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MIS HUESOS

Son mis huesos
los que suenan
No sé si su voz traspasa mi cuerpo
si se oye fuera
Me han dejado
sin silencio:
¿Rumorean o claman?
Será la humedad
o la pálida lenta herida
de los años
Por dentro de los dedos
de mis manos
siento como
si un intruso
me los fuera
lentamente astillando:
será el continuo
y alado
tamborileo
sobre el ciego alfabeto
de las teclas
Ahora
cuando de madrugada
cruje la madera
del armario
rumia
la melliza mía
como si se consolaran
mutuamente
Y sueño
que me levanto de la cama
sólo con mi pulpa
y le veo a él
tumbado
sin ternura
como una barroca
imaginería
de tabas
como una coraza en mi vida
como un tamiz en mi muerte
Son mis huesos
los que suenan
Me han dejado
sin silencio
con un otro más
dentro
recordándome
que estoy vivo
©Rubén Lapuente
A LA LUZ DEL MEDIODÍA

¿Te sientes como
un océano varado
en un estanque?
¿No has volcado aún
esa nube cautiva de sollozos?
¿No clarea rebelde
por ese raído abrigo
toda la debilidad
que ocultas?
¿Oyes dentro de ti
el motín de un suspiro?
Compañero
dolor
tráeme otra vez
lo irremediable:
A mi madre
la que se quemaba
ella misma
para que yo no sintiera frío
Ponme a la altura de un palmo
de puntillas
asustado de que la vida
no se moviera
en aquel moisés
navío de bandera rosa
y negra
Tráeme respirando la herida
la que se quedó adentro
de la entraña
la que se hizo carne en el tiempo
pero de otro cuerpo
y tullida
Búscame el rellano de un hombro
que no me pregunte:
¿Por quién lloras?
¿Por quién mueres?
Déjame rezagado
Dame tu memoria de dolor
en cada ola de mi océano de sollozos:
débil barca sola soy
pero ahora
a la luz
del
mediodía
©Rubén Lapuente
LA SILLA

Hay cosas que crecen
todos los días
que se hacen
de la medida de un gigante
que se apropiaron de alguien
que tomaron su forma
y que al quedar
huérfanas de su hueco
aciagas
se desfiguran
como esta silla
sostén de cansancios
de vida anclada
en torno a un velador
Le veo ahora
ese alabeado
en la celosía de tallos
del asiento
que le da zozobra
y me rasguña el estómago
me desasosiega
La cambié de sitio
a una habitación vacía
pero su oscuro fardel
de inquieta ausencia
lo llenaba todo
Una noche en secreto
la bajé a la calle
la abandoné cubierta
junto al contenedor
de la basura
Creía irme ya libre
cuando tras mi espalda
un silencio a desamparo
clamando
me atravesó
©Rubén Lapuente
EL TIEMPO AMARILLO

algún día se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía (M. Hernández)
Cuando se que nadie
va a llamar a mi puerta.
Cuando cada recodo de la casa
me ofrece su intimidad.
Cuando se que ella lejana
se empapa de su niñez
en el cálido vientre
de la misma eterna dehesa.
Cuando puedo ya abandonarme…
Giro la llave
del cajón de mi armario
y entro a vaciarme
en el tiempo amarillo.
Ahí tengo
momentos que al mirarlos
regresan a su origen
y retoman su andadura
hasta que se vuelven a quedar
en la estampa quietos.
Ahí tengo
la medalla que ella besaba tanto,
sus últimas palabras escritas
sobre la hoja rasgada de un periódico,
la alianza segada por un legado
y los poemas que le escribí
cuando me lo pidió el corazón
y que me atrevo a leer ahora
entornando antes el ventanal
por si me derrumbo
y llego tarde al fondo de la almohada.
Luego lo guardo todo,
cierro la gaveta, escondo la llave,
y llamo con la presteza
de un niño perdido:
-¿Cómo está mi princesa?
-Mejor que tú, no creo,
ahí sólo, sin que nadie te moleste.
-(El silencio necesita bullicio
para saborearlo luego;
sin ti la soledad es un desorden,
se ajetrea y se me cobija en lo débil)
-¿Eh…? ¿Te callas?
-No, sabes que te echo mucho de menos.
-¿Quieres que regrese antes?
-No. Disfruta.
Sáciate de todo…
(Es su tiempo amarillo)
©Rubén Lapuente
LATIDOS

En el sobresalto
mi manecita
sobre mi pecho de papel
reconocía cada latido
del corazón:
si encaraba el peligro
tañía sus sones de héroe
si arredraba el miedo
repicaba con la aldaba
de mi puerta
si era yo quien le perseguía
me redoblaba su enojo
una tarde
me tiró de la manga
para que me diera tiempo
a prender
el cabo del amor
y me lamía el curare
emponzoñado
de cada venablo
que me atravesaba
luego
en la trinchera de la vida
le sugirieron
que no sonara nada
tan apasionado...
cansado hoy
al dejar la fila de la calle
camino de casa
comencé a oír otra vez
su pálpito
creía que me invitaba
a avivar el paso
a seguir
marcial
calle arriba
como antaño
con mi mano en el pecho
sujetando sus golpes
me tuve
que parar
©Rubén Lapuente
El corazón no es del todo mío
LA MANÍA DE CONTAR

Esa manía de contar…
los ojillos de alba de la persiana
que no llegara mi madre antes;
la de sus primeras canas
con aquel presumido
revuelo de su melena
que me hacía comenzar de nuevo;
los pétalos de las margaritas
y que me fueran todos impares
me iba en ello su cariño.
¡Y quería que me contara
el equilibrio de un cayado
subido al índice de mi dedo!
¿Y esa manía de contar estrellas
en las noches de verano,
de agotarme en los números
creyendo haber llegado al infinito?
¿Y mis zancadas,
medida de aquel puente
que escalonaban mi altura
de muchacho?
¿Y las horas que faltaban
para irme a desaparecer
en el agua del río?
¿Y la angustia de fijar el año
en el que me vería con el mismo
perfil de mi padre derrotado?
Hace ya mucho tiempo
que perdí la manía de contar.
Sólo alguna noche, en la cama
y piel adentro,
me vuelve: aquel trasluz,
la hebra de nieve,
los “me quiere” en el viento,
su fatiga en mi alarde,
mi mirada de estelas,
el soldadito en el puente,
el recodo del agua,
la cabeza contra la pared de mi padre.
Y piel adentro,
quieto todo, lo sobrevuelo …
una, dos, tres,…
hasta que me quedo dormido.
©Rubén Lapuente
EL MALEFICIO DE LA RAMA

La medida del río era la de mi cintura.
Aunque me veía en el agua reflejado,
sólo miraba su fondo, su vida:
La pandilla de renacuajos,
el cangrejo de curva de guijarro,
el pez bajo la arcada de mis piernas.
Ni oía mi corazón,
ni el rumor del agua.
Lanzaba las ramas,
contracorriente,
esperándolas.
Y que no se me escapara ninguna.
Me iba en ello, el azar, el futuro,
el maleficio.
La medida del río es la de mis rodillas.
Y ahora, sí, me veo en el agua reflejado:
La fauna de mi vida en el légamo,
el corazón al ritmo
de aquel mismo rumor mudo.
El niño que llevo dentro,
con la cara aplastada
al cristal de mi cuerpo,
me señala una rama,
y la lanzo río arriba,
esperándola.
Pero al moverme,
al hacer un ademán para cogerla,
me resbalo,
y se pierde, rauda, corriente abajo.
“Que no se me escapara ninguna”
Dentro de mí, todavía hoy,
se revuelve aquel niño.
©Rubén Lapuente
Sierra Cebollera. Río Iregua.La Rioja
LA VIDA ES VER VOLVER

la vida es ver volver(Azorín)
Me quedé parado frente a la puerta
con la mano en el aire sobre la manilla.
Pensaba que los sollozos
los escribían ya sobre un papel,
tan reales y habituales en la mentira
que hasta los míos
si los rescatara del recuerdo,
parecerían ante ellos
encogidos.
Volví sobre mis pasos
hasta la dueña de los secretos.
-¿Qué le pasa?
El corazón.
-¿El corazón?...
(El perfume adolescente
que dábamos
sobre los bancos de madera.
La primera mirada
despeñándoseme dentro.
El esfuerzo necio por parecer cultos
cuando sólo soñábamos con la piel.
El temblor naciéndome
de otro temblor.
La brasa de aquel incendio
que huyó de la memoria,
hoy tatuada,
y que sólo borrará la muerte.
Y en un adiós, te arrancan de cuajo…)
…El corazón.
¡Vete! ¡Vete!
Y antes de girar la manilla,
se me vuelve
y me sonríe con los ojos.
¡Qué estrella tiene!
El mejor trozo de nuestra vida, le toca.
Todos los sollozos,
todo el candor, sobre ella.
La vida es ver volver.
La vida es ahora.
©Rubén Lapuente
BAJO EL INFLUJO DEL LAGO

el rasillo mirándose en el agua
Sólo soy una mirada en el tiempo
sobre este río que pronto anega el valle
donde todas las ventanas giran alrededor
de un redil de agua muda.
La hélice de luz del lago, su fulgor,
conquista cada refugio de intimidad:
Es como el retrato que miras cada mañana
en tu mesilla.
Su influjo,
si hundes los ojos en sus aguas,
recorta las uñas a tu alimaña,
te lleva dulcemente maniatado a la nada.
Un paseante se detiene en mi verja:
“Es una glicinia, su trabazón
revienta en mayo de belleza.
El olor de los racimos de sus flores
te acosa, vuelva si quiere”, le digo.
Mi vecina pasa y me regala
semillas de aliso, de petunias,
raíces de violetas silvestres.
Otro me enseña sus ramas de árbol
naciendo del suelo del baño,
traspasando el falso techo de yeso.
“Lluvia a la orilla de un hayedo”, le digo.
Otro me pide lanilla de acero
para que vuelva a respirar
la ahogada madera de su puerta.
El espejo del lago nos tiende su hechizo.
El tiempo calza aquí zapatillas de paño.
Sólo soy una mirada en el tiempo
sobre esta agua
que viaja conmigo a la ciudad
que se abre paso bajo los puentes
como una joven espalda luminosa.
A la terraza de un café llego
en el ocaso de la tarde.
Una mujer,
con esa breve belleza oscura
que como le sale de un recodo,
le vuelve a aparecer en otro,
me atrapa,
me ancla la mirada sobre ella.
-¡Qué mira!
-Perdón.
La he confundido con alguien.
Tenía mis dudas. Perdón.
Sólo soy una mirada en el tiempo
sobre el agua, sobre la belleza dormida
que rastreo dentro de otra carne.
Al irme, debo de tener el halo del lago rondándome:
La mujer me regala una sonrisa distinta,
aún no tardía…
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
HISTORIAS DE MI TEJADO

por ahí ando lavándole la cara a mi tejado
Cómo voy a talar esos pinos,
mis fieles soldados de madera.
¿Por esa lluvia de gotas de agujas?
¿Por el sobresalto de alguna piña
que abrazados nos despierta?
Antes de que se desborde la canal
me colaré por la lucera
como lo hacía de niño
por la gatera de mi puerta.
Ella no me puede ver.
Camino de espaldas, a gatas,
por un talud de un mar de olas
de barro quietas.
Soy el barrendero de mi tejado,
el que lo limpia y acicala
por si alguien se asoma un día
por el mirador de las estrellas.
Hago vadear la escobilla
por los cien canales
de graneros de verdes agujas,
de arsenales de granadas de salva.
Y lo llevo todo hacia una gárgola
que achico con una larga cuchara
de madera.
Luego me tiendo un rato sobre las tejas
escudriñando el interior de las copas.
Mientras mordisqueo una hebra suya,
pienso que podría haber sido un venado
y ramonear erguido cada brote
de esas ramas.
Como tardo, me llama desde abajo:
¿Pero vas a bajar?
Ya acabo, le digo.
Luego me habla,
de que no quiere que me suba,
del peligro de caerme,
del fuego del verano que no mira,
del hogar en el viento de las cenizas.
Me pondré unos arneses, le digo .
Unas botas con suela de garras de águila,
unas alas que den tiempo a mis pies
a posarse en la yerba.
Todo menos talar esos pinos,
mis fieles soldados de madera.
Guardianes de mi tranquilidad.
El paisaje en la niñez de mi alma.
Contigo no se puede hablar en serio,
me dice, dándose la vuelta.
Volverá a la carga.
Si supiera que hoy
que ha empezado la primavera,
he dado unos pasos de baile…
(que he hecho de volatinero por la cumbrera)
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
MORTAL Y JOVEN

Sólo fue un momento.
En un escorzo casual mío.
En uno de los dos espejos
que forman ángulo en el baño.
Y de mi lado izquierdo.
Sobre alguna cómoda
sé que habrá algún instante de ella.
El tiempo va poniendo retratos
delante y delante…
En el fondo de un cajón
seguro que duermen sus cosas
a la luz de una rendija olvidada.
Cómo se parece a ti, oía desde niño.
Yo siempre creía
que me parecía más a mi padre.
Menos esta mañana.
Y de mi lado izquierdo.
Ahí estaba.
Casi miro el espejo con recelo.
Su rostro sobre el mío.
El mío sobre ella.
Su cara con la misma edad
que la que tengo yo ahora.
Paralizado me miraba en el espejo:
sus ojos, sus pómulos,
sus labios, su mentón…
Moví un poco la cabeza
para desorientarla,
para desenmascararla.
Me seguía.
Era la misma.
Abrí la sonrisa al mismo tiempo que ella…
Y desaparecimos.
©Rubén Lapuente
VEGETARIANO

Mercado de San Blas de Logroño
Voy al rumor fresco del mercado.
A este templo de vergel en los altares.
Vitral de frutas y hortalizas.
¡Cómo huele aquí a incienso
de huerta, a parto de tierra!
Me rodea la acuarela
del fondo del mundo.
El taller de lo adrede.
La hechura mágica
que será naufragio dentro de uno.
¡Qué belleza de colores
de esta vega talada!
¡Cómo remueve la pureza
de un nuevo deseo!:
La cintura de mujer en la fruta.
Émbolos de asombro en el racimo de plátanos.
Los senos tempranos en las cerezas.
El bróculi como bosque
visto a ojos de pájaro.
Las rosas verdes de las alcachofas.
Los pétalos de endivias como góndolas varadas.
Las vainas preñadas de perlas en sus gibas.
Minuciosas nalgas de carne de pulpa
de melocotón de terciopelo.
Y yo voy hoy y lleno mi capazo:
Kiwi para el valle verde de mis pulmones.
Fresones para la doble mejilla de mi corazón.
Guisantes para mi iris apagado.
Témpanos de sandía a la deriva
para el talud de mi garganta.
Dulces manzanas para el perfume
de mis calles.
Naranjas para el atardecer último de mis venas.
Necesitan de mí para continuarse,
de mi papel secante de cosechas.
Y aprendo más de esta bodega de jugos,
de siglos de estío, de olores, de pulpa de milagro,
que se amalgama conmigo
que de esa hilera de párvulos colgados de garfios
que me recuerdan la historia que tenemos.
Y salgo dándome un tirón en el renuevo
de mi capazo.
©Rubén Lapuente
ENFERMA MONOTONÍA

la monotonía tiene una fiera
dormida en mis piernas
y tan sólo por esos quince minutos de ida al trabajo
por ese mismo escenario en cada calle de mi trecho
por el horizonte que despunta a ras de suelo
por el atajo
camino
a un sudor seco que me anula
un día
mi paso olvidado
dio un giro brusco
y probó por otra calle mi encuentro
lo igual asomaba distinto
un detalle
el perfume de alguien al cruzarse
un rostro dulce en la penumbra
la monotonía tiene una fiera
dormida en mis piernas
y otra mañana
hastiado del mismo recorrido
media vuelta
y cambié el rumbo
y ya estaba en otra avenida
cada vez me alejaba más de mi lugar de brega
mi ritmo era más vivo
más frecuente el viraje
y madrugaba inquieto en la maleza de otra calle
los rodeos me dejaban en la silla rendido
y empecé a llegar cada vez con más demora
mis evasivas
como mi rostro
eran ya toda una condena
pero había más pasajes
más esquinas sin doblar
más aire y vida sin abrir
que llevarme
más
y puede que entre medio alguna vez
me ocurra algo
distinto
©Rubén Lapuente
MIRADAS

¿No sabía mirar
o no me habían mirado?
Me cuesta demorar una mirada
como si me fueran a decir
que ese lugar es sagrado.
Llevarlo todo a la cimera
de los ojos.
Al umbral de los párpados
como escotillas de luz.
A la alcoba luminosa
de los solitarios faros.
Llevarlo todo.
Que no se quede nada
bajo los ademes del cuerpo:
El deseo, el paladar,
el perfume, la voz…
Y todo
a la distancia de la belleza.
Para tu solaz y el mío.
Que la caligrafía de la mirada
no sea un jeroglífico.
Que señale el rictus de tu corazón.
El fracaso que te achica.
Que oigas el silbo
desde la azotea
cuando te pese el secreto
que encaramas.
¡Al pajar de la luz!
¡A la borda del cielo!
Aprehender la esencia
de esos ojos ofrecidos.
Que después
la sonrisa se alarga
como una cinta.
Que retorna la boca niña
que nunca recela…
Y amansa la monotonía
de tantos silencios.
A habitar en unos ojos.
¿Nos miramos?
©Rubén Lapuente
RUMOR DE OLVIDO

Uno va por la vida
con el rumor del olvido
adormecido.
Y aunque ahora toca reírnos
me basta ese chasquido
en los huesos de cartón
de esa lírica
y violinista marioneta
para que todo se desate.
(Si me hubiera agotado en el dolor.
Saciado para que saliera
a chorros de donde quema.
Si ese interminable grito
hubiera borrado
esa dulce niñez de muerte
en sus ojos abiertos.)
Me tiento la carne.
Toco mi armazón olvidado.
Y ahí está
el tropel
del batir de alas
de los huesos de mi madre
en el largo pasillo
hacia la luz.
Ahora toca reírnos.
Y finjo que lo hago
ante ese gracioso
tambaleo de armonía
de esqueleto
mientras mi corazón
se calma solo
y acompaña a su lecho
mi rumor de olvido
que lentamente
se adormece
con un ojo abierto.
©Rubén Lapuente
foto Martin Gallego
LA OTRA

Uno no sabe bien porqué se enamora.
La piel es joven.
La mirada rebosa de luz.
Andan por ahí los hados…
Y el cuerpo
enseña su pureza:
se estremece.
Le basta un resplandor.
Un chispazo y prende
nuestro cuarto oscuro.
Así fue.
Pero en aquel rostro enamorado
surgía por momentos
otra cara
que se borraba
que reaparecía en un gesto:
En aquella sonrisa era otra.
En ese arrebato era ella.
En la tristeza eran las dos
en una misma cualquiera.
Cada vez me perturbaba más.
Uno no sabe bien de qué se enamora.
Pero aquel rostro
en tantos instantes revelado
¡cómo me fascinaba!
Fue en el fondo de una caja,
reparto de vivencias
que acostumbra la muerte
donde encontré la revelación.
Ahora las distingo más claramente.
¡Me he aprendido tan bien
los rasgos de ese velado rostro!
Sé por la dulzura cual me besa.
Por el deseo
cual turba mi piel bajo la ropa.
Por el amor
cual me llamará antes
al verme hundido.
No se lo diré nunca.
La que me muestra,
la otra.
La que yo vislumbro.
La que me hechiza.
Es la de la imagen hallada
y que oculto.
La niña que no se ha ido.
Que aún vive en ella.
Rubén Lapuente
AQUEL CUERPO MÍO

Voy a recobrar aquel cuerpo.
Y ahí me voy a quedar.
Se movía como cuando
dejan de mirar el tuyo:
Sereno, sin sentirlo.
No envidiaba al viento.
No se envenenaba de azar.
Se ponía de pie
de una sola pirueta
desde lo más alto
de la litera del sueño.
No tenía rumor.
Desnudo,
bajo su diario diluvio,
salía puro,
igual que como empezó
a la luz del mundo.
Voy a recobrar aquel cuerpo.
Y por detrás de esa mirada
de flecha herida de luz verde
que azora y arrebata,
ya he dejado tendidos mis ojos.
Y bajo ese cielo de la boca,
la mía aguarda
por el señuelo de sus labios,
el sabor eterno de aquellos besos.
No voy a hacer caso del espejo.
Ese cuerpo lo he recobrado
porque lo he vivido.
Lo siento mío.
¿Qué más da que pueda ser
sólo un ensueño,
si tú, amor, y yo nos lo creemos?
Rubén Lapuente
NIÑO EN SU CUARTO

Te duermes niño.
Te despiertas adolescente.
En su pequeño cuarto
mide el niño
su esfuerzo:
estira los dedos
de la mano
sobre el lomo
de los libros.
La geografía
ya tiene su sitio
en el desván
del cielo de sus ojos.
Al álgebra
como a un dragón
le blande su lanza
e intenta romper
su hechizo.
Vive inmerso
en la zozobra
de las palabras
de un pupitre
endemoniado:
"La vida es un viaje
hacia la muerte,
una larga enfermedad.
Piensa, piensa en ello"
Garabatea en su cuaderno.
Dibuja pensamientos.
Traza negras curvas
que se vengarán
de su tortuoso camino.
Al llamarle
para la cena,
de pronto, piensa
que su voz
será mañana
la que oye de su padre,
que, en este pequeño
cuarto, otro niño,
escuchará su voz
tras la pared.
Ensimismado,
una ráfaga de luz,
desdobla, traspasa
mágicamente
su reflejo
en el cristal
de la ventana.
-"¡Ya voy, ya voy!"
Sin oír sus pasos
al trasponer la puerta
del comedor
por primera vez
forzará la sonrisa.
Rubén Lapuente
LA BELLEZA

La belleza no tiene envés.
No guarda grados.
La paleta del tiempo
coloreó ese abanico
de plumas enamoradas.
Dibujó los ocelos
que ahuyentaron los acechos,
las traiciones,
la muerte,
y ahora son ardides
de una dulce cárcel
de miradas de deseo.
¿Cómo dudas de la belleza?
Si estuvo en ese duro perfil
tuyo sorprendido.
Si está en la gota de sudor
de levantar cada mañana
tanto cuerpo destrozado.
Si me la lanzaste,
sin querer,
radiante,
desde el profundo abismo
de tu boca besada
sin tiempo.
Rubén Lapuente
TRAVESÍA NOCTURNA

El coche en marcha
ilumina la entrada
en el pantano.
Me sumerjo, surjo,
me abismo, afloro:
en el vaivén de mis brazadas
avanzo cerrando
la cremallera sobre el agua.
Los dos faros me arrojan
desde la otra orilla,
ya conquistada,
mi estela
en sus lazos de luz tranquila.
Sereno,
suelto mi cuerpo inmerso,
aletean mis pies
hasta el légamo:
soy un huésped
en el cubil de la carpa
desde donde miro
la turbia noche de adentro:
se puede soñar bajo las aguas.
Afloro cansado, sin agallas.
Floto, tendido en cruz,
bajo la belleza baldía de arriba
sobre el mundo oscuro
de la otra vida de debajo,
en la travesía… hacia qué ribera?
El cambio de luces del coche
sorprende mis mejillas.
Y reanudo mis brazadas:
me sumerjo, surjo,
me hundo, nazco,
abriendo la cremallera
sobre la piel del agua.
Rubén Lapuente
de Sábanas de luz