el retrato que miras cada mañana
en tu mesilla.
Su influjo,
si hundes los ojos en sus aguas,
recorta las uñas a tu alimaña,
te lleva dulcemente maniatado a la nada.
Un paseante se detiene en mi verja:
“Es una glicinia, su trabazón
revienta en mayo de belleza.
El olor de los racimos de sus flores
te acosa, vuelva si quiere”, le digo.
Mi vecina pasa y me regala
semillas de aliso, de petunias,
raíces de violetas silvestres.
Otro me enseña sus ramas de árbol
naciendo del suelo del baño,
traspasando el falso techo de yeso.
“Lluvia a la orilla de un hayedo”, le digo.
Otro me pide lanilla de acero
para que vuelva a respirar
la ahogada madera de su puerta.
El espejo del lago nos tiende su hechizo.
El tiempo calza aquí zapatillas de paño.
Sólo soy una mirada en el tiempo
sobre esta agua
que viaja conmigo a la ciudad
que se abre paso bajo los puentes
como una joven espalda luminosa.
A la terraza de un café llego
en el ocaso de la tarde.
Una mujer,
con esa breve belleza oscura
que como le sale de un recodo,
le vuelve a aparecer en otro,
me atrapa,
me ancla la mirada sobre ella.
-¡Qué mira!
-Perdón.
La he confundido con alguien.
Tenía mis dudas. Perdón.
Sólo soy una mirada en el tiempo
sobre el agua, sobre la belleza dormida
que rastreo dentro de otra carne.
Al irme, debo de tener el halo del lago rondándome:
La mujer me regala una sonrisa distinta,
aún no tardía…
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
HISTORIAS DE MI TEJADO

por ahí ando lavándole la cara a mi tejado
Cómo voy a talar esos pinos,
mis fieles soldados de madera.
¿Por esa lluvia de gotas de agujas?
¿Por el sobresalto de alguna piña
que abrazados nos despierta?
Antes de que se desborde la canal
me colaré por la lucera
como lo hacía de niño
por la gatera de mi puerta.
Ella no me puede ver.
Camino de espaldas, a gatas,
por un talud de un mar de olas
de barro quietas.
Soy el barrendero de mi tejado,
el que lo limpia y acicala
por si alguien se asoma un día
por el mirador de las estrellas.
Hago vadear la escobilla
por los cien canales
de graneros de verdes agujas,
de arsenales de granadas de salva.
Y lo llevo todo hacia una gárgola
que achico con una larga cuchara
de madera.
Luego me tiendo un rato sobre las tejas
escudriñando el interior de las copas.
Mientras mordisqueo una hebra suya,
pienso que podría haber sido un venado
y ramonear erguido cada brote
de esas ramas.
Como tardo, me llama desde abajo:
¿Pero vas a bajar?
Ya acabo, le digo.
Luego me habla,
de que no quiere que me suba,
del peligro de caerme,
del fuego del verano que no mira,
del hogar en el viento de las cenizas.
Me pondré unos arneses, le digo .
Unas botas con suela de garras de águila,
unas alas que den tiempo a mis pies
a posarse en la yerba.
Todo menos talar esos pinos,
mis fieles soldados de madera.
Guardianes de mi tranquilidad.
El paisaje en la niñez de mi alma.
Contigo no se puede hablar en serio,
me dice, dándose la vuelta.
Volverá a la carga.
Si supiera que hoy
que ha empezado la primavera,
he dado unos pasos de baile…
(que he hecho de volatinero por la cumbrera)
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
MORTAL Y JOVEN

Sólo fue un momento.
En un escorzo casual mío.
En uno de los dos espejos
que forman ángulo en el baño.
Y de mi lado izquierdo.
Sobre alguna cómoda
sé que habrá algún instante de ella.
El tiempo va poniendo retratos
delante y delante…
En el fondo de un cajón
seguro que duermen sus cosas
a la luz de una rendija olvidada.
Cómo se parece a ti, oía desde niño.
Yo siempre creía
que me parecía más a mi padre.
Menos esta mañana.
Y de mi lado izquierdo.
Ahí estaba.
Casi miro el espejo con recelo.
Su rostro sobre el mío.
El mío sobre ella.
Su cara con la misma edad
que la que tengo yo ahora.
Paralizado me miraba en el espejo:
sus ojos, sus pómulos,
sus labios, su mentón…
Moví un poco la cabeza
para desorientarla,
para desenmascararla.
Me seguía.
Era la misma.
Abrí la sonrisa al mismo tiempo que ella…
Y desaparecimos.
©Rubén Lapuente
VEGETARIANO

Mercado de San Blas de Logroño
Voy al rumor fresco del mercado.
A este templo de vergel en los altares.
Vitral de frutas y hortalizas.
¡Cómo huele aquí a incienso
de huerta, a parto de tierra!
Me rodea la acuarela
del fondo del mundo.
El taller de lo adrede.
La hechura mágica
que será naufragio dentro de uno.
¡Qué belleza de colores
de esta vega talada!
¡Cómo remueve la pureza
de un nuevo deseo!:
La cintura de mujer en la fruta.
Émbolos de asombro en el racimo de plátanos.
Los senos tempranos en las cerezas.
El bróculi como bosque
visto a ojos de pájaro.
Las rosas verdes de las alcachofas.
Los pétalos de endivias como góndolas varadas.
Las vainas preñadas de perlas en sus gibas.
Minuciosas nalgas de carne de pulpa
de melocotón de terciopelo.
Y yo voy hoy y lleno mi capazo:
Kiwi para el valle verde de mis pulmones.
Fresones para la doble mejilla de mi corazón.
Guisantes para mi iris apagado.
Témpanos de sandía a la deriva
para el talud de mi garganta.
Dulces manzanas para el perfume
de mis calles.
Naranjas para el atardecer último de mis venas.
Necesitan de mí para continuarse,
de mi papel secante de cosechas.
Y aprendo más de esta bodega de jugos,
de siglos de estío, de olores, de pulpa de milagro,
que se amalgama conmigo
que de esa hilera de párvulos colgados de garfios
que me recuerdan la historia que tenemos.
Y salgo dándome un tirón en el renuevo
de mi capazo.
©Rubén Lapuente
ENFERMA MONOTONÍA

la monotonía tiene una fiera
dormida en mis piernas
y tan sólo por esos quince minutos de ida al trabajo
por ese mismo escenario en cada calle de mi trecho
por el horizonte que despunta a ras de suelo
por el atajo
camino
a un sudor seco que me anula
un día
mi paso olvidado
dio un giro brusco
y probó por otra calle mi encuentro
lo igual asomaba distinto
un detalle
el perfume de alguien al cruzarse
un rostro dulce en la penumbra
la monotonía tiene una fiera
dormida en mis piernas
y otra mañana
hastiado del mismo recorrido
media vuelta
y cambié el rumbo
y ya estaba en otra avenida
cada vez me alejaba más de mi lugar de brega
mi ritmo era más vivo
más frecuente el viraje
y madrugaba inquieto en la maleza de otra calle
los rodeos me dejaban en la silla rendido
y empecé a llegar cada vez con más demora
mis evasivas
como mi rostro
eran ya toda una condena
pero había más pasajes
más esquinas sin doblar
más aire y vida sin abrir
que llevarme
más
y puede que entre medio alguna vez
me ocurra algo
distinto
©Rubén Lapuente
LA OTRA

Uno no sabe bien porqué se enamora.
La piel es joven.
La mirada rebosa de luz.
Andan por ahí los hados…
Y el cuerpo
enseña su pureza:
se estremece.
Le basta un resplandor.
Un chispazo y prende
nuestro cuarto oscuro.
Así fue.
Pero en aquel rostro enamorado
surgía por momentos
otra cara
que se borraba
que reaparecía en un gesto:
En aquella sonrisa era otra.
En ese arrebato era ella.
En la tristeza eran las dos
en una misma cualquiera.
Cada vez me perturbaba más.
Uno no sabe bien de qué se enamora.
Pero aquel rostro
en tantos instantes revelado
¡cómo me fascinaba!
Fue en el fondo de una caja,
reparto de vivencias
que acostumbra la muerte
donde encontré la revelación.
Ahora las distingo más claramente.
¡Me he aprendido tan bien
los rasgos de ese velado rostro!
Sé por la dulzura cual me besa.
Por el deseo
cual turba mi piel bajo la ropa.
Por el amor
cual me llamará antes
al verme hundido.
No se lo diré nunca.
La que me muestra,
la otra.
La que yo vislumbro.
La que me hechiza.
Es la de la imagen hallada
y que oculto.
La niña que no se ha ido.
Que aún vive en ella.
Rubén Lapuente
AQUEL CUERPO MÍO

Voy a recobrar aquel cuerpo.
Y ahí me voy a quedar.
Se movía como cuando
dejan de mirar el tuyo:
Sereno, sin sentirlo.
No envidiaba al viento.
No se envenenaba de azar.
Se ponía de pie
de una sola pirueta
desde lo más alto
de la litera del sueño.
No tenía rumor.
Desnudo,
bajo su diario diluvio,
salía puro,
igual que como empezó
a la luz del mundo.
Voy a recobrar aquel cuerpo.
Y por detrás de esa mirada
de flecha herida de luz verde
que azora y arrebata,
ya he dejado tendidos mis ojos.
Y bajo ese cielo de la boca,
la mía aguarda
por el señuelo de sus labios,
el sabor eterno de aquellos besos.
No voy a hacer caso del espejo.
Ese cuerpo lo he recobrado
porque lo he vivido.
Lo siento mío.
¿Qué más da que pueda ser
sólo un ensueño,
si tú, amor, y yo nos lo creemos?
Rubén Lapuente
NIÑO EN SU CUARTO

Te duermes niño.
Te despiertas adolescente.
En su pequeño cuarto
mide el niño
su esfuerzo:
estira los dedos
de la mano
sobre el lomo
de los libros.
La geografía
ya tiene su sitio
en el desván
del cielo de sus ojos.
Al álgebra
como a un dragón
le blande su lanza
e intenta romper
su hechizo.
Vive inmerso
en la zozobra
de las palabras
de un pupitre
endemoniado:
"La vida es un viaje
hacia la muerte,
una larga enfermedad.
Piensa, piensa en ello"
Garabatea en su cuaderno.
Dibuja pensamientos.
Traza negras curvas
que se vengarán
de su tortuoso camino.
Al llamarle
para la cena,
de pronto, piensa
que su voz
será mañana
la que oye de su padre,
que, en este pequeño
cuarto, otro niño,
escuchará su voz
tras la pared.
Ensimismado,
una ráfaga de luz,
desdobla, traspasa
mágicamente
su reflejo
en el cristal
de la ventana.
-"¡Ya voy, ya voy!"
Sin oír sus pasos
al trasponer la puerta
del comedor
por primera vez
forzará la sonrisa.
Rubén Lapuente
LA BELLEZA

La belleza no tiene envés.
No guarda grados.
La paleta del tiempo
coloreó ese abanico
de plumas enamoradas.
Dibujó los ocelos
que ahuyentaron los acechos,
las traiciones,
la muerte,
y ahora son ardides
de una dulce cárcel
de miradas de deseo.
¿Cómo dudas de la belleza?
Si estuvo en ese duro perfil
tuyo sorprendido.
Si está en la gota de sudor
de levantar cada mañana
tanto cuerpo destrozado.
Si me la lanzaste,
sin querer,
radiante,
desde el profundo abismo
de tu boca besada
sin tiempo.
Rubén Lapuente
TRAVESÍA NOCTURNA

El coche en marcha
ilumina la entrada
en el pantano.
Me sumerjo, surjo,
me abismo, afloro:
en el vaivén de mis brazadas
avanzo cerrando
la cremallera sobre el agua.
Los dos faros me arrojan
desde la otra orilla,
ya conquistada,
mi estela
en sus lazos de luz tranquila.
Sereno,
suelto mi cuerpo inmerso,
aletean mis pies
hasta el légamo:
soy un huésped
en el cubil de la carpa
desde donde miro
la turbia noche de adentro:
se puede soñar bajo las aguas.
Afloro cansado, sin agallas.
Floto, tendido en cruz,
bajo la belleza baldía de arriba
sobre el mundo oscuro
de la otra vida de debajo,
en la travesía… hacia qué ribera?
El cambio de luces del coche
sorprende mis mejillas.
Y reanudo mis brazadas:
me sumerjo, surjo,
me hundo, nazco,
abriendo la cremallera
sobre la piel del agua.
Rubén Lapuente