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LUCIÉRNAGA DE CARRETERA

Yo la llamo luciérnaga
de carretera
Es esa muchacha
con luz de lencería
rozando cristales
La loba
de su trocito de acera
de polígono
La que lleva una estera bajo el brazo
Y todo su decoro en una alforja
La que asoma
por las ventanillas
su zoco de carne
regateada
Alquila el cuerpo
como tú la cabeza
o las manos
¡Y déjate aquí
de meter moral
en la pobreza!:
suena a carcajada
La veo cruzar el descampado
hacia el bosquecillo
Y allí
dará cuerda
a su silla de jineta
o se volverá
como una dócil
boya en el agua
Su leyenda no me interesa
Me gustaría cruzar
alguna mirada con ella
Que pudiera ver
reflejada
en mis ojos
su dignidad
©Rubén Lapuente
LA NOVIA DE UN SOLDADO ESPAÑOL

“La tierra no es tan pequeña
que se lo pregunten a mi corazón
que se pierde por estos viejos
mapas de casa
buscando Afganistán
Te vas a ir muy lejos
adonde no te espera nadie
¿Quién puede creerse
que vas en misión de paz?
¿Quién en ayuda humanitaria?
¿Qué se puede reconstruir
en un avispero?
Serás un uniforme
con una enseña roja y gualda
cosida al brazo
sin rostro
sin ternura
¿Te imaginas vivir
sintiéndote dentro
de la mirilla de un arma?
Serás un invasor
Y de la ocupación
nacerá el odio
la dignidad
la paciencia
la resistencia sorda y tenaz:
esa indestructible arma
Y tú entraste al ejército
para ganarte la vida
no para perderla
encubriendo una venganza infinita
de esa cabeza de lobo
enconada con el mundo
que me obliga a vivir
esta historia de amor
de la novia de un soldado
herida
Y ahora no sé a quién me van a devolver
Acabarás entrando en las casas
buscando terroristas
¿Y si te encuentras sólo
con juguetes
con pequeños zapatos
con manecitas de tiza en las pizarras?
¿A quién me van a devolver
conociéndote yo?
Estoy preparando mi corazón
para estos meses
Cada día será una pesadilla
esperando un mensaje en la noche
Yo sólo podré acompañarte
por detrás de ti
respirando en mi ensueño
muy hondo
la estela de miedo que dejes”
©Rubén Lapuente
Foto de Ignacio Pulido
CUBA

Es cada día
de mi vida
frente a la vieja puerta
de mi casa
atrancada
esperando la abra
la cordura
o el hedor
Y aunque me digan
que qué suerte tengo
de estar fuera
de no ser uno más
de la mitad
que sobrevive
vigilada por la otra
media
arrogante
necesito volver
a entrar
un momento
a oler esa húmeda tierra rojiza
tras un aguacero
Volver a oír
guajiras
boleros
una habanera
con mi guayabera blanca
sin que se me salten
las lágrimas
Que me atraviesen las voces
de los vecinos
de balcón a balcón
Hace tanto tiempo
que me traje
en la maleta
la estela de recuerdos
de los aromas:
el olor a café
recién colado
el de la fritura
de dorados plátanos
maduros
el perfume del tabaco
como un requiebro
el dulce río de melaza
por los alambiques
de ron
de mis venas…
¡Oh sazón de sudor y piel!
¡Oh estrépito de tersa carne de mulata!
¡Oh caliente lecho de cañaveral!
¡Oh amanecer de Cuba
por las ensenadas del cuerpo
que amé!
Y es que todo
se me va yendo del corazón
Necesito volver a entrar
Sentir otra vez
que todo el aire que respiro
me viene del mar!
©Rubén Lapuente
Foto de Andrés Suarez Outeda
Santiago de Cuba. Diciembre 2009
PROHIBIDO

¿Qué mueve a este incansable
fuelle de carne viva?
¿Qué viento seco empuja
esta sangre
que baja desfiladeros
sube declives
zigzaguea angosturas
que rueda sin sueño
por la dormida llanura
de mi cansancio?
En el dorso de mi mano
o cruzándome el cuello
resalta
como los rápidos lomos de un río
Y por detrás
de las muñecas de mis brazos
cabecea en mi piel
sus puras campanadas
que cuento
con mi tiempo
que ahora sé que irá
adelantado
siempre
Se equivocó la naturaleza
en tomar un color violento
Un olor tan áspero
Un sabor de fuego en la garganta
De darle forma de tigre rayado
que como la mujer de Lot
se revuelve
abrasada
de memoria
sucia
Si hubiera elegido
sangre de savia
de rosales
o de juncos de ribera de río
o de zarzal esperando un amor agazapado
Si no tuviera esta mala sangre
la sangre
que proclama guerras
que labra trincheras
que deja en la comisura de los labios
su rúbrica
de horror de sierpe roja
Que confina Patrias
¡Si no hubiera que derramarla
para tener dignidad!
¡Imposible volver al principio!
¡Prohibido lavarse las manos!
©Rubén Lapuente
EL LENTO MUDAR DE LAS PAREDES

Soy un objeto
arrojado en un rincón
de una habitación cualquiera,
desde aquí contemplo
el lento mudar
de la vida:
Aquel tiempo que no vi de mi hijo
acercándoseme
como un hermoso paisaje
mío
íntimo.
La cepa de su cepa después
alzando visajes
de niña
acunando nuevos sollozos.
Vinieron luego
aquellos tránsitos
apresurados
de gentes
y gentes
que se cruzaron conmigo
aquí
como aparecidos
como temblores de arena.
Y aquel augurio antiguo
de rayuelas bajo el agua
que trajo el desasosiego,
el apremio,
el tumulto,
el saqueo en los armarios…
Y ese último paso renco en el pasillo,
la puerta cerrándose
con un enorme estruendo,
el silencio de la calle como un misterio,
la voz de la carcoma en los muebles
con esa duna amarilla
que aún avanza hacia mi canto…
El pausado polvo cubriendo
el cristal de la ventana,
la luz volviéndose
lúgubre,
casi,
casi ciega,
desde aquí,
y ahora,
sin poder saber nada,
contemplando
el lento mudar de las paredes.
©Rubén Lapuente
LOS NIÑOS DE LA BASURA

“Da igual mi nombre
llámame niño buzo o niño gris.
La primera vez que me trajo mi padre
me impresionó muchísimo:
La basura estaba como en cerros,
todo entreverado.
Tenía que hurgar entre los despojos,
sin guantes,
mientras la tierra bajo mis pies se hundía
desprendiendo una pulpa viscosa,
hedionda.
Aquí estamos decenas de infantes
en cada montaña de humo.
Un saco de arpillera a la espalda,
un garfio y mi estomago
son mis útiles ahora.
Ya me codeo con esa marabunta
que se abalanza sobre el alud
de deshechos recién nacidos
que voltean los camiones.
Agachado, rescato latas vacías,
cobre, botellas, un trozo de hierro…
Así hasta que la niebla de metano ciega mis ojos,
hasta que mi cara gris hoza la mugre.
Y luego hago el trasiego allí mismo
por unas pocas monedas.
Ahora soy más serio, más triste.
Mi padre me dice que más hombre
al entregarle los cuatro pesos
que ayudan al sustento de todos.
Y aunque me dice
que la basura es la vida
me gustaría que clausuraran el vertedero
(se piensa que no me entero
de que con argucias me obliga)
así podría ir más a la escuela
y no me envenenaría
tanto la sangre.”
©Rubén Lapuente
Cometas de esperanza y los niños buzo de Rafey
La ONG Cometas de esperanza de León(España) ha creado en el POBLADO DE LA MOSCA de Rafey.Santiago (República Dominicana )así llamado el lugar donde viven las niñas y niños en el basurero, una escuela -comedor y asistencia médica. En total han rescatado 175 niñas/niños que oscilan entre los 4 y 16 años de edad. Cometas de la esperanza necesita colaboración para paliar la esclavitud infantil y el abandono absoluto.
LA BATIDA

Soy el ciervo
Errante
Orgulloso
Oigo la corneta
que espolea la rabia
Que me trae el fulgor
de sus dentelladas
Me rezago
Con ceño de soldado
soy mi propia carnada
La turba de canes
hambrienta
me acorrala
Con mis astas
volteo ladridos
horado hocicos
Mis pezuñas
cocean tarascadas
En un descuido
me desgarran la piel:
Jarcias de mi carne oscura
se retuercen
en la tierra
vivas
Desde el risco
me lanzo
como un suicida
al agua
Velero del río
tras mi traza de sangre
saltan peces
que me sueñan
Soy el ciervo
desmogado
descarnado
sin belleza ya
Digno
de no ser laurel
de venablo
Esperando en mi yacija
agonizante…
¡Que sea sólo el bosque
quien devore mi muerte!
©Rubén Lapuente
SOLDADOS DE LA EDAD DORADA

amarlo todo para comprenderlo todo (Guyau)
Hay una guerra
que la tiene siempre conquistada el tiempo.
Aún así, mi mujer se ha alistado
como soldado de la edad dorada.
Y tan sólo quiere creer ganar una batalla perdida.
De madrugada,
está la primera levantando heridos,
y a los muy malheridos,
a esos que miran, a lo lejos, lo recóndito,
sólo les roza, al pasar, la mejilla.
Mi mujer es una buena soldado de la muerte.
Sabe que quien se apaga lentamente,
sólo desea que alguien le tome de la mano,
y se ofrece a darle un último pequeño abrazo
si quien le vela son las cuatro frías paredes.
Algún domingo que trabaja
me acerco a pasear por sus galerías.
“¡Qué guapo es el marido de Carmen!”
me dice siempre una anciana.
“Y eso que no se ha operado de cataratas”, le digo.
Y nos reímos juntos.
Desde hace un tiempo
de iluminados ventanales
alguien escribe el porvenir con tinta
de un sudor oculto,
alguien, bien sabe, que aquí no estiban un puerto,
que no son fardos de ninguna grupa,
que unos corazones cogidos con hilvanes
sólo piden ya una brizna de cariño,
y sigue haciendo números.
Cuando regrese a la noche
sobre la cama cruzada por el arco
de una espalda que estampa su diaria fatiga
me hablará de hartazgo, de galeras, de sindicatos,
de deserciones…
Y le pondré la mano en la boca…
Pero de madrugada
estará la primera levantado heridos
y a los muy malheridos,
a esos que miran, a lo lejos, lo recóndito,
sólo les rozará, un momento, al pasar, la mejilla.
©Rubén Lapuente
LA BARQUILLA

El chorro de un bidón de agua
le quita el polvo de la piel,
le despega el vestido.
Un algodón embebido
separa cada pestaña,
le limpia el barrillo
de las orillas de las cejas.
Los afeites en los cabellos
y en el cuerpo lavado
le devuelven la dignidad
rosa de la inocencia.
Un vestido blanco,
una flor en el pelo,
y eso es todo.
Ahora tiene
el mismo dulce rostro
que cuando se quedaba
dormida.
Un traqueteo sombrío
bajando las escaleras
le hace a su padre
ir más despacio.
Al llegar a la calle
sobre un mar de olas
de manos,
la barquilla rompió
las amarras.
©Rubén Lapuente
Minas antipersona (26.000 víctimas mutiladas al año)

¿Te imaginas que sembraran
bajo el asfalto
semillas del diablo?
¿Salir a la calle de tu ciudad
como a las dunas del Sáhara,
como a un camino de Camboya,
de Irak, de Angola, de Colombia?
¿Te imaginas
ser como uno de ellos?
¿Tener bajo los pies la espoleta?
¿Peor aún, dentro de la cabeza?
¿Buscar, camino de la oficina,
la huella del zapato de ayer
en el reflejo de la acera?
Y si perdieras el rastro…
¿apretar los dientes, los ojos,
y creer huir del miedo
alargando la zancada?
¿Te imaginas que tu hijo
no llegara de la escuela?
¿Que fuera luego en el parque
uno más del corro de muletas
o que te mirara desde una silla
y te rompiera el corazón del alma?
¿Te lo imaginas?
En Angola, en Irak,
en Camboya, en Afganistán,
en Sudán, en Colombia...
no se lo imaginan:
lo viven en carne viva.
Sembraron las veredas
con semillas del diablo:
“Es mejor mutilar al enemigo
que matarlo”, rezaba ese lema
en las ferias de la guerra.
Y cada veinte minutos
dan su fruto
de brazos y piernas.
©Rubén Lapuente
LOS NIÑOS DE LAS CHABOLAS

En esta barriada adornada de escombros,
la infancia es un olor oscuro del cuerpo.
Por las ingles pasa la pobreza:
el escozor de la mugre
en las ratoneras de la piel.
El día separa la basura de la basura.
Vaga para traer alguna rupia a casa.
Vuelve por el camino largo sin escuela
tirando de un bidón de dudosa agua.
Mientras un cohete indio
corteja a la luna,
unas letrinas en bolsas de plástico vuelan,
un albañal a las afueras de las casas de chapa,
gotea y gotea.
¿Cómo se consigue vivir
en un acomodo imposible?
Menos la sonrisa,
vinieron a la luz dentro de una jaula,
de una casta cuya mera sombra
es a los ojos de los otros,
la más sucia.
"Ganaremos el agua,
el agua,
que nos pertenece.
Que se arranca de un reflejo húmedo.
El agua que aquí te moja por dentro.
Que es un río de pureza.
Que te lleva lo amargo.
Que baja sagrada de las manos de los dioses.
Zambullirse,
como llenos de una fe ciega
en un templo verdadero.
Ganaremos el agua,
el agua,
que nos pertenece.
Bañarse en la alberca redonda para recordarlo siempre.
Trocito de río Yamura que te abre la camisa de la carne.
Ganaremos el agua
aunque se doble.
Monzón de la fuente que te descubre la vida.
Asaltaremos su hermoso fortín
hacia la estela de los dioses.
Somos los niños de las chabolas.
El agua, ahí está el agua.
No podrán quitárnosla.
Baja sagrada
también para los parias.
¡Al abordaje!"
©Rubén Lapuente
(Raj-Path, Nueva Delhi)
LÁGRIMAS

Sin la luna
la tierra sería
una peonza vertiginosa,
el viento te arrancaría
de ti mismo.
Si no desviara
el eje de la tierra
no habría estaciones
ni naturaleza, ni vida.
Si el sol estuviera más cerca
serías arena fina.
Si más lejos
helada sangre en el hielo.
La luna y el sol nos mecen
como tu lo harías
columpiando a tu hijo.
Si quieres busca un orfebre.
Un sastre con el metro amarillo.
Puedes pensar que todo es un accidente.
Que no ha nacido el universo
para que nosotros existiéramos
o que no tendría sentido
si no estuviéramos de pasajeros.
Piensa lo que quieras.
Pero es inútil que preguntes el por qué.
No hay respuesta.
Pregúntate en cambio
si sabrías dónde está el camino
de vuelta al viejo valle.
Si serías uno de esos pioneros
de los de polvo y carruaje
a la conquista de un fracaso.
Si vivirías en una cabaña de estrellas.
Si derramarías por fin las lágrimas
que te guardaste para empezar a vivir
más despacio.
Has abierto el balcón
en la tregua de la película.
Te has quedado absorto
mirando la soleada luna llena:
(“Ser el vaivén en mis brazos de la tierra enferma”)
Ahora ya no piensas lo que quieras.
Vuelves, acabada la cinta,
y no preguntas a nadie
su final.
Finges un bostezo,
y les haces creer que te vas
a dormir a la cama…
©Rubén Lapuente
LOS NIÑOS DE LA GUERRA

Al lado de un perfume
de un emblema
de unas agujas de oro
barriendo la esfera del tiempo.
Ahí,
la valla de la niña en el horror.
La nómada del miedo.
¿Cuánto tiempo
desde el coche
aguantarías su mirada?
¿Y desde la acera?
Como la marca
como el reloj
como el aroma
se te quedaría grabada
pero como algo extraño,
original.
Seguro que el camino
en zigzag de su gesto
te encogería algo
de muy adentro.
Y al no venderse nunca
no la olvidarías.
¿Cuánto tiempo se puede
mirar el horror?
Se apagará la fragancia.
El lema se te hará tedioso.
El reloj será sólo la rutina
de su tic tac en la muñeca.
Pero allí,
en las vallas,
en los prohibidos
fijar carteles
en la gran fachada desplegada
junto al boato de las luces de neón
en las marquesinas de las paradas
de los autobuses
en los quince segundos
en la pantalla sin palabras.
Allí,
la mirada que no se esconde.
La que rasga la placidez,
taladrándote
camino o a la vuelta del trabajo.
Ahí,
la cara de la niña en el horror.
La nómada del miedo.
¿Para qué?
Mira ahora.
Todos la llevan cerca de una palabra.
Alzan la cabeza sólo para sonreírla.
Tatúan en la piel esa mirada.
Ya se oyen los primeros clamores.
La gente sale a la calle.
Mañana será una multitud
pidiendo que cese esta barbarie.
¿Cuánto tiempo más se puede
seguir mirando el horror?
©Rubén Lapuente
NIÑA SOLDADO (República Democrática del Congo)

Me llamo Jasmine y soy de Kivu.
Y sólo quiero un trozo de tela
para acarrear a mi bebé.
Me sacaron de la cama con doce años
los mayi-mayi. Me reclutaron.
¿Para quién lucháis? ¿Para qué causa?
Sólo tenía dos dunas en el pecho.
Y en la vagina, si se cerraba,
palos y trozos de botella.
Era un golpe de autoridad
hacernos andar como patos por la aldea.
Así, seríamos más dóciles y sumisas
en la próxima redada.
Soldadito niña tienes un marido.
Y te vuelves como un árbol con piernas.
Y sueñas con la piedra hundida
en el sueño de su cabeza.
¿Cuándo iré a los Grandes Lagos
para sentirme pequeña en el paraíso?
Todas las mañanas, cruzaba el río,
en el andarivel del aire,
iba conmigo el agua
para cocinar y cocer la tapioca.
Y me dieron un machete.
Y un gatillo ardiendo.
Y la regla no me venía.
Soldadito niña tienes un marido.
Parí en el monte, a destiempo,
sola, como una gacela.
Y conseguí llegar a mi aldea, a mi casa:
-Tienes un hijo del enemigo.
(¿Qué enemigo?)
Tu niño es un estigma.
Has perdido la virtud.
Aquí no te puedes quedar
vendrían a buscarte.
Ahora estoy en el centro de orientación.
Me llamo Jasmine y tengo dieciséis años.
Aprenderé a leer, a escribir
para poder trabajar y salir adelante.
“Ahora lo único que quiero
es un trozo de tela para poder cargar a mi bebé,
como hacen las otras mujeres.”
Rubén Lapuente
(Luvungi octubre 2006)