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LA ESPALDA DE CINTIA

Me llama chalado
plúmbeo
Y es porque le pido
que me deje un rato
presagiando
leyendo
su espalda
preñadita de lunares
¡Acaba pronto zíngaro!
Es el atlas de su dorso
¡Qué enjambre de ocelos!
¡Qué baldío esfuerzo parece
por llegar a ser ala!
¡Qué igual reflejo
que el de esas noches
de tizones
encendidos!
Si tuviera memoria
de su rastro
le borraría
toda su pizarra rosa
y desde su yerma piel
comenzaría dibujando
su primera sombra
e iría uniéndolas
una tras otra
hasta la última
casi nacida
¿de ayer?
¡Y qué jeroglíficos para hacer cábalas!
¡Qué maraña para solazarse!
¡Qué maleza para sentirse tibio!
¡Qué codicioso mapa con mil cruces!
¡Qué sencillo tropezarse con un tesoro!
¿Acabas ya zíngaro?
Sólo le he pedido la espalda un rato
para hacerle un poema
Cintia amor de otro
que no sé si le pedirá
ver las madrugadas
en su espalda desnuda
©Rubén Lapuente
Foto: la espalda de Cintia
LOS CABELLOS DE MARÍA

a María Bernal
¿De quién es esta fotografía?
Me la han tenido que sacar otros
o enviármela por error.
¿De quién son esos cabellos?
Una melena para adivinar un rostro.
Para empezar a volverse.
¿Y si me la ha enviado ella adrede?
Querrá jugar al requiebro conmigo.
Quizá sepa que en mi sueño
hay una mujer de espaldas
desenredándose el pelo.
Querrá que me embeba
de cada hebra.
Que me haga menudo
para trepar por cada mecha.
Que le tire de cada bucle en llamas
para medirme el deseo.
Yo le llevaría la mano de la brisa,
su taller de orfebre
tejiéndole fugaces arabescos.
Y todo antes de volverse.
¿Pero de quién son esos cabellos?
“Son de María, la que duerme en la dehesa”
¿María? ¡María!
¡La que ha tomado el amarillo ardiente de la era!
¡La que campea por los pastizales del amor!
¡La que se baña desnuda bajo el sonrojo de las charcas!
¡La que en sombra de encina agita su melena de oro!
¡Son los de María!
¡Y antes de volverse!
©Rubén Lapuente
(Vitigudino)
DESPERTAR

el azar quiso que fuera en San Valentín
Hoy me he despertado de la vida.
Sin ninguna llama sobre la cabeza.
Como debería sentirse un árbol
si escuchara su madera.
He sembrado de cereales
la mesa de la cocina.
He dibujado un corazón
como una vez uno en la arena.
Y me lo he desayunado con mimo
que luego vendrá el bostezo
atónito de mi princesa,
que la silueta que le he dejado,
es para ella.
Y al trabajo voy
con unos versos en la cabeza:
“Creo en mí porque algún día seré
todas las cosas que amo”.
Y como hay tan poco lirismo en los libros
de contabilidad que encuaderno,
le he agregado una hoja
con el preámbulo de Cernuda.
Y con mucho engrudo de aroma.
Luego me vuelve a llamar
la operadora de Orange:
Que navegue con ellos,
que me embarque en su veloz crucero.
Yo le digo que sí, que me cambio,
pero sólo,
(la chantajeo un poco),
si me deja diez mensajes
en mi cuaderno de versos.
He entrado en el bar como todos los días.
Pero hoy con parsimonia.
No me interesa cómo está el mundo.
Y eso que el periódico me saluda.
Me he sentado en el taburete de la barra.
Le he dado cien vueltas al café
con la cucharilla.
Y al verme en el espejo, frente a mí,
(creo que era yo),
me he sonreído como nunca.
Y a la tarde,
me ha enviado un mensaje la princesa:
“No he desecho todavía la silueta del corazón,
le faltan dos nombres
atravesados por una flecha.
No tardes.”
Hoy me he despertado de la vida.
©Rubén Lapuente
HERIDA DE AMOR

Espera.
No me cierres
del todo el corazón
que no ha salido aquel beso.
Ni aquella mirada de lumbre
que se me hizo dentro
luciérnaga.
Todavía hay un último
te quiero guardado
que se agarra a un sueño.
Espera.
Que con otra puntada
se hará más de noche.
Y el miedo siempre
se ceba con lo frágil,
con lo niño.
Espera …
¡Mira!
Si ese roce de la ropa
que fue una tormenta
en mi cuerpo…
¡Lanza relámpagos!
Si esa mano lenta
de marea
que trepidaba en su piel…
¡Empuña un arma!
Y aquella boca abierta
entregada de túnel
sombrío de placer…
¡Si enseña los dientes!
¡Espera!
¡Están asomándose!
¡Qué miradas de soldados
cercados por el miedo!
Zurce despacio.
Ciega con ellos dentro
la costura.
Que fuera del corazón
no son nada.
¡Que me duela siempre
esta herida de amor
que no se cierra!
©Rubén Lapuente
PINTADA DE AMOR

Aquí me ha dejado al socaire del dolor.
Abandonado.
Con ese arañazo que se queda
latiendo tras la huida.
El amor era para ella un juego de día.
Una fiebre de noche bajo
los párpados que sueñan.
Ella me ha dejado.
¡Y tan de prisa!
La ropa todavía en los alambres.
La pulpa húmeda del corazón en la toalla.
El leve alabeado en el lecho
que ya es un barranco.
Me lo dijo:
“Si me viene a buscar, me iré.
Cruzaré otra vez el mar.
Una se enamora de alguien
por un simple gesto
que luego no lo borra
nunca el tiempo.
Sí, cegada por un resplandor
que puede que hoy sólo sea
el ascua bajo la nieve
pero él es como si mirara
mi pueblo allá en la lejanía:
siempre es hermoso”
Ella me ha dejado.
No tengo más que leer
esa pintada
en la pared de la calle,
frente a mi casa,
para saber que nos separa
un océano:
NADIE ES
CAPAS DE
MATARTE EN
MI ALMA
Esa “S” por la “Z”
es lo que deseaba leer su corazón.
©Rubén Lapuente
TERCIOPELO ARDIENTE

Todo ha de ser así.
Entregados.
Abierta una senda
luminosa en cada uno.
Con las mentiras arrancadas.
Con los rostros de los viejos amores
ardiendo.
Con la pureza del olvido en la frente.
Dos cuerpos que se miran
en la plaza de su corazón
y se ven hermosos para el otro.
Sin ambages.
Con la seda del tiempo
tejiéndonos un lecho…
Y entra ciega mi lengua
como una mano apresurada
por el umbral de tus dientes.
Entrelazándose a la tuya
en un naufragio en el mar
dulce de dos salivas.
Y tu boca unida a la mía
moviéndose al compás
de mis palabras.
Bajo mi peso…
la frescura de tu piel
de terciopelo ardiente;
con mis manos y las tuyas
rastreando la madriguera
oculta de la carne.
Y tiento en tu pliegue,
en la boca de pez parada
sobre la sábana,
que me ancla.
Y así nos quedamos,
unidos, enlazados,
hasta hacernos de cera
caliente.
Rubén Lapuente
TODO ES BLANCURA

foto de El Rasillo en la nieve
¡Qué noviembre de nieve!
¡Qué blancura sin edad!
¡Qué vaho en el cristal
empañando la pureza!
¡Que no me deje nunca
entornar la ventana!
Siempre miro la nieve sin miedo.
Esa mano de nieve que me abrasa
que me curte
que sé, se posará un día
en mi espalda
(sólo me encogerá los hombros).
Te he llamado:
¡Corre! ¡Ven!
Aún el camino está limpio.
Con zapatos de tacón alto
sé que sólo has venido por mí.
Y te he subido en brazos
hasta donde arden
los troncos de los pinos
que labraron tu espalda.
Por el ventanal
ahora te asombras de lo que ves:
Cómo el agua del lago
se cansa de enamorar
tanta nieve.
Cómo ese haz de visos de luz
te encuentra la sombra
de los años amargos.
Cómo se parece todo
a ese relámpago recóndito
que prendió en ti el amor.
Y frente a esta belleza
sólo cabe esperar
que te coja la vida.
¡Corre! ¡Ven!
Ya no hay camino.
Todo es blancura,
me dices tú ahora.
Y en los brazos que me abres
caigo y caigo rodando
como en un lento alud
de amor y deseo.
Rubén Lapuente
AMOR EN LA AZOTEA

Como si fuera la cimera del mundo
subimos los mil peldaños:
De cada uno
guardamos la memoria
De cada jadeo
el sosiego al ganar la azotea.
Abajo la ciudad nos ofrece
su lecho de luces.
La noche de agosto
su miríada de estrellas.
Queremos regalarnos
este deseo inmenso.
Que sienta el desaire el tiempo.
Yo sin nadie más en el corazón.
Tu cerrándolo conmigo dentro.
Y ya están nuestros cuerpos sellados.
Ya es mía la mitad de la ciudad.
La otra media ya es de tus ojos.
Y por la celosía de mis ojales
tu falda es un abanico abierto.
Y echamos aquí raíces
viendo como amanece en cada calle
cómo anochece en cada estrella
cómo nos miramos ahora
con esta luz tan hermosa…
Rubèn Lapuente
ERES JOVEN

Eres joven
porque despiertas antes
de que el sol raye mi mesilla.
Y te aceitas los huesos
para que sea sólo el silencio
quien desvele mi sueño.
Eres joven
porque corres desnuda al agua
a despegar mis huellas
que tu piel no esconde
ni un resquicio
donde cobijar
tanto deseo.
Eres joven
porque haces que parezca
que me miras
cuando sabes que serán
mis ojos
los que se vuelvan
a buscarte.
Eres joven
porque te pones
frente al otro lado
del lecho de la muerte
y no le dejas
que te arrebate los cuerpos
sin antes
haberlos besado.
Eres joven
porque te acercas a la vida
a temblar de futuro,
a enfangarte de alegría,
de dolor.
Y yo que te veo, que te vivo,
me aferro a tus crines de oro
hacía tu soñado edén
hacía mi esquina de silencio.
Rubén Lapuente
POEMA PARA TU CUERPO

Me gustaría hacerte un poema
mientras recorro tu cuerpo desnudo.
Empezaría por tu boca.
Bebería de ella
como los labios del caballo
entran ávidos en los abrevaderos
a espuertas, a saciarse.
Por el barranco de tu cuello,
rama de alerce,
pondría mis manos
de leñador curtidas
que oyen el torrente de sabia
que enamora tu corazón.
En tu pecho me quedaría
un largo rato:
uniendo montañas,
desentrañando enigmas
en las aréolas del sueño
de mi embriaguez.
En los timbres gemelos del amor.
En tu cintura
¡Que copie aquí el alfarero
la suavidad del tiempo!
Descansaría mi mano
en esa curva imposible:
Dulce tobogán del mar.
Y al llegar a la encrucijada
de tus muslos:
Herida del placer.
Olla del amor.
Imán del hombre.
De dónde huye la muerte.
Te miraría a los ojos
para entrar en tu cuerpo
como lo hace la voz,
el olor, el aire,
como lo hace el amor.
Rubén Lapuente
¿BAILAS?

el de los pies torpes
la ha invitado a bailar
el viento sabe hoy
de un resquicio mío
o a lo mejor
es la tormenta de adentro
quien lo desata
me ha soltado los pies
me ha dejado su dulce
vuelo de hoja muerta
y ella pone cara de asombro
siempre hay un recodo
que no le enseñas
que no le entregas
y el baile
te arrebata tu cobijo
te aplasta el olvido
con la suela del zapato
del primer paso
en la pared veo
en nuestras sombras
cada latido del amor
en el tiempo
la pequeñez del espacio
nos hace girar
en un torbellino de dos miradas
en dos sonrisas
sin retorno
y damos
vueltas y vueltas
sosteniendo nuestra
andadura
sin pestañear
sin dejar de sonreír
somos dos espejos
que se copian
su río oculto
y nos amamos
la melodía continua
más lenta y ronca
en mi garganta
y susurran
en la última vuelta
sus labios:
gracias pies torpes
este momento
vale toda una vida
en la pared
la penumbra del viento
mece nuestra sombra
Rubén Lapuente
para ojos de dehesa que no se ría cuando la piso
BENDITO AZAR

¿De dónde viene
este bendito azar?
¿Quién nos señaló
con su venturosa mano?
¿Desde qué cielo azul
lanzó su conjuro?
Hermosa casualidad
que nos cazó al vuelo
las miradas
y se quedó con un rasgo
de cada uno
grabado en el otro.
Y para siempre el mismo.
¿De dónde viene
este mágico azar
que hace que nos volvamos
a la vez, sin llamarnos?
Si te reconozco en la calle,
me acerco por tu espalda
a taparte los ojos
sólo por ese instante
en el que reclinas
tu cuerpo en el mío.
Bendita casualidad
que fue citando a todos
fuera de la casa
y a nosotros nos dejó
con la luz del mediodía
comiéndose las sábanas.
¿De dónde viene esta estrella
que al leerte un poema
y no poder acabarlo,
tú lo tomas, lo continuas,
lo completas…
Y no me doy cuenta
de que también se desborda
tu cuenco de lágrimas?
¿De dónde viene
esta hermosa casualidad
que hace que nos guardemos,
a un tiempo,
la dulzura de algunos besos
para cuando nos tiente
el dolor?
¿De dónde viene, amor?
¿De dónde?
Rubén Lapuente
UNA ROSA, UN POEMA...

La casa está encendida (Luis Rosales)
No me ha visto nadie.
Soy un ladrón de una rosa
de las que nacen de la sombra
de una tierra enamorada.
Que su olor te detiene
y te obliga a cerrar los ojos.
Una rosa, un poema…
Para su cansancio
de tantas idas y venidas.
Para la angustia de contemplar
una lenta y larga agonía
de su misma sangre
que le ha prendido
en la mirada, la tristeza.
Una rosa, un poema…
Que le he dejado sobre la mesa
como un temblor de luz
en su oscuridad:
"Esta rosa ha nacido
de un abismo.
Ha rasgado una sombra
enamorada.
Toda su hermosura
viene, como la tuya,
de muy adentro.
Rodéala, respírala,
abrázala, agótala.
Pero pronto,
amor, pronto.
Que el tiempo no respeta
la belleza.
Que no te descubra
en un recodo
vacía, desolada.
¿Oyes?, amor, pronto.”
No me ha mandado
ningún mensaje.
Al llegar a mi casa,
era de noche,
miré hacia arriba
y vi iluminadas las ventanas.
¡Sí, todas las ventanas!
¡La casa está encendida!
Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
AMOR EN LA BARCA

La he llevado al embalse,
a esa enorme alberca en el valle.
Desde la bancada me mira
mientras voy remando
hacia el centro del silencio.
Se desnuda.
Se zambulle en el agua.
Adrede demora su aliento
oculto en cada burbuja.
Y emerge abrazada a la proa
como un mascarón vuelto
al embate de mi deseo.
En la barca su espalda mojada
se cierra sobre mi pecho.
Y los remos de mis brazos
bogan por su piel erizada.
Dentro de mí
hay un valle anegado de miedos,
de amores, de dudas,
y ella lo cruza, lo vadea,
lo decanta con su hermoso
cuerpo de pez dorado.
La he llevado al embalse,
a ese aljibe de mi corazón
que ella sólo abraza.
Rubén Lapuente
PUREZA

La nieve
dibuja un corazón
sobre el agua,
bordea los labios
de una hoja verde
y oculta.
¿No notas
que nace eterno
lo que perdura
un instante?
Estar ahí.
Darse cuenta.
Sobre el aluvión
de la pureza
poner toda la tuya.
¿La esquivas?
¿Te enzarzas?
El brillo
de aquellos ojos
era sólo para ti.
El jadeo que oías
a oscuras,
era codicia
de tu piel.
Aquel tembloroso
cuerpo entregado,
era el amor
que buscabas.
La nieve
dibuja un corazón
sobre tu olvido…
¿Te enzarzas
para siempre?
Rubén Lapuente
AMALGAMA

¿Amalgama?
Si te veo de espaldas,
te pienso, te recreo
en un instante
todos los instantes.
Repaso en tu silueta
de lejanías,
lo que has sido,
hasta éste “ahora de hoy”
grano a grano
de amalgama conmigo.
De frente,
te esconde la luz:
Amuralla mi recuerdo.
Me cierra tu interior.
Tu esbozo, de frente,
es un gesto sin tiempo
para guardarlo.
“¡Nena!, aún te faltan de regar
los tiestos del balcón”
¡Amalgama, conmigo!
¡Y de espaldas a mi frente!
Rubén Lapuente
(Peñíscola)
CORRER, CORRER…

Correr, correr…
Cansar el cuerpo.
Domarlo.
Perro que se entregue a mi voz,
a mi pensamiento.
Ir pisando
la cicatriz del bosque
entre los robles, las hayas, los pinos.
Sin tregua.
Correr, correr…
Ser la estremecida hojarasca.
El latido del ciervo.
El músculo tallado del frío.
El chasquido inesperado de la rama.
Ser el árbol del cuerpo.
Correr, correr…
Sentirme criatura del jadeo.
Médula de mi pequeño universo.
Catenaria confinando lo ocioso:
Punto en el centro de la diana
que agujereo.
Y todo para tenderme.
Tan afilado ya para el sueño.
Cansado, muy cansado…
Aún sin fuerzas para llamarte.
Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
PATIO DE LUCES

a Yara
"Solo me queda su aroma
que aún vive
en esta ropa ajada.
Y la llevo puesta.
Y si la ve arriba,
tendida, lavada,
lo hago sólo
para que se vaya
mi olor de ella”
Debería haber caído iluminada
del cielo de la melancolía
a éste mismo patio de luces
como maná de ropa tendida:
Volatinera y huérfana
camisa en mis manos.
Con las entrañas floreciendo
por la curva del cuello,
respirando por los bordes
de los puños:
Tela ya ni manjar de polilla.
La creía sin dueño,
sin huesos,
como solitarios
e inservibles calcetines
(podrían suicidarse a pares)
que nadie me reclama.
Pero me llegó su voz
desde lo alto:
-¡Es mía! ¡Ahora bajo!
Le di su refregado
y casi secreto remiendo.
Desde entonces,
al cruzarme con ella
¡Chis…!- me dice-
Llevándose el dedo
índice a los labios.
Rubén Lapuente
de Sábanas de luz