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Se muestran los artículos pertenecientes al tema LO MÁS MÍO ( 23 ).

EL ÁNGEL DEL DOLOR

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Mi madre me subía el cuello del abrigo para que empezara a nevar (C.Vallejo)

 

Camino de la calle Santo Tomás

entre hermosos cipreses

Cómo no pararme a contemplar

la desolación de este ángel

si  la muerte siempre le va a doler

Me acercaría a pasarle la mano

sobre sus cabellos

sobre sus rizos de piedra

Pero  ¿Tú me entenderías

si me vieras hacerlo?

¿Mañana no sería yo en tu mirada

o en tus labios aire o murmullo

de poeta enajenado?

Camino de la calle Santo Tomás

siento  sus goterones

como los que yo me apartaba

con las palmas de las manos

cuando un silbido del vértigo

me despertó en el sueño

como un aterrorizado pez

 

Como este dolor infinito

de piedra alada

Sé que el mío tampoco se acabará

o es que el pavor del regazo

de unos huesos rotos

alguna vez dio lirios

 

Camino de la calle Santo Tomás

si te cuento esto

es para que no estalle en mi cabeza

Que aquí me siento

como ese ángel anclado a su dolor

al que quisiera pasarle la mano

sobre sus rizos de piedra

porque como a él

la muerte me va a doler a mí

siempre  siempre  siempre…

©Rubén Lapuente

Foto: cementerio municipal de Logroño

TERCIOPELO

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No se de que oculto rincón

mío sale el perfume

de esta vieja melodía

a la que ni los zarpazos del tiempo

le ha rayado la voz

Y cuando le viene bien

sin avisarme

toma dulcemente mi garganta

No sabes cuantos días

me viene el murmullo

de esa canción

bajando las escaleras

y más ahora

desde que se murió Joan

Siente, siente…

…Olvida el mundo conmigo…

o mirando a esas muchachas

bajo los soportales

cruzándose conmigo

temprano

camino del trabajo

me musita dentro

Fuego,  fuego

para perder estribos

y acurrucarse luego

o la tarareo alguna vez

a media mañana

en el lento sorbo de la tregua

que me da el café

Tuyo, tuyo

Y ciego entre tus dientes

por donde me destruyo

Y siempre la oigo tardío

como si no coincidiera

mi susurro con el de esa

eterna joven intrusa

que parece amarrada

al palo mayor de mis huesos      

Como un huésped la tengo

Y la verdad es que hermosea mi casa

A la noche me deja en paz

se me calla porque sabe que

quiero hallar bajo mi peso

terciopelo ardiente

Y es entonces  cuando

 se hace mía

©Rubén Lapuente

terciopelo

foto: Joan Bautista Humet

 

LA TERRAZA DEL IBIZA

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Al pasar por la terraza del bar Ibiza

bajo los soportales

aún extraño no oír mi nombre

invitándome a su velador

a este territorio que fue suyo

eterno portal de su solaz

Y avivo el paso

Nos pasa a los que nos exprime lo sensible

Y tarde aprendimos que el cariño

no venía ya en la corriente

de nuestra misma sangre

Mirando la ausencia de unas sillas

(él también era esas sillas)

una niebla afilada de tristeza 

me acompaña hasta cruzar

la linde de su zaguán

y sólo al sobrepasarla

ladeo un poco la cabeza

para que mi perfil roce el recuerdo

de quien fuera

novio de la muerte

del muchacho que escribía versos

("oh el verla sacarse el vestido

cruzando los brazos

de una sola vez

como si se desnudara la luz...")

del que vino a mi casa

torpe anciano niño

"¿Hay un sitio para mí?"

Desde el primer recuerdo

en el que mis ojos asomándose

por el cráter del volcán de arena de la calle

subían por el andamio  

al ballet de su paleta de albañil

a la terraza de este bar

en el que se sujetaba

el dolor último

con la palma de la mano

a la sirena de ambulancia

acercándose y alejándose

como las alas de un alarido

hasta la dureza

de verle morir tan lentamente…

Nos pasa a los que nos exprime lo sensible

y tarde aprendimos  que el cariño

no venía ya mezclado

en la corriente de nuestra misma sangre

Que arrastras siempre lo que no has sabido querer

¡Con lo poco que pesa una carreta de abrazos!

Por  eso avivo el paso

 Algún día me sentaré en esa terraza

territorio suyo

de vuelta de mí

a conversar primero con mis lágrimas

                 ©Rubén Lapuente

ALAS ARRIBA

20120115201434-ruta-logrono-aeroplano.jpg

 

Sobrevuelo mi ciudad

Alados brazos de avioneta visto

Sobrevuelo miles de historias parecidas

Sabía que navegando los cielos

mágicamente te vas vaciando de ti

Que la pesadumbre no escala nubes

y se queda ovillada en su nido

de bruma esperándote abajo

Sobrevuelo pedazos del puzzle de vida

que  de pronto  descorre los tejados

a la carrerilla de ir a abrazar y registrar

los bolsillos de padre

al bajar de las escaleras

tentando la baranda a trompicones  

hacia el dulce sol de la niñez

Mi piel mojada hombrea aún junto

a la plata del río corriente abajo

Me sube el perfume de los parques

de muchachas en flor

Sobrevuelo aquel corazón mío roto llagado

eterno menhir enquistado en la memoria

a mi madre asomada a la ventana

bajándose en silencio su crepúsculo

los días de otra vida de ahora

con el silbido de hoz de un intruso

barriéndome el estómago

desde la miranda del aire

como si yo fuera otro

como si la carne mía pulpa de luz

 

El piloto vira el aeroplano

y el horizonte se desequilibra se curva:

asoma el perfil del trompo de tierra en el vértigo

de su viaje oscuro que revuelve belleza

con la nausea del por qué hay algo y no nada

Regreso como antes de encaramarme

Recojo el morral del pesar

Un viento rezagado intenta levantarme los brazos…

Zigzagueando voy buscando unas alas…

                                      ©Rubén Lapuente

Foto de José I.Toyas

Real Aeroclub de Logroño y Rioja

MIRADAS

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¿No sabía mirar

o no me habían mirado?

 

Me cuesta demorar una mirada

como si me fueran a decir

que ese lugar es sagrado.

 

Llévalo  todo a la cimera de los ojos

Al umbral de los párpados

como escotillas de luz

 

A la alcoba luminosa

de los solitarios faros

Llévalo todo.

 

Que no se quede nada

bajo  los ademes del cuerpo:

El  deseo, el paladar,

el perfume, la voz…

Y  todo

a la distancia de la belleza.

Para tu solaz y el mío.

 

Que la caligrafía de tu mirada

no sea un jeroglífico.

Que señale el rictus de tu corazón.

El fracaso que te achica.

 

Que oigas el silbo

desde la azotea

cuando te pese el secreto

que encaramas.

 

¡A l pajar de la luz!

¡A la borda del cielo!

 

Aprehende la esencia

de esos ojos ofrecidos.

Que después

la sonrisa se alarga

como una cinta.

 

Que retorne la boca niña

que nunca recela

Y amanse la monotonía

de tantos silencios ciegos

 

A habitar en tus ojos.

 

¿Nos miramos?

                                                  ©Rubén Lapuente

LA HABITACIÓN DEL HIJO

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Son miradas

que nos hacen callar

Que lo dicen todo

Un día tenía que ser:

Las alas del hijo

Su vuelo alto y lejano

 

Por la puerta entreabierta

de su habitación

qué zarpazo

del silencio profundo

Cómo rasguña por dentro

esa franja de luz

Cuánta vida parada

en esa vislumbre fugaz

 

Se nos olvidaba

que ese trozo tuyo y mío

era nuestro dulce huésped:

vagabundo de su porvenir

 

Y ahora

nos acostumbraremos

a no oler su perfume 

de muchacho bueno

A no oír su voz templada

nunca por encima de un grito

¿Echaremos de menos

la sabiduría de su sencillez?

¿Y mis torpes manos

se apañaran sin las suyas?

 

He llenado dos copas

de ese dulce vino de orgullo

que achica además

la ausencia

Y contigo mujer

que te veo ahora

ordenando 

en su armario

la ropa que no se ha llevado

brindamos con miradas

que nos hacen

callar

                           ©Rubén Lapuente

 a mi hijo Rubén

MIS HUESOS

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Son mis huesos

los que suenan

No sé si su voz traspasa mi cuerpo

si se oye fuera

Me han dejado

sin silencio:

¿Rumorean  o claman?

Será la humedad

o la pálida lenta herida

de los años

 

Por dentro de los dedos

de mis manos

siento como  

si un intruso

me los fuera

lentamente astillando:

será el continuo

y alado

tamborileo

sobre el ciego alfabeto

de las teclas

 

Ahora

cuando de madrugada

cruje la madera

del armario

rumia

la melliza mía

como si se consolaran

mutuamente

 

Y sueño

que me levanto de la cama

sólo con mi pulpa

y le veo a él

tumbado

sin ternura

como una barroca

imaginería

de tabas

como una coraza en mi vida

como un tamiz en mi muerte

 

Son mis huesos

los que suenan

Me han dejado

sin silencio

con un otro más

dentro

recordándome

que estoy vivo

                 ©Rubén Lapuente

A LA LUZ DEL MEDIODÍA

20100116231958-sollozos.jpg

¿Te sientes como

un océano varado

en un estanque?

 ¿No has volcado aún

esa nube cautiva de sollozos?

¿No clarea rebelde

por ese raído abrigo

toda la debilidad

que ocultas?

¿Oyes dentro de ti 

el motín de un suspiro?

 

Compañero

dolor

tráeme otra vez

lo irremediable:

A mi madre

la que se quemaba

ella misma

para que yo no sintiera frío

Ponme a la altura de un palmo

de puntillas

asustado de que la vida

no se moviera

en aquel moisés

navío de bandera rosa

y negra

Tráeme respirando la herida

la que se quedó adentro

de la entraña

la que se hizo carne en el tiempo

pero de otro cuerpo

y tullida

Búscame el rellano de un hombro

que no me pregunte:

¿Por quién lloras?

¿Por quién mueres?

Déjame rezagado

Dame tu memoria de dolor

en cada ola de mi océano de sollozos:

débil barca sola soy

pero ahora

a la luz

del

mediodía

                    ©Rubén Lapuente

LA SILLA

20091006072919-el-alabeado-de-la-silla.jpg

Hay cosas que crecen

todos los días

que se hacen

de la medida de un gigante

que se apropiaron de alguien

que tomaron su forma

y que al quedar

huérfanas de su hueco

aciagas

se  desfiguran

como esta silla

sostén de cansancios

de vida anclada

en torno a un velador

Le veo ahora

ese alabeado

en la celosía de tallos

del asiento

que le da zozobra

y me rasguña el estómago

me desasosiega

La cambié de sitio

a una habitación vacía

pero su oscuro fardel

de inquieta ausencia

lo llenaba todo

 

Una noche en secreto

la bajé a la calle

la abandoné cubierta

junto al contenedor

de la basura

Creía irme ya libre

cuando tras mi espalda

un silencio a desamparo

clamando

me atravesó

                    ©Rubén Lapuente

EL TIEMPO AMARILLO

20090706065930-el-tiempo-amarillo.jpg

algún día se pondrá el tiempo amarillo

sobre mi fotografía (M. Hernández)

 

Cuando se que nadie

va a llamar a mi puerta.

Cuando cada recodo de la casa

me ofrece su intimidad.

Cuando se que ella lejana

se empapa de su niñez

en el cálido vientre  

de la misma eterna dehesa.

Cuando puedo ya abandonarme…

Giro la llave

del cajón de mi armario

y entro a vaciarme

en el tiempo amarillo.

Ahí tengo

momentos que al mirarlos

regresan a su origen

y retoman su andadura

hasta que se vuelven a quedar

en la estampa quietos.

Ahí tengo

la medalla que ella besaba tanto,

sus últimas palabras escritas

sobre la hoja rasgada de un periódico,

la alianza segada por un legado

y los poemas que le escribí

cuando me lo pidió el corazón

y que me atrevo a leer ahora

entornando antes el ventanal

por si me derrumbo

y llego tarde al fondo de la almohada.

Luego lo guardo todo,

cierro la gaveta, escondo la llave,

y llamo con la presteza

de un niño perdido:

-¿Cómo está mi princesa?

-Mejor que tú, no creo,

ahí sólo, sin que nadie te moleste.

-(El silencio necesita bullicio

para saborearlo luego;

sin ti la soledad es un desorden,

se ajetrea y se me cobija en lo débil)

-¿Eh…? ¿Te callas?

-No, sabes que te echo mucho de menos.

-¿Quieres que regrese antes?

-No. Disfruta.

Sáciate de todo…

(Es su tiempo amarillo)

 

©Rubén Lapuente

LATIDOS

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 En el sobresalto

 mi manecita

 sobre mi pecho de papel

 reconocía cada latido

 del corazón:

 si encaraba el peligro

 tañía sus sones de héroe

 si arredraba el miedo

 repicaba con la aldaba

 de mi puerta

 si era yo quien le perseguía

 me redoblaba su enojo

 

 una tarde

 me tiró de la manga          

 para que me diera tiempo

 a prender

 el cabo del amor

 y me lamía el curare

 emponzoñado

 de cada venablo

 que me atravesaba

 

 luego

 en la trinchera de la vida

 le sugirieron

 que no sonara nada

 tan apasionado...

 

 cansado hoy

 al dejar la fila de la calle

 camino de casa

 comencé a oír otra vez

 su pálpito

 creía que me invitaba

 a avivar el paso

 a seguir

 marcial

 calle arriba

 como antaño

 

 con mi mano en el pecho

 sujetando sus golpes

 me tuve

 que parar

                          ©Rubén Lapuente

                                                      El corazón no es del todo mío

 

LA MANÍA DE CONTAR

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Esa manía de contar…

los ojillos de alba de la persiana

que no llegara mi madre antes;

la de sus primeras canas

con aquel presumido

revuelo de su melena

que me hacía comenzar de nuevo;

los pétalos de las margaritas

y que me fueran todos impares

me iba en ello su cariño.

¡Y quería que me contara

el equilibrio de un cayado

subido al índice de mi dedo!

 

¿Y esa manía de contar estrellas

en las noches de verano,

de agotarme en los números

creyendo haber llegado al infinito?

 

¿Y mis zancadas,

medida de aquel puente

que escalonaban mi altura

de muchacho?

¿Y las horas que faltaban

para irme a desaparecer

en el agua del río?

 

¿Y la angustia de fijar el año

en el que me vería con el mismo

perfil de mi padre derrotado?

 

Hace ya mucho tiempo

que perdí la manía de contar.

Sólo alguna noche, en la cama

y piel adentro,

me vuelve:  aquel trasluz,

la hebra de nieve,

los “me quiere” en el viento,

su fatiga en mi alarde,

mi mirada de estelas,

el soldadito en el puente,

el recodo del agua,

la cabeza contra la pared de mi padre.

 

Y piel adentro,

quieto todo, lo sobrevuelo …

una, dos, tres,…

hasta que me quedo dormido.

 

                                            ©Rubén Lapuente

EL MALEFICIO DE LA RAMA

20090412221312-sierra-cebollera-la-rioja.jpg

La medida del río era la de mi cintura.

Aunque me veía en el agua reflejado,

sólo miraba su fondo, su vida:

La pandilla de renacuajos,

el cangrejo de curva de guijarro,

el pez bajo la arcada de mis piernas.

Ni oía mi corazón,

ni el rumor del agua.

Lanzaba las ramas,

contracorriente,

esperándolas.

Y que no se me escapara ninguna.

Me iba en ello, el azar, el futuro,

el maleficio.

 

La medida del río es la de mis rodillas.

Y ahora, sí, me veo en el agua reflejado:

La fauna de mi vida en el légamo,

el corazón al ritmo

de aquel mismo rumor mudo.

 

El niño que llevo dentro,

con la cara aplastada

al cristal de mi cuerpo,

me señala una rama,

y la lanzo río arriba,

esperándola.

Pero al moverme,

al hacer un ademán para cogerla,

me resbalo,

y se pierde, rauda, corriente abajo.

 

“Que no se me escapara ninguna”

Dentro de mí, todavía hoy,

se revuelve aquel niño.

 

                        ©Rubén Lapuente

                      Sierra Cebollera. Río Iregua.La Rioja

LA VIDA ES VER VOLVER

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                                   la vida es ver volver(Azorín)

Me quedé parado frente a la puerta

con la mano en el aire sobre la manilla.

Pensaba que los sollozos

los escribían ya sobre un papel,

tan reales y habituales en la mentira

que hasta los míos

si los rescatara del recuerdo,

parecerían ante ellos

encogidos.

 

Volví sobre mis pasos

hasta la dueña de los secretos.

-¿Qué le pasa?

El corazón.

-¿El corazón?...

 

(El perfume adolescente

que dábamos

sobre los bancos de madera.

La primera mirada

despeñándoseme dentro.

El esfuerzo necio por parecer cultos

cuando sólo soñábamos con  la piel.

El temblor naciéndome  

de otro temblor.

La brasa de aquel incendio

que huyó de la memoria,

hoy tatuada,  

y que sólo borrará la muerte.

Y en un adiós, te arrancan de cuajo…)

 

…El corazón.

¡Vete! ¡Vete!

 

Y antes de girar la manilla,

se me vuelve

y me sonríe con los ojos.

 

¡Qué estrella tiene!

El mejor trozo de nuestra vida, le toca.

Todos los sollozos,

todo el candor, sobre ella.

 

La vida es ver volver.

La vida es ahora.

 

                              ©Rubén Lapuente

 

BAJO EL INFLUJO DEL LAGO

20090327231607-el-rasillo-mirandose-en-el-lago.jpg

                     el rasillo mirándose en el agua

Sólo soy una mirada en el tiempo

sobre este río que pronto anega el valle

donde todas las ventanas giran alrededor

de un redil de agua muda.

La hélice de luz del lago, su fulgor,

conquista cada refugio de intimidad:

Es como el retrato que miras cada mañana

en tu mesilla.

Su influjo,

si hundes los ojos en sus aguas,

recorta las uñas a tu alimaña,

te lleva dulcemente maniatado a la nada.

 

Un paseante se detiene en mi verja:

“Es una glicinia, su trabazón

revienta en mayo de belleza.

El olor de los racimos de sus flores

te acosa, vuelva si quiere”, le digo.

Mi vecina pasa y me regala

semillas de aliso, de petunias,

raíces de violetas silvestres.

Otro me enseña sus ramas de árbol

naciendo del suelo del baño,

traspasando el falso techo de yeso.

“Lluvia a la orilla de un hayedo”, le digo.

Otro me pide lanilla de acero

para que vuelva a respirar

la ahogada  madera de su puerta.

El espejo del lago nos tiende su hechizo.

El tiempo calza aquí zapatillas de paño.

       

Sólo soy una mirada en el tiempo

sobre esta agua

que viaja conmigo a la ciudad

que se abre paso bajo los puentes

como una joven espalda luminosa.

 

A la terraza de un café llego

en el ocaso de la tarde.

Una mujer,

con esa breve belleza oscura

que como le sale de un recodo,

le vuelve a aparecer en otro,

me atrapa,

me ancla la mirada sobre ella.

-¡Qué mira!

-Perdón.

La he confundido con alguien.

Tenía mis dudas. Perdón.

 

Sólo soy una mirada en el tiempo

sobre el agua, sobre la belleza dormida

que rastreo dentro de otra carne.

 

Al irme, debo de tener el halo del lago rondándome:

La mujer me regala una sonrisa distinta,

aún no tardía…

                                ©Rubén Lapuente

                                 (El Rasillo de Cameros)

 

HISTORIAS DE MI TEJADO

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                       por ahí ando lavándole la cara a mi tejado

Cómo voy a talar esos pinos,

mis  fieles soldados de madera.

¿Por esa lluvia de gotas de agujas?

¿Por el sobresalto de alguna piña

que abrazados nos despierta?

Antes de que se desborde la canal

me colaré por la lucera

como lo hacía de niño

por la gatera de mi puerta.

Ella no me puede ver.

Camino de espaldas, a gatas,

por un talud de un mar de olas

de barro quietas.

Soy el barrendero de mi tejado,

el que lo limpia y acicala

por si alguien se asoma un día  

por el mirador de las estrellas.

Hago vadear la escobilla

por los cien canales

de graneros de verdes agujas,

de arsenales de granadas de salva.

Y lo llevo todo hacia una gárgola

que achico con una larga cuchara

de madera.

Luego me tiendo un rato sobre las tejas

escudriñando el interior de las copas.

Mientras mordisqueo  una hebra suya,

pienso que podría haber sido un venado

y ramonear erguido cada brote

de esas ramas.

 

Como tardo, me llama desde abajo:

¿Pero vas a bajar?

Ya acabo, le digo.

Luego me habla,

de que no quiere que me suba,

del peligro de caerme,

del fuego del verano que no mira,

del hogar en el viento de las cenizas.

Me pondré unos arneses, le digo .

Unas botas con suela de garras de águila,

unas alas que den tiempo a mis pies

a posarse en la yerba.

Todo menos talar esos pinos,

mis fieles soldados de madera.

Guardianes de mi tranquilidad.

El paisaje en la niñez de mi alma.

Contigo no se puede hablar en serio,

me dice, dándose la vuelta.

Volverá a la carga.

 

Si supiera que hoy

que ha empezado la primavera,

he dado unos pasos de baile…

(que he hecho de volatinero por la cumbrera)

 

                       ©Rubén Lapuente

                      (El Rasillo de Cameros)

 

MORTAL Y JOVEN

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Sólo fue un momento.

En un escorzo casual mío.

En uno de los dos espejos

que forman ángulo en el baño.

Y de mi lado izquierdo.

Sobre alguna cómoda

sé que habrá algún instante de ella.

El tiempo va poniendo retratos

delante y delante…

En el fondo de un cajón

seguro que duermen sus cosas

a la luz de una rendija olvidada.

Cómo se parece a ti, oía desde niño.

Yo siempre creía

que me parecía más a mi padre.

Menos esta mañana.

Y de mi lado izquierdo.

Ahí estaba.

Casi miro el espejo con recelo.

Su rostro sobre el mío.

El mío sobre ella.

Su cara con la misma edad

que la que tengo yo ahora.

Paralizado me miraba en el espejo:

sus ojos, sus pómulos,

sus labios, su mentón…

Moví un poco la cabeza

para desorientarla,

para desenmascararla.

Me seguía.

Era la misma.

 

Abrí la sonrisa al mismo tiempo que ella…

 

Y desaparecimos.

 

               ©Rubén Lapuente

VEGETARIANO

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                          Mercado de San Blas de Logroño

 

Voy al rumor fresco del mercado.

A este templo de vergel en los altares.

Vitral de frutas y hortalizas.

¡Cómo huele aquí a incienso

de huerta, a parto de tierra!  

Me rodea la acuarela

del fondo del mundo.

El taller de lo adrede.

La hechura mágica

que será naufragio dentro de uno.

¡Qué belleza de colores

de esta vega talada!

¡Cómo remueve la pureza

de un nuevo deseo!:

La cintura de mujer en la fruta.

Émbolos de asombro en el racimo de plátanos.

Los senos tempranos en las cerezas.

El bróculi como bosque

visto a ojos de pájaro.

Las rosas verdes de las alcachofas.

Los pétalos de endivias como góndolas varadas.

Las vainas preñadas de perlas en sus gibas.

Minuciosas nalgas de carne de pulpa

de melocotón de terciopelo.

 

Y yo voy hoy y lleno mi capazo:

Kiwi para el valle verde de mis pulmones.

Fresones para la doble mejilla de mi corazón.

Guisantes para mi iris apagado.

Témpanos de sandía a la deriva

para el talud de mi garganta.

Dulces manzanas para el perfume

de mis calles.

Naranjas para el atardecer último de mis venas.

      

Necesitan de mí para continuarse,

de mi papel secante de cosechas.

Y aprendo más de esta bodega de jugos,

de siglos de estío, de olores, de pulpa de milagro,

que se amalgama conmigo

que de esa hilera de párvulos colgados de garfios

que me recuerdan la historia que tenemos.

 

Y salgo dándome un tirón en el renuevo

de mi capazo.

                                    ©Rubén Lapuente

ENFERMA MONOTONÍA

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la monotonía tiene una fiera 

dormida en mis piernas

y tan sólo por esos quince minutos de ida al trabajo

por ese mismo escenario en cada calle de mi trecho

por el horizonte que despunta a ras de suelo

por el atajo

camino

a un sudor seco que me anula

 

un día

mi paso olvidado

dio un giro brusco

y probó por otra calle mi encuentro

 

lo igual asomaba distinto

un detalle

el perfume de alguien al cruzarse

un rostro dulce en la penumbra

 

la monotonía tiene una fiera

dormida en mis piernas

y otra mañana

hastiado del mismo recorrido

media vuelta

y cambié el rumbo

 

y ya estaba en otra avenida

cada vez me alejaba más de mi lugar de brega

mi ritmo era más vivo

más frecuente el viraje

 

y madrugaba inquieto en la maleza de otra calle

los rodeos me dejaban en la silla rendido

y empecé a llegar cada vez con más demora

 

mis evasivas

como mi rostro

eran ya toda una condena

 

pero había más pasajes

más esquinas sin doblar

más aire y vida sin abrir

que llevarme

más

 

y puede que entre medio alguna vez

me ocurra algo

distinto

                                    ©Rubén Lapuente

LA OTRA

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Uno no sabe bien porqué se enamora.

La piel es joven.

La mirada rebosa de luz.

Andan por ahí los hados…

Y el cuerpo

enseña su pureza:

se estremece.

 

Le basta un resplandor.

Un chispazo y  prende

nuestro cuarto oscuro.

 

Así  fue.

Pero en aquel  rostro enamorado

surgía  por momentos

otra cara

que se borraba

que reaparecía en un gesto:

 

En aquella sonrisa era otra.

En ese arrebato era ella.

En la tristeza eran las dos

en una  misma cualquiera.

 

Cada vez  me perturbaba más.

 

Uno no sabe bien de qué se enamora.

Pero aquel  rostro

en tantos instantes revelado

¡cómo me fascinaba!

 

Fue en el fondo de una caja,

reparto de vivencias

que acostumbra la muerte

donde encontré la revelación.

 

Ahora las distingo más claramente.

 

¡Me he aprendido tan bien

los rasgos de ese velado rostro!

 

Sé por la dulzura cual me besa.

Por el deseo

cual turba mi piel bajo la ropa.

Por el amor

cual me llamará antes

al verme hundido.

 

No se lo diré nunca.

 

La que me muestra,

la otra.

La que yo vislumbro.

La que me hechiza.

Es la de la imagen hallada

y  que oculto.

 

La niña que no se ha ido.

 

Que aún vive en ella.

                              Rubén Lapuente

20/08/2008 21:07 rubenlapuente #. LO MÁS MÍO ( 23 ) No hay comentarios. Comentar.

AQUEL CUERPO MÍO

20080810230324-ruben-en-jerez-3.jpg

 

Voy a recobrar aquel cuerpo.

Y ahí me voy a quedar.

 

Se movía como cuando

dejan de mirar el tuyo:

Sereno, sin sentirlo.

 

No envidiaba al viento.

No se envenenaba de azar.

 

Se ponía de pie

de una sola pirueta

desde lo más alto

de la litera del sueño.

 

No tenía rumor.

Desnudo,

bajo su diario diluvio,

salía puro,

igual que como empezó

a la luz del mundo.

 

Voy a recobrar aquel cuerpo.

 

Y por detrás de esa mirada

de flecha herida de luz verde

que azora y arrebata,

ya he dejado tendidos mis ojos.

 

Y bajo ese cielo de la boca,

la mía aguarda

por el señuelo de sus labios,

el sabor eterno de aquellos besos.

 

No voy a hacer caso del espejo.

Ese cuerpo lo he recobrado

porque lo he vivido.

Lo siento mío.

 

¿Qué más da que pueda ser

sólo un ensueño,

si tú, amor, y yo nos lo creemos?

 

                                  Rubén Lapuente

NIÑO EN SU CUARTO

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                       Te duermes niño.

                       Te despiertas adolescente.

 

     En su pequeño cuarto

     mide el niño

     su esfuerzo:

     estira los dedos

     de la mano

     sobre el lomo

     de los libros.

     La geografía

     ya tiene su sitio

     en el desván

     del cielo de sus ojos.

     Al álgebra

     como a un dragón

     le blande su lanza

                        e intenta romper

                        su hechizo.

 

                        Vive inmerso

                        en la zozobra

                        de las palabras

                        de un pupitre

                        endemoniado:

 

                       "La vida es un viaje

                        hacia la muerte,

                        una larga enfermedad.

                        Piensa, piensa en ello"

 

                        Garabatea en su cuaderno.

                        Dibuja pensamientos.

                        Traza negras curvas

                        que se vengarán

                        de su tortuoso camino.

 

                        Al llamarle

                        para la cena,

                        de pronto, piensa

                        que su voz

                        será mañana

                        la que oye de su padre,

                        que, en este pequeño

                        cuarto, otro niño,

                        escuchará su voz

                        tras la pared.

                       

                        Ensimismado,

                        una ráfaga de luz,

                        desdobla, traspasa

                        mágicamente

                        su reflejo

                        en el cristal

                        de la ventana.   

                                          

                        -"¡Ya voy, ya voy!"

 

                        Sin oír sus pasos

                        al trasponer la puerta

                        del comedor

                        por primera vez

                        forzará la sonrisa.

                          

                              Rubén Lapuente

LA BELLEZA

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La belleza no tiene envés.

No guarda grados.

La paleta del tiempo

coloreó ese abanico

de plumas enamoradas.

Dibujó los ocelos

que ahuyentaron los acechos,

las traiciones,

la muerte,

y ahora son ardides

de una dulce cárcel

de miradas de deseo.

 

¿Cómo dudas de la belleza?

 

Si estuvo en ese duro perfil

tuyo sorprendido.

 

Si está en la gota de sudor

de levantar cada mañana

tanto cuerpo destrozado.

 

Si me la lanzaste,

sin querer,

radiante,

desde el profundo abismo

de tu boca besada

sin tiempo.

 

Rubén Lapuente

 

 

27/06/2008 18:07 rubenlapuente #. LO MÁS MÍO ( 23 ) No hay comentarios. Comentar.

TRAVESÍA NOCTURNA

20080612205239-embalse-el-rasillo.jpg

El coche en marcha

ilumina la entrada

en el pantano.

Me sumerjo, surjo,

me abismo, afloro:

en el vaivén de mis brazadas

avanzo cerrando

la cremallera sobre el agua.

 

Los dos faros me arrojan

desde la otra orilla,

ya conquistada,

mi estela

en sus lazos de luz tranquila.

Sereno,

suelto mi cuerpo inmerso,

aletean mis pies

hasta el légamo:

soy un huésped

en el cubil de la carpa

desde donde miro

la turbia noche de adentro:

se puede soñar bajo las aguas.

 

Afloro cansado, sin agallas.

Floto, tendido en cruz,

bajo la belleza baldía de arriba

sobre el mundo oscuro

de la otra vida de debajo,

en la travesía… hacia qué ribera?

 

El cambio de luces del coche

sorprende mis  mejillas.

Y reanudo mis brazadas:

me sumerjo, surjo,

me hundo, nazco,

abriendo la cremallera

sobre la piel del agua.

      

            Rubén Lapuente

          

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