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JARDINERO

Es como una mujer
que se adorna
para su cita:
Inmóvil
en ese escaparate del destino
o el que mis manos
de aprendiz de jardinero
le dieron
la acicalaron
buscando su belleza
y la mía
Y así he podado los ramos
de las enredaderas
por el rayar del alba
en sus yemas
de flor
Así he vestido a las calas
con su blusa abierta
enseñándome
por el escote
su vela de amor encendida
Las prímulas las violetas las clavelinas…
Todo está preparado
El olor
que para defenderse
se hizo fragancia
ya ha sacado billete
en el largo tren del viento
Y el color
que para sobrevivir
se hizo salvaje
ya lanza guiños
al hervidero ansioso de abejas
que caen al fondo
del cáliz
de las flores
ebrias de farolas de estambre
trayendo
llevándose
el fecundo tesoro del polen de oro
¡Todo para perpetuarse
se ha hecho bello!
Al atardecer
sale ella
rociando
garabatos de agua
en cada hebra
Su rojo pantalón ceñido
Su blusa gastada
abierta
anudada bajo el pecho
Los cabellos rubios recogidos
sobre la nuca desnuda…
Por detrás de ella me acerco
enredada aún
en hilachas
de agua
y al tomarla por la cintura
me ladea su cabeza
y pruebo
en su cuello
lo que no se explica
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
CROTOREO

Por la ruta
tendida
por la memoria
del viento
o por las estrellas
sobre
la copa de los árboles
de los tejados
de la última hermosa noche en la torre:
son las cigüeñas
que vienen del cinturón del hambre:
del largo sahel
africano:
de la escasez
Y como aviones
en escuadrilla
cruzan la embocadura
del mar
hacia otro planeta
Muchas vienen
aquí
a buscarse la vida
Tienen
los sotos del Ebro
El río Alhama
Un vertedero cerca
Y una tierra
a la que siguen
y limpian
tras la labor
de los aperos
Y sobre la techumbre
de la Colegiata
de San Miguel
de Alfaro
han levantado
una enorme colonia
Y la gente
esta orgullosa
de acogerlas
De soportar el ruido
del entrechocar
de sus picos:
el crotoreo
o como dicen
aquí
de oírlas majar los ajos
Y hasta la misma campana de bronce
se ha herido la voz
Desde el mirador de las cigüeñas
las contemplo
sordas a la llamada
de los tambores de África
Ya no migran
Su alado cayuco
vara feliz
entre las olas
de las tejas
©Rubén Lapuente
Foto : colonia de cigüeñas en la Iglesia San Miguel de Alfaro
Más de cien nidos hace que al caer la tarde
aparezcan desde todas las direcciones
y sobre el cúmulo de ramas descienden
con precisión de acróbata: Inolvidable.
LA VENDIMIA

¿De dónde mana esta dulzura?
Y esta acuarela
de otoño en las vides
que me arrodilla
cómo se apresa?
¿De qué puerto zarpa
este galeón de mosto
varado bajo las cepas?
¿Qué artesano en sombra talla
estos racimos de uva?
Envidio a esta naturaleza
que se asoma tan bella
tan minuciosa
sin error
¿Por qué nadie de nosotros
es dueño de la suya?
Si tiro del hilo
de mis sentimientos
de mi belleza
¿Por qué se me revela distinta
cada día?
¿Por qué me enseña
inevitable
ese fondo de mi ser
que yo no quiero?
Hoy es la vendimia
Llevo el milagro de mi viñedo
al pequeño lagar
Piso la uva
Hundo mis pies en cada perla negra
que estalla
Y gasto toda su belleza
como la mía
que sube ahora a mis ojos
ebria de vino de vida
©Rubén Lapuente
Alberite(La Rioja)
a Marian Olarte bella como un racimo de uva
LA FLOR DE LA HIGUERA

Lo que me duele lo hago rápido
Lo miro todo de soslayo
Y doy la temida última vuelta
de cerradura a la casa de mis padres
Yo quería salir de prisa
de ese silencio insoportable
pero sobre la tapia del patio
al volverme
se asomaba la dulzura de mi infancia
¡Ay! ¡Mi higuera!
Aquella noche de San Juan
subida yo a sus ramas
Quien arrancara su flor
que nacía y moría
eterna en un instante
sería por siempre feliz
Leyenda que me creía
a pies juntillas
¡Ay! Esa noche
en la espesura
bajo ese olor grave
asfixiante
me moría de inquietud
Y al encenderse las hogueras
se prendió la higuera
de fugaces luciérnagas
Aparecía y desaparecía
en cada brote
la oculta flor efímera
Pero no me dio tiempo
a atraparla en mi puñito de luz
¡Ay! ¡Mi higuera!
Entré otra vez en la casa
Ahora si oía respirar a alguien
Y como aquella noche de San Juan
me subí a su enramada
a su profunda dulzura
Le arranqué una rama
joven y luminosa
de la copa
La vida es un simple esqueje- pensé-
como yo soy el trozo
que tanto buscaba de mis padres
Y me fui alejando
empuñando otra vez
los sueños.
©Rubén Lapuente
a mi mujer y a su dulce higuera centinela de su casa cerrada
LA SOMBRA DEL HAYA

mi pino enfermo mi haya ganando cielo
Tiré de la raíz
como de un hilo de agua
como si desvistiera
a mi hijo dormido
El haya
Lo veré desde el albor
Frente a mi casa
Junto a mi pobre pino descarnado
que ya se rinde de la vida
(¿Cómo puede pesarme tanto
una sombra enferma?)
Un haya niña
Y al sur
Hoyuelo de mis diez uñas de tierra
Y frente a mi ventana
Hojitas hambrientas de luz
soñando darme penumbras
Haya que atravesarán
dulces rayos de sol de inviernos
Ruina
y naciente esplendor
mirándose
Relevo cruel en la altura
(¿Cuándo sabré que ha muerto?)
Pero el vano de su tiempo
no se cruzará con el mío
Mi hijo riega ahora
la sombra del haya
Moviéndose
De perfil
Le reconozco memorias
cercanas
otras ya idas
¿Quién duda que mi perfume
no se baña en el estanque
de su sangre?
El haya
El tiempo
No llegaré a su cielo
Mi hijo ahora se asoma
tras los cristales…
¡mi recuerdo
en dulce sombra
de mañana!
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
ODA A LOS PINOS

Si la luz tomara otra altura,
estos avizores de vanos,
de claridades,
escalarían reflejos,
su nuevo espigado cielo.
Bajo estos hijos
de aquellos mástiles velados
que surcaron los mares:
camino, grito, me escondo,
me hallo a mí mismo.
Y tomo sus troncos
como brazos en jarras,
y voy de uno a otro,
girando, bailando
en el tronar de la verbena
de esta verde plaza
que huele ya a tristeza.
Antes de que el hacha se lleve
los pinos marcados,
como un enajenado capitán
formo a la compañía
y voy repartiendo consuelos:
Tú, serás mi libreta rayada,
la del esbozo de mis poemas
que escribiré sobre tu entraña abierta.
Tú, la espalda blanca encuadernada
con la caligrafía en tinta de versos
de Neruda, de Juan Ramón, de Benedetti:
el breviario eterno de mis poetas.
Tú, serás los largueros de mi tálamo
en el corral erizado de placer.
Tú, qué suerte, sin marca,
morirás enhiesto, altivo,
sin que lo sepa nadie.
Tú, serás el banco
junto a la puerta de mi casa.
…
Y pasada la revista,
como un soldado más,
me pongo al lado
del que más conozco.
De pie. Y erguido.
Y cierro un momento los ojos.
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
HORMIGAS

Se topan con mi mano.
Las extravío.
(Como si la vida no les fuera dura.
Gigante que me tirara
de los cabellos)
Salen ligeras.
Entran con pinzados fardos.
Génesis gemela
nuestra:
Cubil sin alba y
batida de migajas.
Retiro mi mano
y la fila se restablece.
Una, ¿traviesa?
deserta de la hilera.
Se para.
Todavía no me mira,
como yo
estrellas.
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
Vuelo en Ala Delta

de niño soñaba que tenía unas alas para volar de casa (rubén lapuente)
Erizada la piel, lo espero.
Con mi arnés de pájaro,
mi disfraz de libélula.
Desde aquel niño
que agitaba las manitas
y se arrojaba al vacío en sueños.
Viento que me arranca
del tobogán de la ladera
y a su espalda me abandono,
y me lleva,
me eleva, me eleva...
sobre la estela romana que corona el azor,
por encima de las copas de los pinos,
de las torres de asalto a la inocente paloma,
del rebaño de corzos que barruntan
la venida de un nuevo enemigo.
Y al virar las alas, en un escorzo,
veo al bosque elevarse
mucho más allá de mi cabeza.
Y me ciño a su cintura verde.
Y me aferro a las riendas
de aquel dulce miedo de infancia.
Se estira el viento
en los hilos de mi marioneta
y aunque pierdo altura
todavía me lleva, me deja, me lleva…
por encima de los tejados ofrecidos
a un diluvio de agujas y piñas,
sobre la nueva vía verde al embalse,
siguiendo la sombra de mi sueño
de azor en el agua.
Y desciendo,
tenso, vaciado.
Con la sensación de que de detrás mío
viajan aún todas las imágenes,
que me alcanzan, me rebasan,
y que es ahora, cuando,
de pie, sin salir de la crisálida,
el viento me arranca
del tobogán de la ladera
y me lleva,
me eleva, me eleva...
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
LA LLUVIA

Siempre vuelve la misma lluvia.
¿La reconoces?
Cada migaja que te toca
que te despierta
que te cala
punza su memoria en tu piel.
¡Sal!
¡Sal a la lluvia!
Como a una derrota,
como a una alegría.
Que el hueco del corazón
lo llene el prodigio del agua.
Que te moje la gota
que rozó aquel beso,
que limpió la herida del ciervo,
que en el terraplén
alivió la muerte del soldado.
¡A la lluvia!
¡Sal a la lluvia!
Que se embeba de ti,
que se amalgame
con tus lágrimas.
Regresará un día,
y otro, y mil,
hasta que la ventura la deje
en la comisura de unos labios
e inunde una boca
de lluvia de memoria tuya.
¡Sal!
¡Sal a la lluvia!
©Rubén Lapuente
CIERVO

la vida es ciervo herido que las flechas le dan alas(Góngora)
I
(Berrea)
Brama su sexo candente.
Lo oigo desde casa,
lo oímos.
Si el otoño soñara,
sería con este hermoso ciervo,
altivo mascaron
voceando en los calveros
su profundo y enorme
deseo insatisfecho.
Lo oigo desde casa,
lo oímos.
Y mi mujer bromea conmigo:
¿Eres tú cariño?
II
(Sexo)
Tras los pinos,
le veo cercar su ardiente
establo.
Le basta un hilo de olor
de su tierra orinada.
Dentro,
un harén de hembras
mira el calendario
en el cambiante color
de las agujas.
No sienten
si ganará o no
enredado en otras cuernas
(no he visto grabado
ningún corazón atravesado
por una flecha)
Sólo desean,
que apremia el tiempo,
que las cubra
deprisa,
un pálpito de carne
en el crepúsculo.
III
(Premonición)
Desmogado, agazapado
en su yacija de sueño tembloroso,
al mirar a su alrededor,
le empezará a nacer
una terrible memoria
de ausentes.
Bastará el eco
de un lejano estampido,
para, asustado,
equivocarse de dibujo
en la pared de detrás
que mimetiza
y le esconde.
IV
(Muerte)
Con hambre de hambre,
bajó a ramonear
contenedores.
Sin la espesura.
Como un manojo de nervios.
Con todo el frío del miedo
en las venas.
Acorralado por sí mismo
en el puente,
mis aspavientos
le hicieron creer
que era yo su verdugo.
Por un momento pensé
que iba a desplegar las alas.
©Rubén Lapuente
(El Rasillo de Cameros)
LA LAGUNA NEGRA

agua pura y silenciosa que copia cosas eternas (A.Machado)
¿Lo hiciste?
Caminaste
por las faldas del Urbión
entre altos y enhiestos
pinos?
¿Te subiste
al mástil
del barco que fueron
para divisar
el paraíso?
¿Te volviste
solitario y loco
el capitán
de ese verde océano?
¿Te paraste
a oír bajo los pies
la oculta y niña voz
del Duero?
Y al trepar
por los farallones
a lo más alto
del murallón desnudo...
¿Cosiste allí
con hilos de luz
la bella laguna
negra a los ojos?
¿Lo hiciste?
Y en la travesía
del agua que copia
cosas eternas…
¿Soltaste por un momento
los brazos?
¿Te dejaste ir,
sumergido,
a merced del roce
de leyendas y secretos?
¿Lo hiciste?
©Rubén Lapuente
http://soria-goig.com/Rutas/pag_0420.htm Ruta literaria con A.Machado
EL MAR

He venido hasta aquí sólo
a mirarte, mar.
Y escucho el rumor tuyo
que parece la respuesta a mi grito.
Que me da la calma
de tu sencilla belleza desnuda.
Si tuviera el tiempo de un niño
te iría vaciando en la arena
desde el cuenco de mis manos.
Te siento como mi valle,
como mi rio, como mi estrella.
Y aunque lejano,
estás en cada charca que me asomo.
Eres tierra de agua.
Sudor de piedra virgen.
Lágrimas de un cielo
celoso de su bello reflejo.
Si tuviera un dedal
lleno de mí
te lo arrojaría a las olas.
Saberme en tus aguas
cuando cierre los ojos,
cuando me palpe
el trozo que me falta.
¿Qué dios menor
me dijo que tan sólo eras
el hastío de unas olas?
Si vengo de esas aguas.
Si me basta mirar el remanso
azul de ese horizonte
para reconocerme.
Si soy mi ocaso a la orilla
de este deseo.
¡Si soy el mar de tu mar!
©RubénLapuente
OJOS DE DEHESA

a Carmen en su destierro
Le estorban las montañas.
Son murallas
que no le dejan ver
lo que hay después.
Demasiados árboles -dice-
para fijarse en alguno.
Sin ese confín no hay sosiego
en su terco corazón.
¿Quién se cansa de mirar el mar?
¿Quién no se descubre
ante una noche de estrellas?
¿Quién desvía la mirada ante
un valle de cerezos en flor?
Ella desea la lejanía
para no acabar nunca
de abarcarla.
Si se perdiera,
lo haría bajo
esa techumbre.
Si amase,
se volvería al sonrojo
último de aquel horizonte.
Si le hicieran daño,
buscaría el aliento
de ese dibujo en los ojos.
Para entenderlo
tendrías que haberlo visto
desde muy niño
o como yo
volver a nacer
dentro de su mismo sueño.
¿Cómo no va a echar de menos
el mar de su tierra,
si allí se hizo dehesa?
Rubén Lapuente
(Salamanca)
EL OLMO DE EL RASILLO

Se le había abierto demasiado la herida,
pero es su forma de morir: de pie, sin secretos.
Enferma como tú, como yo.
¿Quién puede oír socavar un universo de anillos?
Ya era papelera de la chiquillería.
Canasta de jóvenes probando su tino.
Covacha de orines de alguna madrugada.
Pero, ¿quién aguanta tu despojo lento?
Si eres el olmo señorial de un lugar.
Su emblema de cuatro siglos.
¿Y a quién mirarían?
Ahora el viejo guerrero vuelve al combate:
con una cincha de hierro en bandolera,
con su tambaleo contenido por arneses.
Y en la covacha, ya con cancela,
una vara suya enraizada en la trastienda
llena de maderaje la oquedad de su figura.
De incipiente verdor su talado porte.
Un vástago escondido que envejezca deprisa, joven.
Para que parezca que rejuveneces despacio, viejo.
Un hijo que se encarame al padre moribundo,
a la cumbre de su última rama vencida.
Y que al soltar las amarras,
desnudo de siglos...
El corazón siga esperando
otro milagro de la primavera.
Rubén Lapuente
EL RASILLO EN EL AGUA

foto de Blanca de http://www.casaelolmo.com/
Hay veces que la belleza
sólo se muestra en un instante
desde un claro de una orilla escarpada:
El Rasillo surge luminoso
y reverbera en el agua.
Viene el viento
y le riza el rostro de piedra rosa.
Y la misma lluvia de ayer
vuelve crecida a tocar
la palma abierta de las tejas.
Yo me busco en el agua
desdoblándome al compás
de toda la aldea.
Y me sumerjo rozando el reflejo
de tantos sueños ahogados
de tristeza.
¡Cuántas veces he cruzado
por esa ribera oculta!
Y tanta perfección me retraía:
creía que me desafiaba.
Pero era yo quien no me dejaba ver.
Quien no poseía aún la belleza.
Hay una vez
de un día de la vida
en que la hermosura
sólo se descubre en un relámpago
desde un claro de una orilla escarpada:
El Rasillo surge radiante
y reverbera en una lágrima oculta,
sin cauce,
de mi mirada.
Rubén Lapuente
SOL

¿Para qué soñarte
si eres sólo
una hoguera más
de cualquier noche?
Tú,
despiertas un desierto,
atronas un bosque,
azuleas un glacial,
desnudas una espalda.
Pero sólo eres algo
cuando yo te pienso.
Y sé que somos lo mismo,
que vengo de ti,
añico tuyo,
como todo lo que veo:
mi dios, sin saberlo.
Y en tu honda me alojas,
me giras,
como tú te cobijas
en otra mayor
que a su vez voltea
el Universo.
¡Si te pudiera mirar
sin cedazo,
humilde, mojado,
como emerges
del horizonte del mar!
Tu declive tan lento
es peor que el mío:
tú no puedes matarte,
mi dios, sin saberlo.
Rubén Lapuente
DEHESA

Había sentido el aliento caliente
de su coche en la calle.
Me recibió colgando
sus brazos de mi cuello.
Radiante la sonrisa.
Rodeándome, abarcándome
con sus ojos.
Demasiada vehemencia, pensé,
para no sospechar de algo.
Se quedó enseguida
dormida en el sofá.
Su mano
pendía sobre el móvil,
caído en la alfombra.
Ahí estaban en la pantalla:
Las imágenes,
la hora, el minuto,
de esa mañana de huida.
Todo encajaba:
Un largo viaje de ida y vuelta,
para cinco minutos de esplendor.
Ni una foto de su calle de juegos.
Ni de su casa cerrada por la muerte.
Se detuvo sólo cinco minutos
para llenarse de dehesa:
Su bosque claro, sin espesura,
reino de su mirada lenta,
lejana, perdida entre charcas,
encinas ordenadas por la belleza
y animales que pacen tranquilos
como si la vida fuera eterna.
Todas las imágenes eran de su dehesa!
Y ahí, en el sofá,
dormida, fuerte, feliz,
sabe que no necesita de los sueños
si oye
la llamada
de su tierra.
Rubén Lapuente