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ROPA TENDIDA

Mira que tarda uno en encontrarse
en las pequeñas cosas
(¿sin importancia?)
Veces y veces
tendida mi ropa al poquito de sol
que cruza el patio
¡Y cómo no verme nunca
partido en los alambres!
¡Si parecen banderas de mi cuerpo!
Zarandeada
Despojada ropa de lo que rezuma mío
¡Y cómo no pararse a mirarla
en su recreo sin mí!:
En esa silueta fugaz…
¿No he sido yo?
En ese jirón del viento…
¿Así caería herido?
¡Qué señorial en la quietud de ese perfil!
Cómo apura en secreto
la última gota
de lo que dulcemente
me ha robado sin querer
(¿Se puede hacer belleza
de lo cotidiano?)
Y abro la ventana
y tiendo mis brazos
hacía lo más corriente
a lo inagotable
de la eterna pequeña
rueda de la vida
junto a otros brazos del piso de abajo
junto a otra cabeza
en el chirrido del tendedero
que nos descubre…
Y tiento
y recojo la ropa
como si de una sola pinza
pendiera el azar de mi vida
(¿Se puede sentir placer
de lo cotidiano?)
Y me visto
con la renacida pureza
de la ropa
con ese poco mágico
que también le lleva al corazón
una camisa limpia
©Rubén Lapuente
SOLO Y CONMIGO

El frío transparenta los sentidos
Camino hacia la montaña
a la cabecera del río
que hoy alumbra lomos de hielo
Todo lo nuevo que nace
viene del final de otro comienzo
hacia otro inquieto tenaz retorno
Florescencias dormidas del bosque
que se ovilla de temblor
¡Ay de quien mienta aquí!
¡Ay de quien sobre el dulce dorso
helado del río
no grabe en el hielo
lo que duele lo que ha perdido
lo que se acaba!
Solo y contigo
Renglones de una vida
que la sonrisa leve de un sol de invierno
volverá sollozos claros
Aquí puedes hacerlo
Aquí no eres lo que atesoran tuyo
Ni lo que te dejas que te roben
Te servirá para que un día
en la blanca pared
la sombra vencida de tu cabeza
la hagas el más bello ocaso
Solo y contigo
Nada más
Corriente helada abajo
vuelvo sobre mis pasos hacia el valle
Anochece
Salen los sueños
Oigo lento el claro tintineo del agua
Cruzo la linde mágica del río
Y para que me vean
para que me reconozcan
me vuelvo a esconder
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
Foto cabecera del río Iregua. Sierra de Cameros. Navidades 2007
ETERNIDADES

Una tarde leí unos versos
de Eternidades
que me acompañan siempre:
“¡No corras, ve despacio,
que adonde tienes que ir es a ti solo!”
¡Y qué fácil lo encuentro todo
si lo busco dentro de mí!:
¡Viajero solo por la travesía de lo que soy!
Y este corazón mío
antesala de sentimientos
ya no es una cita de venas
Si soy el primero en oírle
seré el primero en atrapar
su campanada de alborozo
o de cruel herida de vida
¡Y estoy alerta!
Que no se me escape la belleza
que comienzan mis dedos
recogiéndole el cabello
por detrás
de la oreja
muy despacio
mientras la hablo
mientras
me mira
porque
de pronto
como un milagro
le brota una lumbre de luz de diamante
en los ojos
Ni la de las cabriolas
de una sucia hoja de papel
a merced del viento
que si dobla una esquina
temo
un instante
por ella.
Como un cazador
de lo pasajero
eterno
soy
¡Sublime siempre conmigo!
¡Viajero solo
por la travesía de lo que soy!
©Rubén Lapuente
Foto : Leyre o la luz del diamante
ALTAMIRA

Le despertó la caricia del sol.
Y una mano de hembra
le movió levemente.
(“La misma mañana de siempre.
El mismo tronar del bosque.
El mismo rumor del río bajo mis piernas…”)
Mientras el fuego doraba
los arponeados peces,
el azar le llevó
a un saliente del techo
rocoso de la cueva:
(“La misma forma.
La misma giba en la piedra
que la de un bisonte…”)
Y en su imaginación,
lo fue dibujando,
luminoso,
preciso.
Perfiló la silueta
con un trozo de carbón.
Mezcló raspadas margas,
limados ocres,
bermellón,
con grasa,
con sangre caliente:
Ya tenía la paleta de colores
que rezuma la piedra.
Ya tenía el pincel
en cada yema de los dedos.
Embadurnado
por una lluvia de tintura
se tendió boca arriba
sobre el suelo de la cueva:
Apareció tanta belleza desconocida
y suya (la que veo yo ahora)
que tuvo que empezar a ser otro ahí.
Tuvo que romper a llorar.
©Rubén Lapuente
después de Altamira todo parece
decadente (Picasso)
LA VIDA INTERMITENTE

Ese continuo rodar lento
de los días
esta armella de sol de fondo
que nunca duda
este minutero
de la rueda del mundo
equilibrado
por legiones de horas
robadas
sin hondura
sin calado
como si vigiláramos
a una multitud
que somos nosotros mismos
vivimos
impregnando de tiempo
las cosas
al rozarlas
alejándolas
como si algo las fuera retirando
despacio
de nosotros :
la vida en un radio de uno mismo
interrumpida
falsa como una grisalla
útil
en la desventura
para no desaparecer:
y así una mañana
tropezamos
con ese largo olor a pan
con los versos de estravagario
en las traseras
de una repisa olvidada
con aquel brillo en los ojos del otro
que hemos despertado
otra vez
y la vida que no es profunda
sale a la superficie
intermitente
y extrañamente renacemos
©Rubén Lapuente
EL HUÉSPED

No me preguntéis
quién es
ni de dónde viene
Algunas veces coincide conmigo
Me aborda
como un corsario
en alta mar
Y me pinta una sonrisa
de rueda de luna
Y me hace tararear
baladas no escritas
Si me viene
su ráfaga de la calle
la aguja del reloj
apresura la sirena
Y con un brazo en mi hombro
se toma conmigo
un par de cervezas
Sé cuándo me habita
por la manera
de cómo me mira ella
de insinuárseme en una rendija
flechada
sabiendo que se le cumple
aquel sueño de niña
Algunas veces coincide conmigo
en la tristeza
Y me lleva hasta el balcón
que abre la vida
Y me enseña a vivir
allí con la muerte
asomada a los cristales
perezosa
Me gustaría
que se quedara
siempre conmigo
pero hay muchos días que no le agrado
Y recela
Y espera a que haga
una seña
cuando esté
de buenas
©Rubén Lapuente
RECUERDOS DE IDA Y VUELTA

Tengo que estar solo
muy solo
Y cerrar los párpados
con los ojos abiertos
Hay otro yo en mi interior
que sabe
que no existe el olvido
que nada se puede
despegar del álbum
y me lleva de recuerdos
con pasaje
de ida y retorno
Del halda
que mojaba de mi madre
a la rosa
que corona la piedra
que hollaron mis dedos
De mi piel
que hozaba la tierra
rodando canicas
a mi hijo
tirado en la alfombra
mercenario en el universo
de una caja de sueños
De la trinchera
donde un muchacho
que fue mi padre
disparaba sólo al azul del cielo
al instante
en el que secuestrado
por galones y cruces
me daban la voz de fuego
ante una diana
a la que yo ponía rostro
Del miedo
a no saber morirme
a pensar
que un instante antes
le estaría dando vueltas
a esos versos
Tengo que estar solo
muy solo
Y cerrar los párpados
con los ojos abiertos
©Rubén Lapuente
QUE NO SOY YO

Estoy cansado
como después de un largo viaje,
como si se me hubiera hecho muralla
la tapia que de un brinco
saltaba de muchacho.
Necesitaría un gigante
zarandeándome los hombros
para remover este lago interior mío.
La vida es un estado de ánimo.
Y me siento como la otra media piedra
enterrada de estas calles.
Hoy me ha llamado el maestro del pueblo:
Que si puedo llevarles el telescopio.
He preparado una habitación de la escuela
como si fuera la boca de un lobo.
Apuntando al sol de mediodía
por el balcón entreabierto.
Ciegas con cinta todas las rendijas.
Y en ángulo he puesto una cartulina
como de pantalla de cine.
Hablándoles en la oscuridad sólo les he dicho
que el sol es como el quiosco de la música
de la plazuela de abajo,
todos bailamos a su alrededor, a su son,
sin darnos cuenta de que somos
añico suyo.
Yo creía que iba a ver caminar
un sol de bolsillo, turbio, arrugado,
receloso, como el mirado
en el fondo de una sucia charca.
Pero, de repente, apareció la curva
de un sol amarillo de fuego, vivísimo,
avanzando por el espacio negro
como un juego de magia verdadero.
¿Podemos tocarlo?
Estuvimos casi en silencio
hasta que el sol se arrojó
por los acantilados de la hoja.
Aplaudimos todos.
De vuelta, pisando las calles de piedra,
comencé, sin querer, a tararear una canción
que tenía olvidada, de Humet,
de cuando salvaba de un salto
el trecho del río…
…que no soy yo…
que aún no soy yo…
©Rubén Lapuente
ATADURAS

Si no me llamaran desde la debilidad
Si no supiera ver la belleza dentro del escombro
Si no me rozara esa mano herida el sueño
Si no tuviera que arroparla desde el silencio
Si no hubiese sollozos que rescatar del viento
Si en la larga fila de la calle no buscara algunos ojos
Si no me persiguiese la mirada de la niña en el espanto
Si no levantara la mano para alistarme en el barro
Si al verme no me leyeran en la frente sublevado
Podría morir
©Rubén Lapuente
EL RÍO

Me he tendido a la orilla del río
con mi brazo abrevando en el agua.
Agua mecedora de alguna derrota
que me desvanece
que sabe atemperar el corazón
y me lo rinde.
Su murmullo
me hace desaparecer
en rocío de sentidos
sobre una piel
con venas de su agua
con cauce de mi sangre.
Y siento que ya soy el río.
Por el camino oigo el ritmo de un cayado,
el roce de ropa gruesa a cada instante,
el compás de zancadas acercándoseme.
Los tres sonidos atados en un mismo susurro.
El saber que se acerca alguien
hace que mi brazo sienta el frío de la corriente
que mi corazón despierte
que el río se me aparezca por entre los dedos.
¡Buenos días!
Y hermosos, le digo.
Mientras voy oyendo cómo se aleja su cayado,
el roce de su ropa gruesa,
la zancada firme siempre medida,
cómo los tres sonidos atados en un acorde
bajan hacia el valle...
saco mi brazo del rumor del agua,
ya de otro río.
©Rubén Lapuente
Villoslada de Cameros
Sierra Cebollera . Cascadas de Puente Ra.
Río Iregua.La Rioja
DEBILIDAD

Tú serás amado el día que puedas mostrar tu debilidad
sin que el otro se sirva para afirmar su fuerza (Pavese)
Cuando estoy solo,
cuando me ha vencido,
bajo a la tierra de mi cuerpo.
Por ahí anda
el rebelde capitán
de mi hueste,
de eterna algarada.
Ha conseguido
ahogarme la voz
si intento mostrar
mi ternura.
Me vierte
el cuenco de las lágrimas
por la orilla equivocada.
Esa rata que deja un rastro
de costra por mis galerías,
se ha hecho muy valiente.
Se cree un partisano.
Ahora dice,
lo pinta en los ademes,
que yo soy el otro,
que huye de mi tiranía.
Que él es quien quiere
enseñar su corazón
y yo le cerceno la boca.
Que necesita librar el dolor
y que le apuro las lágrimas.
Pero esta traza mía de escara
que dejo tras de mí,
se parece tanto a la suya,
que yo ya no las distingo.
No puedo seguir su rastro.
Se zafa tan bien de mí
en estos parajes sombríos.
Estará subido a la atalaya de mi cielo,
ocupándome, claro.
Pero no me tomará los sentimientos.
Ahora soy yo el partisano
de los suyos.
Su tumor
que le hará bajar a buscarme
en esta tanda
incesante y absurda
en la que ninguno de los dos
enseñará su debilidad.
©Rubén Lapuente
RISAS

Le digo que me enseñe la sonrisa
que quiero verle la alegría.
Y mira que me desarma
si le alcanza a la mirada…
me deja callada la mía.
Lo que daría por subir con ella
o ser ella misma.
Y que no se le acabara nunca
esa veta del alma.
Le hace más bella,
si bucea en aguas profundas,
y la llama,
aún somnolienta.
Risa sin que yo la espere.
Mitad de la risa por entre la rendija
de la puerta de su alcoba
y desnuda.
Risa antes de hundirme en su boca.
Y si me remolonea
voy a provocársela con la mía.
Que corra, que se desboque,
y me salpique
el renuevo del corazón
que me regala.
Risa del náufrago salvado.
Del soldado de vuelta a casa.
Risa bajo los trapecios de la carpa.
Risas de mi hijo
como una boca de naranja abierta.
Luego se pierde.
Nace del brocal, mecánica,
disciplinada,
o es un gesto torcido
tamizada por el miedo
a la muerte o a la vida, no sé…
…Te das cuenta al verte
reflejado en el barniz de las cosas
y ya no es la misma,
no es la misma.
©Rubén Lapuente
UN DIOS DESCONOCIDO

Que sea un dios desconocido.
Que haya nacido
de un vientre cualquiera.
Un dios que no multiplique.
Que no adivine la mano
que le ha rozado la túnica.
Que los únicos ojos que abra
sean los del alma.
Que sea timonel de corazones.
Y nade contigo hasta la orilla.
Un dios que no le escriban
la historia a su espalda.
Que sea una parábola en la vida
y en la muerte
te sostenga en la encrucijada
de sus dos maderas.
Que no sepa ir al paraíso.
Que tenga siempre
una rosa roja sobre una losa.
Que se te aparezca
en los versos de un poema.
Un dios desconocido para verle
un día eterno en un segundo.
Que sea en la pobreza
más digno que cualquiera
en la cimera del mundo.
Que puedas oírle
al otro lado de la pared
y que a este otro lado tuyo
pueda él oírte como
a su dios desconocido.
©Rubén Lapuente
MARIPOSA

La luz de mis ojos
es la de mi corazón
mariposa
huyes del amor
que es tu muerte
que te mira la muerte
el amor
mariposa
no vivas con el espanto
de adentrarte
en el mar
de perderte en el desierto
del sueño
revolotea
pósate en el rayo
de luz de esta mirada
en la flor del remolino
de mi aliento
"no puedo esperar tanto
es ese veneno
del deseo que libo y libo..."
mariposa
que te mira
la muerte el amor
que huyes del amor
que es tu muerte
©Rubén Lapuente
EL VIENTO

Un poco del viento es mío.
El que me traspasa la mejilla
en la saliva de tu beso.
El que me enseñó
en el envés de tu falda
la azorada sonrisa.
El que me alza la ola del mar
para que me sienta un naúfrago.
Un poco del viento es mío.
Y si no…
¿Por qué mece esa rama
cuando me adormezco?
¿Por qué se vuelve dócil
si escribo tu nombre
en una hoja de otoño?
¿No fue ese último soplo
el que me hizo cruzar
el túnel de mi miedo?
¿No es mío un poco
de ese viento?
Y para que me ronde,
tan sólo le imagino,
le miro, le creo.
Un día me verá
en esta solitaria travesía
hacia ningún puerto.
Yo ya tengo el hombro desnudo.
Rubén Lapuente
BRIZNA DE LUZ

¿Qué sabe mi cuerpo
de lo que lleva en volandas?
Como el sol
me arrastra en su redondel
de luces y sombras.
Yo le doy sustento,
abrigo, placer,
mi equilibrio.
El no sabe que me lleva.
Cuando le golpea el viento
me pego al cristal de su piel.
Y mis manos…
¿cómo desprenderse de las suyas?
¿cómo mi otra mirada de sus ojos?
mi ámbito…
¿cómo de ese latido de cobre
incesante?
Cuando está adormecido
me hago de cinta de humo.
Y me evado de su cárcel.
Y escalo la tapia de niebla.
Y navego con su brida los cielos.
Para mi rescate es un intruso.
Y bajo su techumbre
mientras le oigo crecer
en su declive en el tiempo…
espero.
Si pudiera sostener mi final
hasta un instante después del suyo.
Ganar esa única brizna de luz…
Y libre…
abandonarme
a esa ráfaga de viento…
Rubén Lapuente
SI PUEDO SE SÓLO EL TRASLUZ...

Si puedo ser sólo el trasluz
que me despierta
detrás de lo que haya:
el alboroto de una calle,
la caricia de una rama,
la ansiedad de una cita…
Si puedo quedarme sólo
con la reseña de un periódico:
“El niño bomba quería ir al paraíso”
“El odio aquí es un incendio”
Y mi olvido empezara
al pasar la página…
¿No me sentiría
como casi todos
el dios de un corazón
en derribo?
Pero si a la calle le digo
que estoy vivo.
A la rama que me desvele
su zalema.
A mi cita que tiemblo
como el primer día.
Si le hablo a mi hijo
de otros cuentos que oyen
niños en Oriente…
(…un río de miel, un río de vino
y vírgenes…)
…ciñéndose a la cintura
un hatillo de muerte…
Si le digo
que el mismo final,
para unos es un desgarro
para otros un júbilo.
Y piensa.
Y duda.
¿No me sentiría
como casi nadie
el dios de un corazón
que se afirma?
Rubén Lapuente
EL HONDERO

Al caer la tarde
los sicarios de trece años
pintan dianas en las tapias
del cementerio.
-Quién de vosotros
es el hondero?
Un Goliat
de chistera negra
con un ojo excitado
por el brinco del agua
me han plantado,
aquí, en mi calleja
oscura, sin número,
como un guardián
de lo ajeno.
Me han borrado
el cielo de mis noches
de verano.
¡Si mi pequeño balcón
es la rutilante estrella
del firmamento!
Detrás
de este velo de luz
para otro nuevo ciego
estará mi brillante Vega.
Cisne volando
por la Vía Láctea.
Mis lágrimas de agosto.
Hércules. Escorpión.
El Arquero.
¿Cómo voy a ir
ahora al relente?
¿Cómo volver a tenderme
bajo los astros
sobre el embarcadero
del embalse?
Si ya no sería
tan hermoso
que como cuando
era un niño.
-Quién de vosotros
es el hondero?
Será durante
los fuegos
o en el revuelo
de la verbena.
Una piedra en el aire,
de golpe,
encenderá
todas mis estrellas.
Rubén Lapuente
HIELO AZUL

Hay una soledad pura.
Blanca y helada.
Sin gritos que nadie oiría.
Sin rescate.
Hermosa
para quien la muerte
es una conquista.
El aliento del mundo
desmorona la pared
de la helada cantera
del Océano.
Y va saliendo la nieve azul.
Sin aire.
Libre del peso del tiempo.
Fósil de la memoria del agua.
Y ya eres timonel
de la galera desgajada.
Marinero de sus gélidas jarcias.
E imitas el desnudo
de la nieve:
Tu azul puro, tu grial,
espejea como un fanal
de luz en la noche.
Y naufragas en un mar sin cielo
que se mira a sí mísmo
como tú, ahora, sumergido.
Y que nunca nadie lo sepa:
Que te sueñe el frió azul del olvido
que has conquistado.
Rubén Lapuente
LA PASIÓN

Se ha abierto
la flor de la pasión.
Aquí no hay
mirada de un cuerpo.
No hay cortejo.
No hay preludio.
Hay que llegar a la cimera
de la grupa de una carne
convulsa.
Un fulgor de lobo
te viene a los ojos.
Baja a la sangre
un alud de un deseo
que te devora
si tú no devoras.
Y tiras de su cabello.
Y te abrasa con su boca
que resuella sin vergüenza.
La carne se amasa
con la carne
de un ariete que derriba
todas las cancelas.
Y no deja resquicio
ni paraje al placer
de una penumbra.
¡¡Y cómo todo revienta!!
Y la flor de la pasión,
adormecida,
entorna
su acuarela.
Rubén Lapuente