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Se muestran los artículos pertenecientes al tema DENUNCIA ( 24 ).

LUCIÉRNAGA DE CARRETERA

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Yo la llamo luciérnaga

de carretera

Es esa muchacha

con luz de lencería

rozando cristales

La loba

de su trocito de acera

de polígono

La que lleva una estera bajo el brazo

Y todo su decoro en una alforja

La que asoma

por las ventanillas

 su zoco de carne

regateada

 

Alquila el cuerpo

como tú la cabeza

o las manos

¡Y déjate aquí

 de meter moral

en la pobreza!:

suena a carcajada

 

La veo cruzar el descampado

hacia el bosquecillo

Y allí

dará cuerda

a su silla de jineta

o se volverá

como una dócil

boya en el agua

 

Su leyenda no me interesa

Me gustaría cruzar

alguna mirada con ella

Que pudiera ver

reflejada

en mis ojos

su dignidad

                ©Rubén Lapuente

Hetaira

12/08/2010 18:02 rubenlapuente #. DENUNCIA ( 24 ) No hay comentarios. Comentar.

LA NOVIA DE UN SOLDADO ESPAÑOL

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“La tierra no es tan pequeña

que se lo pregunten a mi corazón

que se pierde por estos viejos

mapas de casa

buscando Afganistán

Te vas a ir muy lejos

adonde no te espera nadie

¿Quién puede creerse

que vas en misión de paz?

¿Quién en ayuda humanitaria?

¿Qué se puede  reconstruir

en un avispero?

Serás un uniforme

con una enseña roja y gualda

cosida al brazo

sin rostro  

sin ternura

¿Te imaginas vivir

sintiéndote dentro

de la mirilla de un arma?

Serás un invasor

 

Y de la ocupación

nacerá el odio

la dignidad

la paciencia

la resistencia sorda y tenaz:

esa indestructible arma

Y tú entraste al ejército

para ganarte la vida

no para perderla 

encubriendo una venganza infinita

de esa cabeza de lobo

enconada con el mundo

que me obliga a vivir

esta historia de amor

de la novia de un soldado

herida

 

Y ahora no sé a quién me van a devolver

Acabarás entrando en las casas

buscando terroristas

¿Y si te encuentras sólo

con juguetes

con pequeños zapatos

con manecitas de tiza en las pizarras?

¿A quién me van a devolver

conociéndote yo?

 

Estoy preparando mi corazón

para estos meses

Cada día será una pesadilla

esperando un mensaje en la noche

Yo sólo podré acompañarte

por detrás de ti

respirando  en mi ensueño

muy hondo

la estela de miedo que dejes”

                                     ©Rubén Lapuente

 

                                               Foto de Ignacio Pulido

CUBA

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Es cada día

de mi vida

frente a la vieja puerta

de mi casa

atrancada

esperando la abra

la cordura

o el hedor  

Y aunque me digan

que qué suerte tengo

de estar fuera

de no ser uno más

de la mitad

que sobrevive

vigilada por la otra

media

arrogante

necesito volver

a entrar

un momento

a oler esa húmeda tierra rojiza

tras un aguacero

Volver a oír

guajiras

boleros

una habanera

con mi guayabera blanca

sin que se me salten

las lágrimas

Que me atraviesen las voces

de los vecinos

de balcón a balcón

Hace tanto tiempo

que me traje

en la maleta

la estela de recuerdos

de los aromas:

el olor a café

recién colado

el de la fritura

de dorados plátanos

maduros

el perfume del tabaco

como un requiebro

el dulce río de melaza

por los alambiques

de ron

de mis venas…

¡Oh sazón de sudor y piel!

¡Oh estrépito de tersa carne de mulata!

¡Oh caliente lecho de cañaveral!

¡Oh amanecer de Cuba

por las ensenadas del cuerpo

que amé!

 

Y es que todo 

se me va yendo del corazón

Necesito volver a entrar

Sentir otra vez

que todo el aire que respiro

me viene del mar!

                                    ©Rubén Lapuente

 

Foto de Andrés Suarez Outeda

 Santiago de Cuba. Diciembre 2009

un español en La Habana

PROHIBIDO

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¿Qué mueve a este incansable

fuelle de carne viva?

¿Qué viento seco empuja

esta sangre

que  baja desfiladeros

sube declives

zigzaguea angosturas

que rueda sin sueño

por la dormida llanura

de mi cansancio?

 

En el dorso de mi mano

o cruzándome el cuello

resalta

como los rápidos lomos de un río

Y  por detrás

de las muñecas de mis brazos

cabecea en mi piel

 sus puras campanadas

que cuento

con mi tiempo

que ahora sé que irá

adelantado

siempre

 

Se equivocó la naturaleza

en tomar un color violento

Un olor tan áspero

Un sabor de fuego en la garganta

De darle forma de tigre rayado

que como la mujer de Lot

se revuelve

abrasada

de memoria  

sucia

Si hubiera elegido

sangre de savia

de rosales

o de juncos de ribera de río

o  de zarzal esperando un amor agazapado

Si no tuviera esta mala sangre

la sangre

que proclama guerras

que labra trincheras

que deja en la comisura de los labios

su rúbrica

de horror de sierpe roja

Que confina Patrias

 

¡Si no hubiera que derramarla

para tener dignidad!

¡Imposible volver al principio!

 

¡Prohibido lavarse las manos!

                                       ©Rubén Lapuente

EL LENTO MUDAR DE LAS PAREDES

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Soy un objeto

arrojado en un rincón

de una habitación cualquiera,

desde aquí contemplo

el lento mudar

de la vida:

Aquel tiempo que no vi de mi hijo

acercándoseme

como un hermoso paisaje

mío

íntimo.

La cepa de su cepa después

alzando visajes

de niña

acunando nuevos sollozos.

Vinieron luego

aquellos tránsitos

apresurados

de gentes

y gentes

que se cruzaron conmigo

aquí

como aparecidos

como temblores de arena.

Y aquel augurio antiguo

de rayuelas bajo el agua

que trajo el desasosiego,

el apremio,

el tumulto,

el saqueo en los armarios…

Y ese último paso renco en el pasillo,

la puerta cerrándose

con un enorme estruendo,

el silencio de la calle como un misterio,

la voz de la carcoma en los muebles

con esa duna amarilla

que aún avanza hacia mi canto…

El pausado polvo cubriendo

el cristal de la ventana,

la luz volviéndose

lúgubre,

casi,

casi ciega,

desde aquí,

y ahora,

sin poder saber nada,

contemplando

el lento mudar de las paredes.

                                    ©Rubén Lapuente

                                                           Foto pepe alfonso

LOS NIÑOS DE LA BASURA

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“Da igual mi nombre

llámame niño buzo o niño gris.

La primera vez que me trajo mi padre

me impresionó muchísimo:

La basura estaba como en cerros,

todo entreverado.

Tenía que hurgar entre los despojos,

sin guantes,

mientras la tierra bajo mis pies se hundía

desprendiendo una pulpa viscosa,  

hedionda.

Aquí estamos decenas de infantes

en cada montaña de humo.

Un saco de arpillera a la espalda,

un garfio y mi estomago

son mis útiles ahora.

Ya me codeo con esa marabunta

que se abalanza sobre el alud

de deshechos recién nacidos

que voltean los camiones.

Agachado, rescato latas vacías,

cobre, botellas, un trozo de hierro…

Así hasta que la niebla de metano ciega mis ojos,

hasta que mi cara gris hoza la mugre.

Y luego hago el trasiego allí mismo

por unas pocas monedas.

Ahora soy más serio, más triste.

Mi padre me dice que más hombre

al entregarle los cuatro pesos

que ayudan al sustento de todos.

Y aunque me dice

que la basura es la vida

me gustaría que clausuraran el vertedero

(se piensa que no me entero

de que con argucias me obliga)

así podría ir más a la escuela

y no me envenenaría 

tanto la sangre.”

                   ©Rubén Lapuente

Cometas de esperanza y los niños buzo de Rafey

 

La ONG Cometas de esperanza  de León(España) ha creado en el POBLADO DE LA MOSCA de Rafey.Santiago (República Dominicana )así llamado el lugar donde viven las niñas y niños en el basurero, una escuela -comedor  y asistencia médica. En total han rescatado 175 niñas/niños que oscilan entre los 4 y 16 años de edad. Cometas de la esperanza necesita colaboración para paliar la esclavitud infantil y el abandono absoluto.

LA BATIDA

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Soy el ciervo

Errante

Orgulloso

Oigo la corneta

que espolea la rabia

Que me trae el fulgor

de sus dentelladas

Me rezago

Con ceño de soldado

soy mi propia carnada

 

La turba de canes

hambrienta

me acorrala

Con mis astas

volteo ladridos

horado hocicos

Mis pezuñas

cocean tarascadas

En un descuido

me desgarran la piel:

Jarcias de mi carne oscura

se retuercen

en la tierra

vivas

Desde el risco

me lanzo

como un suicida

al  agua

Velero del río

tras mi traza de sangre

saltan peces

que me sueñan

 

Soy el ciervo

desmogado

descarnado

sin belleza ya

Digno

de no ser laurel

de venablo

Esperando en mi yacija

agonizante…

 

¡Que sea sólo el bosque

quien devore mi muerte!

 

                               ©Rubén Lapuente

SOLDADOS DE LA EDAD DORADA

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                amarlo todo para comprenderlo todo (Guyau)

Hay una guerra

que la tiene siempre conquistada el tiempo.

Aún así, mi mujer se ha alistado

como soldado de la edad dorada.

Y tan sólo quiere creer ganar una batalla perdida.

 

De madrugada,

está la primera levantando heridos,

y a los muy malheridos,

a esos que miran, a lo lejos, lo recóndito,

sólo les roza, al pasar, la mejilla.

 

Mi mujer es una buena soldado de la muerte.

Sabe que quien se apaga lentamente,

sólo desea que alguien le tome de la  mano,

y se ofrece a darle un último pequeño abrazo

si quien le vela son las cuatro frías paredes.

 

Algún domingo que trabaja

me acerco a pasear por sus galerías.

“¡Qué guapo es el marido de Carmen!”

me dice siempre una anciana.

“Y eso que no se ha operado de cataratas”, le digo.

Y nos reímos juntos.

 

Desde hace un tiempo

de iluminados ventanales

alguien escribe el porvenir con tinta

de un sudor oculto,

alguien, bien sabe,  que aquí no estiban un puerto,

que no son fardos de ninguna grupa,

que unos corazones cogidos con hilvanes

sólo piden ya una brizna de cariño,

y sigue haciendo números.

 

Cuando regrese a la noche

sobre la cama cruzada por el arco

de una espalda que estampa su diaria fatiga

me hablará de hartazgo, de galeras, de sindicatos,

de deserciones…

Y le pondré la mano en la boca…

Pero de  madrugada

estará la primera levantado heridos

y a los muy malheridos,

a esos que miran, a lo lejos, lo recóndito,

sólo les rozará, un momento, al pasar, la mejilla.

 

                                                    ©Rubén Lapuente

LA BARQUILLA

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El chorro de un bidón de agua

le quita el polvo de la piel,

le despega el vestido.

Un algodón embebido

separa cada pestaña,

le limpia el barrillo

de las orillas de las cejas.

Los afeites en los cabellos

y en el cuerpo lavado

le devuelven la dignidad

rosa de la inocencia.

Un vestido blanco,

una flor en el pelo,

y eso es todo.

 

Ahora tiene  

el mismo dulce rostro

que cuando se quedaba

dormida.

 

Un traqueteo sombrío

bajando las escaleras

le hace a su padre

ir más despacio.

 

Al llegar a la calle

sobre un mar de olas

de manos,

la barquilla rompió 

las amarras.

 

        ©Rubén Lapuente

Minas antipersona (26.000 víctimas mutiladas al año)

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¿Te imaginas que sembraran

bajo el asfalto

semillas del diablo?

¿Salir a la calle de tu ciudad

como a las dunas del Sáhara,

como a un camino de Camboya,

de Irak, de Angola, de Colombia?

¿Te imaginas

ser como uno de ellos?

¿Tener bajo los pies la espoleta?

¿Peor aún, dentro de la cabeza?

¿Buscar, camino de la oficina,

la huella del zapato de ayer

en el reflejo de la acera?

Y si perdieras el rastro…

¿apretar los dientes, los ojos,

y creer huir del miedo

alargando la zancada?

¿Te imaginas que tu hijo

no llegara de la escuela?

¿Que fuera luego en el parque

uno más del corro de muletas

o que te mirara desde una silla

y te rompiera el corazón del alma?

¿Te lo imaginas?

 

En Angola, en Irak,

en Camboya, en Afganistán,

en Sudán, en Colombia...

no se lo imaginan:

lo viven en carne viva.

Sembraron las veredas

con semillas del diablo:

 “Es mejor mutilar al enemigo

que matarlo”,  rezaba ese lema

en las ferias de la guerra.

 

Y cada veinte minutos

dan su fruto

de brazos y piernas.

 

                                                            ©Rubén Lapuente

                                 

                                 

                                 

LOS NIÑOS DE LAS CHABOLAS

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En esta barriada adornada de escombros,

la infancia es un olor oscuro del cuerpo.

 

Por las ingles pasa la pobreza:

el escozor de la mugre

en las ratoneras de la piel.

El día separa la basura de la basura.

Vaga para traer alguna rupia a casa.

Vuelve por el camino largo sin escuela

tirando de un bidón de dudosa agua.

 

Mientras un cohete indio

corteja a la luna,

unas letrinas en bolsas de plástico vuelan,

un albañal a las afueras de las casas de chapa,

gotea y gotea.

 

¿Cómo se consigue vivir

en un acomodo imposible?

 

Menos la sonrisa,

vinieron a la luz dentro de una jaula,

de una casta cuya mera sombra

es a los ojos de los otros,

la más sucia.

 

"Ganaremos el agua,

el agua,

que nos pertenece.

Que se arranca de un reflejo húmedo.

El agua que aquí te moja por dentro.

Que es un río de pureza.

Que te lleva lo amargo.

Que baja sagrada de las manos de los dioses.

Zambullirse,

como llenos de una fe ciega

en un templo verdadero.

 

Ganaremos el agua,

el agua,

que nos pertenece.

Bañarse en la alberca redonda para recordarlo siempre.

Trocito de río Yamura que te abre la camisa de la carne.

Ganaremos el agua

aunque se doble.

Monzón de la fuente que te descubre la vida.

Asaltaremos su hermoso fortín

hacia la estela de los dioses.

Somos los niños de las chabolas.

El agua, ahí está el agua.

No podrán quitárnosla.

Baja sagrada

también para los parias.

 

¡Al abordaje!"

 

       ©Rubén Lapuente

       (Raj-Path,  Nueva Delhi)

LÁGRIMAS

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Sin la luna

la tierra sería

una peonza vertiginosa,

el viento te arrancaría

de ti mismo.

Si no desviara

el eje de la tierra

no habría estaciones

ni naturaleza, ni vida.

 

Si el sol estuviera más cerca

serías arena fina.

Si más lejos

helada sangre en el hielo.

 

La luna y el sol nos mecen

como tu lo harías

columpiando a tu hijo.

 

Si quieres busca un orfebre.

Un sastre con el metro amarillo.

Puedes pensar que todo es un accidente.

Que no ha nacido el universo

para que nosotros existiéramos

o que no tendría sentido

si no estuviéramos de pasajeros.

Piensa lo que quieras.

Pero es inútil que preguntes el por qué.

No hay respuesta.

Pregúntate en cambio

si sabrías dónde está el camino

de vuelta al viejo valle.

Si serías uno de esos pioneros

de los de polvo y carruaje

a la conquista de un fracaso.

Si vivirías en una cabaña de estrellas.

Si derramarías por fin las lágrimas

que te guardaste para empezar a vivir

más despacio.

 

Has abierto el balcón

en la tregua de la película.

Te has quedado absorto

mirando la soleada luna llena:

(“Ser el vaivén en mis brazos de la tierra enferma”)

Ahora ya no piensas lo que quieras.

Vuelves, acabada la cinta,

y no preguntas a nadie   

su final.

Finges un bostezo,

y les haces creer que te vas

a dormir a la cama…

                                     ©Rubén Lapuente

LOS NIÑOS DE LA GUERRA

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Al  lado de un perfume

de un emblema

de unas agujas de oro

barriendo la esfera del tiempo.

Ahí,

la valla de la niña en el horror.

La nómada del miedo.

¿Cuánto tiempo

desde el coche

aguantarías su mirada?

¿Y desde la acera?

 

Como la marca

como el reloj

como el aroma

se te quedaría grabada

pero como algo extraño,

original.

Seguro que el camino

en zigzag de su gesto

te encogería algo

de muy adentro.

Y al no venderse nunca

no la olvidarías.

 

¿Cuánto tiempo se puede

mirar el horror?

 

Se apagará la fragancia.

El lema se te hará tedioso.

El reloj será sólo la rutina

de su tic tac en la muñeca.

Pero allí,

en las vallas,

en los prohibidos

fijar carteles

en la gran fachada desplegada

junto al boato de las luces de neón

en las marquesinas de las paradas

de los autobuses

en los quince segundos

en la pantalla sin palabras.

Allí,

la mirada que no se esconde.

La que rasga la placidez,

taladrándote

camino o a la vuelta del trabajo.

Ahí,

la cara de la niña en el horror.

La nómada del miedo.

 

¿Para qué?

Mira ahora.

Todos la llevan cerca de una palabra.

Alzan la cabeza sólo para sonreírla.

Tatúan en la piel esa mirada.

Ya se oyen los primeros clamores.

La gente sale a la calle.

Mañana será una multitud

pidiendo que cese esta barbarie.

 

¿Cuánto tiempo más se puede

seguir mirando el horror?

                  

                              ©Rubén Lapuente

NIÑA SOLDADO (República Democrática del Congo)

20080620212126-nina-soldado.jpg

Me llamo Jasmine y soy de Kivu.

Y sólo quiero un trozo de tela

para acarrear a mi bebé.

Me sacaron de la cama con doce años

los mayi-mayi. Me reclutaron.

¿Para quién lucháis? ¿Para qué causa?

Sólo tenía dos dunas en el pecho.

Y en la vagina, si se cerraba,

palos y trozos de botella.

Era un golpe de autoridad

hacernos andar como patos por la aldea.

Así, seríamos más dóciles y sumisas

en la próxima redada.

 

Soldadito niña tienes un marido.

Y te vuelves como un árbol con piernas.

Y sueñas con la piedra hundida

en el sueño de su cabeza.

¿Cuándo iré a los Grandes Lagos

para sentirme pequeña en el paraíso?

 

Todas las mañanas, cruzaba el río,

en el andarivel del aire,

iba conmigo el agua

para cocinar y cocer la tapioca.

Y me dieron un machete.

Y un gatillo ardiendo.

Y la regla no me venía.

Soldadito niña tienes un marido.

Parí en el monte, a destiempo,

sola, como una gacela.

Y conseguí llegar a mi aldea, a mi casa:

-Tienes un hijo del enemigo.

(¿Qué enemigo?)

Tu niño es un estigma.

Has perdido la virtud.

Aquí no te puedes quedar

vendrían a buscarte.

 

Ahora estoy en el centro de orientación.

Me llamo Jasmine y tengo dieciséis años.

Aprenderé a leer, a escribir

para poder trabajar y salir adelante.

“Ahora lo único que quiero

es un trozo de tela para poder cargar a mi bebé,

como hacen las otras mujeres.”             

                                        Rubén Lapuente

                                             (Luvungi  octubre  2006)

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